Los seres humanos, para vivir juntos, necesitamos cumplir con ciertas normas de conducta, de manera de evitar todo tipo de conflictos. De ahí que, a lo largo de la historia, y en todas las civilizaciones, han surgido conjuntos de reglas, mandatos o sugerencias, que tienen como finalidad favorecer tanto la vida hogareña como la vida social.
A tales conjuntos de reglas se las ha denominado “ética”, mientras que con la palabra “moral” se designa el grado de acatamiento que los destinatarios prestan a dichas reglas, si bien son intercambiables ambas denominaciones.
Toda ética ha de presentar simultáneamente, en forma explícita o bien implícita, tanto el camino que conduce al bien como el que conduce al mal, para favorecer al primero y rechazar al segundo, considerándose el bien como la disposición anímica que conduce a la felicidad y a la supervivencia individual y colectiva; y a la vida eterna, adicionalmente, en algunos casos.
Al encontrarnos, cada vez con mayor evidencia, con la existencia de leyes naturales que rigen todo lo existente, incluidos a nosotros mismos, surge el interrogante de si existe una “ética natural”, de manera de que toda ética propuesta por algún ser humano pueda compararse y valorarse en función de dicha ética natural. Todo indica que, si existen leyes naturales que nos rigen (estudiadas principalmente por las distintas ramas de la psicología), resulta admisible sostener que debemos descubrir (antes que inventar) una ética que se aproxime a dicha ética natural, que no viene escrita en ninguna parte.
Nuestra adaptación cultural al orden natural viene asociada a un proceso de optimización, teniendo como etapa final el descubrimiento de tal ética natural, que será la que mejores resultados produzca. De ahí que en este caso también pueda decirse: “Por sus frutos la conoceréis”.
Existe un proceso bastante simple para asegurar la felicidad y la supervivencia generalizada, consistente en la posibilidad de que todo individuo comparta las penas y las alegrías ajenas como propias. De esa forma, tenderá a hacer el bien a los demás y nunca a hacerles el mal, porque, al compartir las penas correspondientes implicaría, en cierta forma, hacerse el mal a sí mismo.
Este proceso, asociado a la empatía emocional, ya fue “establecido” por el propio orden natural, y descubierto, a lo largo de la historia, por varios individuos, siendo la expresión más conocida el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Con ello se sugiere, no tanto cumplirlo al pie de la letra (algo imposible en la realidad cotidiana), sino tener la predisposición permanente, o actitud, a ponerlo en práctica si la situación lo permite.
Llama la atención que, en la mayoría de los libros sobre ética, pocas veces se tiene en cuenta algo tan simple y tan evidente, estableciéndose una especie de manto para esconder el principal medio que disponemos para solucionar, o iniciar el proceso de solución, de todos los problemas que afectan a las diversas sociedades y a la humanidad toda.
Una vez que encontramos y describimos las componentes básicas de nuestra actitud característica (amor, odio, egoísmo e indiferencia), encontramos en cada uno de nosotros las fuentes iniciales tanto del bien como del mal. De ahí que el “mejor negocio” que podemos hacer consiste en elegir la componente que conduce al bien, para asegurarnos de haber encontrado el camino a la felicidad. Pero lo importante en este caso, consiste en reconocer una postura que nos viene impuesta por el propio orden natural, a través de la evolución biológica, sin tener que dudar en forma semejante a cómo lo hacemos, aceptando o rechazando alguna propuesta ética ideada o inventada por algún ser humano.
Si, por el contrario, mantenemos dosis de egoísmo más allá de lo normal y necesario, con el tiempo, entrando en años, nos pesará en la conciencia haber cometido tantos errores previos por no conocer el simple proceso de la empatía emocional. Por este error generalizado, por el que debemos “agradecer” a todos los que han oscurecido al “Amarás al prójimo como a ti mismo”, las cosas no han funcionado tan bien como podrían haberlo hecho.
La dignidad humana, o el sentido asociado a lo que denominamos con ese nombre, viene asociada al sentimiento de considerarnos auténticos seres humanos, compatibles con el ideal implícito en las leyes que conforman el orden natural. Tal dignidad la hemos de adquirir, necesariamente, al adoptar la actitud favorable a la cooperación social dejando de lado toda forma de competencia, excepto la competencia favorable a la cooperación social.
Cuando Cristo agradecía a Dios por haber "revelado a los niños y ocultado a los sabios y a los listos” la ética natural, advertía que tal ética era la simple y evidente empatía emocional, que fue reemplazada y ocultada de manera muy eficaz por sus aparentes seguidores, que actualmente han terminado difundiendo “éticas” ajenas a la Biblia, a pesar de los resultados desastrosos producidos.
El amor al prójimo se ha confundido muchas veces con el altruismo. La diferencia esencial es que, para adoptar el primero hay que pensar en uno mismo, buscando su propia felicidad, ya que el mundo está hecho de manera tal que, para obtener un elevado grado de felicidad, es imprescindible que sea a través de la empatía emocional. Por el contrario, al adoptar el segundo, se piensa primero en los demás, intentando “sacrificarnos” por ellos, algo que no conduce a buenos resultados por cuanto no está basado en dicha empatía.
La ética natural conduce a la igualdad (es tan importante la felicidad ajena como la propia) y también hacia la libertad (realizo mi vida en función de las leyes naturales y no en función de criterios humanos que las desconocen, o las ignoran).
El casi total relego de los mandamientos bíblicos, se establece cuando la religión moral se convierte en una "religión cognitiva", es decir, en lugar de que el mérito moral provenga del cumplimiento de tales mandamientos, el "mérito cognitivo" proviene de la fe o de la creencia en que Cristo dice la verdad, pero sin siquiera intentar cumplirlos.
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1 comentario:
Muchas personas que han sacrificado su vida por altruismo hacia su familia están profundamente frustradas por ello. Nadie debería olvidarse de sí mismo hasta ese extremo porque es irracional y muchas veces ni siquiera es reconocido por los beneficiarios de tal esfuerzo.
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