Desde hace unos decenios, se viene produciendo una lenta pero eficaz invasión de la Iglesia Católica, por parte del marxismo-leninismo, con la intención de hacer de ella una aliada para su avance ideológico y posterior consolidación del socialismo. En la etapa inicial surge una Iglesia paralela, o clandestina, que actúa desde dentro de la propia institución. Una vez consolidada su posición, accediendo a los más altos niveles jerárquicos, los cristianos auténticos abandonan la Iglesia yendo al protestantismo, o bien se apartan sin renunciar a ella, dando lugar así a la Iglesia del silencio; término que fue utilizado para denotar a los cristianos bajo gobiernos socialistas en épocas pasadas.
Durante los años 40, algunos católicos inician un acercamiento entre cristianos y marxistas. Ese encuentro podría haber logrado cierta “cristianización del marxismo”, aunque en realidad se logró una contaminación del cristianismo. Ricardo de la Cierva considera a Emmanuel Mounier “como promotor principal del diálogo cristiano-marxista sin la menor cristianización del marxismo: y con la entrega del cristianismo al marxismo como efecto principal” (De “Oscura rebelión en la Iglesia”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1987).
Uno de los ideólogos de la fusión entre cristianismo y marxismo fue, sin embargo, Pierre Teilhard de Chardin, quien en una carta expresa: “Como me gusta decir, la síntesis del «Dios» (cristiano) de lo alto y del «Dios» (marxista) de lo adelante, he aquí el solo Dios que podemos aquí en adelante adorar «en espíritu y verdad»” (Carta de mayo-junio de 1952) (Citado en “Teilhard de Chardin o la religión de la evolución” de Julio Meinvielle-Ediciones Theoria SRL-Buenos Aires1965) .
Escribió, además: “Oy y Ox [cristianismo y marxismo], en lo alto y hacia delante: dos fuerzas religiosas, repito, que ahora ya se afrontan en el corazón de todos los hombres; dos fuerzas que se debilitan y marchitan si se aíslan; dos fuerzas, por consiguiente (y es lo que me falta por demostrar), que sólo esperan una cosa: no que hagamos una elección entre ambas, sino que hallemos el modo de combinarlas a la una con la otra” (De “El porvenir del hombre”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1962).
La Iglesia tradicional priorizaba la preparación para una vida ultraterrena, relegando un tanto los aspectos sociales que debe afrontar toda religión. De ahí que, en forma irresponsable, como en el caso del mencionado Teilhard, algunos vieron en el marxismo, y no en las ciencias sociales verificables, un aliado, y no el antagonista que siempre fue. Carlos A. Sacheri escribió: “El Concilio Vaticano II ha replanteado el eterno problema de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. La meditación reiterada de los documentos conciliares pone de manifiesto la admirable vinculación que existe entre la verdadera tradición y la auténtica renovación; la fidelidad a aquélla es la condición indispensable para la eficaz realización de ésta. Sin embargo, hay grupos y movimientos organizados dentro de la Iglesia que no lo entienden así. Tales grupos, decididos a encauzar la actual renovación, no por los caminos del Espíritu Santo sino según el «sentido» que ellos pretenden imprimir a la Iglesia toda, constituyen el obstáculo más serio a una sana «apertura» al mundo contemporáneo”.
“El fenómeno de la Iglesia Clandestina, constituido por esos grupos pseudo-proféticos, entronca con la herejía modernista de principios de siglo y ofrece de la misma una versión más diluida, que no hace sino aumentar su peligro. Muchos católicos sinceros pero poco informados, se dejan seducir por los enunciados vagos de la catequesis «post-conciliar», sin percibir que detrás de ella existe una organización y una metodología sistemáticamente aplicadas en toda circunstancia al servicio de objetivos que nunca se formulan claramente”.
“La finalidad no es otra que la de adaptar la Iglesia al mundo, lisa y llanamente, en vez de intentar convertir y salvar al mundo dentro de la Iglesia. Tal es la tremenda alternativa de nuestro tiempo. El progresismo neo-modernista subvierte así todos los conceptos fundamentales de la fe cristiana mediante la interpretación unilateral del espíritu y de los documentos de Vaticano II”.
“En nuestro país, el Tercermundismo constituye la versión, no única pero sí principal, de la organización progresista internacional. Poniendo en ejecución sus doctrinas, su organización y su metodología esencialmente clandestinas, el Tercermundismo configura una «Iglesia paralela» que intenta instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista. Lo más grave de todo es que muchos sacerdotes de buena fe, sensibles a los problemas sociales, se hacen eco de dicha prédica sin tomar conciencia de la instrumentación de que son objeto” (De “La Iglesia Clandestina”-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1977).
La Iglesia clandestina avanzó en silencio para dividir y para, finalmente, usurpar la Iglesia toda. No se detuvo ante nada, incluso llegando al asesinato de autores, como el propio Carlos A. Sacheri, que osaron oponerse al avance destructor impulsado por el marxismo-leninismo. San Cipriano advertía en su época: “Lo que es de temer no es tan sólo la persecución, ni los ataques a cara descubierta que tratan de vencer y destruir a los servidores de Dios. Es más fácil ser cauto cuando se percibe a lo que debe temerse y, ante un adversario manifiesto, el alma se prepara al combate. Más peligroso y alarmante es el enemigo que avanza sin ruido y que, bajo las apariencias de una falsa paz, repta con ocultos designios; por tal proceder ha merecido el nombre de serpiente” (Citado en “La Iglesia Clandestina”).
