Los partidos políticos democráticos constituyen subgrupos de la sociedad en los cuales sus integrantes se reúnen, bajo ideas o creencias comunes, con el objetivo de mantener o mejorar el orden social vigente. Aceptan la existencia de otros partidos como también la posibilidad de ganar o perder el poder en una elección, sin aspirar a perpetuarse en el gobierno. Por el contrario, los movimientos políticos tienden a rechazar la palabra “partido” por cuanto aspiran a lograr el poder indefinidamente, sin tener que competir con los partidos políticos existentes, tratando de marginarlos o destruirlos mientras puedan. Este es el indicio de cierta mentalidad o espíritu sectario existente entre sus integrantes, que se distingue netamente de la mentalidad prevaleciente en el individuo democrático.
El espíritu sectario es el germen de los totalitarismos. Cuando K. Marx y F. Engels sugieren “derrumbar violentamente el orden tradicional”, para instalar luego la “dictadura del proletariado”, no contemplan la posibilidad de lograr el poder mediante el voto ni tampoco sugieren mantener o mejorar el orden social vigente. Cuando en la actualidad los movimientos políticos de izquierda aceptan las reglas democráticas, no significa que sus integrantes hayan evolucionado mentalmente aceptando las formas democráticas, sino que ven en los comicios una posibilidad de llegar al poder que les resulta más sencilla que la lucha armada. Roger Caillois escribió: “No faltan espíritus tales para prender incendios y abrasar al mundo. Cada demagogo sabe excitar un fanatismo. Se precisa poca cosa más que el instinto. Luego sigue la técnica, que la experiencia perfecciona. A no tardar, si el instigador es hábil y algún genio inspira sus pasos, saca de sus primeros éxitos un prestigio que le facilita la obtención de grandes resultados. Finalmente, el poder le da los medios de presión útiles a sus designios y helo ahí capaz de transformar mucho más de lo que se imaginaba al principio. Si conoce el simple arte de halagar las pasiones, de excitar las codicias, de atemorizar y fomentar las discordias, parece modelar la historia. No hizo más que desarrollar las energías que se le ofrecen y abandonarse a ellas sin manejarlas, arrastrado por el torrente que tuvo cuidado de dirigir hacia la vertiente más abrupta”.
Las sectas políticas resultan atractivas para los individuos desorientados en la vida ya que les ofrecen un objetivo y un sentido para orientarla. El citado autor agrega: “Es ley que todo grupo minoritario se muestre más unido y emprendedor que el medio, indiferente u hostil, en que se halla establecido. Su moral es más firme, y más numerosas y mejor definidas las obligaciones de cada quien. La interayuda es en ellos frecuente y amplia. Hay naturalezas enteras ansiosas de comprometerse sin reserva y para siempre, ávidas a un tiempo de sacrificios y de poderío. Les defraudan las exigencias benévolas. Las reglamentaciones mediocres e incómodas les irritan sin llegar a satisfacerles, exasperan sus pasiones y las avivan en vez de utilizarlas. Tan ambiciosos corazones desean una servidumbre extrema. Sueñan con una dedicación total”.
“Ellos se apartan también, deliberadamente, de la sociedad. Se destierran a sí mismos de un campo de acción en el que la ausencia de obstáculos no puede provocar estímulo alguno, donde la excesiva complacencia anula la rebeldía antes de que acabe de formarse. Fundan o imaginan sectas, con santo y seña, insignias y uniformes. Es bueno cuanto reafirme la comunión, cuanto acrezca su alcance, cuanto recuerde su existencia, cuanto haga el pacto más difícil de ser quebrantado. Mediante solemnes juramentos, mediante ritos sangrientos y consentidos, los conjurados renuncian a todo antiguo compromiso en beneficio de la fraternidad electiva, que consideran digna de una obediencia sin límites. Precisamente persiguen, a través de una solidaridad celosa e irrevocable, quedar infeudados en un poder que no atiende a bienes, a personas ni aun a principios. Anhelan una legislación que llegue a reclamar de ellos una fidelidad incondicional, pero que el ardor entusiasta le prometa la plena embriaguez del triunfo absoluto” (De “Fisiología de Leviatán”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1946).
Los diversos grupos terroristas, ya sea que actúen en el ámbito de la política o de la religión, están orientados por pasiones e ideas semejantes. Como ejemplo de “juramento y rito sangriento”, puede mencionarse el ritual de iniciación en el grupo Montoneros, el cual consistía en asesinar a traición a un policía para quitarle luego el arma reglamentaria. De esa manera “ingresaron” a la secta terrorista más de 360 “jóvenes idealistas”.
El título del libro mencionado, describe los constituyentes íntimos del Leviatán, es decir, del Estado totalitario que ha de surgir de las sectas automarginadas de la sociedad y que están en guerra permanente contra ella, sin que la mayoría advierta esa situación. El éxito momentáneo que tienen esos grupos se debe a su mayor cohesión grupal y al desinterés de una población a la que ni siquiera se le pasa por la mente que existan grupos que pretenden destruirla. “De esta manera, en el seno de la sociedad se constituyen grupos que le son esencialmente hostiles, pero que tienen mucho más que ella de sociedades, y por decirlo así, de sociedades puras. En efecto, nada predomina sobre el interés superior de la secta y todo se sacrifica a su cohesión. Normalmente no podría ocurrir lo mismo en la sociedad. Cada individuo disfruta en ella de una amplia autonomía. La mayor parte de sus actos dejan indiferentes a las autoridades. Puede dedicarse tranquilamente a sus asuntos y organizar su vida como le plazca”.
