La verdad es la exacta descripción de todo aquello que pueda describirse. Por lo general, en toda descripción realizada surge algún error, si bien la mayoría de las veces resulta ser un error tolerable. Podemos expresar la idea de la siguiente forma:
La descripción - Lo descrito = Error
Cuando el Error es nulo, implica que La descripción es igual a Lo descrito y que hemos llegado a la verdad.
El proceso de adquisición de conocimientos más eficaz es el de “Prueba y error”, que es el empleado en la ciencia experimental. Ello implica que todo experimento, para validar una teoría, es realizado para detectar el error cometido. Si el error es pequeño, dentro del ámbito de la rama científica considerada, puede aceptarse la teoría en cuestión. También se establecen experimentos para indagar acerca de “qué sucede” en ciertas circunstancias para luego establecer teorías o explicaciones al respecto.
Lo opuesto a la verdad es la mentira, es decir, cuando existe un error muy grande, puede provenir de una creencia o indagación por la cual se comete el error en forma involuntaria. Cuando el error es muy grande, y se trata de hacer pasar la descripción por verdadera, en forma voluntaria, se trata de una mentira.
En cuestiones humanas y sociales, alguien puede decir que 2 + 2 = 4, pero otro puede decir que 2 + 2 = 5. La tercera alternativa es la de los espíritus reconciliadores que afirman que 2 + 2 = 4,5. Este sería el caso de aquellos que emiten afirmaciones en las que se mezclan conceptos verdaderos y también falsos, que es la mejor forma posible de engañar a los demás. Es un caso similar al de quien quiere deshacerse de un billete falso y lo entrega en un pago junto a gran cantidad de billetes válidos.
En el caso de la religión advertimos que Cristo afirma: “Yo soy la verdad, el camino y la vida”. Como se trata de una cuestión moral, implica que sus prédicas apuntan a ofrecer el mejor camino a la felicidad (y a la posible vida eterna) luego de hacer una descripción del comportamiento humano con un error pequeño. Es decir, la verdad asociada a tal descripción queda ligada a la validez de sus mandamientos éticos.
Lo esencial del cristianismo es la ética propuesta, por cuanto se trata de una religión moral. Sin embargo, gran parte de los “creyentes” en realidad supone que no es la verdad y la efectividad de tal ética lo más importante, sino que la creencia se asocia a la resurrección, a la revelación y a otros aspectos inaccesibles a toda verificación, incluso inaccesibles a la lógica común. De ahí que poca predisposición a cumplir con los mandamientos se advierte en tal tipo de “creyentes”.
Quienes priorizan la verdad a los misterios, pueden acusar de “paganos” a quienes creen que podrán llegar al cielo sin cumplir con los mandamientos, como el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Quienes priorizan la creencia en los misterios, por lo general acusan de “ateos” a quienes priorizan la moral.
Para enaltecer a Dios y rebajar al ser humano, muchos creyentes sostienen que la ética bíblica sólo pudo surgir de una transmisión o revelación de Dios a sus enviados. Por el contrario, las habilidades de Dios, como Creador, se verán enaltecidas si fue capaz de crear a un ser inteligente que pudo descubrir por sí mismo la ética necesaria para adaptarse al orden natural.
En oposición a la “religión cognitiva” de los creyentes en misterios, surge la “religión moral”, considerada por sectores que dejan un tanto de lado lo sobrenatural. Ya en el siglo XVI comienzan a surgir las “herejías” deístas, es decir, herejías desde el punto de vista de la ortodoxia católica. John H. Randall Jr. escribió: “El nuevo espíritu racionalista apareció por vez primera en el siglo XVI entre los socianos. Estos extremistas seguían a dos humanistas italianos que huyeron a Polonia donde fundaron un grupo denominado Hermanos Polacos, que floreció durante un siglo hasta que el renacimiento católico de 1661 acabó con ellos”.
“Los Socini, tío y sobrino, no se interesaban por la reacción medieval del protestantismo, pero eran humanistas típicos que, como Valla o Erasmo, buscaban una religión ética libre de misterios irracionales. De acuerdo con la típica concepción de los humanistas recalcaban el poder de la naturaleza humana para llevar una vida moral sin ayuda sobrenatural”.
“Por este motivo se sentían naturalmente inclinados a rechazar la mayor parte de la teología erigida sobre el supuesto de que la naturaleza humana era mala y que necesitaba un milagro divino para transformarla, supuesto compartido igualmente por católicos, luteranos y calvinistas. Negaban el pecado original: el hombre no es una criatura caída. Negaban la esclavitud moral del hombre, su incondicional predestinación, su necesidad de una mágica redención o transformación de su naturaleza, y por tanto encontraban inútil la doctrina del sacrificio de Cristo por los pecados de los hombres y, en realidad, toda alusión a la naturaleza divina de Cristo”.
“Este utilitarismo llegó a ser su doctrina más notable, si bien para los socianos, como para los demás unitarios, nunca ha sido la doctrina central sino un corolario que se desprende de su reiterada insistencia en la dignidad de la naturaleza humana. Desaparecía así la necesidad del sistema de los sacramentos eclesiásticos y de la fe protestante” (De “La formación del pensamiento moderno”-Editorial Nova-Buenos Aires 1952).
La solución de los actuales problemas planetarios, como las guerras y el hambre, y toda forma de sufrimiento, seguramente provendrá de una masiva adhesión al mandamiento bíblico del “amor al prójimo”, como una actitud por la cual adoptamos una predisposición firme y consciente a compartir penas y alegrías ajenas como propias. De ahí que la actual forma de promover la ética bíblica es bastante ineficaz. Una aproximación a la “herética” religión natural podría mejorar las cosas. Quienes sostienen que la ortodoxia católica y la protestante no deberían cambiar en lo más mínimo, aceptan tácitamente su oposición a todo cambio, incluso parecen suponer innecesaria la Segunda Venida de Cristo.
La profecía apocalíptica es interpretada por muchos como un posible fin del universo, o un fin de la vida terrestre o algo por el estilo. El Dios Padre y el Dios Amor es interpretado como un Hitler, un Mao o un Stalin que provocará miles de millones de muertes, posiblemente a partir de un cataclismo cósmico. Apenas se han enterado que la Biblia trata de cuestiones éticas y que el fin de los tiempos implica el fin de una era de sufrimientos promovidos por los propios seres humanos, para iniciar una etapa de paz y felicidad, algo completamente distinto a la creencia (y a los deseos) de una catástrofe universal con miles de millones de víctimas. El odio teológico parece no tener límites.
domingo, 18 de mayo de 2025
sábado, 17 de mayo de 2025
El legado social del Papa Francisco
Por Alberto Benegas Lynch (h)
A pesar de la condena histórica al marxismo en el ámbito teológico, el pensamiento socialista sigue permeando las declaraciones de algunos miembros de la Iglesia Católica.
La muerte de una persona bondadosa y bienintencionada siempre llama a la inclinación y a devotas oraciones. Claro que las intenciones no bastan, lo relevante son los resultados de las propuestas que en este caso nos circunscribimos a la materia social. Como han señalado una y otra vez los premios Nobel en economía Friedrich Hayek, Ronald Coase, James M. Buchanan, Edmund Phelps, Gary Becker, Milton Friedman y George Stigler, el bienestar social se logra sólo en una sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana), lo cual implica mercados libres y la institución fundamental de la propiedad privada. Esto ha sido refrendado por la realidad de los hechos cuando se observan políticas comparadas. También estos pilares fueron subrayados con énfasis por Pontífices, especialmente León XIII, Pio XI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Como es de público conocimiento, el Papa Francisco ha formulado repetidas declaraciones y escritos en Italia, Chile, Perú, Cuba, Estados Unidos y Brasil que van a contracorriente de las opiniones de los antes mencionados personajes. En esta nota periodística resumimos sus ideas con dos ejemplos clave. En una entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica publicada el 11 de noviembre de 2016 le preguntaron al papa Francisco qué opinaba cuando en muchas ocasiones se le acusa de comunista o marxista. A lo que respondió: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”.
En su mensaje a la Organización Internacional del Trabajo desde el Vaticano el 17 de junio de 2021, el Papa Francisco afirmó: “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes”. A nadie se le escapa que con este peculiar silogismo la propiedad privada queda sin efecto e irrumpe lo que en ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie, lo cual perjudica muy especialmente a los más vulnerables debido a la extensión de la pobreza que significa el derroche de los siempre escasos recursos.
En este cuadro de situación es imprescindible tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que puntualizó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.
León XIII en Rerum Novarum afirma: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”.
Por su parte, Pio XI ha señalado en Quadragesimo Anno que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”, Juan Pablo II ha precisado bien el significado bienhechor del capitalismo especialmente en la sección 42 de Centesimus Annus y Joseph Ratzinger/Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (tres tomos) critica “el experimento marxista”, señala que “el mensaje de Jesús es estrictamente individualista” y marca los problemas graves del abuso del poder político que “ha convertido al Tercer Mundo en Tercer Mundo” que “creyó transformar piedras en pan, pero ha dado piedras en lugar de pan”.
La Enciclopedia de la Biblia –bajo la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho con la supervisión del Arzobispo de Barcelona– aclara que “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “la clara fórmula de Mateo –bienaventurados los pobres de espíritu– da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo VI, págs. 240/241).
Y el sacerdote polaco Miguel Poradowski –doctor en teología, doctor en derecho y doctor en sociología– en uno de sus libros titulado El marxismo en la teología escribe que “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan algún sacerdote que predica en el templo, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido. Desgraciadamente no es así. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”. En este sentido, no sólo preocupan las declaraciones reproducidas arriba del Papa Francisco que reflejan su pensamiento sino que al margen debe consignarse que su primera concelebración en San Pedro fue con el Padre Gustavo Gutiérrez, el creador de la línea marxista llamada “teología de la liberación” con las consecuentes y reiteradas declaraciones y escritos de sacerdotes que comparten esa visión degradada de la Biblia.
Por otra parte y en un plano distinto, es pertinente recordar lo manifestado por el dignatario de la Iglesia católica y teólogo Hans Urs von Balthasar nominado Cardenal por Juan Pablo II que por aquello de “mi reino no es de esta mundo” propone modificar el Estado Vaticano –consolidado por Mussolini vía el Tratado de Letrán, en 1929– por una figura del derecho internacional que proteja la cabeza de la Iglesia alejado de avatares partidarios (para no decir nada del Banco del Vaticano).
Pero lo más importante en esta instancia es celebrar junto a nuestra grey católica y a todo el mundo libre, independientemente del credo al que se adhiera, la designación como nuevo Papa a Robert Prevost que asume como León XIV y con el debido respeto rezo fervientemente para que este Pontífice muestre la miseria moral y material que tiene lugar cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno se apartan de los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos… para bien de todos pero muy especialmente de los más vulnerables.
(De www.elcato.org)
A pesar de la condena histórica al marxismo en el ámbito teológico, el pensamiento socialista sigue permeando las declaraciones de algunos miembros de la Iglesia Católica.
La muerte de una persona bondadosa y bienintencionada siempre llama a la inclinación y a devotas oraciones. Claro que las intenciones no bastan, lo relevante son los resultados de las propuestas que en este caso nos circunscribimos a la materia social. Como han señalado una y otra vez los premios Nobel en economía Friedrich Hayek, Ronald Coase, James M. Buchanan, Edmund Phelps, Gary Becker, Milton Friedman y George Stigler, el bienestar social se logra sólo en una sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana), lo cual implica mercados libres y la institución fundamental de la propiedad privada. Esto ha sido refrendado por la realidad de los hechos cuando se observan políticas comparadas. También estos pilares fueron subrayados con énfasis por Pontífices, especialmente León XIII, Pio XI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Como es de público conocimiento, el Papa Francisco ha formulado repetidas declaraciones y escritos en Italia, Chile, Perú, Cuba, Estados Unidos y Brasil que van a contracorriente de las opiniones de los antes mencionados personajes. En esta nota periodística resumimos sus ideas con dos ejemplos clave. En una entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica publicada el 11 de noviembre de 2016 le preguntaron al papa Francisco qué opinaba cuando en muchas ocasiones se le acusa de comunista o marxista. A lo que respondió: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”.
En su mensaje a la Organización Internacional del Trabajo desde el Vaticano el 17 de junio de 2021, el Papa Francisco afirmó: “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes”. A nadie se le escapa que con este peculiar silogismo la propiedad privada queda sin efecto e irrumpe lo que en ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie, lo cual perjudica muy especialmente a los más vulnerables debido a la extensión de la pobreza que significa el derroche de los siempre escasos recursos.
En este cuadro de situación es imprescindible tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que puntualizó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.
León XIII en Rerum Novarum afirma: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”.
Por su parte, Pio XI ha señalado en Quadragesimo Anno que “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”, Juan Pablo II ha precisado bien el significado bienhechor del capitalismo especialmente en la sección 42 de Centesimus Annus y Joseph Ratzinger/Benedicto XVI en Jesús de Nazaret (tres tomos) critica “el experimento marxista”, señala que “el mensaje de Jesús es estrictamente individualista” y marca los problemas graves del abuso del poder político que “ha convertido al Tercer Mundo en Tercer Mundo” que “creyó transformar piedras en pan, pero ha dado piedras en lugar de pan”.
La Enciclopedia de la Biblia –bajo la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho con la supervisión del Arzobispo de Barcelona– aclara que “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “la clara fórmula de Mateo –bienaventurados los pobres de espíritu– da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo VI, págs. 240/241).
Y el sacerdote polaco Miguel Poradowski –doctor en teología, doctor en derecho y doctor en sociología– en uno de sus libros titulado El marxismo en la teología escribe que “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan algún sacerdote que predica en el templo, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido. Desgraciadamente no es así. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”. En este sentido, no sólo preocupan las declaraciones reproducidas arriba del Papa Francisco que reflejan su pensamiento sino que al margen debe consignarse que su primera concelebración en San Pedro fue con el Padre Gustavo Gutiérrez, el creador de la línea marxista llamada “teología de la liberación” con las consecuentes y reiteradas declaraciones y escritos de sacerdotes que comparten esa visión degradada de la Biblia.
Por otra parte y en un plano distinto, es pertinente recordar lo manifestado por el dignatario de la Iglesia católica y teólogo Hans Urs von Balthasar nominado Cardenal por Juan Pablo II que por aquello de “mi reino no es de esta mundo” propone modificar el Estado Vaticano –consolidado por Mussolini vía el Tratado de Letrán, en 1929– por una figura del derecho internacional que proteja la cabeza de la Iglesia alejado de avatares partidarios (para no decir nada del Banco del Vaticano).
Pero lo más importante en esta instancia es celebrar junto a nuestra grey católica y a todo el mundo libre, independientemente del credo al que se adhiera, la designación como nuevo Papa a Robert Prevost que asume como León XIV y con el debido respeto rezo fervientemente para que este Pontífice muestre la miseria moral y material que tiene lugar cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno se apartan de los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos… para bien de todos pero muy especialmente de los más vulnerables.
(De www.elcato.org)
viernes, 16 de mayo de 2025
El descanso del guerrero
La vida inteligente resulta ser el objetivo o finalidad implícita del orden natural, ya que dicha vida actúa como la autoconsciencia del universo. De ahí que la vida humana sea lo más valioso de todo lo existente. Quienes destruyen la vida humana, desde este punto de vista, son los que menos valen, por el hecho de ser los más destructivos. Este es el caso de los asesinos comunes y principalmente de los ideólogos que promueven asesinatos masivos, como es el caso de los promotores de los diversos totalitarismos.
