En un programa televisivo italiano, el periodista le pregunta al destacado físico teórico Carlo Rovelli: "¿Acaso Ucrania no tiene derecho a defenderse?", ante una supuesta asignación de culpabilidad de Ucrania por no rendirse ante el ataque ruso para así evitar la muerte de miles de seres humanos. Esta postura, defendida por Jorge Bergoglio, nunca consideran culpable de la situación a Vladimir Putin y a Rusia, sino a Ucrania por no rendirse ante una Rusia que en épocas de Stalin asesinó a unos 6 o 7 millones de ucranianos.
Mientras que culpan a Ucrania por no rendirse ante el "poderoso" ejército ruso, por otra parte abogan por evitar un rearme europeo, que ha de ser imjustificado por cuanto el "débil" ejército ruso ni siquiera ha sido capaz de dominar a Ucrania.
Además, Carlo Rovelli parece tener una postura en contra de Israel, sin tener presente que tanto palestinos como judios comparten sus intenciones de desalojar a sus vecinos y a liquidarlos a todos, si bien tales posturas quizás resultan sólo mayoritarias, por cuanto existen sectores palestinos y judíos que no están de acuerdo con las decisiones de los líderes de ambos pueblos.
En el llamado a la paz, que se menciona a continuación, sus autores proponen que Europa no reinicie un rearme, aunque en ningún momento hacen referencia a Vladimir Putin y a sus actuaciones expansionistas en los últimos años. También los autores ignoran que países como China también están aumentado su poderío militar. El verdadero pacifista promueve el desarme de todos los países, mientras que si un país como Rusia da muestras evidentes de querer ampliar su territorio ocupando militarmente el de sus vecinos, no armarse implicaría una actitud suicida.
Si Europa aumenta su poderío militar, posiblemente Putin podrá limitar sus ambiciones expansionistas, mientras que si Europa mantiene su limitado militarismo, es posible que Rusia avance hacia nuevas conquistas territoriales.
Rovelli nos hace recordar las protestas de los comunistas de la época de la guerra fría, cuando protestaban por los gastos anuales en armamentos por parte de EEUU, aduciendo las necesidades padecidas por muchos pueblos del mundo, pero nunca hacían referencia a los gastos de la URSS, quizás justificando que ese armamento soviético alguna vez serviría para "liberar" a los pueblos "víctimas del capitalismo".
Rovelli advierte el peligro de un conflicto nuclear, pero nada dice de las amenazas de Putin de utilizar armamento nuclear bajo ciertas condiciones en su invasión a Ucrania. Para nada nombra los avances rusos sobre Ucrania en los últimos años, con su traición a tratados y pactos establecidos, por cuanto la visión antioccidental de este físico parece encontrar en los países occidentales la total responsabilidad por los males que acontecen en gran parte del planeta.
LOS CIENTÍFICOS SE UNEN EN CONTRA DEL REARME DE LA UE
Carlo Rovelli, Flavio Del Santo
Los científicos se unen para expresar su oposición a la reciente propuesta de rearme de la Unión Europea. Han publicado un «Manifiesto de científicos contra el rearme» y hacen un llamamiento a científicos, ingenieros, profesionales de la medicina, matemáticos, personal académico y comunidad científica en general a que apoyen su postura.
Como científicos –implicados muchos de nosotros en campos en los que se desarrolla tecnología militar-, como intelectuales, como ciudadanos conscientes de los riesgos globales actuales, creemos que es hoy obligación moral y cívica de cualquier persona de buena voluntad alzar su voz contra el llamamiento a una militarización europea, e instar al diálogo, la tolerancia y la diplomacia. Una brusca militarización no preserva la paz; conduce a la guerra.
Nuestros dirigentes políticos dicen estar dispuestos a luchar por defender aquellos supuestos valores occidentales que consideran están en riesgo; ¿están dispuestos a defender el valor universal de la vida humana? Los conflictos en el mundo van en aumento. Según las Naciones Unidas (2023), una cuarta parte de la humanidad vive en zonas afectadas por conflictos armados. La guerra entre Rusia y Ucrania, subsidiada por los países de la OTAN con la justificación de «defender los principios», está dejando tras de sí un saldo estimado de un millón de víctimas. El riesgo de genocidio de los palestinos por parte del ejército israelí respaldado por el Occidente global lo ha reconocido el Tribunal Internacional de Justicia. En África se están desarrollando guerras brutales, como en Sudán, o en la República Democrática del Congo, alimentadas por los intereses que codician los recursos minerales de África. El Reloj del Juicio Final [Doomsday Clock] del Bulletin of the Atomic Scientists, que cuantifica los riesgos de una catástrofe nuclear mundial, nunca ha registrado un riesgo tan alto como el de hoy.
Amedrentada por el ataque ruso a Ucrania y por el reciente reacomodo de los Estados Unidos, Europa se siente marginada y teme que corran peligro su paz y su prosperidad. Los políticos reaccionan de forma miope con un llamamiento a movilizar, a escala continental, una colosal cantidad de recursos para producir más herramientas de muerte y destrucción. El 4 de marzo de 2025, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dio a conocer el «Plan Rearmar Europa», declarando que «Europa está preparada y es capaz de actuar con la rapidez y la ambición necesarias. (…) Estamos en una era de rearme. Y Europa está preparada para aumentar masivamente su gasto en defensa».
La industria militar, que cuenta con ingentes recursos y una poderosa influencia sobre los políticos y los medios de comunicación, echa leña al fuego de un relato abiertamente beligerante. El «miedo a Rusia» se agita como un coco, ignorando convenientemente que Rusia tiene un PIB inferior al de Italia. Los políticos afirman, de forma totalmente injustificada, que Rusia tiene objetivos expansionistas en lo que toca a Europa, que suponen una amenaza para Berlín, París y Varsovia, cuando acaba de demostrar que ni siquiera es capaz de tomar su antiguo satélite, Kiev. La propaganda de guerra se alimenta siempre instigando un miedo exagerado. Con diplomacia, Europa puede volver a su coexistencia pacífica y a la colaboración con Rusia que el maldito asunto ucraniano ha trastornado.
La idea de que la paz depende de dominar a los demás bandos sólo conduce a la escalada, y la escalada conduce a la guerra. La Guerra Fría no se convirtió en guerra «caliente» y los políticos juiciosos de ambos bandos fueron capaces de superar sus fuertes divergencias ideológicas y sus respectivas «cuestiones de principio» y acordar una drástica reducción equilibrada de sus respectivos armamentos nucleares. Los tratados nucleares START entre Estados Unidos y la Unión Soviética condujeron a la destrucción del 80% del arsenal nuclear del planeta. Científicos e intelectuales de ambos bandos desempeñaron un reconocido papel a la hora de empujar a los políticos a una desescalada racional. En 1955, Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura y uno de los filósofos y matemáticos y más destacados del siglo XX, y Albert Einstein, Premio Nobel de Física, firmaron un influyente manifiesto, y la Conferencia de Pugwash, inspirada en el mismo, reunió a científicos de ambos bandos, que presionaron en favor de una desescalada. Cuando en 1959 se le pidió a Russell que dejara un mensaje para la posteridad, respondió: «En este mundo, cada vez más interconectado, tenemos que aprender a tolerarnos unos a otros, tenemos que aprender a soportar que algunas personas digan cosas que no nos gustan. Sólo así podremos vivir juntos. Pero si queremos vivir juntos, y no morir juntos, debemos aprender un tipo de caridad y un tipo de tolerancia, que resulta absolutamente vital para la continuación de la vida humana en este planeta». Debemos aferrarnos a esta sabia herencia intelectual.
Los grandes conflictos se han visto siempre precedidos de inversiones militares masivas. Desde 2009, el gasto militar mundial ha alcanzado cada año niveles récord sin precedentes, y en 2024 el gasto alcanzará un máximo histórico de 2443.000 millones de dólares. El «Plan Rearm Europe» compromete a Europa a invertir 800.000 millones de euros en gastos militares. Tanto el actual Presidente de los Estados Unidos como el de Rusia han declarado recientemente que están dispuestos a iniciar conversaciones para normalizar relaciones y lograr una reducción militar equilibrada. El presidente de China ha hecho repetidos llamamientos a la desescalada y a pasar de una mentalidad de enfrentamiento a una mentalidad de colaboración en la que salgan todos ganando. Esta es la dirección a seguir. Y ahora Europa se prepara para la guerra, con una nueva planificación de gastos militares nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Está dispuesta Europa a hacer sonar las espadas porque se siente excluida?
