jueves, 24 de octubre de 2024

La psiquiatría moral

Además de las conocidas terapias psiquiátricas asociadas a Freud, Adler y Frankl, entre otras, encontramos la psiquiatría moral de Henri Baruk, esta vez asociada a la ética bíblica del Antiguo Testamento. Al seguir los consejos morales bíblicos, que conducen a lograr el bien y rechazar el mal, se dispone de una alternativa que puede ser bastante eficaz en muchos casos.

El mencionado médico ha realizado una fundamentación de su propuesta a fin de compatibilizarla con los lineamientos de la ciencia experimental. Henri Baruk escribió, luego de relatar el caso de alguien que utiliza la razón desligada de todo aspecto emocional, lo siguiente: "Al lado de esta justicia abstracta y falsa, existe otra justicia verdadera en el plano humano. Es la justicia de los «Justos», de la Escritura, la de Abraham, de los patriarcas y de los profetas. Es muy notable que mis investigaciones experimentales en el plano social, en el plano humano me hayan conducido a encontrar de nuevo aquella justicia que en la lengua hebrea se designa con el nombre de tsedek" (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).

“Designamos con el nombre de terapias morales una variedad de tratamientos, distintos de las psicoterapias especializadas, que consideran la personalidad total, en el intento de comprenderla mediante una simpatía activa, y ayudarla. En la psiquiatría moderna, el origen de las terapias morales se relacionan con Pinel”.

“En nuestro libro Psiquiatría Moral Experimental desarrollamos ampliamente los métodos de la terapéutica moral en psiquiatría, particularmente en el tratamiento moral de los delirios y de los delirios de persecución” (De “Las terapias psiquiátricas”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1961).

Es interesante advertir que, en el futuro, lo que se considera actualmente pecado, o desviación de la ética elemental, podrá considerarse como una desviación o alejamiento de la normalidad psíquica. La base de la terapia en cuestión ha de ser un estímulo hacia el pleno desarrollo de la conciencia moral, la que nos hace conscientes tanto del bien como del mal, y que residen en cada uno de nosotros. Henri Baruk escribió: “Llegamos ahora a la función capital de la conciencia moral y de sus trastornos en la génesis de las psicosis individuales y sociales….como, por ejemplo, en el estudio del remordimiento, del sentimiento de culpabilidad directa en la melancolía, y reprimido y desviado de los odios y delirios de persecución, el mecanismo del chivo emisario, y los estados de exasperación vengativa, ligada a la imposibilidad de ahogar el juicio moral inconsciente y de falsificar hasta el fin la verdad, el rol de la conciencia moral violada o desviada, o sufriente, en la génesis de los delirios, los mecanismos psicológicos de la redención, etc.”.

“Todo este dominio constituye la piedra angular de las ciencias del hombre, y al descuidarlo, dejarlo de lado o abandonarlo al dominio metafísico o teológico, el psiquiatra se expone a no entender nada de las infinitas e impresionantes reacciones del alma humana, y a concluir en esa trágica incomprensión que consiste en acallar los sentimientos más profundos y las manifestaciones más específicamente humanas, para encerrarse en una actitud de pretencioso dogmatismo, de ciego mecanicismo o de un dualismo discordante que se limita a yuxtaponer los datos de una ciencia incompleta y de una religión no sentida y oscurantista, yuxtaposición que no puede concluir en ninguna unidad ni progreso práctico” (De “Las terapias psiquiátricas”).

De su principal libro (“Psiquiatría moral experimental”), se mencionan los siguientes parrafos:

“Los remordimientos son en el hombre normal el mecanismo regulador esencial que controla las conductas. Sin este mecanismo regulador, el hombre se volvería un monstruo, un pervertido, un loco moral. Ahora bien, parece ser que para algunos psiquiatras actuales la meta que hay que alcanzar es transformar la humanidad en una sociedad de seres desprovistos de conciencia moral, es decir, de pervertidos y de monstruos”.

“Aunque haya sido descubierto desde hace miles de años, el papel efectivo y práctico de la conciencia moral se conoce todavía poco. En efecto, este descubrimiento tan antiguo se ha entendido en forma esencialmente metafísica. Los grandes inspirados que dieron a la humanidad la revelación de la conciencia moral, impresionados con justa razón por el extraordinario poderío que esta conciencia tiene, tanto sobre los destinos del individuo como sobre los de la sociedad, concibieron la conciencia moral como la emanación de un Principio Único, creador y director del universo. La conciencia moral representó así un principio espiritual encarnado en el hombre, y que expresaba su origen divino. Sin embargo, este principio formaba parte de la naturaleza humana, a la que se concebía como una unidad, en la cual se fundían higiene y moral”.