En los años 70, en Uruguay, actúa el grupo terrorista Tupamaros, cuyos actos delictivos se sintetizan en 76 asesinatos, 102 robos, 43 atentados y 20 secuestros extorsivos. Entre los principales integrantes de ese grupo estaba José 'Pepe' Mujica, quien posteriormente llega a la presidencia del Uruguay mediante elecciones democráticas.
Si bien se advierte una mejora notable al abandonar su vida de delincuente, estableciendo una aceptable presidencia, por lo que puede considerarse como un “socialista no destructivo” para diferenciarlo de los “socialistas destructivos” al mando de otros países de la región.
Su reciente fallecimiento (Mayo del 2025) ha despertado importantes elogios de muchos sectores y también varios calificativos negativos atribuidos principalmente por su pasado delictivo. En algunas notas periodísticas se menciona que “fue secuestrado por el gobierno militar” sin siquiera mencionar que fue a la cárcel por asesinar, robar y por las demás actividades del grupo Tupamaros.
Esta omisión puede deberse a la intención de exaltar su figura, como una especie de héroe socialista, o bien puede deberse a la frecuente desvaloración extrema de la vida humana, principalmente de la gente común. De la misma forma en que los socialistas intentan establecer una sociedad humana a imagen y semejanza de un hormiguero o una colmena, las vidas no socialistas son valoradas casi como las de un insecto y poco cuentan ante su eliminación como opositores al establecimiento del socialismo.
Las personas que se van acercando a la vejez, por lo general hacen un repaso mental de sus aciertos pasados como también de sus errores, adoptando una postura más bien humilde ante posibles elogios recibidos, ya que interiormente saben que tales elogios pueden no ser tan merecidos como se supone. De ahí que llama la atención de que nunca se ha escuchado decir al propio Mujica, que lleva en su conciencia el dolor de haber cometido uno o varios asesinatos, cierto arrepentimiento y pena permanente. Ello puede deberse posiblemente por valorar pobremente las vidas humanas como la mayoría de los socialistas lo hacen.
Aquellas expresiones de que Mujica “amaba a su pueblo” contrasta bastante con el desprecio por la vida humana que mostró durante su etapa criminal. En caso de poseer una normal conciencia moral, resulta ser un personaje digno de cierta lástima ante el peso de sus graves acciones. En caso de ser alguien que careció de empatía emocional, materializando el ideal del Che Guevara que apuntaba a que el guerrillero socialista debía ser “una fría máquina de matar”, se advierte que sólo se trataba de un auténtico marxista-leninista, si bien pudo advertirse una evidente y meritoria mejoría moral.
En los años 70, en Uruguay, actúa el grupo terrorista Tupamaros, cuyos actos delictivos se sintetizan en 76 asesinatos, 102 robos, 43 atentados y 20 secuestros extorsivos. Entre los principales integrantes de ese grupo estaba José 'Pepe' Mujica, quien posteriormente llega a la presidencia del Uruguay mediante elecciones democráticas.
Si bien se advierte una mejora notable al abandonar su vida de delincuente, estableciendo una aceptable presidencia, por lo que puede considerarse como un “socialista no destructivo” para diferenciarlo de los “socialistas destructivos” al mando de otros países de la región.
Su reciente fallecimiento (Mayo del 2025) ha despertado importantes elogios de muchos sectores y también varios calificativos negativos atribuidos principalmente por su pasado delictivo. En algunas notas periodísticas se menciona que “fue secuestrado por el gobierno militar” sin siquiera mencionar que fue a la cárcel por asesinar, robar y por las demás actividades del grupo Tupamaros.
Esta omisión puede deberse a la intención de exaltar su figura, como una especie de héroe socialista, o bien puede deberse a la frecuente desvaloración extrema de la vida humana, principalmente de la gente común. De la misma forma en que los socialistas intentan establecer una sociedad humana a imagen y semejanza de un hormiguero o una colmena, las vidas no socialistas son valoradas casi como las de un insecto y poco cuentan ante su eliminación como opositores al establecimiento del socialismo.
Las personas que se van acercando a la vejez, por lo general hacen un repaso mental de sus aciertos pasados como también de sus errores, adoptando una postura más bien humilde ante posibles elogios recibidos, ya que interiormente saben que tales elogios pueden no ser tan merecidos como se supone. De ahí que llama la atención de que nunca se ha escuchado decir al propio Mujica, que lleva en su conciencia el dolor de haber cometido uno o varios asesinatos, cierto arrepentimiento y pena permanente. Ello puede deberse posiblemente por valorar pobremente las vidas humanas como la mayoría de los socialistas lo hacen.
Aquellas expresiones de que Mujica “amaba a su pueblo” contrasta bastante con el desprecio por la vida humana que mostró durante su etapa criminal. En caso de poseer una normal conciencia moral, resulta ser un personaje digno de cierta lástima ante el peso de sus graves acciones. En caso de ser alguien que careció de empatía emocional, materializando el ideal del Che Guevara que apuntaba a que el guerrillero socialista debía ser “una fría máquina de matar”, se advierte que sólo se trataba de un auténtico marxista-leninista, si bien pudo advertirse una evidente y meritoria mejoría moral.
¿Es posible el diálogo interreligioso?
Si bien es posible que se junten varios líderes religiosos a dialogar, es difícil que logren acuerdos. Ello se debe a que incluso no pueden ponerse de acuerdo los distintos sectores de una misma religión. Además, como se trata de un ámbito regido por creencias antes que por evidencias, sólo serán posibles los acuerdos surgidos de renuncias ideológicas de algunos líderes, algo que por el momento parece imposible.
El principal problema a solucionar implica poner en evidencia el peligro real que presenta el Islam, que promueve una violencia extrema contra los adeptos de otras religiones mientras intenta establecer un totalitarismo teocrático en todo lugar en donde sus seguidores constituyan una mayoría. Y todo ello está escrito en el Corán, inspirado en Dios o incluso "dictado" por Dios al profeta, según las diversas creencias. Oriana Fallaci escribió, dirigiéndose principalmente a los colaboracionistas cómplices con el Islam: "Pese a las guerras, las masacres y los homicidios de todo tipo ungen con el calificativo de santo, a un camellero bárbaro y asesino que sólo quería la destrucción de todos aquellos que no aceptaban ser sometidos por su soldadesca. El autor de un libro que parece escrito por Satanás y que ustedes osan tratar con el mismo respeto con que se trata a los Diez Mandamientos y los Evangelios".
"Me cuesta creer que una Iglesia que en nombre de la Vida lucha contra la masacre de embriones y el aborto ponga en el mismo plano a los Evangelios y el Corán, es decir, un libro, un Mein Kampf, que prohíbe pensar distinto del camellero".
"¿Realmente tenemos que volver al Coliseo y dejarnos comer por los leones para sobrevivir, o al menos ir al Paraíso? Me parece una decisión, además de insensata, ilógica, absolutamente idiota. La única explicación es que haya, detrás de tal decisión, una estrategia política que me resulte inasible. Pero en tal caso la estrategia sería bastante cínica, ya que (por ahora) requiere el martirio de los curas asesinados en la iglesia y de las mujeres cristiano-maronitas; los incendios hoy en las embajadas, mañana de las iglesias y pasado mañana de nuestras casas. Precios frente a los cuales el pueblo terminaría, o mejor dicho, terminará por rebelarse. Empezando por el pueblo de los fieles" (De "La vida es una batalla de cada día"-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2018).
La citada autora, consciente del peligro que afronta la civilización ocidental ante el embate islámico, ataque apoyado por la izquierda política y promovido irresponsablemente por los colaboracionistas de sectores la Iglesia, hace un llamado para evitar la destrucción cultural del sector occidental y, posteriormente, de todo el planeta:
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para admitir lo que saben perfectamente bien, pero no quieren reconocer, por miedo, hipocresía o conveniencia? Es decir, que estamos en guerra: una guerra que ellos declararon. No nosotros. Que se da de todas las formas posibles, es decir, con sangre, asesinatos, incendios de embajadas (¿para cuándo los de iglesias?) y con amenazas, palabras y persecusiones como las que sufro yo, por ejemplo, con decapitaciones reales o simuladas. ¿Qué más quieren? ¿Qué otra cosa necesitan para despertar y comprender que es preciso defenderse?".
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para comprender que nuestra libertad está en peligro, que está en peligro nuestra civilización, que la democracia está inerme, es débil, es suicida? ¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para salir de la inercia, o mejor dicho de la servidumbre en la que se han atrincherado para proteger a sus propios atacantes, a sus propios invasores, a sus propios enemigos?".
El principal problema a solucionar implica poner en evidencia el peligro real que presenta el Islam, que promueve una violencia extrema contra los adeptos de otras religiones mientras intenta establecer un totalitarismo teocrático en todo lugar en donde sus seguidores constituyan una mayoría. Y todo ello está escrito en el Corán, inspirado en Dios o incluso "dictado" por Dios al profeta, según las diversas creencias. Oriana Fallaci escribió, dirigiéndose principalmente a los colaboracionistas cómplices con el Islam: "Pese a las guerras, las masacres y los homicidios de todo tipo ungen con el calificativo de santo, a un camellero bárbaro y asesino que sólo quería la destrucción de todos aquellos que no aceptaban ser sometidos por su soldadesca. El autor de un libro que parece escrito por Satanás y que ustedes osan tratar con el mismo respeto con que se trata a los Diez Mandamientos y los Evangelios".
"Me cuesta creer que una Iglesia que en nombre de la Vida lucha contra la masacre de embriones y el aborto ponga en el mismo plano a los Evangelios y el Corán, es decir, un libro, un Mein Kampf, que prohíbe pensar distinto del camellero".
"¿Realmente tenemos que volver al Coliseo y dejarnos comer por los leones para sobrevivir, o al menos ir al Paraíso? Me parece una decisión, además de insensata, ilógica, absolutamente idiota. La única explicación es que haya, detrás de tal decisión, una estrategia política que me resulte inasible. Pero en tal caso la estrategia sería bastante cínica, ya que (por ahora) requiere el martirio de los curas asesinados en la iglesia y de las mujeres cristiano-maronitas; los incendios hoy en las embajadas, mañana de las iglesias y pasado mañana de nuestras casas. Precios frente a los cuales el pueblo terminaría, o mejor dicho, terminará por rebelarse. Empezando por el pueblo de los fieles" (De "La vida es una batalla de cada día"-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2018).
La citada autora, consciente del peligro que afronta la civilización ocidental ante el embate islámico, ataque apoyado por la izquierda política y promovido irresponsablemente por los colaboracionistas de sectores la Iglesia, hace un llamado para evitar la destrucción cultural del sector occidental y, posteriormente, de todo el planeta:
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para admitir lo que saben perfectamente bien, pero no quieren reconocer, por miedo, hipocresía o conveniencia? Es decir, que estamos en guerra: una guerra que ellos declararon. No nosotros. Que se da de todas las formas posibles, es decir, con sangre, asesinatos, incendios de embajadas (¿para cuándo los de iglesias?) y con amenazas, palabras y persecusiones como las que sufro yo, por ejemplo, con decapitaciones reales o simuladas. ¿Qué más quieren? ¿Qué otra cosa necesitan para despertar y comprender que es preciso defenderse?".
"¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para comprender que nuestra libertad está en peligro, que está en peligro nuestra civilización, que la democracia está inerme, es débil, es suicida? ¿Qué más quieren? ¿Qué más necesitan para salir de la inercia, o mejor dicho de la servidumbre en la que se han atrincherado para proteger a sus propios atacantes, a sus propios invasores, a sus propios enemigos?".
miércoles, 14 de mayo de 2025
Similitudes totalitarias
La gente generalmente se escandaliza, con justa razón, cuando en política aparece un partido neonazi. Pero no ocurre lo mismo cuando se trata de un partido socialista, siendo que históricamente han sido igualmente peligrosos para el ciudadano común. Desde un principio se advierte el engaño al denominarse “partidos”, lo que da idea de que son partes o sectores de la sociedad en igualdad de derechos con otros partidos. Sin embargo, tanto el nazismo como el socialismo real tienden a prohibir a toda oposición, o a eliminarla, incluidos otros partidos políticos, si las circunstancias lo permiten.
Mientras que los nazis proclaman públicamente sus perversas intenciones, los socialistas las disfrazan revistiéndolas con nobles adjetivos, por lo que la peligrosidad sería mayor en este caso. Leemos en Wikipedia: “En su libro Le Malheur du siėcle, Alain Besançon afirmó que el comunismo es más perverso que el nazismo porque utiliza el espíritu universal de justicia y bondad para difundir el mal. Cada experiencia comunista empieza desde la inocencia para llevar hasta el crimen en nombre del bien”.
En cuanto a los “padres fundadores” del socialismo marxista, puede advertirse cierto racismo, que, sumado a la discriminación de clase social, conforman una tendencia a sembrar y a expandir ideológicamente la violencia destructiva en toda la sociedad. Jean-Françoise Revel escribió: “Escribe Watson que «el genocidio es una teoría propia del socialismo». Engels pedía en 1849 el exterminio de los húngaros que se habían levantado contra Austria. Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, la Neue Rheinische Zeitung, un sonado artículo cuya lectura recomendaba Stalin en 1924 en sus Fundamentos del leninismo”.
“Engels aconseja en dicho artículo que, además de a los húngaros, se hiciera desaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos, a los vascos, bretones y escoceses. En Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicado en 1852 en la misma revista, el mismo Marx se pregunta cómo desembarazarse de «esos pueblos moribundos, los bohemios, carintios, dálmatas, etcétera»”.
“La raza cuenta mucho para Marx y Engels. Éste escribe en 1894 a una de las personas con las que mantenía correspondencia, W. Borgius: «Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es en sí un dato económico…». En este principio se basaba Engels, siempre en la Neue Rheinische Zeitung (15 de febrero de 1849), para negar a los eslavos toda capacidad de acceder a la civilización. «Aparte de los polacos», escribe, «los rusos y, quizá, los eslavos de Turquía, ninguna nación eslava tiene porvenir pues a los demás eslavos les faltan las bases históricas, geográficas, políticas e industriales necesarias para la independencia» y para la capacidad de existir”.
“Es cierto que Engels atribuye parte de la «inferioridad» eslava a circunstancias históricas, pero considera que el factor racial imposibilita la mejora de esas circunstancias. ¡Imaginemos la indignación que provocaría un «pensador» al que se le ocurriera formular el mismo diagnóstico sobre los africanos!”.
“Según los fundadores del socialismo, la superioridad racial de los blancos es una verdad «científica». En las notas preparatorias del Anti-Dühring, evangelio de la filosofía marxista de la ciencia, Engels escribe: «Si, por ejemplo, los axiomas matemáticos son en nuestros países perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin ninguna necesidad de recurrir a la experimentación, es como consecuencia de la 'herencia acumulada'. Por el contrario, sería muy difícil enseñárselos a un bosquimano o a un negro de Australia»”.
“Ya en el siglo XX, algunos intelectuales socialistas, grandes admiradores de la Unión Soviética, como H.G. Wells y Bernard Shaw, reivindican para el socialismo el derecho de liquidar física y masivamente a las clases sociales que obstaculizan o retrasan la revolución. En 1933, en el periódico The Listener, Bernard Shaw, dando muestras de gran capacidad de anticipación, llega a urgir a los químicos para que «descubran un gas humanitario que cause una muerte instantánea e indolora, en suma, un gas refinado –evidentemente mortal- pero humano, desprovisto de crueldad», destinado a acelerar la depuración de los enemigos del socialismo”.
