La izquierda política, por lo general, encuentra cierta incompatibilidad entre orden social y libertad individual, optando por promover cierto orden social artificial desde el Estado, considerando que de esa forma se repararía el supuesto caos asociado a la plena vigencia de libertades individuales, anulando o limitando severamente tal derecho natural de todo ciudadano. Francisco Ayala escribió: “El dualismo polémico entre libertad y orden pertenece a un determinado momento de la historia política. Es la fórmula concreta de una contraposición de actitudes frente al Estado en una precisa fase de la sociedad moderna, cuyas condiciones permitieron que los hombres se agruparan como partidarios del orden, por un lado, y partidarios de la libertad por el otro”.
“Sin embargo, esa fórmula histórica, explicable por un conjunto de circunstancias muy concretas, traduce una tensión substancial –y por ello, eterna- entre el orden y la libertad. Y el problema de la libertad arraiga en esa tensión substancial. Aparecerá revistiendo los planteamientos más diversos a lo largo de la Historia; su dialéctica tomará como expresión los más distintos lenguajes y será portada por los intereses prácticos más disímiles”.
“No importa: bajo tan variados carices se encuentra siempre, latente, el contraste vivo, fecundo y dinámico entre libertad y orden. Porque tanto la una como el otro responden a necesidades esenciales de la naturaleza humana, de manera que, siendo opuestos en su tendencia, exigen ineludiblemente ser conciliados, armonizados en la realidad de la convivencia social” (De “Historia de la libertad”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1951).
La supuesta incompatibilidad entre orden social y libertad individual se debe esencialmente a ignorar la existencia de sistemas autoorganizados, como es el caso del mercado en economía. En tal caso se advierte que toda perturbación de las acciones e intercambios libres, por parte del Estado, tiende a empeorar lo que se quiso corregir o mejorar.
Los supuestos errores, o “mal funcionamiento del mercado”, se deben a la errónea calificación como “economía de mercado” a las economías que se presentan en los países subdesarrollados, con muy pocas empresas, que conforman monopolios naturales y que están lejos de establecer una competencia empresarial y así establecer una verdadera economía de mercado. En los países más próximos a tal tipo de economía, se advierte la inexistencia de incompatibilidad entre orden económico y libertad individual.
También en otros aspectos, como es el caso del orden moral, se advierte la existencia de un sistema natural autoorganizado que tiende a producir auto-castigos a quienes se separan demasiado de la ética natural elemental. En cuanto a quienes respetan tal ética, se advierte una especie de premio a dicha adaptación. De esa forma, tampoco existe incompatibilidad entre orden moral y libertad individual. Como no siempre reina en la sociedad un adecuado nivel ético, muchas veces es necesaria la presencia del Estado para limitar los extravíos morales que atentan contra el orden social.
Si todos los integrantes de la sociedad tuvieran la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, se cumpliría plenamente la compatibilidad entre orden social y libertad individual. No haría falta el Estado, ni los policías, ni los jueces, ni los abogados, ni los ejércitos, etc. Sería un mundo previsto como el denominado Reino de Dios, respecto del cual estamos bastante lejos de alcanzar.
Los defectos morales tienen plena actualidad, mientras los anarquistas abogan por la eliminación del Estado, por lo que apuntan a posibilitar cierto caos social. Por otra parte, los Estados totalitarios tienden a producir pésimos resultados. De ahí que ambos extremos son inadecuados. Es decir, la ausencia de Estado, por una parte, o “todo en el Estado, nada fuera del Estado”, por otra parte.
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