domingo, 27 de octubre de 2024

Antiterrorismo y lucha por la supervivencia

En todo conflicto armado, existe una motivación algunas veces poco tenida en cuenta, y es la búsqueda de la supervivencia individual, además de los ideales invocados para la lucha. Cuando un combatiente busca matar a un enemigo, no lo hace porque necesariamente sienta una animadversión contra el rival o contra su causa, sino por la simple razón de evitar caer asesinado antes por el otro.

Llama la atención que los terroristas de los años 70, junto a quienes los apoyaron y luego de ser vencidos militarmente, se intenten convertir en pobres víctimas inocentes para predicar la vigencia de los “derechos humanos”; derechos negados a sus víctimas. Demás está decir que tal defensa está orientada a que la opinión pública reniegue en contra de policías y militares, y no porque algún admirador del Che Guevara se interese o valore las vidas humanas de los integrantes de cualquiera de los bandos en conflicto.

Incluso reclaman por el asesinato del Che Guevara luego de ser capturado. Olvidan que tal personaje asesinó unas 216 personas con su propia arma, ninguna de ellas en combate, además de los múltiples fusilamientos que ordenó a sus subalternos. Nicolás Márquez escribió: “Hace exactamente 50 años, Ernesto Guevara de la Serna le brindaba el siguiente sermón al mundo y sentenciaba: «El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de los límites naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar», y tras agregar que «nuestros soldados tienen que ser así», añadió: «Cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido es experiencia que recoge quien sobrevive». Pocos días después de conocida esta exhortación, el aludido personaje moría en Bolivia, tras comandar una frustrada acción terrorista en la cual, él y los mercenarios que obraban bajo su comandancia asesinaros a 49 bolivianos”.

“¿Quién fue, qué hizo y qué pensaba el Che Guevara? Mientras el mundo lo venera y recuerda como el buen samaritano devenido en héroe trasnacional que peregrinaba por los montes más inhóspitos tratando de salvar a los pobres de la tierra, casi nadie sabe de su oscura vida, su totalitaria ideología, su violenta psicología y sus habituales homicidios materializados tanto en su rutina de guerrillero informal como en su rol de comandante de los vergonzosos campos de exterminio en Cuba, donde obró al servicio de un afán tan indecoroso como lo es la causa comunista” (De “La máquina de matar”-Grupo Unión-Buenos Aires 2017).

Cuando Jorge Bergoglio dice que “son los comunistas los que se parecen a los cristianos”, considerando cierta semejanza entre ambos, y teniendo en cuenta el accionar real de todo comunista, en realidad está insultando a toda persona decente que adhiera al cristianismo. Posiblemente sea el hecho más representativo de la profunda crisis moral de la época. Tampoco se sabe que Bergoglio haya llamado la atención de ciertos “sacerdotes” que, en sus oficios religiosos, lo hacen en locales en donde aparecen retratos del Che Guevara al lado de los símbolos cristianos.

Para el socialista no existe algo tal como la “nacionalidad argentina”, ya que considera que todo opositor al socialismo necesariamente ha de ser un cipayo colaborador del imperialismo yanqui. Para ellos, tampoco la Argentina es su patria, sino Cuba o la Venezuela chavista, como en otras épocas lo fue la Unión Soviética. De ahí que no tiene sentido hablar de que en los 70 hubo una “guerra civil”, es decir, entre bandos o sectores de argentinos, sino la descarada adhesión de un sector a la instauración del socialismo en este país.

Se menciona un artículo sobre el tema tratado:

NO FUE UN GENOCIDIO, Sr. PRESIDENTE

Por Mauricio Ortín

Mienten o no tienen conciencia del disparate que dicen y del daño que hacen, los que afirman que en la década del ’70, en la Argentina, hubo un genocidio. Y como no lo hubo, tampoco hay víctimas ni victimarios de un crimen semejante. Lo que hubo en esa década fue una guerra. Una guerra publicitada, declarada e iniciada por bandas terroristas de izquierda con el propósito confeso de hacerse del poder del Estado.

Bandas que, con apoyo internacional, que se tradujo en hombres y logística, principalmente de Cuba, pusieron en jaque al gobierno constitucional y a la sociedad toda a través de atentados homicidas, secuestros extorsivos y toma de cuarteles. La respuesta del presidente Juan Perón fue contundente: el exterminio uno a uno de los que él llamó sicópatas. Con ese fin creó la Triple A y dejó la directiva, a su sucesora en el cargo, de enviar a las Fuerzas Armadas a aniquilar la insurrección.

