Cuando una persona normal (con nada de odio) es obligada a participar en una guerra, teme por la posibilidad de perder la vida, y más aún siendo joven. Pero, intentando evitar su muerte, se ha de transformar en un asesino tratando de eliminar a todo adversario, como simple estrategia de supervivencia. Esto ocurre cuando “las guerras son entre países y no entre pueblos”. Cuando una persona, mentalizada previamente para la guerra, es “invitada” a participar en un conflicto armado, posiblemente poco problema se hará cuando elimine a un enemigo, si bien con el tiempo quizá advierta la gravedad de los hechos.
Entre las curiosidades respecto de las actitudes frente a las guerras, puede mencionarse el hecho de que la tasa de suicidios decae durante los conflictos bélicos, tanto en los países beligerantes como en los otros. Al menos esa fue una de las conclusiones a las que llegó Emile Durkheim y que aparecen en su libro El suicidio. Pareciera que el “espectáculo” de la guerra elimina por un tiempo la monotonía de la vida de muchos, ofreciendo un mayor atractivo.
El primer combate naval en la Segunda Guerra Mundial se produjo en aguas sudamericanas. Ello se debe a que los alemanes envían al acorazado Graf Spee al Océano Atlántico para hundir cargueros ingleses que transportaban víveres que serían destinados a los ejércitos del Reino Unido. Acorralado cerca del puerto de Montevideo, por varios barcos de guerra ingleses, el capitán del barco alemán decide dinamitarlo para evitar que los ingleses copiaran algunos adelantos tecnológicos de avanzada. Previamente sus tripulantes bajan del barco y unos días después su capitán decide suicidarse.
Lo llamativo del caso es que muchos uruguayos asisten al puerto de Montevideo para no perderse el gran “espectáculo” del final de la Batalla del Río de la Plata, sin contemplar el peligro inminente ante la posibilidad de recibir algún proyectil, dado el gran alcance que tenían las armas de la época.
Unos años antes, en los comienzos de la Guerra Civil Española, varios adherentes al sector liderado por Francisco Franco, ocupan y se refugian en el Alcázar de Toledo, una edificación que es atacada por los leales al gobierno republicano. Lo llamativo del caso es que muchos españoles, en los fines de semana, aprovechan la situación para practicar “tiro al blanco” contra tal edificio y para no perderse la oportunidad de participar en el conflicto bélico.
Se estima en unos 8.000 los sacerdotes asesinados por los republicanos durante el conflicto, advirtiéndose una ferocidad compartida por ambos bandos, que crecía a medida que aumentaban las bajas. No sólo surgieron discrepancias de tipo político y económico, sino también cultural y religioso. Santos Juliá escribió: “En esta guerra civil de alcance internacional se cruzaron viejos conflictos españoles con el anuncio de nuevas luchas que estallarían a su término. Fue una guerra social o una lucha de clases por las armas, de obreros y campesinos contra burgueses y terratenientes, pero también una guerra de religión, de nacionalismos enfrentados”.
“El 13 de agosto de 1936 el cardenal Gomá informaba al secretario de Estado del Vaticano, Eugenio Pacelli, que «en la actualidad luchan España y anti-España, la religión y el ateísmo, la civilización cristiana y la barbarie». Y en noviembre, en su carta pastoral publicada con el título El caso de España, además de reconocer en lo que está ocurriendo un espíritu de cruzada por la religión católica, afirma: «Aquí se han enfrentado dos civilizaciones… Cristo y Anticristo se dan batalla en nuestro suelo». «No es una guerra la que se está librando, es una cruzada», escribirá también el arzobispo de Pamplona” (De “La guerra civil española”-Emse Edapp SL-Madrid 2019).
En cuanto a la Segunda Guerra Mundial, es oportuno mencionar un reportaje realizado a un participante en el conflicto, Françoise Mitterrand, quien fuera luego presidente de Francia:
Elie Wiesel: Me dijo que en 1939 era usted un soldado.
Françoise Mitterrand: Sí, cumplía mi servicio militar.
EW: Le pregunté si creía que Francia ganaría la guerra y me respondió que no.
FM: Siempre se espera. Pero en esa época yo no tenía una visión muy clara de las cosas. Sentía mucho pesimismo por el estado del gobierno, las instituciones, la opinión pública, el desconcierto de los ejércitos, la falta de organización y de armamentos.
EW: Parece aterrador ser soldado en un ejército que va a ser derrotado, pertenecer a un pueblo que va a ser vencido; y ahora sabemos que Francia poseía una potencia superior a la de Alemania.
FM: Eso es lo que hoy se dice. Francia tenía suficientes aviones, pero carecía de la fuerza de los blindados.
EW: Al parecer había un problema de estrategia.
FM: Tenía una fe un tanto ingenua, irracional como toda fe; creía que a fin de cuentas se ganaría la guerra; y así fue finalmente. Pero fui soldado en la primera fase, la que terminó en mayo y junio de 1940 con la derrota de Francia. Con el aplastamiento.
