sábado, 19 de abril de 2025

El mal como ausencia del bien

Decir que el mal es la ausencia del bien, es una expresión que carece de sentido a menos que definamos con cierta precisión lo que es el bien. Tal tipo de planteo aparece principalmente en el ámbito de la filosofía católica. Jacques Maritain escribió: “Se sabe que, sobre la metafísica del mal, Santo Tomás toma de nuevo y profundiza los grandes temas agustinianos: el mal no es ni una esencia ni una naturaleza ni una forma ni un ser; el mal es una ausencia de ser; no es una simple ausencia o negación, sino una privación: la privación de un bien que debía existir en una cosa” (De “El mal está entre nosotros” de Paul Claudel-Fomento de Cultura, Ediciones-Valencia 1959).

En cuanto al ser, leemos: “Designase con este nombre aquella perfección por la cual algo es un ente” (Del “Diccionario de Filosofía” de Walter Brugger-Editorial Herder-Barcelona 1978). En cuestiones humanas, hablar de “perfección” quizás sea algo exagerado, de ahí que convendría hablar de “completitud”. Así, el ser humano completo, o pleno, es el que satisface y exalta los atributos con que nos ha dotado el orden natural a través del proceso evolutivo. Tal proceso apunta a una mayor adaptación al orden natural.

Los principales atributos humanos son los asociados al cuerpo, a la mente y a lo emocional. De ahí que no debemos descuidar al cuerpo, apuntando a una vida saludable; a la mente, apuntando a un aceptable nivel cultural, y a lo emocional, apuntando a lo ético o moral, de donde provienen los conceptos de “bien” y “mal”.

Cuando los seres humanos descuidamos alguno, o algunos, de estos aspectos, hablamos de seres parcialmente mutilados. En el caso del aspecto emocional, cuando nos alejamos demasiado de los mandamientos bíblicos, tiende a desaparecer el “bien” (asociado a la plenitud, o completitud) de donde surge el “mal” como ausencia de “bien”, por lo cual tiene sentido la afirmación inicial.

Más concretamente, y teniendo en cuenta las actitudes emocionales básicas, que son el amor (compartir penas y alegrías ajenas como propias), odio (alegrarse del sufrimiento ajeno y entristecerse por su alegría), egoísmo (interesarse sólo por uno mismo) e indiferencia (ni siquiera ocuparse por uno mismo), advertimos que el amor apunta al bien y el odio, el egoísmo y la indiferencia apuntan al mal. Si no apuntamos al bien, necesariamente caeremos en alguna actitud predominante que asociamos al mal.

Es oportuno tener presente el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, mandamiento que nos sugiere un interés similar hacia lo que nos ocurre a cada uno de nosotros como lo que le ocurre a los demás, como una orientación ética a adoptar. Sin embargo, muchas veces hemos escuchado que “hay que hacer el bien hasta que duela” o, en general, que el mérito moral implica favorecer al prójimo incluso a través de incomodidades o sufrimientos propios, lo que conduce a que tales ayudas ofrezcan poco atractivo para ser cumplidas.

Existe alguna forma de sufrimiento, al ayudar a otro, cuando no existe la actitud empática en grado suficiente; de ahí que pocas veces se traduce el trabajo y dedicación de los padres por sus hijos como un “sacrificio”, sino que son esfuerzos que conllevan una felicidad simultánea entre todos. Fernando Savater escribió: “Es común –y no sólo entre los profanos- considerar la actitud moral como sinónimo de altruismo o desinterés, y la acción egoísta o interesada como ejemplo de inmoralidad. Se trata de un prejuicio que ha recibido diversos apoyos religiosos o colectivistas. Pero siempre ha existido también otra inspiración ética, no transmundana sino inmanente, basada en la ilustración del egoísmo y el apasionado interés por el bien propio, lo cual no es menos social: sólo menos hipócrita” (De “Ética como amor propio”-Editorial Grijalbo SA-México 1991).

Es importante distinguir entre “amor propio” y “egoísmo”. Mientras al primero podemos asociarlo a quien tiene la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias, al segundo podemos asociarlo a quien tiene la predisposición a ignorar completamente lo que a los demás les suceda o pueda sucederles.

Mientras que el amor, como empatía emocional, conduce al bien individual y social, el supuesto “amor con sufrimiento” aleja al bien individual y social. Así, el altruismo no forma parte de la naturaleza humana, sino que es una pseudo-actitud impulsada principalmente por el marxismo como una campaña para inducir en las mentes inadvertidas una ciega obediencia mental y material a quienes dirigen el Estado totalitario. También desde sectores católicos surge confusión entre amor propio y egoísmo, que son dos actitudes completamente diferentes.

Esto implica que el orden natural nos exige, como precio a pagar por nuestra supervivencia (y por nuestra felicidad individual), el deber de buscar la felicidad en forma simultánea con la de quienes nos rodean, es decir, con el prójimo, como indica el mandamiento bíblico. Así, todo bien que hagamos a los demás apuntará simultáneamente a nuestro propio bien.

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