sábado, 1 de febrero de 2025

Orden social natural vs. Órdenes sociales artificiales

Desde las religiones bíblicas se aspira a establecer un orden social a “imagen y semejanza” del orden natural, o del orden establecido por Dios. Para ello se basan en las distintas revelaciones, que son los vínculos establecidos entre Dios y algunos hombres, si bien queda un espacio para las interpretaciones de la “voluntad de Dios”, que muchas veces constituyen, en realidad, las voluntades de hombres que miran hacia Dios.

Desde la ciencia experimental se considera que todo lo existente está regido por leyes naturales, por lo cual la visión científica del universo no difiere demasiado de la visión bíblica, si bien en este caso se apunta a la descripción concreta de tales leyes.

También han surgido innumerables propuestas de personajes que prescinden un tanto de las leyes naturales y que diseñan órdenes sociales artificiales, proponiendo principalmente sistemas políticos y sistemas económicos a “imagen y semejanza” de sus creadores, siendo el socialismo uno de ellos. En realidad, sus creadores a veces han inventado leyes sociales de dudosa validez para establecer sus proyectos, indicando luego que tales sistemas son “científicos” o bien compatibles con el método de la ciencia experimental, sin advertir que toda descripción científica admite dos resultados posibles: verdadero o falso, por lo que tal compatibilidad no asegura su veracidad o su compatibilidad con la naturaleza humana.

Mientras que desde las religiones bíblicas y desde el liberalismo se tiene en cuenta la existencia de un evidente orden natural, desde las posturas ateas se supone que el universo está basado en el puro azar y de ahí la necesidad de imponer un orden social artificial. Rubén Calderón Bouchet escribió al respecto: “El azar gobierna el mundo y, aunque cuenta su trabajo defender esta verdad contra los creyentes, Maquiavelo cree que vale la pena hacerlo, por lo menos de un modo que pueda ser entendido por los sagaces, sin caer en los enredos de un proceso de herejía”.

“En un mundo en donde reina el azar no puede haber otro orden que aquel impuesto por arbitrio humano. Este es el papel de la política. La vida interior no existe y sólo el temor domina las pasiones del hombre. Construir el artilugio capaz de imponer ese orden para que en vez del miedo anárquico reine un pavor ordenado, es la misión del príncipe” (De “La ruptura del sistema religioso en el siglo XVI”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1980).

Desde los Evangelios se propone adquirir la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, siendo el principio básico para establecer un orden social (político y económico) que materializará la expresión “lo demás se os dará por añadidura”. Si todos adoptáramos tal actitud, no haría falta ningún Estado por cuanto tanto el orden político como el económico serían órdenes espontáneos, que no tendrían necesidad de ser establecidos o regulados por gobiernos humanos. Como en realidad estamos todavía bastante lejos de que tal actitud predomine en toda sociedad, se hace necesaria la presencia del Estado en la política, si bien se debería contemplar la posibilidad del caso ideal.

Es importante considerar que el mandamiento del amor al prójimo implica adoptar una predisposición o actitud, en lugar de ser un mandato que no contemple méritos ajenos. Así, el prójimo también lo constituye el delincuente que roba o mata y que encima se burla del sufrimiento ajeno, no dando ninguna posibilidad de que la mencionada predisposición se haga efectiva.

Este “orden social cristiano”, implícito en la Biblia, poco o nada tiene que ver con el orden social establecido por la Iglesia durante la Edad Media, ya que el orden social medieval dependía esencialmente de las actitudes individuales de quienes gobernaban mentalmente a todo integrante de la sociedad. La actitud propuesta por Cristo, al surgir de la evidencia que surge de la propia naturaleza humana, es también accesible a adeptos de otras religiones e incluso accesible a personas no religiosas, en el sentido del significado asignado a tal calificación en la actualidad.

El gobierno de Dios sobre los hombres a través de las leyes naturales, considerado simbólicamente como el Reino de Dios, equivale al autogobierno personal, con exclusión definitiva de todo gobierno del hombre sobre el hombre. Este simbólico Reino, que se materializa en el orden social cristiano, dará comienzo cuando los propios habitantes del planeta lo decidan. La información está disponible, si bien tal información está escondida, tergiversada e incluso destruida por muchos aparentes difusores de la misma.