“Recordemos que durante su juicio en Jerusalén en 1962, el verdugo nazi Adolf Eichmann invocó como defensa el carácter «humanitario» del zyclon B con el que se gaseó a los judíos durante la Shoah. El nazismo y el comunismo tienen como objetivo común la metamorfosis, la redención «total» de la sociedad, es decir, de la humanidad. Por ello, se sienten con derecho a aniquilar a todos los grupos raciales o sociales que se considera que obstaculizan, aunque sea involuntaria e inconscientemente -«objetivamente» en la jerga marxista-, la sagrada empresa de la salvación colectiva” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).
Mientras que los nazis proclaman públicamente sus perversas intenciones, los socialistas las disfrazan revistiéndolas con nobles adjetivos, por lo que la peligrosidad sería mayor en este caso. Leemos en Wikipedia: “En su libro Le Malheur du siėcle, Alain Besançon afirmó que el comunismo es más perverso que el nazismo porque utiliza el espíritu universal de justicia y bondad para difundir el mal. Cada experiencia comunista empieza desde la inocencia para llevar hasta el crimen en nombre del bien”.
En cuanto a los “padres fundadores” del socialismo marxista, puede advertirse cierto racismo, que, sumado a la discriminación de clase social, conforman una tendencia a sembrar y a expandir ideológicamente la violencia destructiva en toda la sociedad. Jean-Françoise Revel escribió: “Escribe Watson que «el genocidio es una teoría propia del socialismo». Engels pedía en 1849 el exterminio de los húngaros que se habían levantado contra Austria. Da a la revista dirigida por su amigo Karl Marx, la Neue Rheinische Zeitung, un sonado artículo cuya lectura recomendaba Stalin en 1924 en sus Fundamentos del leninismo”.
“Engels aconseja en dicho artículo que, además de a los húngaros, se hiciera desaparecer a los serbios y otros pueblos eslavos, a los vascos, bretones y escoceses. En Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicado en 1852 en la misma revista, el mismo Marx se pregunta cómo desembarazarse de «esos pueblos moribundos, los bohemios, carintios, dálmatas, etcétera»”.
“La raza cuenta mucho para Marx y Engels. Éste escribe en 1894 a una de las personas con las que mantenía correspondencia, W. Borgius: «Para nosotros, las condiciones económicas determinan todos los fenómenos históricos, pero la raza es en sí un dato económico…». En este principio se basaba Engels, siempre en la Neue Rheinische Zeitung (15 de febrero de 1849), para negar a los eslavos toda capacidad de acceder a la civilización. «Aparte de los polacos», escribe, «los rusos y, quizá, los eslavos de Turquía, ninguna nación eslava tiene porvenir pues a los demás eslavos les faltan las bases históricas, geográficas, políticas e industriales necesarias para la independencia» y para la capacidad de existir”.
“Es cierto que Engels atribuye parte de la «inferioridad» eslava a circunstancias históricas, pero considera que el factor racial imposibilita la mejora de esas circunstancias. ¡Imaginemos la indignación que provocaría un «pensador» al que se le ocurriera formular el mismo diagnóstico sobre los africanos!”.
“Según los fundadores del socialismo, la superioridad racial de los blancos es una verdad «científica». En las notas preparatorias del Anti-Dühring, evangelio de la filosofía marxista de la ciencia, Engels escribe: «Si, por ejemplo, los axiomas matemáticos son en nuestros países perfectamente evidentes para un niño de ocho años, sin ninguna necesidad de recurrir a la experimentación, es como consecuencia de la 'herencia acumulada'. Por el contrario, sería muy difícil enseñárselos a un bosquimano o a un negro de Australia»”.
“Ya en el siglo XX, algunos intelectuales socialistas, grandes admiradores de la Unión Soviética, como H.G. Wells y Bernard Shaw, reivindican para el socialismo el derecho de liquidar física y masivamente a las clases sociales que obstaculizan o retrasan la revolución. En 1933, en el periódico The Listener, Bernard Shaw, dando muestras de gran capacidad de anticipación, llega a urgir a los químicos para que «descubran un gas humanitario que cause una muerte instantánea e indolora, en suma, un gas refinado –evidentemente mortal- pero humano, desprovisto de crueldad», destinado a acelerar la depuración de los enemigos del socialismo”.
“Recordemos que durante su juicio en Jerusalén en 1962, el verdugo nazi Adolf Eichmann invocó como defensa el carácter «humanitario» del zyclon B con el que se gaseó a los judíos durante la Shoah. El nazismo y el comunismo tienen como objetivo común la metamorfosis, la redención «total» de la sociedad, es decir, de la humanidad. Por ello, se sienten con derecho a aniquilar a todos los grupos raciales o sociales que se considera que obstaculizan, aunque sea involuntaria e inconscientemente -«objetivamente» en la jerga marxista-, la sagrada empresa de la salvación colectiva” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).
lunes, 12 de mayo de 2025
Posible cisma de la Iglesia Católica
Dentro de la Iglesia se hace evidente una división entre conservadores y progresistas, según afirman algunos observadores. Los conservadores son aquellos que sugieren que el pueblo debe adaptarse a las directivas y decisiones de la Iglesia y se oponen a los cambios que proponen los progresistas, quienes sugieren que es la Iglesia la que debe adaptarse al pueblo. Estos últimos también proponen la promoción de Papas que sean esencialmente carismáticos, de manera de tener la capacidad de atraer a grandes sectores de la población.
Cuando la Iglesia propone cierta flexibilidad respecto de sus prohibiciones tradicionales, existe cierta predisposición a extralimitarse respecto de las mismas, por lo que la Iglesia siempre ha sido una especie de guardián del orden social, con fallas y limitaciones evidentes. Si la Iglesia pretende ser “popular”, en un sentido próximo al de la política, resultaría ser un paso adelante hacia el libertinaje y el caos social. Se acercaría al lema destructivo del “todo vale” en materia moral y cultural.
En realidad, corresponde que tanto Iglesia como pueblo se adapten a las leyes naturales que conforman el orden natural, de manera de aceptar primeramente los mandamientos bíblicos para, luego, ponerlos en práctica. No debemos olvidar que el cristianismo es una religión moral que tiene como objetivo promover el masivo cumplimiento de los mandamientos bíblicos.
Algunos autores comentan que la Iglesia se ha transformado en una ONG (Organización no gubernamental) promoviendo el cuidado del medio ambiente, la aceptación de inmigrantes, la defensa y cuidado de los pobres, etc. Debe tenerse presente que si se logra que pueblos y gobernantes tengan la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, ocupándose con interés por la seguridad y bienestar de todo habitante del planeta, el cuidado del medio ambiente, la buena intención de recibir inmigrantes y el cuidado de los pobres se dará por añadidura, o como una consecuencia posterior. Pero, si la Iglesia se comporta como una gran ONG, estará descuidando su misión principal, sin lograr ningún resultado positivo.
La tarea de la Iglesia debería limitarse a promover el cumplimiento de los mandamientos bíblicos junto con una visión del mundo por la cual se admite la existencia de un evidente orden natural al que nos debemos adaptar. Dicho orden es la obra de un Creador, o bien dicho orden ocupa el lugar de un Dios con atributos humanos, siendo cualquiera de las dos alternativas, favorables al cumplimiento de los mandamientos, ya que tal cumplimiento responde al sentido de la vida objetivo impuesto a cada ser humano por dicho orden.
Se adjunta un artículo respecto de la situación actual de la Iglesia Católica:
DOS VISIONES DIVERGENTES Y LA VERDAD CONFUNDIDA CON EL ERROR
El grave presente de una Iglesia dividida
Por Agustín De Beitia
El deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, viene de lejos y derivó en un cisma latente.
La casi unánime aclamación que acompañó desde el principio al papa Francisco y se prolongó hasta estos días, sólo matizada durante las recientes reuniones de cardenales, no alcanza a ocultar la nota más llamativa del tumultuoso pontificado que acaba de cerrarse: esa nota insoslayable es que el aprecio por Bergoglio siempre se manifestó más entre ateos y católicos liberales que entre aquellos que quieren mantenerse fieles a la tradición, a quienes el papa argentino denigró y persiguió. Un elocuente síntoma de un pontificado anómalo, radicalizado y perjudicial. Pero la exaltación de estos últimos días, como es evidente, perseguía un objetivo concreto: fijar un canon interpretativo sobre Bergoglio, aquel del “papa de los pobres” o “de la misericordia”, que sale a buscar a la oveja perdida. Una narrativa llamada a condicionar a todo crítico, y condicionar, especialmente, a su sucesor, para que no revierta sino, a lo sumo, modere la velocidad, en el rumbo que sigue la Iglesia. Rumbo que, salvo para los ya convencidos, es el de una Iglesia claudicante, dispuesta a renunciar a su misión con tal de congraciarse con el mundo, y que no empezó ciertamente con Francisco. Hasta dónde llegará ese condicionamiento sobre el nuevo papa está por verse.
Hay poderosos intereses en juego para que ese rumbo se consolide, y no puede descartarse que también sean políticos y financieros. El ahora excomulgado arzobispo italiano Carlo María Viganò habló en una reciente entrevista de un “complot globalista contra la Iglesia”. Y lo cierto es que la extraña abdicación de Benedicto XVI y la impúdica forma en que, de un día para el otro, organismos externos pasaron a auditar las finanzas y la administración del Vaticano le dan la razón.
Aun si Viganò va lejos con su razonamiento, al sugerir que la renuncia del papa alemán puede no haber sido libre -y por lo tanto nula la elección de Bergoglio-, no pueden soslayarse sus denuncias sobre la injerencia externa que sufre la Iglesia. Como tampoco puede soslayarse que el lobby subversivo mundial que busca allanar el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial no sólo quiere gobiernos totalmente controlados sino también una nueva Religión de la Humanidad. Religión que Francisco favoreció visiblemente, sino en la intención, al menos en los hechos.
Pero, al margen de cualquier factor externo, habrá que admitir que el primer condicionamiento que tiene hoy la Iglesia para cumplir su misión es interno. Una parte de la jerarquía eclesiástica está obsesionada con reformar la Iglesia para “aggionarla”, y otra buena parte acompaña esos “progresos” desde hace años con cara de “aquí no pasa nada”.
CISMA
Conviene, pues, detenerse en el brutal contraste que pudo verse en estos días entre el arrobamiento más o menos sincero con Francisco y la indignación que manifestaron unos pocos por la forma en que se socavaron en estos años nociones esenciales de la fe. Una indignación que sólo empezó a abrirse paso con más fuerza en los días previos al cónclave.
Ese contraste -que ahora está a la vista y que a muchos los toma por sorpresa-, es el reflejo de dos miradas que conviven en la Iglesia, a las que separa un abismo de incomprensión. Son como dos Iglesias, si se permite el sentido figurado, que conviven en una misma estructura. Y esto dice mucho sobre el presente y sobre el futuro más inmediato de la institución, dañada en una profundidad y un alcance que no quiere reconocerse.
Hay, podría decirse, un cisma de hecho, si bien no declarado formalmente. Este cisma es entre quienes se preocupan por la fidelidad a la Revelación y el Magisterio de siempre, y quienes pretenden reformar la Iglesia para que sea “más humana”, “más fraterna”, “más inclusiva”, y así “abrazar” a más cantidad de personas.
Es un cisma entre quienes aún reconocen que el drama de todo ser humano es “rendir el hombre que son al hombre que deben ser”, como decía Juan Pablo II, y quienes creen que es la Iglesia la que debe rendirse al hombre moderno y su forma de vida actual, sin aclarar cuál será el destino del alma inmortal.
Esta división se explica porque el espíritu del mundo irrumpió dentro de la Iglesia desde hace largo tiempo. Y el deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, también. Para encontrar la fuente de ese deseo se puede remontar hasta el Concilio Vaticano II, o al “espíritu” del Concilio que terminó imponiéndose, pero habría que ir aún más lejos. De hecho, la llamada “nueva teología” viene de antes, y las admoniciones de la Iglesia contra el modernismo, también.
Lo novedoso de la situación actual es que se está borrando la conciencia de que hay una verdad y un error, y así todo queda resumido a una cuestión de opiniones o preferencias.
El abad Claude Barthe, liturgista, ensayista y punzante observador de la realidad eclesial, acaba de admitirlo en un artículo para el blog Rorate Caeli. Barthe reconoce que la unidad de la Iglesia se ha perdido y que, si no pudieron reconstruirla ni los pontífices de la “restauración”, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ni el papa del “progreso” que fue Francisco, tampoco lo logrará ningún papa que se proponga una versión más moderada del progreso. Y señala, con gran perspicacia, que el problema subyacente es “magisterial”: se relaciona con la falta de ejercicio del magisterio, con la ausencia de toda condena a la herejía.
El resultado de esa ausencia es este cisma latente que se ve hoy, donde los fieles ya no saben dónde está la frontera entre la fe y el error. “Hoy la autoridad se abstiene de desempeñar el papel de instrumento de unidad en el sentido clásico, que es la unidad en la fe, y se presenta en cambio como gestora de cierto consenso en la diversidad”, afirma con notable penetración.
“En el último medio siglo, salvo en casos excepcionales o marginales, las jerarquías episcopales o romanas no han pronunciado ninguna sentencia de exclusión de la Iglesia por herejía”, apunta.
DESASTROSO
“Los fieles, sacerdotes, cardenales e incluso un papa, pueden hacer afirmaciones divergentes sobre cuestiones de fe o moral que antes se consideraban fundamentales (por ejemplo, el respeto debido únicamente a la religión de Cristo o la indisolubilidad del matrimonio), sin dejar de ser considerados católicos. Esto es, obviamente, desastroso para la misión de la Iglesia, pero también -y lo uno explica lo otro- desastroso para la propia existencia de los católicos”, prosigue.
Ese es el punto central de todo el asunto, que no se llega a entender en estos días: lo dramático es cuál será el destino de esas almas.
Nunca ha estado más claro este novedoso papel de los papas como gestores de consensos que en la sinodalidad impulsada en los últimos años. El acento deja de estar puesto en la Verdad de Cristo y pasa a estarlo en los deseos de la mayoría. Los documentos postsinodales más recientes son un reflejo de ese compendio de voluntades discordantes.
El espíritu del mundo se irradia, va impregnando la mente, y se percibe hasta en detalles como el saludo inicial de los pontífices a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Del “Lodato sia Gesu Cristo” de Juan Pablo II al “Buona sera” de Francisco, ese cambio de mentalidad se advierte con claridad.
Bergoglio, hombre conciliar, llevó al extremo ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, causando embarazo y escándalo a los fieles conscientes de su fe.
Pero hubo pocos sorprendidos y dispuestos a clarificar las cosas para los fieles. Ni cuando los pronunciamientos del papa fueron contrarios a la doctrina católica, ni frente a sus constantes ambigüedades, ni frente a su renuncia a la evangelización.
Sus pronunciamientos más problemáticos -sino heréticos- en referencia al matrimonio, la moral sexual o la recepción de los sacramentos, fueron “normalizados”. Así ocurrió con la afirmación de que la comunión no es un premio para los “perfectos” (Evangelii Gaudium, V, 47), con su apertura para que las personas divorciadas y vueltas a casar puedan comulgar (Amoris Laetitia, VIII, nota al pie 336) y su apertura para que las parejas del mismo sexo puedan recibir una bendición (Fiducia Supplicans). Y lo mismo puede decirse de sus expresiones que favorecieron el indiferentismo religioso, o de su persecución a los sacerdotes y comunidades religiosas que celebraban según la liturgia tradicional.
DUBBIA
Para apreciar hasta qué punto es grave la situación actual bastará con recordar que el pedido de aclaraciones al pontífice sobre algunos de estos puntos problemáticos (las dubbia) sólo logró convocar a cuatro cardenales, en un Colegio Cardenalicio que hoy está compuesto por 252 purpurados.