El conflicto entre cristianos unificadores y marxistas disolventes, dentro de la Iglesia, se conoce como el conflicto de los “integristas” que se oponen a los “progresistas”. Sacheri agrega: “Ya en 1962, la revista Itinéraires…denunciaba enérgicamente la violenta persecución llevada contra toda persona o grupo calificado arbitrariamente de integrista (dialécticamente contrapuesto al mote de progresista)”.
En el artículo mencionado por Sacheri se lee lo siguiente: “La descalificación arbitraria de las personas por los reflejos condicionados del anti-integrismo, es un proceso de autodestrucción de la Iglesia. Si ésta fuese una sociedad solamente humana no hubiese podido sobrevivir. El «integrista» es aquel a quien no se habla; no es más un hermano, ni siquiera un hermano enemigo. No es un adversario humano, es el equivalente de un perro sarnoso a quien se espanta de un puntapié. Se le desprecia en silencio o se le injuria con la mayor grosería. Se le considera capaz de todo, y más bajo aún en la escala que los criminales empedernidos, a quienes se les concede por lo menos alguna función de las prisiones…Es la «guerra psicológica» trasladada al seno de la Iglesia”.
En cuanto a las tácticas revolucionarias empleadas para usurpar la Iglesia, Marcel Clément escribió: “La renovación conciliar –o mejor dicho, post-conciliar-, según el príncipe de las tinieblas, consiste en una interpretación dialéctica del Concilio. Os doy la técnica; podréis emplearla. ¡Resulta fácil una vez comprendida! Por ejemplo, hay la Escritura y hay la tradición. En el Concilio se dio a la liturgia de la Palabra algo más de importancia, es decir, se dio más importancia a la Escritura. Desde ese momento hay quien alza la Escritura contra la tradición. Se ha hablado mucho de pastoral, entonces alzan la «Pastoral» contra lo «Doctrinal»”.
“La colegialidad es enseñada desde siempre en la Iglesia, pues no es cosa nueva. Es formulada más netamente por Vaticano II, pero existía ya antes. Pues bien, será alzado el Colegio Episcopal contra la Curia Romana, o contra la primacía del Papa, según los casos. Serán alzados los episcopados nacionales, en la medida de lo posible, contra la Curia”.
“He aquí la renovación conciliar según Satán. Tal como lo veis, la técnica es simple: se toma un valor antiguo, por ejemplo, el latín, se toma otro nuevo como el francés. Se sostiene al segundo contra el primero. Se escribe luego un artículo ironizando el pasado, y vuestros lectores católicos dirán: «Esto es el Concilio»”. “Por fin la parodia del diálogo es evidente: consiste en provocar no la misión, sino la dimisión. Tales son los grandes rasgos del para-concilio” (Cita en “La Iglesia Clandestina”).
Una vez consolidada la postura marxista dentro de la Iglesia, comienza la prédica revolucionaria en una forma abierta y descarada. Como ejemplo puede citarse una declaración del Arzobispo brasilero Helder Cámara: “Respeto la memoria de Camilo Torres y del Che Guevara en forma muy profunda, y en general de todos los que en conciencia se sienten obligados a optar por la violencia. Sólo no respeto a los guerrilleros de salón…(«El Siglo», 16/4/69)” (Citado en “La Iglesia del silencio en Chile”-Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad-Buenos Aires 1976).
A medida que avanza la usurpación marxista, los católicos incautos se suman a la nueva ideología imperante, mientras que va naciendo una “Iglesia del silencio”, constituida por aquellos católicos que siguen las enseñanzas cristianas y que, además, conocen tanto el éxito de políticos civilizados como el Mahatma Gandhi, como también conocen acerca de la barbarie comunista en China, la URSS y otros países. “La «humareda de Satanás» va invadiendo y llenando la Iglesia, y ésta va sufriendo un misterioso proceso de «autodemolición» -las expresiones son de Pablo VI- llevado a afecto de arriba hacia abajo. Aturdida, perpleja, angustiada, una mayoría silenciosa de católicos se va formando a medida que el proceso destructor avanza, ubicándose dentro de la Iglesia, en el plano religioso, en una situación de mutismo análoga a la que está reducida la Iglesia del Silencio más allá de la Cortina de Hierro”.
“En Chile, esta mayoría silenciosa es casi tan numerosa cuanto el propio pueblo, y contempla estupefacta un hecho sorprendente: la mayor parte del Episcopado y un sector decisivo del Clero y de los religiosos se han transformado en la fuerza más dinámica y sutilmente eficaz de la embestida izquierdista. Una fuerza revolucionaria que no conduce directamente a la guerra o a la rebelión sangrienta, sino que facilita la conquista de las mentalidades, que es el modo más moderno de guerra” (De “La Iglesia del silencio en Chile”).
Con el ascenso de Jorge Bergoglio al papado, como Francisco I, puede decirse que se logra una doble usurpación totalitaria, por cuanto Bergoglio, de origen peronista, con su conocimiento cercano del régimen totalitario impuesto por Perón (quien no hizo nada por evitar la quema de templos católicos durante su presidencia) delata su afinidad totalitaria, reforzada luego por su aceptación de la Teología de la Liberación y su afinidad con asesinos como Fidel Castro y Nicolás Maduro. Hoy, más que nunca, se está formando una nueva Iglesia del Silencio que contempla sorprendida la usurpación totalitaria de la Iglesia de Cristo.
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