Parece que los propios cristianos poca fe tienen en la eficacia de las prédicas evangélicas, ya que, para fortalecer la aparente debilidad de las mismas, siempre han buscado especies de muletas para que “caminara mejor”, como es el caso de Platón o de Aristóteles, para caer finalmente en la “ayuda” de Marx, que propone una ética y una sociedad opuesta a la que se deriva del cristianismo.

Al estar vinculada con las leyes que conforman el orden natural, la ética bíblica resulta estar cerca de los principios y objetivos de la ciencia experimental, ya que ambas apuntan a establecerse en función de las leyes naturales, o leyes de Dios, a pesar de que importantes sectores ven una oposición concreta entre ciencia y religión, si bien tal oposición seguramente se da entre ciencia y religiones que ignoran las leyes naturales establecidas.

Es importante destacar que toda sociedad implica una unión entre sus integrantes, a través de un vínculo que se comparte. En el orden social cristiano el vínculo es afectivo, tal la empatía emocional. Por el contrario, en la mayor parte de las sociedades “artificiales” el vínculo es material, como es el caso de los medios de producción del socialismo. Tales vínculos materiales no unen a las personas, sino que las atan, creando las condiciones propias de una esclavitud concreta y real.

Estos planteos se remontan a la antigüedad, como es el caso de la sociedad propuesta por Platón. José Enrique Miguens escribió: “Para los antropólogos sociales, la ciudad de Platón no presenta ninguna novedad, lo único novedoso son los argumentos racionales que este utiliza para defenderla. Dejaremos pues de lado las fundamentaciones metafísicas y las racionalizaciones que emplea Platón para propugnar su sociedad –en las que quedan detenidos la mayoría de los comentaristas- porque confunden la comprensión de esta, y pasaremos a describir las características sociológicas prácticas que su sociedad presenta”.

“En primer lugar: la ordenación de la sociedad platónica en tres estamentos separados entre sí funcionalmente diferenciados, y su jerarquización en tres «castas ocupacionales» para usar la precisa terminología de Claude Levi Strauss, es la típica organización social de muchísimas sociedades urbanas de agricultores con un cierto nivel de interpretación política o, si se quiere, de dominación”.

“Estas sociedades, típicamente se escalonan en jerarquías estamentales de privilegios diferenciales y diferenciadores, constituidas por labradores y artesanos, guerreros, y gobernantes mediadores entre el cielo y la tierra sacralizados sus contactos con el orden cosmológico, cada sector con funciones específicas, delimitadas y excluyentes de los demás. En tales sociedades, los dos últimos grupos viven a costa del primero, así como del botín que obtienen de sus incursiones bélicas sobre las otras sociedades”.

“En la Edad Media europea, el orden social y político de: «rustici», «bellatores» y «oratores» conectados con el nivel espiritual superior, perduró durante un milenio y sus apologistas creían como Platón, que esta ordenación trifuncional de la sociedad estaba en la naturaleza de las cosas y era por tanto inmutable. También la encontramos en la civilización Azteca asentada en México-Tenochtitlán pero no en la civilización Incaica distribuida en la región andina de Sud América”.

“Curiosamente, la experiencia histórica universal parece demostrar que las sociedades humanas libradas a su propia entropía, tienden a caer inercialmente a este tipo de organización, propia de sistemas cerrados. En cambio, la creación y el mantenimiento de sociedades democráticas de hombres libres e iguales y de respeto a los derechos de todos, exigen un esfuerzo negentrópico hacia una integración más libre, más autónoma y más respetuosa de la autenticidad de cada uno de sus componentes, propia de sistemas abiertos”.

“La libertad y la justicia en las sociedades, no son naturales, ni surgen naturalmente, son esforzadas construcciones culturales creadas y mantenidas entre todos. Si se deja actuar a la naturaleza o se deja librada la sociedad al juego de sus procesos reactivos naturales, la libertad y la justicia desaparecen en beneficio del más fuerte”.

“Por eso creo que puede decirse de la ciudad de Platón que no es una utopía sino una recaída, una regresión hacia estadios más primitivos de las sociedades humanas, aunque esté coloreada reaccionariamente como un ideal, como algo a lo que se debe aspirar” (De “Política sin pueblo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).

No hay comentarios: