Siendo el proceso del mercado un sistema autoorganizado, quienes advierten este atributo consideran inoportuna toda posible perturbación del mismo, siempre y cuando sea efectivamente un sistema que cumpla con las condiciones típicas, como es el caso de una concurrencia de empresas que permita una competencia entre las mismas.
Quienes tienen capacidad para perturbar un mercado han de ser las grandes empresas y también el propio Estado, cuando, con fines políticos o personales, los integrantes del gobierno intervienen en el sistema provocando peores efectos que los que supuestamente pretendían subsanar.
Puede decirse que lo ideal es la existencia de un Estado que trate de mantener sin perturbaciones a los diversos mercados que componen la economía nacional. De ahí que debe distinguirse entre las buenas y las malas intervenciones estatales en la economía.
Los extremos los encontramos en la postura socialista, por una parte, que elimina el proceso del mercado reemplazándolo por una economía planificada. El otro extremo lo encontramos en la postura del anarquismo de mercado que propone la no intervención estatal en la economía, lo que pocas veces se ha llevado a la práctica. Recordemos que los economistas que favorecieron el “milagro alemán” de la posguerra, hablaban de “una fuerte intervención del Estado”. En la actualidad, el gobierno de China interviene en la economía favoreciendo al sector empresarial con buen criterio. Alfred Müller-Armack escribió: "La economía social de mercado no presupone un Estado débil, sino que ve más bien en un Estado democrático fuerte la garantía del funcionamiento de este orden. El Estado no sólo está presente en función de la seguridad del ejercicio del derecho privado. Precisamente gracias a la economía social de mercado se ha visto confirmado en una de sus tareas esenciales: intervenir en favor del mantenimiento de una auténtica competencia como función política (en el sentido de Eucken, Frank Böhm y Miksch). El orden de competencia, asegurado por el Estado, anula asimismo factores de poder y los canaliza hacia el mercado".
"De esta suerte, una competencia socialmente apta para funcionar tiende a prevenir la acumulación de fortunas unilaterales provenientes de privilegios económicos. Por otra parte, este proceso también sienta bases para correcciones y transferencias de ingresos del Estado a los sectores más alicaídos de la población. Pero condición previa para cualquier intromisión de esta clase por parte del Estado es su compatibilidad con la economía de mercado y la correspondiente formación de réditos. Es decir, que el objetivo social debe ser logrado con medidas conformes con el mercado, sin estorbar el desarrollo de precios propiamente de mercado".
"Este postulado de la conformidad de Estado y mercado constituye el decisivo contraste entre este tipo de economía y el dirigismo. En este último, mercados enteros son paralizados por precios decretados. Y con ello amplios sectores de la población se ven perjudicados y padecen finalmente una notoria falta de los bienes indispensables para la vida. Por la conformidad con el Estado se distingue asimismo la economía social de mercado del intervencionismo. Este mezcla los entre sí contradictorios elementos del dirigismo con los de la economía de mercado según su conveniencia, hasta tanto se eliminen mutuamente e impidan la producción" (De "El orden del futuro" de Ludwig Erhard y A. Müller-Armack-EUDEBA-Buenos Aires 1981).
En los países subdesarrollados, por el contrario, se supone que el buen gobierno es el que “protege al pueblo de su enemigo natural: el sector empresario”. De ahí que muchos piensan que el buen gobierno es el que redistribuye las riquezas creadas por las empresas por fuera del intercambio asociado al mercado y al trabajo individual.
En cuanto a las condiciones que se han de cumplir para el óptimo funcionamiento del proceso del mercado, tenemos las siguientes:
a) Los compradores y los vendedores deben ser demasiado pequeños para influir sobre el precio del mercado.
b) Todos los participantes deben disponer de información completa y no puede haber secretos comerciales.
c) Los vendedores deben soportar el coste completo de los productos que venden y trasladarlos al precio de venta.
d) La inversión de capital debe permanecer dentro de los límites nacionales y el comercio entre los países debe equilibrarse.
e) Los ahorros deben invertirse en la creación de capital productivo.
(De "El mundo post empresarial" de David C. Korten-Ediciones Granica SA-Barcelona 2000)
A continuación se transcribe parte de un cuestionario al respecto:
Nicole Salinger: Exactamente ¿qué es el mercado? ¿y por qué le confiere tal importancia el sistema liberal neoclásico?
J. K. Galbraith: En sus orígenes, el mercado era el lugar donde los compradores y vendedores se encontraban realmente para intercambiar sus productos alimenticios, prendas de vestir, ganado o cualquier otra mercancía. Hoy es evidentemente un concepto abstracto que implica la venta o la compra de un bien o de un servicio. Está vacío de cualquier referencia geográfica. Los jefes de empresas americanos hablan con énfasis de sus transacciones complejas en el mercado. Es un sitio en el que jamás han puesto los pies.
NS: ¿Cuáles eran las condiciones de buen funcionamiento de la economía de mercado neoclásica?
JKG: El mercado, hay que repetirlo, estaba considerado como el regulador único de la vida económica. Pero si el mercado funcionaba mal, entonces de un modo u otro el Estado debía tomar el relevo para evitar la anarquía o la explotación de los débiles por los fuertes. Para ser eficaz, el mercado debía ser un instrumento impersonal, al margen de cualquier manipulación por parte de un individuo o de una organización. No podía tolerar que una gran empresa decretase por su cuenta las leyes que tenían que regirlo.
El privilegio había sido demasiado flagrante. De la misma manera, no se podía seguir hablando de mecanismo regulador si se permitía a cada particular la libertad de fijar sus propios precios. Esto habría sido asimismo demasiado cómodo.
Concernía a la concurrencia y a ella sola fijar los precios según el esquema tradicionalmente reiterado, una concurrencia perfectamente impersonal entre numerosos vendedores y numerosos compradores. Si un vendedor pedía un precio superior al del mercado, perdía su clientela y para reconquistarla debía bajar su precio. La ausencia o la llegada de un nuevo vendedor o de un nuevo comprador aislado no influían sobre los niveles de los precios.
NS: ¿Se han plasmado en realidad alguna vez estas condiciones? ¿Y en qué medida siguen existiendo hoy en día?
JKG: Donde el gobierno no interviene es aún de esta manera impersonal como se establecen los precios; es el caso de ciertos productos agrícolas como el algodón, el trigo o la soja. El mercado del algodón es un buen ejemplo. Si un productor de algodón, incluso el más importante, desaparece y se lleva su plantación al cielo, como sospecho que debe haber hecho Howard Hughes con su fortuna, no por ello se alterará el precio del algodón.
Por muy grande que sea, el productor no suministra más que una ínfima porción de la producción total. Y, al igual que todos los otros vendedores, debe someterse al mercado. Esta ley del mercado se consideraba como el pivote del sistema neoclásico. Lo sigue siendo aún en una buena medida y estoy seguro de que una lección de economía de cada dos sigue comenzando con el postulado tradicional: «Dadas las condiciones de la concurrencia….».
(De “Introducción a la economía” de J.K. Galbraith y Nicole Salinger-Editorial Crítica SA-Barcelona 1979).
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