El sacerdote Julio Meinvielle, junto con Gustavo Franceschi y Leonardo Castellani, también sacerdotes, fueron las figuras más representativas del nacionalismo católico argentino. Además de rechazar desde esa postura al comunismo y al liberalismo, principalmente, hicieron lo propio con sectores como el judaísmo. En este caso se advierte el error común de hablar de “los judíos” como si se tratara de personas que piensan y actúan en forma idéntica o muy similar, ignorándose que existen diferentes posturas entre los integrantes de tal sector de la sociedad.
El antisemitismo teológico de Meinvielle le conduce a adoptar una postura antagónica respecto del “pueblo deicida” sin tener en cuenta que a los judíos de la actualidad no se les puede acusar por lo que hicieron sus antepasados de hace unos 2.000 años atrás. Además, si las prédicas cristianas son beneficiosas para todo ser humano, quienes las rechazan se perjudican ellos mismos, de ahí las injustificadas reacciones ante tal sector de la sociedad.
Para comprender la postura de Meinvielle, debe considerarse que exaltaba las virtudes de la sociedad europea medieval, por lo cual habría de oponerse a todos los pensadores que apuntaban a dejar de lado o bien a destruir dicho orden social. Daniel Lvovich escribió: “Remitiéndose constantemente a la obra de Santo Tomás, propugnó la reedición del orden teocrático medieval, al que consideraba como único modelo válido de organización social, como parte de una cosmovisión basada en un estricto tradicionalismo católico”.
“En su concepción, la democracia liberal y el sufragio universal contradecían las leyes naturales, mientras los partidos políticos y la prensa no serían más que formas de parasitismo social. Meinvielle ha expuesto las bases de su pensamiento político del siguiente modo: «1º: La soberanía viene de Dios y no del pueblo. 2º: El orden moral no es una creación humana. 3º: El orden jurídico no es tampoco un producto del capricho humano. Arranca del orden moral… y no puede nunca contrariar la ley eterna inscripta por Dios en la razón humana. 4º: La ciudad no puede tampoco organizarse al capricho de la multitud. Es permitida tan sólo la organización fundamental de la política, que es la procuración eficaz del bien común»”.
“Meinvielle distinguía en la Edad Media cuatro funciones básicas, jerárquicamente ordenadas, que pretendía reeditar: la función de ejecución, a cargo de los artesanos; la función económica de dirección, encarnada en la burguesía; la función política, propia de la nobleza y la función religiosa, a cargo del sacerdocio. El sacerdocio tenía, en esta óptica, la función de asegurar la vida divina de los hombres incorporándolos y manteniéndola en la sociedad de los hijos de Dios”.
“El dominio de la Iglesia se extendía a todo el ámbito de lo espiritual, privado o público, individual, doméstico o social; nada que de algún modo tuviera relación con el orden eterno podía sustraerse a su jurisdicción. La función política tendría como fin hacer virtuosa la convivencia humana, y no podía recaer sino en una aristocracia, capaz de hacer imperar la virtud. Sin embargo la definición de la virtud es atributo del poder sacerdotal, con lo que la aristocracia llevaba a la realización práctica el estado de virtud que aprendió de los sacerdotes. Por debajo de ellos burguesía y artesanado, aportaban en mutua colaboración en el ámbito económico, capital y trabajo” (De “Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2003).
El plan mencionado admite la posibilidad del gobierno del hombre sobre el hombre, tanto entre sectores de la sociedad medieval como de los sacerdotes sobre el resto, siendo incompatible con la idea bíblica más importante, que es la del Reino de Dios, o gobierno de Dios sobre el hombre a través de las leyes naturales. Mientras que Cristo es el intermediario entre Dios, o el orden natural, y los demás seres humanos, apuntando a una teocracia directa, siendo la Iglesia una divulgadora de tal proceso, la Iglesia elevó a Cristo a la categoría de Dios para ubicarse entonces como la intermediaria entre el Cristo-Dios y los hombres, constituyendo una teocracia indirecta, con los pobres resultados que en la actualidad podemos comprobar.
La postura de los nacionalistas católicos, y de la Iglesia en general, implica el rechazo de todo sector o de todo proceso que se oponga o se haya opuesto a la aceptación de la Iglesia como la “intermediaria entre Dios y la humanidad” y de ahí el rechazo católico al liberalismo, comunismo, judaísmo, Reforma, diversas revoluciones, etc., sin importar tanto los atributos de tales sectores o procesos, ya que la Iglesia tiende a pactar teniendo en cuenta prioritariamente la posibilidad de poder ocupar el lugar preferencial que supone merecer. Si la Iglesia fuese la encargada, con su propio criterio, de orientar a la humanidad en la actualidad, seguramente nos orientaría hacia alguna forma de totalitarismo como el de Cuba o Venezuela. Y tal desvío de la ética bíblica individual, promovida por Cristo, hace evidente el error histórico de reemplazar lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo.
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