Una gran mayoría de los sacerdotes, obispos y cardenales demostraron que están dispuestos a retorcer la doctrina todo lo que haga falta por poder o comodidad. Y una mirada honesta a la realidad obliga a aceptar que no fueron pocos, tampoco, los católicos, incluso aquellos que acreditan una fe sostenida a lo largo del tiempo, que se negaron a ver cualquier inconsistencia en las expresiones del pontífice, tanto verbales como escritas en documentos magisteriales.
No se atrevieron a considerar lo que ya en el siglo V afirmó san Vicente de Lerins: que “hay papas que Dios los concede, otros que los tolera y otros que los inflige”, como alguna vez recordó el papa Benedicto XVI.
En estos años muchos no se concedieron, siquiera, la posibilidad de pensar que un papa puede equivocarse, y que afirmarlo no es faltar a la piedad filial ni al respeto que merece todo Santo Padre. La opción no es el “libre examen”; es el examen riguroso y honesto de la propia fe.
San Vicente de Lerins, monje benedictino, dejó un método para discernir la fe católica en medio de las herejías, que es seguir las Escrituras a la luz de la tradición de la Iglesia según la regla: “quod ubique, quod semper, quod oba ómnibus creditum est” (lo que se ha creído en todas partes, siempre y por todos).
SIN RAZÓN
Pero el abandono del uso de la razón, la papolatría cegadora que se ha visto exacerbada en estos años, fue una preocupante señal de la infantilización de la fe en muchos fieles.
Por eso la presente situación de la Iglesia es más grave aún de lo que se ha postulado en estos días. Nada hace prever que estas dinámicas que atraviesan la Iglesia vayan a desaparecer ni que se revierta radicalmente el presente curso de las cosas, al menos hasta donde alcanza a ver la vista humana.
Aunque lo ocurrido en los años pasados haya dejado expuestas las deficiencias de esos postulados que trajo el “espíritu del concilio”, la cruda realidad no permite ser muy optimistas sobre la posibilidad de que tales iniciativas vayan a ser abandonadas. Y no parece que pueda esperarse un ejercicio del magisterio orientado a condenar las herejías, porque eso también va contra la mentalidad eclesiástica dominante.
Mientras rezamos por el nuevo pontífice, para que Nuestro Señor lo asista y lo ilumine, y por la Iglesia toda, es oportuno recordar, junto con san Vicente de Lerins, que Dios permite a veces que algunos hombres eminentes se conviertan en autores de novedades heréticas para probarnos. Es una prueba para ver si nos aferramos a la Iglesia con fe, o si nos amamos a nosotros mismos. Y el verdadero católico ama a la Iglesia por encima de la autoridad de cualquier hombre.
(De www.laprensa.com.ar)
Cuando la Iglesia propone cierta flexibilidad respecto de sus prohibiciones tradicionales, existe cierta predisposición a extralimitarse respecto de las mismas, por lo que la Iglesia siempre ha sido una especie de guardián del orden social, con fallas y limitaciones evidentes. Si la Iglesia pretende ser “popular”, en un sentido próximo al de la política, resultaría ser un paso adelante hacia el libertinaje y el caos social. Se acercaría al lema destructivo del “todo vale” en materia moral y cultural.
En realidad, corresponde que tanto Iglesia como pueblo se adapten a las leyes naturales que conforman el orden natural, de manera de aceptar primeramente los mandamientos bíblicos para, luego, ponerlos en práctica. No debemos olvidar que el cristianismo es una religión moral que tiene como objetivo promover el masivo cumplimiento de los mandamientos bíblicos.
Algunos autores comentan que la Iglesia se ha transformado en una ONG (Organización no gubernamental) promoviendo el cuidado del medio ambiente, la aceptación de inmigrantes, la defensa y cuidado de los pobres, etc. Debe tenerse presente que si se logra que pueblos y gobernantes tengan la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, ocupándose con interés por la seguridad y bienestar de todo habitante del planeta, el cuidado del medio ambiente, la buena intención de recibir inmigrantes y el cuidado de los pobres se dará por añadidura, o como una consecuencia posterior. Pero, si la Iglesia se comporta como una gran ONG, estará descuidando su misión principal, sin lograr ningún resultado positivo.
La tarea de la Iglesia debería limitarse a promover el cumplimiento de los mandamientos bíblicos junto con una visión del mundo por la cual se admite la existencia de un evidente orden natural al que nos debemos adaptar. Dicho orden es la obra de un Creador, o bien dicho orden ocupa el lugar de un Dios con atributos humanos, siendo cualquiera de las dos alternativas, favorables al cumplimiento de los mandamientos, ya que tal cumplimiento responde al sentido de la vida objetivo impuesto a cada ser humano por dicho orden.
Se adjunta un artículo respecto de la situación actual de la Iglesia Católica:
DOS VISIONES DIVERGENTES Y LA VERDAD CONFUNDIDA CON EL ERROR
El grave presente de una Iglesia dividida
Por Agustín De Beitia
El deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, viene de lejos y derivó en un cisma latente.
La casi unánime aclamación que acompañó desde el principio al papa Francisco y se prolongó hasta estos días, sólo matizada durante las recientes reuniones de cardenales, no alcanza a ocultar la nota más llamativa del tumultuoso pontificado que acaba de cerrarse: esa nota insoslayable es que el aprecio por Bergoglio siempre se manifestó más entre ateos y católicos liberales que entre aquellos que quieren mantenerse fieles a la tradición, a quienes el papa argentino denigró y persiguió. Un elocuente síntoma de un pontificado anómalo, radicalizado y perjudicial. Pero la exaltación de estos últimos días, como es evidente, perseguía un objetivo concreto: fijar un canon interpretativo sobre Bergoglio, aquel del “papa de los pobres” o “de la misericordia”, que sale a buscar a la oveja perdida. Una narrativa llamada a condicionar a todo crítico, y condicionar, especialmente, a su sucesor, para que no revierta sino, a lo sumo, modere la velocidad, en el rumbo que sigue la Iglesia. Rumbo que, salvo para los ya convencidos, es el de una Iglesia claudicante, dispuesta a renunciar a su misión con tal de congraciarse con el mundo, y que no empezó ciertamente con Francisco. Hasta dónde llegará ese condicionamiento sobre el nuevo papa está por verse.
Hay poderosos intereses en juego para que ese rumbo se consolide, y no puede descartarse que también sean políticos y financieros. El ahora excomulgado arzobispo italiano Carlo María Viganò habló en una reciente entrevista de un “complot globalista contra la Iglesia”. Y lo cierto es que la extraña abdicación de Benedicto XVI y la impúdica forma en que, de un día para el otro, organismos externos pasaron a auditar las finanzas y la administración del Vaticano le dan la razón.
Aun si Viganò va lejos con su razonamiento, al sugerir que la renuncia del papa alemán puede no haber sido libre -y por lo tanto nula la elección de Bergoglio-, no pueden soslayarse sus denuncias sobre la injerencia externa que sufre la Iglesia. Como tampoco puede soslayarse que el lobby subversivo mundial que busca allanar el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial no sólo quiere gobiernos totalmente controlados sino también una nueva Religión de la Humanidad. Religión que Francisco favoreció visiblemente, sino en la intención, al menos en los hechos.
Pero, al margen de cualquier factor externo, habrá que admitir que el primer condicionamiento que tiene hoy la Iglesia para cumplir su misión es interno. Una parte de la jerarquía eclesiástica está obsesionada con reformar la Iglesia para “aggionarla”, y otra buena parte acompaña esos “progresos” desde hace años con cara de “aquí no pasa nada”.
CISMA
Conviene, pues, detenerse en el brutal contraste que pudo verse en estos días entre el arrobamiento más o menos sincero con Francisco y la indignación que manifestaron unos pocos por la forma en que se socavaron en estos años nociones esenciales de la fe. Una indignación que sólo empezó a abrirse paso con más fuerza en los días previos al cónclave.
Ese contraste -que ahora está a la vista y que a muchos los toma por sorpresa-, es el reflejo de dos miradas que conviven en la Iglesia, a las que separa un abismo de incomprensión. Son como dos Iglesias, si se permite el sentido figurado, que conviven en una misma estructura. Y esto dice mucho sobre el presente y sobre el futuro más inmediato de la institución, dañada en una profundidad y un alcance que no quiere reconocerse.
Hay, podría decirse, un cisma de hecho, si bien no declarado formalmente. Este cisma es entre quienes se preocupan por la fidelidad a la Revelación y el Magisterio de siempre, y quienes pretenden reformar la Iglesia para que sea “más humana”, “más fraterna”, “más inclusiva”, y así “abrazar” a más cantidad de personas.
Es un cisma entre quienes aún reconocen que el drama de todo ser humano es “rendir el hombre que son al hombre que deben ser”, como decía Juan Pablo II, y quienes creen que es la Iglesia la que debe rendirse al hombre moderno y su forma de vida actual, sin aclarar cuál será el destino del alma inmortal.
Esta división se explica porque el espíritu del mundo irrumpió dentro de la Iglesia desde hace largo tiempo. Y el deseo de crear una Iglesia humana, según la época y según nuestras ideas, también. Para encontrar la fuente de ese deseo se puede remontar hasta el Concilio Vaticano II, o al “espíritu” del Concilio que terminó imponiéndose, pero habría que ir aún más lejos. De hecho, la llamada “nueva teología” viene de antes, y las admoniciones de la Iglesia contra el modernismo, también.
Lo novedoso de la situación actual es que se está borrando la conciencia de que hay una verdad y un error, y así todo queda resumido a una cuestión de opiniones o preferencias.
El abad Claude Barthe, liturgista, ensayista y punzante observador de la realidad eclesial, acaba de admitirlo en un artículo para el blog Rorate Caeli. Barthe reconoce que la unidad de la Iglesia se ha perdido y que, si no pudieron reconstruirla ni los pontífices de la “restauración”, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ni el papa del “progreso” que fue Francisco, tampoco lo logrará ningún papa que se proponga una versión más moderada del progreso. Y señala, con gran perspicacia, que el problema subyacente es “magisterial”: se relaciona con la falta de ejercicio del magisterio, con la ausencia de toda condena a la herejía.
El resultado de esa ausencia es este cisma latente que se ve hoy, donde los fieles ya no saben dónde está la frontera entre la fe y el error. “Hoy la autoridad se abstiene de desempeñar el papel de instrumento de unidad en el sentido clásico, que es la unidad en la fe, y se presenta en cambio como gestora de cierto consenso en la diversidad”, afirma con notable penetración.
“En el último medio siglo, salvo en casos excepcionales o marginales, las jerarquías episcopales o romanas no han pronunciado ninguna sentencia de exclusión de la Iglesia por herejía”, apunta.
DESASTROSO
“Los fieles, sacerdotes, cardenales e incluso un papa, pueden hacer afirmaciones divergentes sobre cuestiones de fe o moral que antes se consideraban fundamentales (por ejemplo, el respeto debido únicamente a la religión de Cristo o la indisolubilidad del matrimonio), sin dejar de ser considerados católicos. Esto es, obviamente, desastroso para la misión de la Iglesia, pero también -y lo uno explica lo otro- desastroso para la propia existencia de los católicos”, prosigue.
Ese es el punto central de todo el asunto, que no se llega a entender en estos días: lo dramático es cuál será el destino de esas almas.
Nunca ha estado más claro este novedoso papel de los papas como gestores de consensos que en la sinodalidad impulsada en los últimos años. El acento deja de estar puesto en la Verdad de Cristo y pasa a estarlo en los deseos de la mayoría. Los documentos postsinodales más recientes son un reflejo de ese compendio de voluntades discordantes.
El espíritu del mundo se irradia, va impregnando la mente, y se percibe hasta en detalles como el saludo inicial de los pontífices a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Del “Lodato sia Gesu Cristo” de Juan Pablo II al “Buona sera” de Francisco, ese cambio de mentalidad se advierte con claridad.
Bergoglio, hombre conciliar, llevó al extremo ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, causando embarazo y escándalo a los fieles conscientes de su fe.
Pero hubo pocos sorprendidos y dispuestos a clarificar las cosas para los fieles. Ni cuando los pronunciamientos del papa fueron contrarios a la doctrina católica, ni frente a sus constantes ambigüedades, ni frente a su renuncia a la evangelización.
Sus pronunciamientos más problemáticos -sino heréticos- en referencia al matrimonio, la moral sexual o la recepción de los sacramentos, fueron “normalizados”. Así ocurrió con la afirmación de que la comunión no es un premio para los “perfectos” (Evangelii Gaudium, V, 47), con su apertura para que las personas divorciadas y vueltas a casar puedan comulgar (Amoris Laetitia, VIII, nota al pie 336) y su apertura para que las parejas del mismo sexo puedan recibir una bendición (Fiducia Supplicans). Y lo mismo puede decirse de sus expresiones que favorecieron el indiferentismo religioso, o de su persecución a los sacerdotes y comunidades religiosas que celebraban según la liturgia tradicional.
DUBBIA
Para apreciar hasta qué punto es grave la situación actual bastará con recordar que el pedido de aclaraciones al pontífice sobre algunos de estos puntos problemáticos (las dubbia) sólo logró convocar a cuatro cardenales, en un Colegio Cardenalicio que hoy está compuesto por 252 purpurados.
Una gran mayoría de los sacerdotes, obispos y cardenales demostraron que están dispuestos a retorcer la doctrina todo lo que haga falta por poder o comodidad. Y una mirada honesta a la realidad obliga a aceptar que no fueron pocos, tampoco, los católicos, incluso aquellos que acreditan una fe sostenida a lo largo del tiempo, que se negaron a ver cualquier inconsistencia en las expresiones del pontífice, tanto verbales como escritas en documentos magisteriales.
No se atrevieron a considerar lo que ya en el siglo V afirmó san Vicente de Lerins: que “hay papas que Dios los concede, otros que los tolera y otros que los inflige”, como alguna vez recordó el papa Benedicto XVI.
En estos años muchos no se concedieron, siquiera, la posibilidad de pensar que un papa puede equivocarse, y que afirmarlo no es faltar a la piedad filial ni al respeto que merece todo Santo Padre. La opción no es el “libre examen”; es el examen riguroso y honesto de la propia fe.
San Vicente de Lerins, monje benedictino, dejó un método para discernir la fe católica en medio de las herejías, que es seguir las Escrituras a la luz de la tradición de la Iglesia según la regla: “quod ubique, quod semper, quod oba ómnibus creditum est” (lo que se ha creído en todas partes, siempre y por todos).
SIN RAZÓN
Pero el abandono del uso de la razón, la papolatría cegadora que se ha visto exacerbada en estos años, fue una preocupante señal de la infantilización de la fe en muchos fieles.
Por eso la presente situación de la Iglesia es más grave aún de lo que se ha postulado en estos días. Nada hace prever que estas dinámicas que atraviesan la Iglesia vayan a desaparecer ni que se revierta radicalmente el presente curso de las cosas, al menos hasta donde alcanza a ver la vista humana.
Aunque lo ocurrido en los años pasados haya dejado expuestas las deficiencias de esos postulados que trajo el “espíritu del concilio”, la cruda realidad no permite ser muy optimistas sobre la posibilidad de que tales iniciativas vayan a ser abandonadas. Y no parece que pueda esperarse un ejercicio del magisterio orientado a condenar las herejías, porque eso también va contra la mentalidad eclesiástica dominante.
Mientras rezamos por el nuevo pontífice, para que Nuestro Señor lo asista y lo ilumine, y por la Iglesia toda, es oportuno recordar, junto con san Vicente de Lerins, que Dios permite a veces que algunos hombres eminentes se conviertan en autores de novedades heréticas para probarnos. Es una prueba para ver si nos aferramos a la Iglesia con fe, o si nos amamos a nosotros mismos. Y el verdadero católico ama a la Iglesia por encima de la autoridad de cualquier hombre.