La humanidad se enfrenta a tremendos desafíos globales: el cambio climático, la hambruna en el Sur global, la mayor desigualdad económica de la historia, los riesgos crecientes de pandemias, la guerra nuclear. Lo último que necesitamos hoy es que el Viejo Continente pase de ser un faro de estabilidad y paz a convertirse en un nuevo señor de la guerra.
Si vis pacem para pacem: Si quieres la paz, construye la paz, no la guerra.
sábado, 5 de abril de 2025
La pesadilla americana
Por Dardo Gasparré
De un solo manotazo, Estados Unidos exhibió su decadencia como líder mundial y al mismo tiempo sembró las bases de la aniquilación del Capitalismo, o de lo poco que de él quedaba en pie.
Las filminas de cartón con los aranceles con que Donald Trump celebró su autodefinido Día de la liberación y su planteo de que su país había sido abusado por sus aliados al aplicar a los productos que les compra recargos de importación mostraron las grandes debilidades conceptuales y de resultados que padece el otrora regente del orden mundial.
La más evidente y notoria es el desconocimiento de la historia del último siglo, de los tratados, alianzas y pactos que le permitieron a ese país convertirse en la primera potencia mundial. Inmediatamente le siguen la supina ignorancia de las consecuencias de medidas económicas que ahora se copian que generaron la ruina de su sociedad y la de todo el mundo hace un siglo.
La tercera y más riesgosa es la concepción que el líder máximo del mundo libre tiene de la política internacional, del comercio mundial y del funcionamiento de la economía en general. Su voluntarismo y simplismo igualan al menos los de los comunistas nostálgicos de barricada, que sueñan con gobernar el mundo con ideas voluntaristas y acusaciones a los poseedores de riqueza, y cuando tienen la oportunidad aplican medidas salvíficas que terminan en el desastre.
Un vicio fatal
El desprecio por la acción humana y su desconocimiento. Su olvido del criterio de los mercados comparados, y de la importancia de la competencia en favor del consumidor. Vicio fatal conocido en la historia, al igual que sus consecuencias. La simplificación del ignorante. Porque habrá que recordar que el actual habitante de la Casa Blanca nunca fue un gran hombre de negocios, ni un sagaz inversor, ni un emprendedor de riesgo, mucho menos un experto en los temas en los que ahora incursiona personalmente como si supiera, o como si hubiera recibido un soplo de inspiración divina. Para no tener que explicar lo que sí fue.
Si esta introducción parece para algunos contundente, descalificante y atrevida, habría que preguntarse si no resultan más arbitrarias, prepotentes y desaforadas las decisiones que toma el presidente Trump, con las que azota al mundo.
La caída de las bolsas -siempre provisorias y demasiado instantáneas- son apenas un indicador temprano de lo que presagian esas medidas que se usan como arsenal bélico, suponiendo efectos con los que siempre soñaron quienes las aplicaron antes, con el mismo estilo y con los mismos resultados opuestos siempre, que se espera, tal vez, que ahora serán distintos, como imagina cualquier gobierno bananero que se precie.
El proteccionismo, keynesianismo, cepalismo, sustitución de importaciones, “vivir con lo nuestro”, cierre comercial y similares, además de no ser una novedad, ha sido a través del tiempo la mayor fuente de miseria, desempleo, estancamiento, depresión y falta de crecimiento de los pueblos, o del mundo todo, cuando fue aplicada por las naciones centrales, como ocurrió con el Reino Unido y el propio Estados Unidos. La evidencia empírica está disponible, para quien tenga tiempo y ganas de analizarla.
No muy distinto a la realidad que siempre se trata de explicar a los estatistas que quieren cerrar la economía para proteger las “fuentes de trabajo”. Ahora aplicable a Trump, que parece haber abrevado en Perón y sus seguidores, o en cualquier neomarxista disfrazado de heroico defensor de su industria cara e ineficiente.
El lamento de un perdedor
Trump sostuvo originalmente que aplicaría tarifas a China porque representaba una amenaza a la seguridad nacional, prohibió invertir en ese país y amenazó con otras sanciones, recargos y penalidades diversas a quienes integraran sociedades con esa potencia. Estaba comenzando a admitir sin decirlo que su país había perdido la carrera tecnológica, la carrera industrial y también la carrera comercial y acaso la guerra potencial sin aditamentos con el gigante asiático, cuyo desarrollo fue negado sistemáticamente por el sistema americano, menospreciando su evolución.
Pero luego viró en el planteo, se enamoró de los recargos y sosteniendo la precaria creencia de que eran un impuesto que se cobraba a los vendedores (y no al consumidor norteamericano) alardeó con crear una IRS (DGI) para el mercado externo, una concepción que muestra la ignorancia sobre la naturaleza de esos mecanismos.
En este momento comienza el tironeo con las propias empresas americanas, que por un lado tratan de explicarle que en otro momento más inteligente de la historia el mundo se fue integrando y que dependen de insumos que ahora subirán de precio con lo que sus productos serán menos demandados y perderán ventas y empleos.
Por otro lado, otras empresas le explican que, lejos de amedrentarse, varios países están respondiendo a su vez con subas de aranceles, lo que perjudicará a muchas industrias selectivamente. Asusta pensar en una guerra comercial.
Camino a la inflación
Todavía no se ven los efectos sobre los precios y el nivel de consumo, pero no hace falta dotes de adivino para saber que lo que ya ocurre con los autos, que han subido fuertemente de precio antes de concretarse las medidas, ocurrirá con buena parte de la producción de consumo interno y aún de exportación, como sabe bien Argentina que sucede con estos manoseos impositivos. (En definitiva las filminas de cartón son un resumen de los nuevos impuestos que sufrirá el consumidor americano).
Hasta ahora el emisionismo desaforado que empieza en 2000 con la quiebra del fondo LTCM, sigue en aumento mayor con la crisis de los subprime de 2008, donde se salvó a los bancos de una merecida quiebra y se vuelve escandalosa y explosiva con la pandemia durante el propio Trump y Biden, hasta ahora no transformado en inflación gracias a la FED y al comercio internacional más libre, inexorablemente se manifestará ahora en los precios.
Cuando acusa a los países amigos de haber sacado ventajas de Estados Unidos, como si esa nación fuera una niña inocente que no conoce de trampas ni argucias, olvida que muchas de esas ventajas fueron concesiones para ganarse la amistad o la adhesión de varios países en zonas de interés o por razones geopolíticas, desde el Plan Marshall en adelante.
También insiste en su idea de satisfacer a muchos de sus votantes que defienden industrias obsoletas o ineficientes, que quieren recuperar sus trabajos que ya no sirven para lo que hay que restablecer industrias que ya no sirven. En contra de todos los principios económicos y en contra de la innovación, creatividad y riesgo a que obliga la competencia o el avance de la ciencia y la tecnología desde siempre (Schumpeter). También tiene costos claramente puntualizados por la teoría económica, que nunca se equivocó al describir y prever dichos efectos negativos.
Como si estas acciones alocadas no fueran suficientes para producir un descalabro mayúsculo, Trump está, mediante la herramienta ejecutiva de posteos en X, instando al presidente de la Reserva Federal para que baje las tasas y así “fomentar el consumo”, medida de tipo kirchnerista que sería una garantía de destrucción del dólar como moneda base del sistema financiero mundial. Y de licuación de la deuda americana, vía la inflación y las tasas bajas, de paso.
Sí está acertado Trump, claro, cuando quiere salirse de la costosa prisión de los entes internos e internacionales que reciben aportes desproporcionados de EEUU para aplicarlos a causas y luchas que (en el mejor de los casos) no tienen nada que ver con la conveniencia ni la dogmática norteamericana. Las fatales burocracias arrogantes, diría Hayek, ahora transformadas en suprasoberanías a cargo de inútiles. Pero eso no guarda relación con este tema.
Un centro poco confiable
Además de la debilidad que crea en su economía interna, está debilitando a Estados Unidos como líder mundial, al reducir su importancia económica y al dejar de ser un centro confiable de las finanzas mundiales, manejadas ahora a dedo por quien se cree con poderes omnímodos para cambiar de un día para otro las reglas globales. EEUU está resignando su liderazgo, disimulando con bravatas esa situación y perdiendo autoridad moral y económica ante el mundo. Con los futuros efectos sobre su moneda, objetivo primordial chino que quiere imponer el renminbí como moneda internacional. Sin dejar de recordar el objetivo eterno marxista de destruir al capitalismo con sus propias armas.
Justamente al tomar estas decisiones unilaterales y romper todos los pactos formales y tácitos, se le está cediendo el terreno a China y a India, que tienen otras necesidades de compra y otros estilos. Países como Argentina, Nueva Zelanda, Uruguay, que ya han derivado su comercio al área asiática, tenderán a hacerlo mucho más por necesidad. Y porque los mercados americano y europeo ejercen su proteccionismo no sólo con recargos. Estados Unidos parece querer seguir el camino de la Unión Europea en este plano. No sería de extrañar que en uso de las facultades divinas que se ha atribuido el gobierno de Trump sancione a los países que comercien con China en nombre de la seguridad nacional o alguna otra entelequia.
El motor político y económico de Occidente, que reclama como un credo la seguridad jurídica, decide romper unilateralmente el orden económico de la noche a la mañana y amenazar con más sanciones, recargos y medidas, usando su condición de centro financiero (santuario) del mundo. No es extraño que tiemblen los mercados. No será extraño que tomen caminos nuevos.
Los exégetas políticos, siempre generosos convalidando cualquier decisión en nombre de las conveniencias políticas y admirando cualquier audacia aunque sea suicida, sostienen ahora que se trata de un farol, un bluf para negociar mejores acuerdos comerciales y obtener rápidas concesiones. Una concepción timbera de café de la política y la economía, que como siempre, no mide las posibles reacciones de las contrapartes y sobre todo de la sociedad, o sea del temible mercado. Tampoco las ventajas que pueden obtener de esa actitud los enemigos de Occidente.
El comercio ha sido y es, además, un mecanismo para acercar a los pueblos y alejarlos de la guerra, una estrategia usada con bastante éxito por EEUU en las últimas décadas. Fracasadas sus bravatas de que terminaría las guerras en 24 horas, el presidente norteamericano también decide ignorar esa política de Estado y borrarla de un plumazo en medio de amenazas y sanciones incompatibles con la civilización.
Seguramente, en su precariedad intelectual, Donald Trump siente que está salvando a su país y al mundo, como tantos otros iluminados de la historia. Pero elige el camino de debilitarse económicamente y perder su condición rectora en ese plano, lugar que alguien ocupará. Porque ningún arma, ni atómica ni de ningún tipo, puede causar más daño a Occidente que estas medidas de Donald Trump.
(De www.laprensa.com.ar)
De un solo manotazo, Estados Unidos exhibió su decadencia como líder mundial y al mismo tiempo sembró las bases de la aniquilación del Capitalismo, o de lo poco que de él quedaba en pie.
Las filminas de cartón con los aranceles con que Donald Trump celebró su autodefinido Día de la liberación y su planteo de que su país había sido abusado por sus aliados al aplicar a los productos que les compra recargos de importación mostraron las grandes debilidades conceptuales y de resultados que padece el otrora regente del orden mundial.
La más evidente y notoria es el desconocimiento de la historia del último siglo, de los tratados, alianzas y pactos que le permitieron a ese país convertirse en la primera potencia mundial. Inmediatamente le siguen la supina ignorancia de las consecuencias de medidas económicas que ahora se copian que generaron la ruina de su sociedad y la de todo el mundo hace un siglo.
La tercera y más riesgosa es la concepción que el líder máximo del mundo libre tiene de la política internacional, del comercio mundial y del funcionamiento de la economía en general. Su voluntarismo y simplismo igualan al menos los de los comunistas nostálgicos de barricada, que sueñan con gobernar el mundo con ideas voluntaristas y acusaciones a los poseedores de riqueza, y cuando tienen la oportunidad aplican medidas salvíficas que terminan en el desastre.
Un vicio fatal
El desprecio por la acción humana y su desconocimiento. Su olvido del criterio de los mercados comparados, y de la importancia de la competencia en favor del consumidor. Vicio fatal conocido en la historia, al igual que sus consecuencias. La simplificación del ignorante. Porque habrá que recordar que el actual habitante de la Casa Blanca nunca fue un gran hombre de negocios, ni un sagaz inversor, ni un emprendedor de riesgo, mucho menos un experto en los temas en los que ahora incursiona personalmente como si supiera, o como si hubiera recibido un soplo de inspiración divina. Para no tener que explicar lo que sí fue.
Si esta introducción parece para algunos contundente, descalificante y atrevida, habría que preguntarse si no resultan más arbitrarias, prepotentes y desaforadas las decisiones que toma el presidente Trump, con las que azota al mundo.
La caída de las bolsas -siempre provisorias y demasiado instantáneas- son apenas un indicador temprano de lo que presagian esas medidas que se usan como arsenal bélico, suponiendo efectos con los que siempre soñaron quienes las aplicaron antes, con el mismo estilo y con los mismos resultados opuestos siempre, que se espera, tal vez, que ahora serán distintos, como imagina cualquier gobierno bananero que se precie.
El proteccionismo, keynesianismo, cepalismo, sustitución de importaciones, “vivir con lo nuestro”, cierre comercial y similares, además de no ser una novedad, ha sido a través del tiempo la mayor fuente de miseria, desempleo, estancamiento, depresión y falta de crecimiento de los pueblos, o del mundo todo, cuando fue aplicada por las naciones centrales, como ocurrió con el Reino Unido y el propio Estados Unidos. La evidencia empírica está disponible, para quien tenga tiempo y ganas de analizarla.
No muy distinto a la realidad que siempre se trata de explicar a los estatistas que quieren cerrar la economía para proteger las “fuentes de trabajo”. Ahora aplicable a Trump, que parece haber abrevado en Perón y sus seguidores, o en cualquier neomarxista disfrazado de heroico defensor de su industria cara e ineficiente.
El lamento de un perdedor
Trump sostuvo originalmente que aplicaría tarifas a China porque representaba una amenaza a la seguridad nacional, prohibió invertir en ese país y amenazó con otras sanciones, recargos y penalidades diversas a quienes integraran sociedades con esa potencia. Estaba comenzando a admitir sin decirlo que su país había perdido la carrera tecnológica, la carrera industrial y también la carrera comercial y acaso la guerra potencial sin aditamentos con el gigante asiático, cuyo desarrollo fue negado sistemáticamente por el sistema americano, menospreciando su evolución.
Pero luego viró en el planteo, se enamoró de los recargos y sosteniendo la precaria creencia de que eran un impuesto que se cobraba a los vendedores (y no al consumidor norteamericano) alardeó con crear una IRS (DGI) para el mercado externo, una concepción que muestra la ignorancia sobre la naturaleza de esos mecanismos.
En este momento comienza el tironeo con las propias empresas americanas, que por un lado tratan de explicarle que en otro momento más inteligente de la historia el mundo se fue integrando y que dependen de insumos que ahora subirán de precio con lo que sus productos serán menos demandados y perderán ventas y empleos.
Por otro lado, otras empresas le explican que, lejos de amedrentarse, varios países están respondiendo a su vez con subas de aranceles, lo que perjudicará a muchas industrias selectivamente. Asusta pensar en una guerra comercial.
Camino a la inflación
Todavía no se ven los efectos sobre los precios y el nivel de consumo, pero no hace falta dotes de adivino para saber que lo que ya ocurre con los autos, que han subido fuertemente de precio antes de concretarse las medidas, ocurrirá con buena parte de la producción de consumo interno y aún de exportación, como sabe bien Argentina que sucede con estos manoseos impositivos. (En definitiva las filminas de cartón son un resumen de los nuevos impuestos que sufrirá el consumidor americano).
Hasta ahora el emisionismo desaforado que empieza en 2000 con la quiebra del fondo LTCM, sigue en aumento mayor con la crisis de los subprime de 2008, donde se salvó a los bancos de una merecida quiebra y se vuelve escandalosa y explosiva con la pandemia durante el propio Trump y Biden, hasta ahora no transformado en inflación gracias a la FED y al comercio internacional más libre, inexorablemente se manifestará ahora en los precios.
Cuando acusa a los países amigos de haber sacado ventajas de Estados Unidos, como si esa nación fuera una niña inocente que no conoce de trampas ni argucias, olvida que muchas de esas ventajas fueron concesiones para ganarse la amistad o la adhesión de varios países en zonas de interés o por razones geopolíticas, desde el Plan Marshall en adelante.
También insiste en su idea de satisfacer a muchos de sus votantes que defienden industrias obsoletas o ineficientes, que quieren recuperar sus trabajos que ya no sirven para lo que hay que restablecer industrias que ya no sirven. En contra de todos los principios económicos y en contra de la innovación, creatividad y riesgo a que obliga la competencia o el avance de la ciencia y la tecnología desde siempre (Schumpeter). También tiene costos claramente puntualizados por la teoría económica, que nunca se equivocó al describir y prever dichos efectos negativos.
Como si estas acciones alocadas no fueran suficientes para producir un descalabro mayúsculo, Trump está, mediante la herramienta ejecutiva de posteos en X, instando al presidente de la Reserva Federal para que baje las tasas y así “fomentar el consumo”, medida de tipo kirchnerista que sería una garantía de destrucción del dólar como moneda base del sistema financiero mundial. Y de licuación de la deuda americana, vía la inflación y las tasas bajas, de paso.
Sí está acertado Trump, claro, cuando quiere salirse de la costosa prisión de los entes internos e internacionales que reciben aportes desproporcionados de EEUU para aplicarlos a causas y luchas que (en el mejor de los casos) no tienen nada que ver con la conveniencia ni la dogmática norteamericana. Las fatales burocracias arrogantes, diría Hayek, ahora transformadas en suprasoberanías a cargo de inútiles. Pero eso no guarda relación con este tema.
Un centro poco confiable
Además de la debilidad que crea en su economía interna, está debilitando a Estados Unidos como líder mundial, al reducir su importancia económica y al dejar de ser un centro confiable de las finanzas mundiales, manejadas ahora a dedo por quien se cree con poderes omnímodos para cambiar de un día para otro las reglas globales. EEUU está resignando su liderazgo, disimulando con bravatas esa situación y perdiendo autoridad moral y económica ante el mundo. Con los futuros efectos sobre su moneda, objetivo primordial chino que quiere imponer el renminbí como moneda internacional. Sin dejar de recordar el objetivo eterno marxista de destruir al capitalismo con sus propias armas.
Justamente al tomar estas decisiones unilaterales y romper todos los pactos formales y tácitos, se le está cediendo el terreno a China y a India, que tienen otras necesidades de compra y otros estilos. Países como Argentina, Nueva Zelanda, Uruguay, que ya han derivado su comercio al área asiática, tenderán a hacerlo mucho más por necesidad. Y porque los mercados americano y europeo ejercen su proteccionismo no sólo con recargos. Estados Unidos parece querer seguir el camino de la Unión Europea en este plano. No sería de extrañar que en uso de las facultades divinas que se ha atribuido el gobierno de Trump sancione a los países que comercien con China en nombre de la seguridad nacional o alguna otra entelequia.
El motor político y económico de Occidente, que reclama como un credo la seguridad jurídica, decide romper unilateralmente el orden económico de la noche a la mañana y amenazar con más sanciones, recargos y medidas, usando su condición de centro financiero (santuario) del mundo. No es extraño que tiemblen los mercados. No será extraño que tomen caminos nuevos.
Los exégetas políticos, siempre generosos convalidando cualquier decisión en nombre de las conveniencias políticas y admirando cualquier audacia aunque sea suicida, sostienen ahora que se trata de un farol, un bluf para negociar mejores acuerdos comerciales y obtener rápidas concesiones. Una concepción timbera de café de la política y la economía, que como siempre, no mide las posibles reacciones de las contrapartes y sobre todo de la sociedad, o sea del temible mercado. Tampoco las ventajas que pueden obtener de esa actitud los enemigos de Occidente.
El comercio ha sido y es, además, un mecanismo para acercar a los pueblos y alejarlos de la guerra, una estrategia usada con bastante éxito por EEUU en las últimas décadas. Fracasadas sus bravatas de que terminaría las guerras en 24 horas, el presidente norteamericano también decide ignorar esa política de Estado y borrarla de un plumazo en medio de amenazas y sanciones incompatibles con la civilización.
Seguramente, en su precariedad intelectual, Donald Trump siente que está salvando a su país y al mundo, como tantos otros iluminados de la historia. Pero elige el camino de debilitarse económicamente y perder su condición rectora en ese plano, lugar que alguien ocupará. Porque ningún arma, ni atómica ni de ningún tipo, puede causar más daño a Occidente que estas medidas de Donald Trump.
(De www.laprensa.com.ar)
Entrevistas a guerrillero y a represor
Por Marcelo Duclos
DOS CAFÉS CON LOS RESPONSABLES DEL BAÑO DE SANGRE DE LOS SETENTA
Hace varios años, en los albores de mis primeras inquietudes periodísticas, me dediqué a conversar bastante con dos protagonistas de la violencia política en los setenta. Hoy ambos están muertos, pero la experiencia me permite tomar una dimensión más completa de la historia argentina.
Radiografía a los lados más oscuros de la dictadura setentista
Esta semana murió Julio Simón, alias “el turco Julián”. Una de las caras más representativas del aparato represivo de la última dictadura militar, que concluyó la metodología del terrorismo de Estado implementada por el peronismo en su encarnación setentista.
Para mí, la cara del personaje en cuestión representaba un poco más que la del resto de los protagonistas de aquella época. Me había sacado la duda de tenerlo enfrente, para preguntarle cosas y conocer algo de la estructura mental del tipo a quien señalaban de torturar con una esvástica en el brazo.
El deceso del expolicía, encarcelado, liberado por las leyes de Obediencia debida y punto final, y vuelto a enjuiciar y a encerrar durante el kirchnerismo, me recordó otra situación semejante, cuando murió el exmontonero Dante “Canca” Gullo, otro protagonista del baño de sangre de la década del setenta también preso y posteriormente indultado para terminar sus días en libertad por la coincidencia de su vejez con el apogeo del kirchnerismo, el cual fomentó su visión sesgada de la historia interviniendo el Poder Judicial.
Con él también conversé largo y tendido, con la misma curiosidad e inquietud que lo había hecho con Simón. Aunque una parte de aquel joven contestatario tenía las ganas de increparles sus acciones, finalmente pudo imponerse el costado más reflexivo y utilitario. Era más valioso para mi interpretación de los setenta preguntar sin juzgar al interlocutor, que saciar las ganas y el deseo de dedicarle un insulto estéril a alguien. Eso en nada hubiera aportado.
Al haber conseguido despojarme de las pasiones personales pude comprender cómo pensaban las personas que convirtieron la Argentina en un baño de sangre. Aunque ellos estaban en los bandos antagónicos, la estructura de ambos era sorprendentemente similar.
Un “fantasma” acechado por sus propios fantasmas
La historia con el “turco Julián” se remonta a mediados de la década del noventa. Él había regresado al país luego de una larga estadía en Brasil y hasta brindaba entrevistas donde contaba (de forma muy honesta) los detalles del esquema represivo. Aunque sus apariciones generaban apasionados debates, en el marco de los indultos de Carlos Menem y luego de las leyes de la época de Raúl Alfonsín, evidentemente consideraba que podía andar por la calle tranquilo, salvo por alguien dispuesto a increparle.
Aunque no recuerdo con exactitud la fecha de estos acontecimientos, yo debería tener aproximadamente quince años. El personaje en cuestión frecuentaba una galería del barrio del Once donde estaba el negocio de mi madre que yo eventualmente atendía. El exrepresor solía caminar por allí llevando a dos jóvenes mulatas consigo, una de cada brazo, como haciendo gala de una opulencia virílica sexual innecesaria. A veces lo acompañaba solamente una.
Luego de verlo en varias oportunidades, un día junté coraje y lo increpé en buenos términos. Le dije que tenía ganas de tomar un café con él para conversar sobre los setenta y sus vicisitudes.
Él aceptó sin saber si su interlocutor era un “admirador”, si lo odiaba desde una perspectiva izquierdista o si era simplemente un curioso “neutral”. Evidentemente, algo dentro de él evidenciaba la necesidad de hablar sobre lo sucedido, como incluso ya lo había hecho frente a las cámaras de televisión.
La propuesta fue un café en un bar sobre la Avenida Corrientes, casi llegando a la esquina de Azcuénaga al día siguiente. Él acudió puntualmente. Cuando Simón escuchó mis inquietudes bajó la guardia, ya que no estaba diciendo absolutamente nada para incriminarlo. No pregunté si era verdad lo de la simbología nazi, sobre las metodologías de tortura, sobre los detenidos o sus identidades. Ni siquiera le interrogué sobre si había matado a alguien, como ya lo había reconocido en una entrevista donde dijo que, sino no mataba, lo mataban a él.
