Por Juan Bautista Alberdi
Una de las raíces más profundas de nuestras tiranías modernas de Sud-América, es la noción greco-romana del patriotismo y de la Patria, que debemos a la educación medio clásica que nuestras universidades han copiado a la Francia.
La Patria tal como la entendían los griegos y los romanos, era esencial y radicalmente opuesta a lo que por tal entendemos en nuestros tiempos y sociedades modernas. Era una institución de origen y carácter religioso y santo; equivalente a lo que es hoy la Iglesia, por no decir más santo que ella, pues era la asociación de las almas, de las personas y de los intereses de sus miembros.
Su poder era omnipotente y sin límites respecto de los individuos de que se componía. La Patria así entendida, era y tenía que ser, la negación de la libertad individual, en la que cifran la libertad todas las sociedades modernas que son realmente libres. El hombre individual se debía todo entero a la Patria; le debía su alma, su persona, su voluntad, su fortuna, su vida, su familia, su honor.
Reservar a la Patria alguna de esas cosas, era traicionarla; era como un acto de impiedad. Según estas ideas, el patriotismo era no sólo conciliable, sino idéntico y el mismo que el despotismo absoluto y omnímodo en el orden social.
La gran revolución que trajo el cristianismo en las nociones del hombre, de Dios, de la familia, de la sociedad toda entera, cambió radical y diametralmente las bases del sistema social greco-romano.
Sin embargo, el renacimiento de la civilización antigua de entre las ruinas del Imperio romano y la formación de los Estados modernos, conservaron o revivieron los cimientos de la civilización pasada y muerta, no ya en el interés de los Estados mismos, todavía informes, sino en la majestad de sus gobernantes, en quienes se personificaban la majestad, la omnipotencia y autoridad de la Patria.
De ahí el despotismo de los reyes absolutos que surgieron de la feudalidad de la Europa regenerada por el cristianismo.
Divorciado con la libertad, el patriotismo se unió con la gloria, entendida como los griegos y los romanos la entendieron. Esta es la condición presente de las sociedades de origen greco-romano en ambos mundos. Sus individuos, más bien que libres, son los siervos de la Patria.
La Patria es libre, en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto. La Patria es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el Gobierno les tiene todas sus libertades.
Tal es el régimen social que ha producido la Revolución francesa, y tal la sociedad política que en la América greco-latina de raza han producido el ejemplo y repetición, que dura hasta el presente, de la Revolución francesa.
El Contrato social de Rousseau, convertido en catecismo de nuestra revolución, por su ilustre corifeo el doctor Moreno, ha gobernado a nuestra sociedad, en que el ciudadano ha seguido siendo una pertenencia del Estado o de la Patria, encarnada y personificada en sus gobiernos, como representantes naturales de la Majestad del Estado omnipotente.
Otro fue el destino y la condición de la sociedad que puebla la América del Norte. Esa sociedad, radicalmente diferente de la nuestra, debió al origen trasatlántico de sus habitantes sajones, la dirección y comprensión de su régimen político de gobierno, en que la libertad de la Patria tuvo como límite la libertad sagrada del individuo. Los derechos del hombre equilibraron allí en su valor a los derechos de la Patria y si el Estado fue libre del extranjero, los individuos no lo fueron menos respecto del Estado.
Los pueblos del Norte no han debido su opulencia y grandeza al poder de sus gobiernos, sino al poder de sus individuos. Son el producto del egoísmo más que del patriotismo. Haciendo su propia grandeza particular, cada individuo contribuyó a labrar la de su país.
Este aviso interesa altamente a la salvación de las Repúblicas americanas de origen latino. Sus destinos futuros deberán su salvación al individualismo; o no los verán jamás salvados si esperan que alguien los salve por patriotismo.
El egoísmo bien entendido de los ciudadanos, sólo es un vicio para el egoísmo de los gobiernos, que personifican a los Estados. En realidad, el afán del propio engrandecimiento, es el afán virtuoso de la propia grandeza del individuo, como factor fundamental que es del orden social, de la familia, de la propiedad, del hogar, del poder y bienestar de cada hombre.
Cuando el pueblo de esas sociedades necesita alguna obra o mejoramiento de público interés, sus hombres se miran unos a otros, se buscan, se reúnen, discuten, ponen de acuerdo sus voluntades y obran por sí mismos en la ejecución del trabajo que sus comunes intereses necesitan ver satisfecho.
En los pueblos latinos de origen, los individuos que necesitan un trabajo de mejoramiento general, alzan los ojos al Gobierno, suplican, lo esperan todo de su intervención y se quedan sin agua, sin luz, sin comercio, sin puentes, sin muelles, si el gobierno no se los da todo hecho.
Pero no debemos olvidar que no fue griego ni romano todo el origen de la omnipotencia del Estado y de su gobierno entre nosotros sud-americanos. En todo caso, no sería ese sino el origen mediato, pues el inmediato origen de la omnipotencia en que se ahogan nuestras libertades individuales, fue el organismo que España dio a sus Estados coloniales en el Nuevo Mundo, cuyo organismo no fue diferente en ese punto, del que España se dio a sí misma en el Viejo Mundo.
Así, la raíz y origen de nuestras tiranías modernas en Sud-América no es solamente nuestro origen remoto o greco-romano, sino también nuestro origen inmediato y moderno de carácter español. La España nos dio la complexión que debía ella misma a su pasado de colonia romana que fue, antes de ser provincia romana.
Fue el carácter y distintivo que las sociedades libres y modernas tomaron del espíritu y de la influencia del cristianismo, fuente y origen de la moderna libertad humana, que ha transformado al mundo.
Se puede decir con verdad, que la sociedad de nuestros días debe al individualismo así entendido, los progresos de su civilización. En este sentido, no es temerario establecer que el mundo civilizado y libre, es la obra del egoísmo individual, cristianamente entendido: Ama a Dios sobre todo, enseñó él, y a tu prójimo como a ti mismo, santificando de este modo el amor de sí a la par del amor del hombre.
(Extractos de “Autobiografía” de Juan Bautista Alberdi-El Ateneo-Buenos Aires 1927).
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2 comentarios:
En realidad, esa sumisión greco-romana a la Patria lo era a su clase dirigente, pero no tan personalizada esa subordinación como en la Edad Moderna europea y sus colonias lo estaba a la persona de sus monarcas absolutos.
Respecto de Norteamérica y su raíz protestante cabe decir que el poder estatal se distribuyó entre la clase media, en consonancia con la doctrina religiosa del libre examen, democratizadora de la interpretación del mensaje bíblico y por ende también del poder secular.
Las teorías del poder tienen una conexión religiosa y las religiones suelen tener una componente política.
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