El gobierno militar surgido del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 ni inventó, ni inició nada; más bien, con idéntica manera de hacer la guerra al que propuso Perón alcanzó el objetivo expreso propuesto por éste: el exterminio de las bandas terroristas.

Los represores también peleaban por su vida; es decir, aniquilaban para no ser aniquilados. Los Montoneros y el ERP mataban policías y militares por el mero hecho de desempeñarse como tales. ¿Será que alguien estima que lo sensato debió ser que los militares se echaran al suelo a esperar que los subversivos los capen? Pues sí, muchos. Entre ellos, gente de la iglesia, de la prensa, legisladores y, peor aún, los que tienen la sagrada tarea de impartir justicia o, mejor dicho, esos señores a los que, en la Argentina, se les llama jueces.

Sí, porque los jueces de la Corte Suprema, a instancias del presidente Néstor Kirchner y de su jefe de gabinete, el ministro Alberto Fernández, luego de un golpe de Estado a la Corte Suprema cuya conformación había heredado del presidente Fernando de la Rúa (depuesto también en un golpe de Estado civil), apretó a los nuevos integrantes de ese alto tribunal para que, violando la Constitución Nacional, habilitaran la figura penal de Plan Sistemático de Exterminio de la Población Civil para poder imputar de ese delito a los militares, policías y civiles que, cumpliendo órdenes del gobierno constitucional y el de facto, hicieron la guerra a los subversivos.

Un disparate histórico que tergiversa los hechos burdamente y un disparate jurídico que conforma la comisión del delito de lesa humanidad contra los perseguido.

Quieren sentar jurisprudencia para que, reprimir a terroristas de izquierda (porque no es la forma de reprimir sino la represión en sí a los terroristas lo que castiga), sea un delito de lesa humanidad que, en el caso argentino, se encuadraría dentro de un genocidio.

FECHA DE INICIO

El marxismo, mediante el terror y la propaganda, le puso fecha al inicio del “genocidio” y eligió el 24 de marzo de 1976.

Los motivos son obvios. Esconder los propios crímenes que cometieron durante la democracia y posar de inocentes víctimas camuflándose de demócratas.

Más justo hubiera sido elegir el comienzo del “genocidio” y terrorismo de Estado el 20 de junio de 1973 (fecha de la masacre de Ezeiza). Pero no era conveniente a los ex terroristas ni convenía tampoco a los políticos (peronistas, fundamentalmente) que quedarían pegados a la represión.

Lo más fácil, traidor, infame, injusto, ilegal y cobarde era elegir como chivo expiatorio a las Fuerzas Armadas y de Seguridad cargándoles toda la responsabilidad de las muertes y destrucción ocurrida.

El cuento de que el golpe de Estado y la represión que conllevó se hizo para implementar un plan económico de entrega del país es un sonsonete falso que se repite sistemáticamente sin el menor respaldo empírico.

Lo cierto es que la represión, por izquierda y por derecha, la inició Perón y que la situación económica a comienzos de 1976 era desesperante.

También, cierto es que la Iglesia y casi todos los partidos políticos apoyaron el golpe y que prestaron militantes para ocupar cargos públicos. Es más fácil encontrar una aguja en un pajar que una sola crítica del cura Bergoglio al gobierno militar.

El objetivo bélico y político de las derrotadas bandas terroristas de izquierda de los años ’70 (destruir a las Fuerzas Armadas y de Seguridad para imponer la dictadura del proletariado), en parte, se hace realidad desde el gobierno de Kirchner hasta hoy mismo.

Los ejecutores son los jueces y fiscales. Los políticos, los curas, los periodistas, los estudiantes, los sindicalistas…en fin, la sociedad, en su mayoría, asiste impasible a semejante espectáculo decadente. ¿Usted también, Sr. presidente Milei?

Mauricio Ortín es Miembro del Centro de Estudios en Historia, Política y Derechos Humanos de Salta

(De www.laprensa.com.ar)

1 comentario:

agente t dijo...

Además de para un combate político sucio la estrategia del supuesto genocidio ha servido como condición sine qua non para un desvergonzado saqueo de los recursos públicos por parte de los terroristas supervivientes y de los familiares de los abatidos.