Mi interés iba por otro camino: el porqué, sus sentimientos personales, las dudas que tuvo en esos momentos, los remordimientos y, sobre todo, las motivaciones político-ideológicas de un hombre que encarnaba la represión ilegal.
Aunque quienes justifican el accionar y hasta la metodología del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se detienen en la necesidad del aniquilamiento de los elementos subversivos, poco y nada dicen de los autores de la “tarea” en cuestión.
Allí, me encontré con algo que ya sospechaba desde mi juventud. En la cabeza de ese individuo, lejos de haber un “espíritu republicano”, que debió enfrentar a quienes quisieron imponer una dictadura comunista, habitaba otra cosa: la de un hombre mediocre que encontró la causa de su vida dentro de un esquema determinado y coyuntura casual. Una persona que, si hacía lo debido, podía incluso llegar a tener un buen pasar. No había vestigios de formación política para comprender lo que supuestamente defendía o enfrentaba ni existía un asomo de individualismo como para cuestionar sus acciones moralmente más allá del contexto. Algo con ciertas coincidencias en las conclusiones de Hannah Arendt con su tesis de la banalidad del mal.
Del otro lado de la mesa, tomando un café, ese ser perseguido por fantasmas cuyo fin era atormentarlo toda su vida, tranquilamente podía haber sido un SS del nacionalsocialismo alemán, un policía del primer peronismo que detenía y encarcelaba opositores o un sangriento asesino a las órdenes del carnicero comunista Stalin. Al día de hoy, sin ningún problema, podría desempeñarse como uno de los represores del SEBIN de Maduro y Cabello. Es decir, la cuestión de la represión a los grupos armados con acérrimos deseos de imponer el socialismo en Argentina, para él, era evidentemente visto como una circunstancia aleatoria que le tocó.
“El turco Julián” no tenía la personalidad para haber sido uno de esos guerrilleros. Eso sí requiere de cierto individualismo y coraje como para operar en solitario cuando la circunstancia lo determine, en pos de una finalidad supuestamente superadora, por la que valga la pena dejar la vida. Pero tranquilamente pudo haber sido uno de los hombres armados de cualquier régimen de izquierda. Esos asesinos sin moral ni independencia intelectual como para reparar en lo que están haciendo, pero tienen un sueldo asegurado, impunidad y reconocimiento de una estructura de poder.
Aunque reivindicaba su accionar y la lucha contra la guerrilla marxista, su formación en materia política (supuestamente necesaria para identificar al marxismo como algo malo) era absolutamente nula. Para Simón era un tema de bandos buenos y malos, donde se hicieron cosas complicadas para salvar la Nación de situaciones que evidentemente desconocía por completo.
Una mirada más profunda a un “montonero”
El encuentro con el “Canca” Gullo, más allá del escenario similar del café (esta vez en el clásico Tortoni), fue diferente. Aunque tampoco hubo recriminaciones civiles por su participación en una organización que también secuestró, torturó y mató, tuvo una diferencia importante con respecto al que tuve con el otro personaje. Tampoco recuerdo la fecha precisa, pero ya me encontraba en los finales de mis veinte o en el principio de mis treinta, por lo que ya tenía una formación ideológica liberal muy consolidada. Aunque tampoco increpé en los hechos de violencia (aquí ni pregunté sobre sus acciones directas como individuo en su organización), si terminé confrontando las distintas visiones. Su “socialismo nacional pragmático” (mía la categorización) con mi visión libertaria de la economía y la vida misma.
A grandes rasgos, en esta charla, este interlocutor estaba más tranquilo que el otro. Desconozco si esto está relacionado con cuestiones de conciencia o de tranquilidad, ante la poca probabilidad de eventuales problemas legales, en el contexto de su vejez y un kirchnerismo hegemónico, pero sí se veía más relajado.
Aunque ya formaba parte de una etapa institucional democrática (fue legislador porteño en los últimos años de su vida), Gullo no se mostraba arrepentido por las acciones de su juventud en lo más mínimo. Ni siquiera parecía mostrarse resentido por sus ocho años preso (1975-1983). Casi como que fue la circunstancia que le tocó vivir y no presentó demasiada resistencia.
La característica más parecida que encontré con respecto al otro interlocutor fue la cuestión del “bando”. En este caso, su pertenencia a Montoneros parecía vincularse a una cuestión más cultural que ideológica. Desconozco si los erpianos eran más formados que los “Montos” (por la raíz marxista en lugar de peronista de izquierda), pero en este viejo “combatiente” se percibían las características de aquellos viejos votantes justicialistas, que nunca podrían explicar en un examen de qué se trata el peronismo, más allá de sus slogans. Su “sabiduría” política, por así decirlo, era un decálogo de vivencias personales. Nada más ni nada menos.
Aunque este personaje no me cuadraba en los eventuales roles que le pude haber encontrado a Simón, es evidente que bien podría haber formado parte de una banda de asaltantes o secuestradores, solamente por el hecho de encontrar alguna justificación como un pasado humilde. En su mirada también estaba la disociación entre la responsabilidad individual, sus implicancias morales y lo que una persona puede llegar a hacer sin culpas si el destino lo acerca a una circunstancia determinada. Ninguno de los dos parecía con las aptitudes necesarias como para advertir la inconveniencia de ser un peón en un juego que no debía jugarse nunca. Es claro que la falta de individualismo y la ausencia de pensamiento crítico es fundamental para participar de un esquema represivo o para armarse buscando implementar otro de distinto signo político.
Pero la cuestión que más me llamó la atención fue la honestidad intelectual de este exmontonero, cuando se encontró cercado en un debate ideológico. Vaya a saber cómo comenzó ese segmento de una acalorada discusión, donde de un lado había un joven apasionado y del otro un veterano, que en cierta manera reconocía el valor de los principios de su interlocutor, a pesar de no compartirlos. Lo único que recuerdo con claridad es el desenlace.
Cuando vi que la discusión de rótulos (liberalismo, socialismo, peronismo, etc.) no nos llevaba a ningún lado, pasé a la estrategia de discutir políticas públicas concretas para problemáticas reales, sin ponerle ninguna etiqueta.
Aunque no tengo idea sobre cómo llegamos a estos asuntos, la cosa concluyó en dos aspectos que poco tienen que ver uno con el otro: que la liberación de las drogas es el único camino para terminar con el narcotráfico (mercado, oferta y demanda incluidos) y —lo que me llamó poderosamente la atención— que un esquema de federalismo fiscal es la receta más eficaz para que las provincias ganen independencia política y desarrollo económico.
Los argumentos del primer asunto son bastante conocidos por todos, pero cuando entramos en el debate de provincias independientes, con características que incluso tienen los estados de EEUU (cosa que no traje a colación), a Gullo se le encendieron los ojos. En su extravío ideológico, político y emocional, me dijo que eso debería ser “una propuesta peronista” y hasta me propuso organizar talleres con gobernadores, senadores y diputados.
Para mi sorpresa total, este veterano político y exguerrillero era la primera vez que se enfrentaba con la teoría razonable de cómo se puede organizar un país afectado hasta la médula por el centralismo, de que el peronismo es ampliamente responsable. Al igual que los radicales y los militares, lógicamente.
Aunque sabía que la propuesta se daba de bruces con muchas de sus premisas socialistas o “peronistas de izquierda”, ante mi exposición (mientras que en su cabeza todo iba cuadrando), el interlocutor me reconocía con sorpresa y resignación que ese “plan” no podía fallar. Claro que nada de todo eso lo había inventado yo, ni mucho menos.
Es decir, esta persona, en su juventud, había decidido tomar las armas, convencido de las virtudes políticas de un modelo, desde la total y más absoluta ignorancia. Ni siquiera comprendía las implicancias de sus ideas, ni tenía la más pálida idea de lo que combatía. Es que estas organizaciones se limitaban a cuestiones generales como “la explotación”, “el pueblo”, “los trabajadores” o “los explotadores”. Recién, llegando a los setenta años, en una charla de café con un joven (que en su momento hubiera encasillado como un defensor de “la burguesía) escuchó algo distinto. Por su cara de sorpresa, ni siquiera en la carrera de sociología que cursó en la Universidad de Buenos Aires, de la que se egresó de grande en 1997, escuchó nada semejante.
Evidentemente, mucha gente que estuvo dispuesta a matar o morir por sus ideas políticas lo hizo desde la más completa ignorancia. Claro que no es que la comprensión académica de alguna ideología justifique tomar las armas, pero cuando uno confirma la nula formación de estos personajes, más bizarro resulta todo. Y más irónico resulta la tragedia de las personas que terminaron perdiendo la vida.