(De www.laprensa.com.ar)
viernes, 9 de mayo de 2025
El valor de bienes y servicios
En las etapas iniciales de la ciencia económica, se considera que todo objeto susceptible de intercambio tiene cierto valor intrínseco, siendo el causante de ese valor la cantidad de trabajo empleado para producirlo. Luego se consideró que tal valor dependía del costo total requerido para tal producción. Pronto se advirtió que uno puede emplear mucho tiempo para realizar una obra de arte, un libro o cualquier otra cosa que carece totalmente de valor de intercambio.
Esta teoría errónea del valor, mantenida aún cuando apareció posteriormente otra más ajustada a la realidad, fue la de mayor importancia histórica, ya que Karl Marx realiza todo su análisis y una posterior “corrección de la sociedad” en base a tal error. Marx considera que el valor de todo bien depende exclusivamente del trabajo, incluso sin tener en cuenta el costo total, que depende también de otros factores.
Si todo valor depende sólo del trabajo, realizado principalmente por los proletarios, surge el concepto de “explotación laboral” y de “plusvalía”, esto es, se supone que necesariamente el dueño de una empresa se queda con gran parte del beneficio económico que le correspondería al trabajador. La “corrección” propuesta implica la expropiación de los medios de producción y el surgimiento del socialismo, que tantos sufrimientos produjo y produce en quienes lo padecen.
Posteriormente se asocia el valor a la escasez solamente, o bien a la utilidad solamente, mientras que finalmente se concluye que el valor de un bien o de un servicio depende conjuntamente de la escasez y de la utilidad. Como la utilidad depende de factores subjetivos, es decir, distintas personas valoran en distinta forma un mismo bien, incluso una misma persona valora un mismo bien en distinta forma según las circunstancias que se le presentan. Surge así el valor subjetivo de bienes y servicios, dejándose de lado la anterior valoración objetiva asociada al trabajo o al coste total.
Si bien un productor asocia el valor de un bien al costo total requerido para su fabricación, y lo pone a la venta, es posible que no encuentre compradores debido precisamente a que podría ocurrir que pocos estarán dispuestos a comprarlo. De ahí que el proceso de intercambio en el mercado depende de la valoración subjetiva de los demandantes. Luego, el fabricante dejará de producir lo que los demandantes rechazan.
Mientras que en las primeras etapas de la economía se sostiene que el valor de un objeto viene determinado por el trabajo requerido para su fabricación, en la actualidad se sostiene que es el valor del trabajo el que queda determinado por el valor subjetivo asignado al objeto por los demandantes. Luis Pazos escribió: “Uno de los corolarios de la teoría subjetivista es que el valor del trabajo debe determinarse a partir del valor del producto y no el valor del producto a partir del valor del trabajo” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1981).
Como los intercambios en el mercado se establecen con continuidad si ambas partes intervinientes se benefician, ello se debe principalmente a que cada uno realiza un intercambio suponiendo que lo que adquiere vale más que lo que da a cambio. Así, si alguien posee una novela que jamás va a leer y la intercambia por un libro de matemáticas que otra persona posee y que tampoco va a leer, ambos realizan el intercambio convencidos de que se han beneficiado ampliamente. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “En la antigüedad, y sin atinar a señalar los elementos que hacían que aparezcan las valoraciones, distintos autores sostenían que para que el intercambio se llevara a cabo la cosa entregada y la recibida debían tener valor equivalente”.
“Con esta tesis afirmaban que existía una «ley de reciprocidad en los cambios». Los referidos autores no llegaban a percibir que es justamente la disparidad en las valoraciones lo que genera todo cambio. Si para mí, lo que poseo y lo que me ofrecen a cambio tienen el mismo valor no realizo transacción alguna. Desde luego que si aquel bien que me ofrecen tiene, a mi juicio, menos valor que lo que tengo, tampoco habrá cambio. Solamente cuando a lo que se me ofrece le atribuyo mayor valor que a mi objeto, habrá intercambio. El cambio se produce exclusivamente cuando ambas partes asignan valores dispares a lo que ofrecen y a lo que demandan. En otras palabras, indefectiblemente, en todo cambio voluntario ambas partes ganan siempre” (De “Fundamentos de análisis económico”-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).
Esta teoría errónea del valor, mantenida aún cuando apareció posteriormente otra más ajustada a la realidad, fue la de mayor importancia histórica, ya que Karl Marx realiza todo su análisis y una posterior “corrección de la sociedad” en base a tal error. Marx considera que el valor de todo bien depende exclusivamente del trabajo, incluso sin tener en cuenta el costo total, que depende también de otros factores.
Si todo valor depende sólo del trabajo, realizado principalmente por los proletarios, surge el concepto de “explotación laboral” y de “plusvalía”, esto es, se supone que necesariamente el dueño de una empresa se queda con gran parte del beneficio económico que le correspondería al trabajador. La “corrección” propuesta implica la expropiación de los medios de producción y el surgimiento del socialismo, que tantos sufrimientos produjo y produce en quienes lo padecen.
Posteriormente se asocia el valor a la escasez solamente, o bien a la utilidad solamente, mientras que finalmente se concluye que el valor de un bien o de un servicio depende conjuntamente de la escasez y de la utilidad. Como la utilidad depende de factores subjetivos, es decir, distintas personas valoran en distinta forma un mismo bien, incluso una misma persona valora un mismo bien en distinta forma según las circunstancias que se le presentan. Surge así el valor subjetivo de bienes y servicios, dejándose de lado la anterior valoración objetiva asociada al trabajo o al coste total.
Si bien un productor asocia el valor de un bien al costo total requerido para su fabricación, y lo pone a la venta, es posible que no encuentre compradores debido precisamente a que podría ocurrir que pocos estarán dispuestos a comprarlo. De ahí que el proceso de intercambio en el mercado depende de la valoración subjetiva de los demandantes. Luego, el fabricante dejará de producir lo que los demandantes rechazan.
Mientras que en las primeras etapas de la economía se sostiene que el valor de un objeto viene determinado por el trabajo requerido para su fabricación, en la actualidad se sostiene que es el valor del trabajo el que queda determinado por el valor subjetivo asignado al objeto por los demandantes. Luis Pazos escribió: “Uno de los corolarios de la teoría subjetivista es que el valor del trabajo debe determinarse a partir del valor del producto y no el valor del producto a partir del valor del trabajo” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1981).
Como los intercambios en el mercado se establecen con continuidad si ambas partes intervinientes se benefician, ello se debe principalmente a que cada uno realiza un intercambio suponiendo que lo que adquiere vale más que lo que da a cambio. Así, si alguien posee una novela que jamás va a leer y la intercambia por un libro de matemáticas que otra persona posee y que tampoco va a leer, ambos realizan el intercambio convencidos de que se han beneficiado ampliamente. Alberto Benegas Lynch (h) escribió: “En la antigüedad, y sin atinar a señalar los elementos que hacían que aparezcan las valoraciones, distintos autores sostenían que para que el intercambio se llevara a cabo la cosa entregada y la recibida debían tener valor equivalente”.
“Con esta tesis afirmaban que existía una «ley de reciprocidad en los cambios». Los referidos autores no llegaban a percibir que es justamente la disparidad en las valoraciones lo que genera todo cambio. Si para mí, lo que poseo y lo que me ofrecen a cambio tienen el mismo valor no realizo transacción alguna. Desde luego que si aquel bien que me ofrecen tiene, a mi juicio, menos valor que lo que tengo, tampoco habrá cambio. Solamente cuando a lo que se me ofrece le atribuyo mayor valor que a mi objeto, habrá intercambio. El cambio se produce exclusivamente cuando ambas partes asignan valores dispares a lo que ofrecen y a lo que demandan. En otras palabras, indefectiblemente, en todo cambio voluntario ambas partes ganan siempre” (De “Fundamentos de análisis económico”-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).
jueves, 8 de mayo de 2025
Los totalitarismos y la violencia contra los decentes
Los diversos totalitarismos intentan afianzar su postura ideológica promoviendo una lucha contra el mal, es decir, contra un sector de la sociedad que lo materializaría. De acuerdo a cuál ha sido el sector elegido, se caracteriza a un totalitarismo en particular, siendo los principales el totalitarismo racial (nazismo), el totalitarismo de clases sociales (marxismo-leninismo) y el totalitarismo de creencias religiosas (teocracia islámica).
En todos los casos, una persona decente, que no pertenezca a la “raza superior” o a la “clase social correcta” o profece una fe distinta a la “fe verdadera”, es posible que, en ciertas circunstancias, su vida corra peligro. Este es el mayor absurdo y la mayor injusticia cometida por los diversos totalitarismos, que en la actualidad reciben el apoyo y la adhesión de muchos seres humanos.
En el caso del Islam, cuya ideología proviene de Dios a través de Mahoma, según se afirma, promueve la lucha contra los infieles, es decir, contra los que no pertenecen a esa fe. Lo interesante y absurdo del caso es que sería el mismísimo Dios el que da las “órdenes” para la lucha, en forma independiente de los méritos morales que un “infiel” pueda mostrar.
La actual lucha en países de Occidente contra todo lo asociado a la civilización occidental, especialmente su fundamento cristiano, en cierta forma favorece el auge del Islam, con oscuras perspectivas futuras para quienes tengan que padecer el totalitarismo teocrático.
A continuación se menciona un artículo al respecto:
Déjenme explicarles por qué un musulmán conduciría un automóvil contra una multitud de personas inocentes. Yo fui criado como mulsulmán y sé exactamente porqué sucede esto. No es pobreza ni opresión, ni siquiera radicalización. Es el resultado lógico de la doctrina islámica en sí.
No importa si eres musulmán o no. Los seres humanos llevamos la culpa muy dentro de nosotros. Sabemos que no somos lo suficientemente buenos y pasamos la vida intentando redimirnos mediante buenas acciones, pensando que con ello desaparecerá la culpa.
El cristianismo, por ejemplo, ofrece una salida a la culpa, una solución que no se basa en tus obras, sino en las de Cristo. La salvación no se gana, se da. Aceptas que no puedes redimirte porque Cristo hizo todo por ti. Eso significa que eres libre. Libre para vivir, libre para construir, libre para servir, libre para amar.
Cuando los cristianos se sienten perdidos, destrozados y necesitan perdón, pueden ir a la iglesia, hablar con un pastor o sacerdote y salir sabiendo que han sido perdonados.
El Islam, por otra parte, no ofrece redención, sino que convierte la culpa en un arma. En lugar de brindarnos salvación, Alá nos expone, nos hace recaer sobre nuestros pecados y nos amenaza con el fuego del infierno y la tortura de la tumba.
El Corán no es un libro de paz, sino un libro de amenazas. Obliga a los musulmanes a obedecer mediante el miedo, la humillación y el castigo.
Entonces, ¿qué sucede cuando un musulmán busca la redención? Trata de ser mejor musulmán. Reza, ayuna, hace caridad, va al Haij y hace todo lo que Alá ordena. Pero nunca funciona. Lo sé. Yo lo hice.
Y por mucho que reces, por mucho que lo intentes, la culpa nunca desaparece. Porque en el fondo, todo musulmán sabe que no es suficiente. Alá siempre exige más.
Dios ama a quienes mueren luchando contra los infieles. No es una opinión, está en el Corán, en los hadices y en todas las lecciones que se enseñan a los niños.
Por eso los musulmanes, incluso los llamados "moderados", siempre dudan en condenar el terrorismo; saben que Alá exige la yihad. Puede que no estén dispuestos a cometerla, pero no pueden decir que está mal.
Entonces, cuando un musulmán no logra alcanzar la paz a través de los rituales religiosos, tiene dos opciones:
Ríndete, deja de ser devoto y aprende a vivir con la culpa, o comprométete con la yihad porque esa es la única manera de ser fiel a ti mismo.
El Corán lo explica claramente: "Matad a quienes no adoren a Dios ni obedezcan al Profeta" (9:29).
De modo que cuando un musulmán abraza plenamente esta identidad, matar a los infieles no sólo está justificado, sino que es motivo de alegría. Es un acto de:
Salvarse a si mismo
Obedecer a Allah
Asegurando tu eternidad
Finalmente escapando del peso aplastante de la culpa.
Es por esto que un musulmán puede conducir su coche contra una multitud de personas inocentes y no sentir nada más que satisfacción. Porque por primera vez en su vida, finalmente cree que ha hecho algo digno de redención.
Por Dan Burmawi
(Publicado en facebook por Pablo Lato)
El autor del artículo supone, como muchos “cristianos”, que con sólo “creer” o “aceptar” a Cristo, ya se hizo todo lo que hay que hacer, olvidando que la salvación o la liberación respecto de nuestros defectos morales sólo se produce con el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, ya que se trata de una religión moral y no una religión pagana o una religión “cognitiva”.
En todos los casos, una persona decente, que no pertenezca a la “raza superior” o a la “clase social correcta” o profece una fe distinta a la “fe verdadera”, es posible que, en ciertas circunstancias, su vida corra peligro. Este es el mayor absurdo y la mayor injusticia cometida por los diversos totalitarismos, que en la actualidad reciben el apoyo y la adhesión de muchos seres humanos.
En el caso del Islam, cuya ideología proviene de Dios a través de Mahoma, según se afirma, promueve la lucha contra los infieles, es decir, contra los que no pertenecen a esa fe. Lo interesante y absurdo del caso es que sería el mismísimo Dios el que da las “órdenes” para la lucha, en forma independiente de los méritos morales que un “infiel” pueda mostrar.
La actual lucha en países de Occidente contra todo lo asociado a la civilización occidental, especialmente su fundamento cristiano, en cierta forma favorece el auge del Islam, con oscuras perspectivas futuras para quienes tengan que padecer el totalitarismo teocrático.
A continuación se menciona un artículo al respecto:
Déjenme explicarles por qué un musulmán conduciría un automóvil contra una multitud de personas inocentes. Yo fui criado como mulsulmán y sé exactamente porqué sucede esto. No es pobreza ni opresión, ni siquiera radicalización. Es el resultado lógico de la doctrina islámica en sí.
No importa si eres musulmán o no. Los seres humanos llevamos la culpa muy dentro de nosotros. Sabemos que no somos lo suficientemente buenos y pasamos la vida intentando redimirnos mediante buenas acciones, pensando que con ello desaparecerá la culpa.
El cristianismo, por ejemplo, ofrece una salida a la culpa, una solución que no se basa en tus obras, sino en las de Cristo. La salvación no se gana, se da. Aceptas que no puedes redimirte porque Cristo hizo todo por ti. Eso significa que eres libre. Libre para vivir, libre para construir, libre para servir, libre para amar.
Cuando los cristianos se sienten perdidos, destrozados y necesitan perdón, pueden ir a la iglesia, hablar con un pastor o sacerdote y salir sabiendo que han sido perdonados.
El Islam, por otra parte, no ofrece redención, sino que convierte la culpa en un arma. En lugar de brindarnos salvación, Alá nos expone, nos hace recaer sobre nuestros pecados y nos amenaza con el fuego del infierno y la tortura de la tumba.
El Corán no es un libro de paz, sino un libro de amenazas. Obliga a los musulmanes a obedecer mediante el miedo, la humillación y el castigo.
Entonces, ¿qué sucede cuando un musulmán busca la redención? Trata de ser mejor musulmán. Reza, ayuna, hace caridad, va al Haij y hace todo lo que Alá ordena. Pero nunca funciona. Lo sé. Yo lo hice.
Y por mucho que reces, por mucho que lo intentes, la culpa nunca desaparece. Porque en el fondo, todo musulmán sabe que no es suficiente. Alá siempre exige más.
