sábado, 26 de abril de 2025

El Cristo liberador

A la palabra “libertad” se le han dado varios significados, por lo cual resulta conveniente aclarar cuál de ellos se ha asociado a dicha palabra cada vez que la utilizamos. Desde el liberalismo se entiende por libertad la no dependencia de la tutela material o mental de otros seres humanos, excepto bajo ciertas circunstancias, como cuando uno va al médico resultando conveniente acatar sus instrucciones.

En el caso del cristianismo ocurre algo similar, ya que se “prohíbe” toda forma de gobierno del hombre sobre el hombre para ser dirigidos a través de las leyes naturales emanadas de Dios, lo que se conoce como el Reino de Dios. Las principales leyes asociadas a dicho Reino son las leyes morales que deben orientar nuestras conductas individuales. Esa ha de ser la forma “liberadora” de la moral bíblica, ya que busca limitar los efectos de nuestros defectos morales, ya que actúan como un gobierno negativo y cercano, peor incluso que los gobiernos mentales o materiales de otros seres humanos.

Cuando Cristo inicia sus prédicas, anunciando que “no viene a abolir sino a dar plenitud”, y que por ello es el Mesías esperado por los judíos, no pretendía instalar una nueva religión. Como los hebreos esperaban un Mesías que los liberara del Imperio Romano, lo rechazan. No interpretan que el mayor “imperialista” que tenemos es cada uno de nosotros mismos con nuestros defectos morales. Finalmente Cristo triunfa sobre el Imperio Romano cuando este imperio acepta al cristianismo como religión.

Al respecto, el cardenal Alfred Bengsch expresó: “Acerca de la liberación humana, hay que subrayar, ante todo, que la liberación de la opresión política y social afecta ciertamente a la redención de todo hombre; pero no es parte integrante de la evangelización: Cristo no hizo nada para liberar de la dominación romana al pueblo elegido” (Citado en “Cristo y la revolución” de Marcel Clément-Cruz y Fierro Editores-Buenos Aires 1977).

En la actualidad, son varios los sacerdotes católicos que usan el nombre de Cristo para promoverlo como un “libertador”, no sobre nuestros defectos, sino como alguien que intenta ser un liberador de los hebreos respecto del Imperio Romano, algo que poco o nada tiene que ver con la realidad. De esa forma buscan asociar al cristianismo a los planes “liberadores de Marx” respecto del capitalismo y del Imperialismo yanky.

Cuando se advierte en un país la posibilidad de una próxima entrada de un gobierno socialista, es posible que comience un éxodo de capitales materiales y de capital humano de ese país para asentarse principalmente en los EEUU, por lo cual, tales sacerdotes, convertidos en los principales ideólogos comunistas, son los principales afianzadores del poderío económico del país del cual se supone que pretenden liberarnos.

No hay nada más perjudicial para una sociedad que evadir sus propios defectos para culpar por ellos a los países extranjeros. Es la fórmula ideal para mantenerse en el subdesarrollo y la pobreza generalizada. Incluso es absurdo aplicar el criterio católico-marxista de idealizar al pobre suponiendo que se halla exento de defectos, y peor aún culpar de su pobreza al limitado sector productivo de los países subdesarrollados.

Mientras que la economía capitalista, o economía de mercado, ha liberado de la pobreza extrema a unos ochocientos de millones de chinos, según algunas estimaciones, desde el Vaticano se habla de la “economía criminal” o de la “economía que mata”, según las palabras del recientemente fallecido Jorge Bergoglio. De ahí sus simpatías manifiestas por Raúl Castro, Maduro y otros líderes comunistas. Por ello resultará positiva una nueva gestión papal que abandone la orientación marxista de la Iglesia para orientarse esta vez por la realidad concreta de las distintas sociedades humanas.

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