Gullo y los suyos fracasaron al tratar de instaurar un proyecto como el que se consolidó en Cuba o antes en lo que terminó siendo la Unión Soviética. Evidentemente, en los procesos revolucionarios, pocos eran los de la formación teórica de un Trotsky o un Lenin.
Resumiendo, creo haber acertado al fomentar estos encuentros con estos personajes, y celebro haber podido mantener conversaciones, más allá de lo que me generaban sus figuras y sus “ideas”, por así decirlo. Sabía que los tiempos biológicos harían lo suyo y que esta generación comenzaría a entrar en la extinción, como lógicamente sucedió. El hecho de no haber realizado preguntas que hayan podido inhibir a estos personajes de pasado violento me permitió tener dimensión del contexto de todo lo sucedido.
Todo lo otro ya lo sabemos o lo imaginamos.
(De panampost.com)
DOS CAFÉS CON LOS RESPONSABLES DEL BAÑO DE SANGRE DE LOS SETENTA
Hace varios años, en los albores de mis primeras inquietudes periodísticas, me dediqué a conversar bastante con dos protagonistas de la violencia política en los setenta. Hoy ambos están muertos, pero la experiencia me permite tomar una dimensión más completa de la historia argentina.
Radiografía a los lados más oscuros de la dictadura setentista
Esta semana murió Julio Simón, alias “el turco Julián”. Una de las caras más representativas del aparato represivo de la última dictadura militar, que concluyó la metodología del terrorismo de Estado implementada por el peronismo en su encarnación setentista.
Para mí, la cara del personaje en cuestión representaba un poco más que la del resto de los protagonistas de aquella época. Me había sacado la duda de tenerlo enfrente, para preguntarle cosas y conocer algo de la estructura mental del tipo a quien señalaban de torturar con una esvástica en el brazo.
El deceso del expolicía, encarcelado, liberado por las leyes de Obediencia debida y punto final, y vuelto a enjuiciar y a encerrar durante el kirchnerismo, me recordó otra situación semejante, cuando murió el exmontonero Dante “Canca” Gullo, otro protagonista del baño de sangre de la década del setenta también preso y posteriormente indultado para terminar sus días en libertad por la coincidencia de su vejez con el apogeo del kirchnerismo, el cual fomentó su visión sesgada de la historia interviniendo el Poder Judicial.
Con él también conversé largo y tendido, con la misma curiosidad e inquietud que lo había hecho con Simón. Aunque una parte de aquel joven contestatario tenía las ganas de increparles sus acciones, finalmente pudo imponerse el costado más reflexivo y utilitario. Era más valioso para mi interpretación de los setenta preguntar sin juzgar al interlocutor, que saciar las ganas y el deseo de dedicarle un insulto estéril a alguien. Eso en nada hubiera aportado.
Al haber conseguido despojarme de las pasiones personales pude comprender cómo pensaban las personas que convirtieron la Argentina en un baño de sangre. Aunque ellos estaban en los bandos antagónicos, la estructura de ambos era sorprendentemente similar.
Un “fantasma” acechado por sus propios fantasmas
La historia con el “turco Julián” se remonta a mediados de la década del noventa. Él había regresado al país luego de una larga estadía en Brasil y hasta brindaba entrevistas donde contaba (de forma muy honesta) los detalles del esquema represivo. Aunque sus apariciones generaban apasionados debates, en el marco de los indultos de Carlos Menem y luego de las leyes de la época de Raúl Alfonsín, evidentemente consideraba que podía andar por la calle tranquilo, salvo por alguien dispuesto a increparle.
Aunque no recuerdo con exactitud la fecha de estos acontecimientos, yo debería tener aproximadamente quince años. El personaje en cuestión frecuentaba una galería del barrio del Once donde estaba el negocio de mi madre que yo eventualmente atendía. El exrepresor solía caminar por allí llevando a dos jóvenes mulatas consigo, una de cada brazo, como haciendo gala de una opulencia virílica sexual innecesaria. A veces lo acompañaba solamente una.
Luego de verlo en varias oportunidades, un día junté coraje y lo increpé en buenos términos. Le dije que tenía ganas de tomar un café con él para conversar sobre los setenta y sus vicisitudes.
Él aceptó sin saber si su interlocutor era un “admirador”, si lo odiaba desde una perspectiva izquierdista o si era simplemente un curioso “neutral”. Evidentemente, algo dentro de él evidenciaba la necesidad de hablar sobre lo sucedido, como incluso ya lo había hecho frente a las cámaras de televisión.
La propuesta fue un café en un bar sobre la Avenida Corrientes, casi llegando a la esquina de Azcuénaga al día siguiente. Él acudió puntualmente. Cuando Simón escuchó mis inquietudes bajó la guardia, ya que no estaba diciendo absolutamente nada para incriminarlo. No pregunté si era verdad lo de la simbología nazi, sobre las metodologías de tortura, sobre los detenidos o sus identidades. Ni siquiera le interrogué sobre si había matado a alguien, como ya lo había reconocido en una entrevista donde dijo que, sino no mataba, lo mataban a él.
Mi interés iba por otro camino: el porqué, sus sentimientos personales, las dudas que tuvo en esos momentos, los remordimientos y, sobre todo, las motivaciones político-ideológicas de un hombre que encarnaba la represión ilegal.
Aunque quienes justifican el accionar y hasta la metodología del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se detienen en la necesidad del aniquilamiento de los elementos subversivos, poco y nada dicen de los autores de la “tarea” en cuestión.
Allí, me encontré con algo que ya sospechaba desde mi juventud. En la cabeza de ese individuo, lejos de haber un “espíritu republicano”, que debió enfrentar a quienes quisieron imponer una dictadura comunista, habitaba otra cosa: la de un hombre mediocre que encontró la causa de su vida dentro de un esquema determinado y coyuntura casual. Una persona que, si hacía lo debido, podía incluso llegar a tener un buen pasar. No había vestigios de formación política para comprender lo que supuestamente defendía o enfrentaba ni existía un asomo de individualismo como para cuestionar sus acciones moralmente más allá del contexto. Algo con ciertas coincidencias en las conclusiones de Hannah Arendt con su tesis de la banalidad del mal.
Del otro lado de la mesa, tomando un café, ese ser perseguido por fantasmas cuyo fin era atormentarlo toda su vida, tranquilamente podía haber sido un SS del nacionalsocialismo alemán, un policía del primer peronismo que detenía y encarcelaba opositores o un sangriento asesino a las órdenes del carnicero comunista Stalin. Al día de hoy, sin ningún problema, podría desempeñarse como uno de los represores del SEBIN de Maduro y Cabello. Es decir, la cuestión de la represión a los grupos armados con acérrimos deseos de imponer el socialismo en Argentina, para él, era evidentemente visto como una circunstancia aleatoria que le tocó.
“El turco Julián” no tenía la personalidad para haber sido uno de esos guerrilleros. Eso sí requiere de cierto individualismo y coraje como para operar en solitario cuando la circunstancia lo determine, en pos de una finalidad supuestamente superadora, por la que valga la pena dejar la vida. Pero tranquilamente pudo haber sido uno de los hombres armados de cualquier régimen de izquierda. Esos asesinos sin moral ni independencia intelectual como para reparar en lo que están haciendo, pero tienen un sueldo asegurado, impunidad y reconocimiento de una estructura de poder.
Aunque reivindicaba su accionar y la lucha contra la guerrilla marxista, su formación en materia política (supuestamente necesaria para identificar al marxismo como algo malo) era absolutamente nula. Para Simón era un tema de bandos buenos y malos, donde se hicieron cosas complicadas para salvar la Nación de situaciones que evidentemente desconocía por completo.
Una mirada más profunda a un “montonero”
El encuentro con el “Canca” Gullo, más allá del escenario similar del café (esta vez en el clásico Tortoni), fue diferente. Aunque tampoco hubo recriminaciones civiles por su participación en una organización que también secuestró, torturó y mató, tuvo una diferencia importante con respecto al que tuve con el otro personaje. Tampoco recuerdo la fecha precisa, pero ya me encontraba en los finales de mis veinte o en el principio de mis treinta, por lo que ya tenía una formación ideológica liberal muy consolidada. Aunque tampoco increpé en los hechos de violencia (aquí ni pregunté sobre sus acciones directas como individuo en su organización), si terminé confrontando las distintas visiones. Su “socialismo nacional pragmático” (mía la categorización) con mi visión libertaria de la economía y la vida misma.