Dios ama a quienes mueren luchando contra los infieles. No es una opinión, está en el Corán, en los hadices y en todas las lecciones que se enseñan a los niños.
Por eso los musulmanes, incluso los llamados "moderados", siempre dudan en condenar el terrorismo; saben que Alá exige la yihad. Puede que no estén dispuestos a cometerla, pero no pueden decir que está mal.
Entonces, cuando un musulmán no logra alcanzar la paz a través de los rituales religiosos, tiene dos opciones:
Ríndete, deja de ser devoto y aprende a vivir con la culpa, o comprométete con la yihad porque esa es la única manera de ser fiel a ti mismo.
El Corán lo explica claramente: "Matad a quienes no adoren a Dios ni obedezcan al Profeta" (9:29).
De modo que cuando un musulmán abraza plenamente esta identidad, matar a los infieles no sólo está justificado, sino que es motivo de alegría. Es un acto de:
Salvarse a si mismo
Obedecer a Allah
Asegurando tu eternidad
Finalmente escapando del peso aplastante de la culpa.
Es por esto que un musulmán puede conducir su coche contra una multitud de personas inocentes y no sentir nada más que satisfacción. Porque por primera vez en su vida, finalmente cree que ha hecho algo digno de redención.
Por Dan Burmawi
(Publicado en facebook por Pablo Lato)
El autor del artículo supone, como muchos “cristianos”, que con sólo “creer” o “aceptar” a Cristo, ya se hizo todo lo que hay que hacer, olvidando que la salvación o la liberación respecto de nuestros defectos morales sólo se produce con el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, ya que se trata de una religión moral y no una religión pagana o una religión “cognitiva”.
miércoles, 7 de mayo de 2025
La irrupción de las masas
Puede decirse que el hombre masa es el que ignora la realidad ya que nunca la adopta como referencia, ya sea en forma directa o bien indirectamente. Por el contrario, piensa y cree en lo que la mayoría piensa y cree, sin hacer el menor esfuerzo mental por elevar su punto de vista. El principal problema que presenta implica su ambición por ocupar puestos directivos en la sociedad, aun cuando carece de vocación, preparación y capacidad para ello.
En toda organización o agrupación humana, ya sea social, económica, política, empresarial, etc., resulta evidente que su buen funcionamiento debe estar asociado a la dirección de los más capaces para esa función. Para permitir el ascenso de los más capaces, no debe haber impedimentos por parte de quienes no están suficientemente aptos para dicha dirección. Cuando éstos, que son los más numerosos, intentan ubicarse en los puestos de mando, se distorsiona la posibilidad del mejor mando y ello conlleva a la debilitación o a la destrucción de la institución en cuestión.
Este proceso de usurpación del mando por parte de los menos capaces es esencialmente lo que Ortega y Gasset define como “la rebelión de las masas”, las que no aceptan ocupar el lugar que les corresponde e irrumpen en toda institución motivadas por ilimitadas ansias de poder y de dinero. En algunos países, se generan destructivas guerras civiles por cuanto todos quieren llegar al poder mientras que pocos son los que dan un paso al costado para permitir el acceso al gobierno por parte de los mejores. José Ortega y Gasset escribió: “Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel donde se agitan los problemas políticos”.
Para Ortega, una sociedad es esencialmente un conjunto de seres humanos en el cual se respeta el liderazgo de los mejores. Respecto de la España previa a la etapa de la Guerra Civil (1936-1939), escribió: “La enfermedad española es, por malaventura, más grave que la susodicha «inmoralidad pública». Peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: éste es nuestro caso. La sociedad española se está disociando desde hace largo tiempo porque tiene infeccionada la raíz misma de la actividad socializadora”.
“El hecho primario social no es la mera reunión de unos cuantos hombres, sino la articulación que en ese ayuntamiento se produce inmediatamente. El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta capacidad para dirigir; en otros cierta facilidad íntima para dejarse dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya” (De “España invertebrada” en “Obras completas” Tomo III de José Ortega y Gasset-Revista de Occidente-Madrid 1957).
La “igualdad social” proclamada por los políticos y por los medios de difusión, cuando está sobreentendida en un marco de relativismo moral y cultural, conduce al proceso de la “rebelión de las masas”, desconocedoras de todo lo que sea mérito. Así, no es difícil ver, en el Congreso Nacional argentino, diputados y senadores sin una mínima preparación para el cargo mientras que todo “mérito” viene asociado a la pertenencia y a la antigüedad en un partido político.
En toda organización o agrupación humana, ya sea social, económica, política, empresarial, etc., resulta evidente que su buen funcionamiento debe estar asociado a la dirección de los más capaces para esa función. Para permitir el ascenso de los más capaces, no debe haber impedimentos por parte de quienes no están suficientemente aptos para dicha dirección. Cuando éstos, que son los más numerosos, intentan ubicarse en los puestos de mando, se distorsiona la posibilidad del mejor mando y ello conlleva a la debilitación o a la destrucción de la institución en cuestión.
Este proceso de usurpación del mando por parte de los menos capaces es esencialmente lo que Ortega y Gasset define como “la rebelión de las masas”, las que no aceptan ocupar el lugar que les corresponde e irrumpen en toda institución motivadas por ilimitadas ansias de poder y de dinero. En algunos países, se generan destructivas guerras civiles por cuanto todos quieren llegar al poder mientras que pocos son los que dan un paso al costado para permitir el acceso al gobierno por parte de los mejores. José Ortega y Gasset escribió: “Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos. Cualquiera que sea nuestro credo político, nos es forzoso reconocer esta verdad, que se refiere a un estrato de la realidad histórica mucho más profundo que aquel donde se agitan los problemas políticos”.
Para Ortega, una sociedad es esencialmente un conjunto de seres humanos en el cual se respeta el liderazgo de los mejores. Respecto de la España previa a la etapa de la Guerra Civil (1936-1939), escribió: “La enfermedad española es, por malaventura, más grave que la susodicha «inmoralidad pública». Peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad sea inmoral, tenga o contenga inmoralidad, es grave; pero que una sociedad no sea una sociedad, es mucho más grave. Pues bien: éste es nuestro caso. La sociedad española se está disociando desde hace largo tiempo porque tiene infeccionada la raíz misma de la actividad socializadora”.
“El hecho primario social no es la mera reunión de unos cuantos hombres, sino la articulación que en ese ayuntamiento se produce inmediatamente. El hecho primario social es la organización en dirigidos y directores de un montón humano. Esto supone en unos cierta capacidad para dirigir; en otros cierta facilidad íntima para dejarse dirigir. En suma: donde no hay una minoría que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minoría, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya” (De “España invertebrada” en “Obras completas” Tomo III de José Ortega y Gasset-Revista de Occidente-Madrid 1957).
La “igualdad social” proclamada por los políticos y por los medios de difusión, cuando está sobreentendida en un marco de relativismo moral y cultural, conduce al proceso de la “rebelión de las masas”, desconocedoras de todo lo que sea mérito. Así, no es difícil ver, en el Congreso Nacional argentino, diputados y senadores sin una mínima preparación para el cargo mientras que todo “mérito” viene asociado a la pertenencia y a la antigüedad en un partido político.
domingo, 4 de mayo de 2025
Totalitarismo en el vecindario
Por Guillermo Belcore
En su primer libro, Karina Mariani desenmascara el origen y la naturaleza del pensamiento woke.
En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hannah Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani.
Las guerras que perdiste mientras dormías. Cómo la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año. Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".
Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: "...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guión ideológico".
Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.
"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.
QUEMA COMO LA FIEBRE
La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.
Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como una afrenta ético-ideológica.
Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector de este diario conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.
Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.
En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.
Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.
LA BUENA CAUSA
El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.
Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.
En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.
No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.
Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las ONG, los políticos, los académicos y los artistas.
El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.
(De www.laprensa.com.ar)
En su primer libro, Karina Mariani desenmascara el origen y la naturaleza del pensamiento woke.
En el siglo XX, una mujer extraordinaria explicó -mejor que nadie- el origen y la naturaleza del totalitarismo en Occidente. Hannah Arendt se llamaba. En nuestro tiempo, ha aparecido otra pensadora formidable para denunciar y esclarecer "una ideología fundamentalista que ha colonizado nuestra cultura, nuestras principales instituciones y, en muchos casos, los gobiernos". Esa ensayista nació en la Argentina y acaba de publicar su primer libro. Su nombre es Karina Mariani.
Las guerras que perdiste mientras dormías. Cómo la ideología woke invadió tu mundo sin disparar un solo tiro fue entregado a la imprenta en enero de este año. Desmenuza esa corriente de ideas -hija maldita de la hegemonía progresista del último cuarto del siglo pasado- que predomina hoy en casi toda Europa occidental, la Anglo Oceanía y las Américas. Básicamente, explica Mariani, el wokismo "considera que la cultura occidental es inherentemente injusta y que necesita una deconstrucción radical de todos sus cimientos porque son esos los que reproducen las injusticias".
Para ello, es menester un lavado de cerebro, orquestado desde el poder: "...la vieja y conocida ingeniería social que todos los totalitarismos de la historia han adoptado para que las personas se ajusten a su guión ideológico".
Este libro imprescindible nos advierte que, justamente, hay una terrible novedad del siglo XXI: las democracias liberales pueden imponer también condiciones totalitarias. Ya no es necesario un Stalin para aplicarle a una comunidad macabros experimentos ideológicos.
"Basta que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por expertos cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales de un país: medios y escuelas", explica Mariani.
QUEMA COMO LA FIEBRE
La fiebre woke ha infectado, además de la política y a la educación, a la ciencia, la medicina y el entretenimiento. La ideología -basada en el voluntarismo, la intolerancia y la frustración camuflada de derechos humanos- no reconoce ningún principio limitante. El Cielo es el límite, recalca Mariani.
Se suele criminalizar a quienes no comulgan con el dogma. Es una verdadera guerra cultural que se despliega contra la biología (el terrorismo de la autopercepción), contra la inocencia (hay una especie de obsesión por la sexualidad infantil), contra la condición femenina, contra la masculinidad y contra la familia burguesa que se percibe como una afrenta ético-ideológica.
Cada una de estas ofensivas se describen en detalle en el libro, con referencia siempre a casos concretos de imperialismo woke, como la bochornosa apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024. El lector de este diario conoce la destreza conceptual y expresiva de la autora. Karina Mariani una rara avis entre los ensayistas argentinos. No desdeña el dato y su prosa es una sabrosa claridad.
Filosóficamente, aclara, "el fenómeno woke niega la complejidad de la vida humana y la capacidad de los individuos para tomar decisiones, superar desafíos y ser responsables de su destino”. A partir de la llamada identidad colectiva quiere pulverizar a la noción de persona. Se trata de una venganza sin fin y sin redención.
En la práctica, la lucha es en gran medida por dinero, figuración, ascenso social, pero uno concluye que la principal motivación no es económica. Dejemos un lado a Marx y volvamos el Nietszche: el resentimiento por un lado, y la voluntad de poder por el otro puede que sean los principales motores de este totalitarismo de nuevo cuño.
Mariani se pregunta por qué mansamente las sociedades occidentales han aceptado dogmas que no sólo no tienen ningún basamento científico, sino que su simple declaración ofende el sentido común. ¿Por qué se acepta, por ejemplo, la normalización del secretismo entre padres e hijos, el poder brutal del Estado, una Educación Sexual Integral que no es otra cosa que un proyecto político? ¿Cobardía? ¿Comodidad? Al final del libro, se conjetura que el wokismo no es causa sino consecuencia de la destrucción de los lazos familiares, “y de la familia como espacio de contención, socialización, protección y pertenencia. Tal vez la cultura identitaria tan divisiva sea la solución tóxica a un problema que viene creciendo dede hace décadas”.
LA BUENA CAUSA
El propósito del libro es luminoso. Se trata de la misma pasión por la verdad que había inspirado a Juan José Sebreli a escribir El asedio a la modernidad. También Mariani quiere salvaguardar los logros de la civilización occidental. Le alarma que el wokismo haya erosionado tres pilares laboriosamente edificados durante siglos: el pensamiento crítico, los derechos individuales y la libertad de expresión. Todos estos años de locura y bobería no serán inocuos, avisa Mariani.
Intelectual al fin, le duele a Kariani la traición de las universidades, tanto públicas como privadas, tremendamente condicionadas por la intolerancia ideológica. Como hemos comprobado en la Argentina, son éstas el bastión primordial del wokismo, incluso en sus variantes más rabiosas de anticapitalismo y antisemitismo.
En el capítulo tres, la investigadora expresa su pesimismo sobre los partidos tradicionales: "Respecto de la política es necesario abandonar toda esperanza, la comunidad política baila al son de cualquier moda, por más aberrante que sea, sin ser alcanzada nunca por cualquier consecuencia…", escribió.
No obstante, uno podría decir, esperanzado, que los pueblos están reaccionado, hay millones de ciudadanos que creen que las cosas han ido de demasiado lejos. De hecho, los triunfos de Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni responden en buena medida al hartazgo con esa ideología chirle.
Naturalmente, la obra puede ser leída como un llamado a la acción. Esa extraña confabulación entre minorías intensas, burocracia internacional y poder económico ha puesto todo patas para arriba, pero no se trata de un triunfo definitivo. Es un tigre de papel, que necesita para perpetuarse de la sobreactuación de las agencias de la ONU, las empresas, las ONG, los políticos, los académicos y los artistas.
El cambio es una tarea urgente de todos modos. La civilización occidental -ese milagro- no sólo está bajo asedio de sus enemigos históricos, también se ha embarcado en una cruzada culposa y autodestructiva. Nuestras libertades, nuestro derecho a la intimidad, son frágiles, en tiempos de omnipotente Inteligencia Artificial. “Nada como la arbitrariedad y el sinsentido para que florezca el autoritarismo”, nos recuerda Karina Mariani.
(De www.laprensa.com.ar)
sábado, 3 de mayo de 2025
Personalidades individualistas y colectivistas
En toda sociedad coexisten distintos tipos de personalidades. Desde el punto de vista de los objetivos a lograr en el futuro, se advierten dos extremos: uno de ellos es el de los individualistas, que miran el futuro pensando primeramente en construir una personalidad que exalte sus atributos físicos, morales e intelectuales. En el otro extremo están los colectivistas, que miran el futuro contemplando proyectos comunes con otros individuos; participando de una iglesia, un club, una universidad, etc., sin establecer proyectos personales de ningún tipo.
Por lo general, los colectivistas miran negativamente a los individualistas caracterizándolos como “egoístas”, suponiendo erradamente que se desinteresan por el resto de la sociedad. Sin embargo, una sociedad que estuviese integrada mayormente por personas con buenos proyectos individuales sería bastante mejor que una constituida sólo por colectivistas. El pensamiento corto, o limitado, no advierte que el que tuvo como objetivo personal ser un médico destacado, no es un egoísta, ya que tal objetivo será materializado sólo si presta sus funciones beneficiando a gran parte de sus conciudadanos. Por el contrario, generalmente el egoísta es el colectivista que tiende a unirse a los demás para recibir algo antes que para dar algo. Este es el caso de los socialistas, que sólo son “generosos” distribuyendo algo de lo ajeno, nunca de lo propio.
Todo parece indicar que es posible una complementación positiva entre individualistas y colectivistas en toda sociedad real. Esto ocurre cuando los colectivistas, en el sentido indicado, se “reparten” entre varias instituciones (religiosas, deportivas, científicas, educativas, etc.). El peligro real aparece cuando los colectivistas se unen a través de partidos políticos que buscan apoderarse del Estado, algo de lo cual el siglo XX, especialmente, nos ha dejado numerosas experiencias y enseñanzas que debemos tener presente para no repetirlas.