EW: ¿Dónde estaba usted durante la “guerra rara”? [Guerra declarada, pero no hostilidades abiertas]
FM: En la vanguardia, es decir, en la parte del territorio que se encontraba delante de la línea Maginot. Estas tropas debían ser las que contendrían inicialmente la ofensiva alemana. Era necesario que hubiera gente allí delante para avisar en caso de ataque. La línea Maginot no seguía exactamente la frontera; delante de ella había algo de territorio francés.
Allí me situaron, porque pertenecía a un regimiento de infantería colonial. Había escaramuzas, poco numerosas; ensayábamos disparos de fusilería y de vez en cuando algunas descargas de artillería. Esos puestos de vanguardia eran muy pequeños. Veíamos a los alemanes a unos quinientos metros, detrás de alambres de púas. En realidad nos resultaba una guerra bastante tonta. Pero en retaguardia era otra cosa: no pasaba nada y la gente podía olvidar la guerra.
Después, a fines de abril, me destinaron al extremo de la línea Maginot, a las Ardenas, cerca de Montmédy. En ese lugar no había más fortificaciones. Había una especie de vacío entre la línea Maginot y Sedan, a treinta kilómetros al este de Sedan. Nos ocupábamos de tareas de jardinería o de cavar trincheras. Empezábamos a olvidar la guerra. Y vino el 10 de mayo de 1940, la noche del 9 al 10 de mayo; un rugido incesante: los aviones alemanes pasaban con un ruido lúgubre; impresionante.
Y de inmediato empezó el enfrentamiento. Se nos vinieron encima con carros de combate. Durante la mañana del 10 de mayo vimos que los alemanes se instalaban junto al pequeño río, en la frontera de Bélgica, llamado Chiers, y que adoptaban posiciones para pasar al ataque. La guerra se había desatado verdaderamente, los aviones nos bombardeaban. Eso duró para mí hasta el 14 de junio, día en que me hirieron. Durante ese mes de junio conocí la guerra verdadera, el contacto directo con el combatiente del otro lado.
EW: ¿Qué hacía usted? ¿Cómo eran sus jornadas?
FM: Estuve primero al mando de una sección de una compañía de infantería. Cavábamos un agujero en el terreno y allí nos instalábamos con nuestros fusiles ametralladoras para detener a los alemanes que se presentaran. Pero cuando llegaban no podíamos detenerlos. Recibimos la orden de replegarnos y comenzamos a retroceder por etapas a lo largo del Mosa. Era agotador; había que marchar sin pausa y sin dejar de frenar a los alemanes para que su avance fuera más lento. Nos alternábamos con un regimiento de la Legión Extranjera, pero no dormíamos nada.
EW: ¿Sufrieron muchas pérdidas?
FM: Sí, desde los primeros días; en mi compañía sólo quedó un oficial… Yo era uno de los últimos suboficiales.
EW: ¿Perdió camaradas cercanos, amigos?
FM: En mi sección, sí, algunos. Me llevaba bien con varios muchachos, con el cabo Bodiou por ejemplo, que era de Lannion; un personaje sorprendente. Estalló bajo un obús. No quedó nada. Recuerdo a un compañero de la Vendée, que se llamaba Trotin, un joven grande, simpático, servicial, valiente. Muerto, también. Me acuerdo de un muchacho bastante culto que atendía un salón de baile en París y que estaba seguro de que iba a morir. Fue uno de los primeros que mataron, en efecto.
EW: ¿Qué impresión provoca ver esos primeros muertos?
FM: La acción nos tenía abrumados. Eran impresionantes, ensordecedores, los bombardeos que preparaban los ataques de infantería. Sólo pensábamos, cada uno, en salir del paso. La muerte sería asunto de los otros. Hay una formidable esperanza de vida en la juventud.
EW: Los expertos dicen hoy, casi unánimemente, que Francia habría ganado la guerra si ataca en 1939.
FM: Había muchas discusiones en esa época. ¿Había que hacer una guerra preventiva? Creo que algunos, como Paul Reynaud, eran partidarios de eso; pero no fue la tesis que predominó. Y desde el punto de vista estratégico siempre nos mantuvimos a la defensiva. No hubo ningún movimiento tendiente a derrotar al enemigo. Había que defenderse y resistir; nada más. No es una buena actitud para un ejército.
EW: ¿Cree usted que fue un error esa guerra de posición?
FM: Nunca se me pidió que avanzara; siempre que retrocediera. No puedo entregar una apreciación justa; no conozco el estado exacto de las fuerzas en esa época.
EW: Una de las lecciones de esa guerra es que a veces se justifica un ataque preventivo.
FM: Si se tiene la certeza de que no se puede evitar una guerra, entonces creo que se está autorizado moralmente para poner en acción los medios necesarios para ganarla. Sobre todo cuando se va a defender la patria y al mismo tiempo una concepción determinada del hombre. Es una hipocresía afirmar que actúa mal el que comienza. Comenzar no significa necesariamente hacer el primer disparo.
(Extractos de “Memoria a dos voces” de F. Mitterrand y E. Wiesel-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).
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