A grandes rasgos, en esta charla, este interlocutor estaba más tranquilo que el otro. Desconozco si esto está relacionado con cuestiones de conciencia o de tranquilidad, ante la poca probabilidad de eventuales problemas legales, en el contexto de su vejez y un kirchnerismo hegemónico, pero sí se veía más relajado.
Aunque ya formaba parte de una etapa institucional democrática (fue legislador porteño en los últimos años de su vida), Gullo no se mostraba arrepentido por las acciones de su juventud en lo más mínimo. Ni siquiera parecía mostrarse resentido por sus ocho años preso (1975-1983). Casi como que fue la circunstancia que le tocó vivir y no presentó demasiada resistencia.
La característica más parecida que encontré con respecto al otro interlocutor fue la cuestión del “bando”. En este caso, su pertenencia a Montoneros parecía vincularse a una cuestión más cultural que ideológica. Desconozco si los erpianos eran más formados que los “Montos” (por la raíz marxista en lugar de peronista de izquierda), pero en este viejo “combatiente” se percibían las características de aquellos viejos votantes justicialistas, que nunca podrían explicar en un examen de qué se trata el peronismo, más allá de sus slogans. Su “sabiduría” política, por así decirlo, era un decálogo de vivencias personales. Nada más ni nada menos.
Aunque este personaje no me cuadraba en los eventuales roles que le pude haber encontrado a Simón, es evidente que bien podría haber formado parte de una banda de asaltantes o secuestradores, solamente por el hecho de encontrar alguna justificación como un pasado humilde. En su mirada también estaba la disociación entre la responsabilidad individual, sus implicancias morales y lo que una persona puede llegar a hacer sin culpas si el destino lo acerca a una circunstancia determinada. Ninguno de los dos parecía con las aptitudes necesarias como para advertir la inconveniencia de ser un peón en un juego que no debía jugarse nunca. Es claro que la falta de individualismo y la ausencia de pensamiento crítico es fundamental para participar de un esquema represivo o para armarse buscando implementar otro de distinto signo político.
Pero la cuestión que más me llamó la atención fue la honestidad intelectual de este exmontonero, cuando se encontró cercado en un debate ideológico. Vaya a saber cómo comenzó ese segmento de una acalorada discusión, donde de un lado había un joven apasionado y del otro un veterano, que en cierta manera reconocía el valor de los principios de su interlocutor, a pesar de no compartirlos. Lo único que recuerdo con claridad es el desenlace.
Cuando vi que la discusión de rótulos (liberalismo, socialismo, peronismo, etc.) no nos llevaba a ningún lado, pasé a la estrategia de discutir políticas públicas concretas para problemáticas reales, sin ponerle ninguna etiqueta.
Aunque no tengo idea sobre cómo llegamos a estos asuntos, la cosa concluyó en dos aspectos que poco tienen que ver uno con el otro: que la liberación de las drogas es el único camino para terminar con el narcotráfico (mercado, oferta y demanda incluidos) y —lo que me llamó poderosamente la atención— que un esquema de federalismo fiscal es la receta más eficaz para que las provincias ganen independencia política y desarrollo económico.
Los argumentos del primer asunto son bastante conocidos por todos, pero cuando entramos en el debate de provincias independientes, con características que incluso tienen los estados de EEUU (cosa que no traje a colación), a Gullo se le encendieron los ojos. En su extravío ideológico, político y emocional, me dijo que eso debería ser “una propuesta peronista” y hasta me propuso organizar talleres con gobernadores, senadores y diputados.
Para mi sorpresa total, este veterano político y exguerrillero era la primera vez que se enfrentaba con la teoría razonable de cómo se puede organizar un país afectado hasta la médula por el centralismo, de que el peronismo es ampliamente responsable. Al igual que los radicales y los militares, lógicamente.
Aunque sabía que la propuesta se daba de bruces con muchas de sus premisas socialistas o “peronistas de izquierda”, ante mi exposición (mientras que en su cabeza todo iba cuadrando), el interlocutor me reconocía con sorpresa y resignación que ese “plan” no podía fallar. Claro que nada de todo eso lo había inventado yo, ni mucho menos.
Es decir, esta persona, en su juventud, había decidido tomar las armas, convencido de las virtudes políticas de un modelo, desde la total y más absoluta ignorancia. Ni siquiera comprendía las implicancias de sus ideas, ni tenía la más pálida idea de lo que combatía. Es que estas organizaciones se limitaban a cuestiones generales como “la explotación”, “el pueblo”, “los trabajadores” o “los explotadores”. Recién, llegando a los setenta años, en una charla de café con un joven (que en su momento hubiera encasillado como un defensor de “la burguesía) escuchó algo distinto. Por su cara de sorpresa, ni siquiera en la carrera de sociología que cursó en la Universidad de Buenos Aires, de la que se egresó de grande en 1997, escuchó nada semejante.
Evidentemente, mucha gente que estuvo dispuesta a matar o morir por sus ideas políticas lo hizo desde la más completa ignorancia. Claro que no es que la comprensión académica de alguna ideología justifique tomar las armas, pero cuando uno confirma la nula formación de estos personajes, más bizarro resulta todo. Y más irónico resulta la tragedia de las personas que terminaron perdiendo la vida.
Gullo y los suyos fracasaron al tratar de instaurar un proyecto como el que se consolidó en Cuba o antes en lo que terminó siendo la Unión Soviética. Evidentemente, en los procesos revolucionarios, pocos eran los de la formación teórica de un Trotsky o un Lenin.
Resumiendo, creo haber acertado al fomentar estos encuentros con estos personajes, y celebro haber podido mantener conversaciones, más allá de lo que me generaban sus figuras y sus “ideas”, por así decirlo. Sabía que los tiempos biológicos harían lo suyo y que esta generación comenzaría a entrar en la extinción, como lógicamente sucedió. El hecho de no haber realizado preguntas que hayan podido inhibir a estos personajes de pasado violento me permitió tener dimensión del contexto de todo lo sucedido.
Todo lo otro ya lo sabemos o lo imaginamos.
(De panampost.com)
jueves, 3 de abril de 2025
Los totalitarismos como sectas
Las sectas son conjuntos de individuos que, de alguna forma, tratan de separarse de la sociedad con diversas intenciones. A veces pretenden mejorar la sociedad "desde afuera"; otras veces tienden a separarse para dominarla o bien para destruirla. A lo largo de la historia han aparecido estos fenómenos sociales principalmente en los ámbitos de la religión y de la política.
La mentalidad del sectario implica una mezcla de humildad y soberbia; tal humildad está asociada a la ciega obediencia que debe a las autoridades de la secta, mientras que la soberbia está asociada a las ideas de superioridad respecto del resto de la sociedad. En forma semejante a la necesidad de ser gobernado por un superior, le surge simultánemnete la necesidad de dirigir a muchos, a quienes considera inferiores.
Desde este punto de vista, la mentalidad del sectario no difiere demasiado del individuo adepto a alguna forma de totalitarismo, como el peronismo, el nazismo o el comunismo. Recordemos que la esencia del totalitarismo es la tendencia del Estado a inmiscuirse en la vida personal e íntima de todo integrante de la sociedad.
El éxito momentáneo que logran estos movimientos políticos se debe a que el ciudadano común piensa principalmente en su propia vida y su propia felicidad, mientras que el sectario asocia su vida completamente a la secta, atacando a una sociedad que ni siquiera imagina que algunos pretenden destruirla. De ahí las ventajas que tienen las organizaciones clandestinas. Roger Caillois escribió: "En el seno de las sociedades se constituyen grupos que le son esencialmente hostiles, pero que tienen mucho más que ella de sociedades, y por así decirlo, de sociedades puras. En efecto, nada predomina sobre el interés superior de la secta y todo se sacrifica a su cohesión".
"Normalmente no podría ocurrir lo mismo en la sociedad. Cada individuo disfruta en ella de una amplia autonomía. La mayor parte de sus actos dejan indiferentes a las autoridades. Puede dedicare tranquilamente a sus asuntos y organizar su vida como le plazca. Unos pueden cometer indelicadezas que raramente llegan a constituir delitos sancionados por la ley".