El Leviatán bíblico es una bestia caracterizada principalmente por la soberbia. El integrante de la secta política tiende a ser servil ante las autoridades del grupo y soberbio en cuanto tiene algo de poder. Caillois agrega: “La secta es ante todo escuela de orgullo y humildad en una sola pieza. La voluntaria servidumbre equilibra en ella el orgullo de sentirse separado de la multitud. Los sacrificios consentidos con estricta disciplina y la amargura de los renunciamientos se compensan por la certeza de haber elegido voluntariamente este rigor y esta dureza. Las obligaciones que cada uno debe aceptar apenas dejan lugar al arbitrio. No hay lugar para el temperamento. Siempre debe estarse dispuesto a obedecer y esto enseña la tenacidad. Nada es más necesario, puesto que no es tan difícil el comienzo como la perseverancia. Momento llegará en el que el hastío aconseje abandonar lo que se emprendió con efímero entusiasmo”.
“Importa, pues, desanimar a los inconstantes: sólo se admite a los más resueltos y no sin probar antes su constancia y su capacidad. Tal es la razón de ser del noviciado. No se confía a los neófitos más que obligaciones repelentes y subalternas. Al que soñaba con misiones arriesgadas se le destina a fijar carteles o a copiar direcciones. Así se desgasta su primer fervor y se le cura de cualquier idea demasiado novelesca que pudiese abrigar acerca de las conspiraciones. También sucede que se le reproche injustamente una falta a conciencia de que no la cometió o que para un puesto de confianza se le proponga deliberadamente con respecto de otro compañero menos dotado o menos seguro. Se trata de tentar su espíritu de rebeldía. Si es demasiado sensible, se rebela; si no sabe callar y sufrir con paciencia las pequeñas afrentas, que se vaya: todavía tiene franca la puerta. Se necesitan seres capaces de soportar mucho más”.
“Se encamina hacia la tiranía a fuerza de bajezas y la hará desconfiada y envidiosa, ya que el mismo que se arrastra ante el fuerte es quien aplasta al débil. ¿Qué ha hecho, sumiso, sino acumular un resentimiento que sólo aguarda el instante de cobrarse muchas afrentas? No se envilece uno impunemente”.
El antagonismo hacia la sociedad es esencial para los sectarios, ya que buscan esencialmente dominarla a cualquier precio. “En toda secta, en efecto, se encuentra el orgullo de sentirse aparte de la muchedumbre, una afirmación de solidaridad absoluta y una promesa de obediencia”. “Si no hay ruptura completa con la sociedad, nada será posible. Es preciso que cada afiliado tenga conciencia de estar excluido de ella para siempre. Sólo a este precio se asegura el espíritu de la secta, la subsistencia contra viento y marea”.
La separación voluntaria de los sectarios, respecto de la sociedad, es esencialmente una separación mental. Mientras que el científico también se separa mentalmente de la sociedad, aunque ello se debe a un mayor acercamiento a la realidad, el sectario se aleja tanto de la sociedad como de la realidad. Incluso llega al extremo de intentar que la sociedad tome “conciencia de su clase social”.
Pablo Giussani comenta el caso de unos aborígenes del Amazonas que, para tratar de evitar el desbordamiento de ese río, procedían a apalear a unos cerdos para que sus chillidos ahuyentaran a los espíritus que provocaban las inundaciones. Luego utiliza una analogía para describir las creencias de Montoneros y de otros grupos terroristas de los años 70. Al respecto escribió: “En 1963, el Uruguay todavía era «la Suiza de Sudamérica»…Las libertades de expresión y de asociación gozaban de plena vigencia…En ese Uruguay y en ese año, Raúl Sendic dirigía ya a sus compatriotas llamados a la resistencia contra lo que describía como un régimen «fascista»”.
“En ese mismo año, guerrilleros y armamentos eran desembarcados sobre las costas de Venezuela para alimentar una guerra antifascista contra el gobierno constitucional, democrático y pluralista de Rómulo Betancourt”. “También en 1963 se abría en medio de las dictaduras que asolaron a la Argentina durante los últimos 50 años un raro y reluciente paréntesis de libertades públicas y respeto por los derechos humanos bajo el manso gobierno de Arturo Illia. Ese paréntesis fue el momento elegido por el «Comandante Segundo» para lanzar desde Salta una «guerra de liberación»”.
“En 1977, las calles de Italia exhibían pintadas firmadas por la «Autonomia operaia» [Autonomía obrera], en las que el nombre del entonces primer ministro Giulio Andreotti aparecía seguido por una cruz gamada, con el signo «igual» interpuesto entre ambos”.
“Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Betancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista. Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo”.
“En todos ellos estaba funcionando a tambor batiente el mecanismo de las secuencias locas entre estímulo y respuesta. ¿Qué diferencia hay entre responder al inofensivo colegiado uruguayo con una «guerra popular antifascista» y responder a la crecida del río con bastonazos a los cerdos?”.
“El razonamiento, mil veces repetido y mil veces escuchado a lo largo de las últimas dos décadas en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana, continuaba con la presunción de que, si todo el pueblo tomara conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas, respondería en masa al llamado a la resistencia” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana/Planeta SA-Buenos Aires 1984).
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