Manuel García Morente escribió al respecto: “Me saltó a la vista que Goethe es una figura que no es actual. Yo me pregunté: ¿por qué no tiene actualidad Goethe? Y pensando sobre esto llegué a la conclusión de que no tiene actualidad porque para las generaciones jóvenes de hoy, Goethe no representa un ideal, porque es justamente el representante perfecto del ideal transcurrido a principios del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], del ideal del desarrollo armónico de la libre e individualísima personalidad. En cambio, las generaciones actuales orientan la proa hacia un tipo de vida de carácter colectivo o colectivista, como se quiera llamar”.
“El ideal de Goethe es hacer de la propia vida individual una obra de arte, ideal que tiene expuesto en su gran obra de carácter educativo. La vida es la obra que uno hace consigo mismo; transforma uno su propia vida en una obra de arte; es la exaltación más perfecta del individualismo. El ideal de la sociedad es optimista en el sentido de que cada cual, haciendo por desarrollar su personalidad individual de la manera más plena, más armónica, más llena de valores posibles, inmediatamente y sin que nadie se lo proponga, el conjunto social resulta de plenitud, de armonía”.
“En cambio, las generaciones de hoy no sienten ya ese ideal; buscan, por el contrario, una forma de vida en donde lo esencial, el centro de gravedad no está en el propio ser individual, sino en el ligamen o vinculación de grupos colectivos, más o menos amplios, principalmente profesionales. El hombre joven de hoy, lejos de fiar el porvenir de su propia existencia al esfuerzo personal de autodesarrollo, de autoeducación, busca que la garantía de su porvenir le venga de la adhesión que él presta a un grupo, o colectividad profesional que le ampare, que esté la meta dentro del marco colectivo o profesional y que le lleve a una especie de escalafón hasta el término de su vida”.
“Estamos en un momento que puede llamarse de crisis de autoridad en el Estado. El Estado no tiene autoridad. ¿Por qué? Porque para ello es menester que el individuo confíe primero en sí mismo y después en que su expansión individual ha de ser protegida por el Estado. Pero ahora el individuo no confía en sí mismo, sino en la fuerza del grupo colectivo a que se adhiera (el sindicato, la sociedad obrera, la colectividad de funcionarios de un mismo ramo), grupo que tiene sus intereses y los siente distintos del Estado y quiere imponer al Estado su propia fuerza y su interés” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
Las religiones bíblicas están orientadas y dirigidas hacia la individualidad de los seres humanos, principalmente para que todo individuo dedique su vida a una mejora continua de los atributos que caracterizan a toda personalidad. De ahí que las tendencias católicas de tipo colectivista apuntan en una dirección completamente distinta a la que aparentan promover.
Si prevalecieran las ideas que apuntan hacia el individualismo, predominaría el “ciudadano del mundo”, desapareciendo los nacionalismos extremos que favorecen los conflictos armados que actualmente se evidencian a lo largo y a lo ancho del planeta. Desaparecerían también los apoyos a los gobiernos totalitarios que mantienen a sus poblaciones encarceladas bajo el yugo del terror y muchas veces del hambre y la inseguridad.
Por lo general, los colectivistas miran negativamente a los individualistas caracterizándolos como “egoístas”, suponiendo erradamente que se desinteresan por el resto de la sociedad. Sin embargo, una sociedad que estuviese integrada mayormente por personas con buenos proyectos individuales sería bastante mejor que una constituida sólo por colectivistas. El pensamiento corto, o limitado, no advierte que el que tuvo como objetivo personal ser un médico destacado, no es un egoísta, ya que tal objetivo será materializado sólo si presta sus funciones beneficiando a gran parte de sus conciudadanos. Por el contrario, generalmente el egoísta es el colectivista que tiende a unirse a los demás para recibir algo antes que para dar algo. Este es el caso de los socialistas, que sólo son “generosos” distribuyendo algo de lo ajeno, nunca de lo propio.
Todo parece indicar que es posible una complementación positiva entre individualistas y colectivistas en toda sociedad real. Esto ocurre cuando los colectivistas, en el sentido indicado, se “reparten” entre varias instituciones (religiosas, deportivas, científicas, educativas, etc.). El peligro real aparece cuando los colectivistas se unen a través de partidos políticos que buscan apoderarse del Estado, algo de lo cual el siglo XX, especialmente, nos ha dejado numerosas experiencias y enseñanzas que debemos tener presente para no repetirlas.
Manuel García Morente escribió al respecto: “Me saltó a la vista que Goethe es una figura que no es actual. Yo me pregunté: ¿por qué no tiene actualidad Goethe? Y pensando sobre esto llegué a la conclusión de que no tiene actualidad porque para las generaciones jóvenes de hoy, Goethe no representa un ideal, porque es justamente el representante perfecto del ideal transcurrido a principios del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], del ideal del desarrollo armónico de la libre e individualísima personalidad. En cambio, las generaciones actuales orientan la proa hacia un tipo de vida de carácter colectivo o colectivista, como se quiera llamar”.
“El ideal de Goethe es hacer de la propia vida individual una obra de arte, ideal que tiene expuesto en su gran obra de carácter educativo. La vida es la obra que uno hace consigo mismo; transforma uno su propia vida en una obra de arte; es la exaltación más perfecta del individualismo. El ideal de la sociedad es optimista en el sentido de que cada cual, haciendo por desarrollar su personalidad individual de la manera más plena, más armónica, más llena de valores posibles, inmediatamente y sin que nadie se lo proponga, el conjunto social resulta de plenitud, de armonía”.
“En cambio, las generaciones de hoy no sienten ya ese ideal; buscan, por el contrario, una forma de vida en donde lo esencial, el centro de gravedad no está en el propio ser individual, sino en el ligamen o vinculación de grupos colectivos, más o menos amplios, principalmente profesionales. El hombre joven de hoy, lejos de fiar el porvenir de su propia existencia al esfuerzo personal de autodesarrollo, de autoeducación, busca que la garantía de su porvenir le venga de la adhesión que él presta a un grupo, o colectividad profesional que le ampare, que esté la meta dentro del marco colectivo o profesional y que le lleve a una especie de escalafón hasta el término de su vida”.
“Estamos en un momento que puede llamarse de crisis de autoridad en el Estado. El Estado no tiene autoridad. ¿Por qué? Porque para ello es menester que el individuo confíe primero en sí mismo y después en que su expansión individual ha de ser protegida por el Estado. Pero ahora el individuo no confía en sí mismo, sino en la fuerza del grupo colectivo a que se adhiera (el sindicato, la sociedad obrera, la colectividad de funcionarios de un mismo ramo), grupo que tiene sus intereses y los siente distintos del Estado y quiere imponer al Estado su propia fuerza y su interés” (De “Estudios y ensayos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2005).
Las religiones bíblicas están orientadas y dirigidas hacia la individualidad de los seres humanos, principalmente para que todo individuo dedique su vida a una mejora continua de los atributos que caracterizan a toda personalidad. De ahí que las tendencias católicas de tipo colectivista apuntan en una dirección completamente distinta a la que aparentan promover.
Si prevalecieran las ideas que apuntan hacia el individualismo, predominaría el “ciudadano del mundo”, desapareciendo los nacionalismos extremos que favorecen los conflictos armados que actualmente se evidencian a lo largo y a lo ancho del planeta. Desaparecerían también los apoyos a los gobiernos totalitarios que mantienen a sus poblaciones encarceladas bajo el yugo del terror y muchas veces del hambre y la inseguridad.
viernes, 2 de mayo de 2025
La conversión de católicos al marxismo
En los últimos años se ha advertido un gran acercamiento entre sectores de la Iglesia Católica y la ideología marxista, llegando a la expresión de Jorge Bergoglio de que “Son los comunistas los que piensan como los cristianos”, orientando a millones de católicos hacia un acercamiento y hasta una posible conversión al marxismo-leninismo, quizá no como objetivo institucional, pero sí como un efecto de tal creencia.
Al respecto, conviene comparar al “hombre nuevo cristiano” con el “hombre nuevo soviético” para observar diferencias y/o coincidencias. El hombre nuevo cristiano es aquel que cumple con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” o bien: compartirás como propias las penas y las alegrías ajenas, ya que, buscando el Reino de Dios, “…lo demás se os dará por añadidura”.
El hombre nuevo soviético, por el contrario es el que se ha de unir en el trabajo con sus semejantes, entregando altruistamente el fruto de su trabajo al Estado, quien distribuirá sabia y equitativamente ese fruto bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, imitando un tanto a un hormiguero o a una colmena.
Es de esperar que el nuevo Papa, sea quien sea, tenga al menos un elemental conocimiento del cristianismo y del marxismo y pueda así poner en evidencia las enormes diferencias entre ambas posturas. Que tenga, además, la decencia de reconocer las tremendas catástrofes sociales producidas a lo largo de la historia por los regímenes marxistas-leninistas, bastante más peligrosos que el nazismo.
Se menciona a continuación un artículo que trata el tema en cuestión:
DEL OPIO DE LOS PUEBLOS A LA COCA DE LOS PROLETARIOS
Por Armando Ribas
Antes de empezar creo procedente aclarar que no soy crítico de cine, por lo tanto lo que voy a escribir acerca de la película “Si la Cosa Funciona” dirigida por Woody Allen tiene otras connotaciones. Igualmente debo hacer otra aclaración. Yo aprendí del Génesis que a Adán y Eva los habían echado del paraíso, por querer ser como dioses y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Por tanto no voy a criticar la discusión sobre las moralejas que plantea el desarrollo de la película en cuestión.
Ahora bien, sigo preocupado por lo que considero una creciente confusión en el mundo, a partir del racionalista pensamiento socialista. Por tanto voy a plantear una discrepancia fundamental con las expresiones iniciales del protagonista, al respecto de Jesús y Marx. Y creo que, a su vez, tengo tal derecho a discutir su proposición pues él le habló al público (cosa que no había visto nunca antes) y yo formaba parte de él. Así, si mal no recuerdo y como muestra del planteo moral posterior, planteó la siguiente preposición: “Marx y Jesús tenían una propuesta similar, pero se equivocaron porque los dos tenían la ilusión de que el hombre era como no era” (SIC).
Podría decir que esa proposición inicial, constituye una falacia de composición, que muestra la ignorancia del protagonista o de su director. Por esa razón le recomendaría a Woody Allen que leyera El Nuevo Testamento y El Manifiesto Comunista antes de plantear a la platea una disquisición tan falaz.
Empecemos por El Nuevo Testamento y allí nos encontramos que “El justo peca siete veces y el que esté libre de pecado arroje la primera piedra”. Creo que las anteriores observaciones constituyen una noción clara de la falibilidad de la naturaleza humana y en consecuencia la tolerancia como presupuesto de la libertad individual. Por el contrario Marx en el Manifiesto Comunista, decididamente influenciado por Rousseau, cree en la creación de un “hombre nuevo” que disfrutará de su condición idílica, en el paraíso comunista, una vez que hayan desaparecido los capitalistas y por consiguiente la propiedad privada. En ese mundo idílico el Estado desaparecería y se viviría en un supuesto paraíso anárquico.
Siguiendo entonces con El Nuevo Testamento, nos encontramos con otro principio que significó magníficamente el presupuesto de la libertad y así dice Cristo: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ese principio significa el reconocimiento de la existencia del gobierno y la consecuente separación del Estado de la Iglesia. Durante mucho tiempo en la historia este principio liminar fue ignorado y finalmente criticado por Locke, fue puesto en práctica en Inglaterra después de la “Glorius Revolution” de 1688.
Por su parte Marx, que era ateo, consideraba a la religión el “opio de los pueblos” y por tanto era supuestamente el deber de la sociedad el prohibir su ejercicio. No obstante el derecho al ateísmo, que desde mi punto de vista es otra creencia, lo que considero otro de los presupuestos del totalitarismo es que a partir de lo que he llamado el oscurantismo de la razón, se pretendía sustituir la muerte a los infieles por muerte a los fieles. Así ocurrió durante la Revolución Francesa en nombre de la Diosa Razón, y siguió con el comunismo en el Imperio Soviético.
Debemos recordar también lo que dijera John Locke en su Carta Sobre la Tolerancia y que por supuesto condice con el principio de dar al Cesar lo que es del Cesar..”Se dice que el Evangelio frecuentemente declara que los verdaderos discípulos de Cristo deben sufrir persecución: pero que la Iglesia de Cristo debe perseguir a otros, y forzar a otros mediante fuego y espada, abrazar su Fe y su Doctrina, nunca lo he podido encontrar en ninguno de los libros del Nuevo Testamento”.
Volviendo a la noción de la propiedad privada, ya sabemos que Marx otra vez siguiendo las nociones de Rousseau consideraba que el origen de las desigualdades del hombre era la propiedad. Y ese lamentable principio rige hoy a través de los llamados derechos humanos que justifican los planteos socialistas que han determinado la crisis actual en el llamado mundo occidental. Pasando entonces al Evangelio nos encontramos con principios antitéticos en la parábola de la Hora Nona donde se plantea la problemática siguiente:
“El propietario de un predio ha contratado el trabajo de sus trabajadores por un precio determinado. Pasada la hora Nona contrata a otros por el mismo sueldo. Los primeros trabajadores consideran esta contratación injusta y van a protestar al dueño.. El dueño de la tierra contesta: yo contraté con ustedes en determinados condiciones y las cumplí, lo que yo contrate con los otros no es de su incumbencia". En esta parábola del Evangelio nos encontramos el reconocimiento pleno de lo que Marx llamaría el sistema capitalista, o sea el reconocimiento de la propiedad privada y de la validez de los contratos.
Siguiendo pues con las tesis marxistas, en la “Ideología Alemana” Marx escribe: “En la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada cual puede estar satisfecho con cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y así hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, arrear ganado en la noche y criticar después de la cena, tal como yo lo tengo en mente, sin que jamás me convierta en cazador, pescador, pastor o critico.” Sandeces de esta naturaleza jamás se encuentran en el Evangelio.
Predicha esta estupidez, pasamos nuevamente al Nuevo Testamento y en San Mateo nos encontramos la parábola de los talentos. En la misma se reconoce la responsabilidad individual por los resultados de la acción y por el contrario se descalifica, a quien no se toma el trabajo de crear.
Por todo lo dicho anteriormente creo que entre el cristianismo original y el marxismo nos encontramos la antítesis entre la libertad individual y el totalitarismo, ya fuere comunista o nacional socialista. Hegel mediante. Este reconocimiento lo encontramos en la Rerum Novarun donde León XIII saca a la Iglesia del ultramontanismo del Syllabus (lista de errores) y en 1891 publica la encíclicas Rerum Novarum donde dice, en contra de los socialistas: “Porque ha puesto en sus hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales las facultades de todos ni igual el ingenio ni la salud ni las fuerzas: y la necesaria desigualdad de estas cosas sigue necesariamente la desigualdad en la fortuna. La cual es por cierto conveniente a la utilidad así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno, la vida común de facultades diversas y oficios diversos”.
Perdón por la longitud de la cita, pero me parece trascendente en estos momentos en que con posterioridad a 1931, pareciera que la Iglesia abandonara la sabiduría de León XIII de reconocer la mano invisible, y acercarse a los principios igualitarios del socialismo.
He traído a colación esta problemática a partir de Woody Allen pues insisto en mis preocupaciones, por la demagogia socialista reinante. Así creo que es propicia la oportunidad para recordar que en el Cristianismo se encuentran las fuentes del sistema político que a partir del reconocimiento de la falibilidad del hombre permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Nada más apartado y antitéticos que los principios cristianos y el marxismo y espero que así se comprenda, para bien de todos, pues “un espectro sigue rondando a Europa y América Latina".