“Fuera de la secta, en donde ninguna disciplina severa establece su rigor, los calculistas emplean la adulación como medio de triunfar. Para un hombre servil la humanidad nada tiene que ver con el mérito sino con la utilidad. Se rebaja ante el superior y no ante sí mismo. Se encamina hacia la tiranía a fuerza de bajezas y la hará desconfiada y envidiosa, ya que el mismo que se arrastra ante el fuerte es quien aplasta al débil. ¿Qué ha hecho, sumiso, sino acumular un resentimiento que sólo aguarda el instante de cobrarse muchas afrentas? No se envilece uno impunemente”.
“Sucede así que ciertos partidos políticos se presentan con un aire singular. No pretenden ya reformas parciales, sino una refundición brutal de instituciones y costumbres. Difieren de los demás hasta tal punto que se duda si todavía son partidos. Están como fuera de la ley y se esfuerzan por sí mismos en sustituir la competencia reglamentada, que conduce a ventajas alternas, por una lucha sin cuartel que debe terminar en la victoria decisiva. Desde entonces, aunque no lo parezca, ya no son partidos, sino sectas”.
“Considerando las normas de la moral y el derecho como hipócritas o caducas convenciones, persiguen sus fines subversivos por medios violentos. En caso extremo recurren al asesinato y al atentado. Se les acosa. Se refuerza en ellos la convicción de que no se podían elegir otros medios, ya que se les reduce a éstos. Mafias, asociaciones terroristas, secciones de asalto, organizaciones ilegales son otras tantas formas diversas de un mismo fenómeno. Se crea una moral contra otra; una sociedad en el interior de otra y que trata de suplantarla” (De “Fisiología de Leviatán” de Roger Caillois-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1946).
Mientras que en las sociedades democráticas existe un equilibrio entre deberes y derechos, en las sociedades en decadencia los individuos piensan que sólo tienen derechos y en las sectas totalitarias sólo tienen deberes con el Estado. El mayor absurdo implica que, una vez arribado al poder, los totalitarios aducen que con ellos se ha alcanzado “una nueva era de la humanidad”, tal el caso de la sociedad socialista, cuyo vínculo propuesto para los seres humanos son los medios de producción, imitando a una colmena o a un hormiguero. André Maurois escribía a mediados del siglo XX: “En Francia y en Inglaterra el liberalismo bien arraigado permanece vivo, pero en algunos países que habían adoptado las instituciones liberales, la demagogia y la plutocracia han producido tales desastres que los hombres han renunciado a las conquistas del individualismo”.
“En Italia el individuo se inclina ante el Estado fascista, Alemania parece andar a la caza de un poder fuerte que la juventud mística pueda adorar. La mitad del mundo civilizado escapa a la democracia. En América, la prensa está llena de artículos cuyos autores pretenden estar asustados por las consecuencias del liberalismo y desean un gobierno fuerte. En Rusia, crece una generación que no solamente desconoce los principios del individualismo occidental, sino que los desprecia cuando le son explicados”.
“Ya no se habla de derechos, sino de deberes del hombre. El individuo encuentra una felicidad religiosa olvidando su propia vida para participar en la del Estado. El hormiguero y la colmena pasan a ser modelo de comunidades humanas. Ideal absolutamente opuesto al que había perseguido el siglo anterior. ¿Debe pensarse que los excesos del individualismo han matado al individualismo y que la nueva era será la de los Hombres Hormigas?” (De “Entre la vida y el sueño”-José Janés Editor-Barcelona 1951).
La mentalidad del sectario implica una mezcla de humildad y soberbia; tal humildad está asociada a la ciega obediencia que debe a las autoridades de la secta, mientras que la soberbia está asociada a las ideas de superioridad respecto del resto de la sociedad. En forma semejante a la necesidad de ser gobernado por un superior, le surge simultánemnete la necesidad de dirigir a muchos, a quienes considera inferiores.
Desde este punto de vista, la mentalidad del sectario no difiere demasiado del individuo adepto a alguna forma de totalitarismo, como el peronismo, el nazismo o el comunismo. Recordemos que la esencia del totalitarismo es la tendencia del Estado a inmiscuirse en la vida personal e íntima de todo integrante de la sociedad.
El éxito momentáneo que logran estos movimientos políticos se debe a que el ciudadano común piensa principalmente en su propia vida y su propia felicidad, mientras que el sectario asocia su vida completamente a la secta, atacando a una sociedad que ni siquiera imagina que algunos pretenden destruirla. De ahí las ventajas que tienen las organizaciones clandestinas. Roger Caillois escribió: "En el seno de las sociedades se constituyen grupos que le son esencialmente hostiles, pero que tienen mucho más que ella de sociedades, y por así decirlo, de sociedades puras. En efecto, nada predomina sobre el interés superior de la secta y todo se sacrifica a su cohesión".
"Normalmente no podría ocurrir lo mismo en la sociedad. Cada individuo disfruta en ella de una amplia autonomía. La mayor parte de sus actos dejan indiferentes a las autoridades. Puede dedicare tranquilamente a sus asuntos y organizar su vida como le plazca. Unos pueden cometer indelicadezas que raramente llegan a constituir delitos sancionados por la ley".
“Fuera de la secta, en donde ninguna disciplina severa establece su rigor, los calculistas emplean la adulación como medio de triunfar. Para un hombre servil la humanidad nada tiene que ver con el mérito sino con la utilidad. Se rebaja ante el superior y no ante sí mismo. Se encamina hacia la tiranía a fuerza de bajezas y la hará desconfiada y envidiosa, ya que el mismo que se arrastra ante el fuerte es quien aplasta al débil. ¿Qué ha hecho, sumiso, sino acumular un resentimiento que sólo aguarda el instante de cobrarse muchas afrentas? No se envilece uno impunemente”.
“Sucede así que ciertos partidos políticos se presentan con un aire singular. No pretenden ya reformas parciales, sino una refundición brutal de instituciones y costumbres. Difieren de los demás hasta tal punto que se duda si todavía son partidos. Están como fuera de la ley y se esfuerzan por sí mismos en sustituir la competencia reglamentada, que conduce a ventajas alternas, por una lucha sin cuartel que debe terminar en la victoria decisiva. Desde entonces, aunque no lo parezca, ya no son partidos, sino sectas”.
“Considerando las normas de la moral y el derecho como hipócritas o caducas convenciones, persiguen sus fines subversivos por medios violentos. En caso extremo recurren al asesinato y al atentado. Se les acosa. Se refuerza en ellos la convicción de que no se podían elegir otros medios, ya que se les reduce a éstos. Mafias, asociaciones terroristas, secciones de asalto, organizaciones ilegales son otras tantas formas diversas de un mismo fenómeno. Se crea una moral contra otra; una sociedad en el interior de otra y que trata de suplantarla” (De “Fisiología de Leviatán” de Roger Caillois-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1946).
Mientras que en las sociedades democráticas existe un equilibrio entre deberes y derechos, en las sociedades en decadencia los individuos piensan que sólo tienen derechos y en las sectas totalitarias sólo tienen deberes con el Estado. El mayor absurdo implica que, una vez arribado al poder, los totalitarios aducen que con ellos se ha alcanzado “una nueva era de la humanidad”, tal el caso de la sociedad socialista, cuyo vínculo propuesto para los seres humanos son los medios de producción, imitando a una colmena o a un hormiguero. André Maurois escribía a mediados del siglo XX: “En Francia y en Inglaterra el liberalismo bien arraigado permanece vivo, pero en algunos países que habían adoptado las instituciones liberales, la demagogia y la plutocracia han producido tales desastres que los hombres han renunciado a las conquistas del individualismo”.
“En Italia el individuo se inclina ante el Estado fascista, Alemania parece andar a la caza de un poder fuerte que la juventud mística pueda adorar. La mitad del mundo civilizado escapa a la democracia. En América, la prensa está llena de artículos cuyos autores pretenden estar asustados por las consecuencias del liberalismo y desean un gobierno fuerte. En Rusia, crece una generación que no solamente desconoce los principios del individualismo occidental, sino que los desprecia cuando le son explicados”.
“Ya no se habla de derechos, sino de deberes del hombre. El individuo encuentra una felicidad religiosa olvidando su propia vida para participar en la del Estado. El hormiguero y la colmena pasan a ser modelo de comunidades humanas. Ideal absolutamente opuesto al que había perseguido el siglo anterior. ¿Debe pensarse que los excesos del individualismo han matado al individualismo y que la nueva era será la de los Hombres Hormigas?” (De “Entre la vida y el sueño”-José Janés Editor-Barcelona 1951).
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