“La naturaleza ha provisto al hombre de ciertas funciones psíquicas que tienen precisamente como efecto reglar su adaptación social y limitar los desbordamientos excesivos de algunos instintos. En efecto, la observación psicológica y psiquiátrica muestra que nuestros actos están sometidos a una apreciación interior: cuando viola las leyes de la humanidad y de la equidad para con sus semejantes, el hombre normal siente un determinado malestar, extremadamente especial, malestar moral muy penoso y susceptible inclusive, de repercutir en el funcionamiento neurovegetativo y en el organismo por entero”.

“Sin duda, no se trata de una barrera rígida, análoga a la del constreñimiento social. El individuo puede no hacerle caso, no tomar en cuenta esta apreciación y ejecutar sus caprichos. A primera vista, se cree haber triunfado así. Pero la experiencia muestra que el juicio interior al que se ha desconocido y violado no está de ninguna manera sofocado, sino tan sólo rechazado. Prosigue su acción de manera subterránea, derivada y desviada, que es infinitamente más poderosa y temible: de esto resultan desórdenes considerables en toda la personalidad”.

“A cierto número de autores les ha parecido sorprendente ver poner a la orden del día la noción de conciencia moral, noción que consideran ligada a un pasado metafísico y teológico, e inaccesible a los métodos científicos. Para estos autores, la noción de conciencia moral es solamente cuestión de fe y de obediencia dogmática, por lo cual queda fuera de la experiencia y del conocimiento científico. Podría creerse que la certidumbre de la fe es una certeza elevada de golpe al máximo, afirmada sobre una creencia y un impulso afectivo intenso y a priori, por lo cual escapa a toda verificación. Pero en nuestra época de acción y verificación a ultranza, la certidumbre de la fe, por estar colocada en un plano inaccesible y separado de la vida práctica, termina por convertirse en una certidumbre formal que ya no tiene aplicación a la vida. Se efectúa una separación en virtud de la cual, sin discutirse, la certidumbre de la fe no es más que un ideal, una esperanza y, mientras parece ser absoluta, de hecho se la elimina cada vez más de la vida práctica y se halla en un plano cada vez más apartado de la realidad”.

“Si nos limitamos a ordenar que no se cometan actos injustos por amor al cielo, muchas personas, si no ven los riesgos que corren, o si creen sacar provecho de sus injusticias, no vacilarán en cometerlas, con la seguridad, aun si son creyentes, de que obtendrán el perdón gracias a diversas ceremonias. El primer monoteísmo consideró que las consecuencias de la conducta se producían en este mundo, y que los acontecimientos de la vida formaban parte de una suerte de experimentación perpetua. Cuando se han arrojado al cielo las consecuencias de los actos, y cuando se ha separado al mundo terrestre injusto del mundo celeste ideal, por eso mismo se ha causado un debilitamiento y una escisión en la noción moral, que no podría menos de agravarse cada vez más en lo sucesivo”.

“Me ha parecido que un acto injusto tiene consecuencias ocultas, pero irremediables y terribles. En primer lugar, determina en quien lo realiza un malestar incoercible, del que trata de desprenderse rechazándolo. Pero este rechazo del juicio moral transforma ese malestar en perturbaciones más terribles y ocultas, mediante el mecanismo de una acusación inconsciente susceptible de trastornar toda la personalidad, y de conducirla a los peores excesos de los odios ciegos, de la agresividad, y de los desencadenamientos inagotables de luchas, calumnias, falsos testimonios y horrores sin fin. Ocurre que una sola personalidad, enferma de las consecuencias de una injusticia que ha cometido, puede prender fuego a toda una sociedad. Claro es que hay que añadir las reacciones de defensa de los miembros que lo rodean. Así nace la guerra, la guerra atroz justificada por todos los infundios, los equívocos, las mentiras, y que atiza por doquier el incendio”.

“El rechazo de la conciencia moral…puede determinar psicosis de odio, manías de persecución y aun, una verdadera dislocación de la voluntad y de la personalidad”.

1 comentario:

agente t dijo...

La conciencia moral también formaría parte de la naturaleza humana, pero existen fuertes incentivos, asimismo internos, para no escucharla. El ser humano no deja de ser una criatura oportunista.