(De elindependent.org).
Al respecto, conviene comparar al “hombre nuevo cristiano” con el “hombre nuevo soviético” para observar diferencias y/o coincidencias. El hombre nuevo cristiano es aquel que cumple con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” o bien: compartirás como propias las penas y las alegrías ajenas, ya que, buscando el Reino de Dios, “…lo demás se os dará por añadidura”.
El hombre nuevo soviético, por el contrario es el que se ha de unir en el trabajo con sus semejantes, entregando altruistamente el fruto de su trabajo al Estado, quien distribuirá sabia y equitativamente ese fruto bajo el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”, imitando un tanto a un hormiguero o a una colmena.
Es de esperar que el nuevo Papa, sea quien sea, tenga al menos un elemental conocimiento del cristianismo y del marxismo y pueda así poner en evidencia las enormes diferencias entre ambas posturas. Que tenga, además, la decencia de reconocer las tremendas catástrofes sociales producidas a lo largo de la historia por los regímenes marxistas-leninistas, bastante más peligrosos que el nazismo.
Se menciona a continuación un artículo que trata el tema en cuestión:
DEL OPIO DE LOS PUEBLOS A LA COCA DE LOS PROLETARIOS
Por Armando Ribas
Antes de empezar creo procedente aclarar que no soy crítico de cine, por lo tanto lo que voy a escribir acerca de la película “Si la Cosa Funciona” dirigida por Woody Allen tiene otras connotaciones. Igualmente debo hacer otra aclaración. Yo aprendí del Génesis que a Adán y Eva los habían echado del paraíso, por querer ser como dioses y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Por tanto no voy a criticar la discusión sobre las moralejas que plantea el desarrollo de la película en cuestión.
Ahora bien, sigo preocupado por lo que considero una creciente confusión en el mundo, a partir del racionalista pensamiento socialista. Por tanto voy a plantear una discrepancia fundamental con las expresiones iniciales del protagonista, al respecto de Jesús y Marx. Y creo que, a su vez, tengo tal derecho a discutir su proposición pues él le habló al público (cosa que no había visto nunca antes) y yo formaba parte de él. Así, si mal no recuerdo y como muestra del planteo moral posterior, planteó la siguiente preposición: “Marx y Jesús tenían una propuesta similar, pero se equivocaron porque los dos tenían la ilusión de que el hombre era como no era” (SIC).
Podría decir que esa proposición inicial, constituye una falacia de composición, que muestra la ignorancia del protagonista o de su director. Por esa razón le recomendaría a Woody Allen que leyera El Nuevo Testamento y El Manifiesto Comunista antes de plantear a la platea una disquisición tan falaz.
Empecemos por El Nuevo Testamento y allí nos encontramos que “El justo peca siete veces y el que esté libre de pecado arroje la primera piedra”. Creo que las anteriores observaciones constituyen una noción clara de la falibilidad de la naturaleza humana y en consecuencia la tolerancia como presupuesto de la libertad individual. Por el contrario Marx en el Manifiesto Comunista, decididamente influenciado por Rousseau, cree en la creación de un “hombre nuevo” que disfrutará de su condición idílica, en el paraíso comunista, una vez que hayan desaparecido los capitalistas y por consiguiente la propiedad privada. En ese mundo idílico el Estado desaparecería y se viviría en un supuesto paraíso anárquico.
Siguiendo entonces con El Nuevo Testamento, nos encontramos con otro principio que significó magníficamente el presupuesto de la libertad y así dice Cristo: “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ese principio significa el reconocimiento de la existencia del gobierno y la consecuente separación del Estado de la Iglesia. Durante mucho tiempo en la historia este principio liminar fue ignorado y finalmente criticado por Locke, fue puesto en práctica en Inglaterra después de la “Glorius Revolution” de 1688.
Por su parte Marx, que era ateo, consideraba a la religión el “opio de los pueblos” y por tanto era supuestamente el deber de la sociedad el prohibir su ejercicio. No obstante el derecho al ateísmo, que desde mi punto de vista es otra creencia, lo que considero otro de los presupuestos del totalitarismo es que a partir de lo que he llamado el oscurantismo de la razón, se pretendía sustituir la muerte a los infieles por muerte a los fieles. Así ocurrió durante la Revolución Francesa en nombre de la Diosa Razón, y siguió con el comunismo en el Imperio Soviético.
Debemos recordar también lo que dijera John Locke en su Carta Sobre la Tolerancia y que por supuesto condice con el principio de dar al Cesar lo que es del Cesar..”Se dice que el Evangelio frecuentemente declara que los verdaderos discípulos de Cristo deben sufrir persecución: pero que la Iglesia de Cristo debe perseguir a otros, y forzar a otros mediante fuego y espada, abrazar su Fe y su Doctrina, nunca lo he podido encontrar en ninguno de los libros del Nuevo Testamento”.
Volviendo a la noción de la propiedad privada, ya sabemos que Marx otra vez siguiendo las nociones de Rousseau consideraba que el origen de las desigualdades del hombre era la propiedad. Y ese lamentable principio rige hoy a través de los llamados derechos humanos que justifican los planteos socialistas que han determinado la crisis actual en el llamado mundo occidental. Pasando entonces al Evangelio nos encontramos con principios antitéticos en la parábola de la Hora Nona donde se plantea la problemática siguiente:
“El propietario de un predio ha contratado el trabajo de sus trabajadores por un precio determinado. Pasada la hora Nona contrata a otros por el mismo sueldo. Los primeros trabajadores consideran esta contratación injusta y van a protestar al dueño.. El dueño de la tierra contesta: yo contraté con ustedes en determinados condiciones y las cumplí, lo que yo contrate con los otros no es de su incumbencia". En esta parábola del Evangelio nos encontramos el reconocimiento pleno de lo que Marx llamaría el sistema capitalista, o sea el reconocimiento de la propiedad privada y de la validez de los contratos.
Siguiendo pues con las tesis marxistas, en la “Ideología Alemana” Marx escribe: “En la sociedad comunista, donde nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada cual puede estar satisfecho con cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y así hace posible para mí el hacer una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, arrear ganado en la noche y criticar después de la cena, tal como yo lo tengo en mente, sin que jamás me convierta en cazador, pescador, pastor o critico.” Sandeces de esta naturaleza jamás se encuentran en el Evangelio.
Predicha esta estupidez, pasamos nuevamente al Nuevo Testamento y en San Mateo nos encontramos la parábola de los talentos. En la misma se reconoce la responsabilidad individual por los resultados de la acción y por el contrario se descalifica, a quien no se toma el trabajo de crear.
Por todo lo dicho anteriormente creo que entre el cristianismo original y el marxismo nos encontramos la antítesis entre la libertad individual y el totalitarismo, ya fuere comunista o nacional socialista. Hegel mediante. Este reconocimiento lo encontramos en la Rerum Novarun donde León XIII saca a la Iglesia del ultramontanismo del Syllabus (lista de errores) y en 1891 publica la encíclicas Rerum Novarum donde dice, en contra de los socialistas: “Porque ha puesto en sus hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales las facultades de todos ni igual el ingenio ni la salud ni las fuerzas: y la necesaria desigualdad de estas cosas sigue necesariamente la desigualdad en la fortuna. La cual es por cierto conveniente a la utilidad así de los particulares como de la comunidad; porque necesita para su gobierno, la vida común de facultades diversas y oficios diversos”.
Perdón por la longitud de la cita, pero me parece trascendente en estos momentos en que con posterioridad a 1931, pareciera que la Iglesia abandonara la sabiduría de León XIII de reconocer la mano invisible, y acercarse a los principios igualitarios del socialismo.
He traído a colación esta problemática a partir de Woody Allen pues insisto en mis preocupaciones, por la demagogia socialista reinante. Así creo que es propicia la oportunidad para recordar que en el Cristianismo se encuentran las fuentes del sistema político que a partir del reconocimiento de la falibilidad del hombre permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Nada más apartado y antitéticos que los principios cristianos y el marxismo y espero que así se comprenda, para bien de todos, pues “un espectro sigue rondando a Europa y América Latina".
(De elindependent.org).
jueves, 1 de mayo de 2025
Embaucadores ideológicos y arrepentidos
Debido a que eran más las coincidencias que las diferencias entre comunistas y nazis, Friedrich Hayek comentaba que en la Alemania nazi era muy común la “conversión” de comunistas en nazis. Algo muy distinto es el paso del comunismo al liberalismo, cuya única explicación es que hubo una prédica embaucadora y mentirosa promovida por los ideólogos marxistas. Quien intenta comparar, luego, la ideología con la realidad, pronto, o no tanto, se dará cuenta del engaño y por ello es posible que acepte los lineamientos básicos del liberalismo.
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
La ideología marxista propone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, si bien en muchos casos implica la eliminación de toda propiedad privada. Ello asegura la pérdida total de libertad de una población que quedará supeditada a las decisiones de quienes dirigen el Estado, que son los “dueños” efectivos de toda forma de propiedad, ya que son quienes toman las decisiones generales.
Justifican toda expropiación aduciendo que el burgués es en extremo egoísta y que por ello es necesaria la generosa acción de los marxistas a cargo del Estado, quienes cumplirán la función de redistribuir la producción equitativamente, al menos en teoría. Se advierte una discriminación moral y social previa que justificará la violencia y las catástrofes sociales que ocurrieron en varios países. Sin embargo, los incautos, al encontrar cierta veracidad en tales afirmaciones, tienden a creer todas las fantasías deducidas a partir de tales verdades parciales.
Como en todo sector de la sociedad, o en toda clase social, no existe uniformidad de valores, resulta frecuente la “generalización fácil”, por la cual se escuchan expresiones como “todos los empresarios”, “todos los políticos” o “todos los judíos”, que resulta el primer eslabón de una serie de “razonamientos” que conducen tarde o temprano a alguna forma de violencia. De ahí que sea necesario establecer juicios a nivel individual y no colectivo.
Entre los casos más conocidos de intelectuales que fueron engañados por la prédica marxista, encontramos a Arthur Koestler, que le llevó 8 años advertir su error. También Mario Vargas Llosa transitó por una etapa socialista hasta llegar a ser una figura reconocida del sector liberal. A continuación se transcribe un artículo sobre el distinguido escritor peruano:
VARGAS LLOSA ENTRA EN LA ETERNIDAD
Por Lorenzo Bernaldo de Quirós
Con Mario Vargas Llosa desaparece el último gran liberal del Siglo XX cuando las ideas por las que luchó a lo largo de su dilatada vida, la democracia liberal y el capitalismo de libre empresa, las dos expresiones intelectuales de la sociedad abierta sufren el embate del colectivismo de izquierdas y de derechas. Ambos arrogan al poder el privilegio de controlar no sólo las acciones de los hombres sino de gobernar sus fantasías, sus sueños y su memoria. Contra esto luchó en su obra de ficción, en la ensayística, en la periodística, en sus innumerables apariciones públicas. Sus novelas eran un ejercicio de rebelión contra la voluntad autoritaria y totalitaria de inmovilizar el presente, ideal supremo de todas las dictaduras y sus escritos de no ficción eran la expresión de esa misma visión.
Vargas Llosa fue la encarnación del intelectual comprometido con la verdad y la libertad. Comprendió muy pronto el carácter letal de las utopías de izquierdas, esas bellísimas mujeres con la cabeza en las nubes y los pies en un charco de sangre. Eso le llevó a una ruptura temprana y dolorosa con algunos/muchos intelectuales que habían abrazado y seguían profesando la fe marxista leninista a pesar de sus crímenes. Ello le convirtió en un traidor a la “Causa” y le ganó el odio y la descalificación perenne de buena parte de sus antiguos amigos. Dejó de ser un compañero de viaje de los peregrinos a La Habana y a Moscú cuando la mayoría de los intelectuales de su mundo seguían admirando y rindiendo pleitesía al Ogro Filantrópico.
Si se tuviese que elegir una contrafigura de Vargas Llosa no sería, como se señala a veces, la de García Márquez sino la de Jean Paul Sartre. Este mantuvo su Fe en el comunismo hasta llegar a aplaudir los Juicios de Moscú y negar la inexistencia del Gulag, un invento progandístico de la derecha reaccionaria e imperialista. Y mantuvo esas ideas hasta su muerte. Vargas Llosa nunca sucumbió a lo que Julien Benda denominó en su libro de 1927 la “trahison des clercs” aunque eso le dejase en un aislamiento poco espléndido en una escena dominada por la izquierda fósil y reaccionaria satelizada por la URSS. Y Mario no adoptó frente a ella un “laissez faire, laissez passer”, un lavarse las manos, una retirada al Olimpio del arte, a una torre de marfil, sino la combatió de manera constante e irreductible a lo largo de su existencia.
La evolución ideológica de Vargas Llosa fue popperiana; esto es un ejercicio de racionalismo crítico. Toda pretensión de verdad y de conocimiento ha de pasar el tamiz de la consistencia lógica de las hipótesis que se plantean y de su contrastación empírica. Y los resultados de ese proceso nunca son definitivos. Este enfoque es antitético con la conversión de las ideas políticas en una especie de religiones seculares adoptadas de manera acrítica por sus seguidores. Este es el auténtico antídoto contra el sectarismo, contra la conversión de los idearios en teología y una vacuna de sano escepticismo frente al pensamiento mágico y único. El mundo avanza a través de un proceso de ensayo-error y eso implica libertad de pensamiento y de acción.
De igual modo, Vargas Llosa denunció a los regímenes autoritarios de derechas. Nunca mostró complacencia alguna respecto a ellos y siempre consideró inseparable la unión entre la democracia y la libertad. Para él, el liberalismo era un sistema integral de principios y no un menú a la carta cuyos ingredientes se combinaban a gusto del consumidor. De ahí, su nula tolerancia hacia las dictaduras de derechas aunque, algunas de ellas, fuesen favorables a la libertad económica. El nacionalismo, bandera de las dictaduras conservadoras en Hispanoamérica y fuera de ella, era para Mario una expresión del colectivismo, una manera de sacrificar los derechos individuales en los altares de un interés nacional cuyo único propósito era legitimar el abuso de poder por los gobernantes; una inflamación patológica y tóxica del patriotismo.
Como autor de ficción, Vargas Llosa rechazaba todo intento de manipular la historia, de emplearla como un instrumento al servicio de los Gobiernos de turno para proporcionarles una coartada legitimadora de todas sus fechorías. En esta línea siempre recordaba el ejemplo de los incas. Muerto el Emperador, el nuevo rehacía la memoria oficial, corregía y reconstruía el pasado ayudado en esa tarea por la intelligentsia de su corte, los Amautas. La construcción de una historia oficial y la prohibición de ofrecer alternativas a ésta ha sido uno de los recursos constantes y favoritos de los sistemas autocráticos y, aunque parezca mentira, de algunos autodenominados democráticos en el Hemisferio Occidental.
Por último, Vargas Llosa tenía un don especial, el de hacer llegar con claridad, con precisión y de manera atractiva los ideales de la libertad a un público masivo. Su capacidad dialéctica rivalizaba con sus dotes literarias y quienes han tenido el honor y el placer de escucharle pueden dar testimonio de ello. También quienes han tenido la fortuna de ser sus amigos y de acompañarle durante años son testigos de su encanto, de su accesibilidad, de su magna generosidad. Era la antítesis de la pretenciosidad y de la arrogancia. De él queda una obra inmortal pero, sobre todo, un monumento al coraje y a la coherencia de un pensador liberal que ya ha entrado con pleno derecho en el panteón de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en La Vanguardia (España) el 18 de abril de 2025.
(De elcato.org)
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