Mientras que el capitalismo, buscando la igualdad en la riqueza, genera en su camino bastante desigualdad, el socialismo, buscando una igualdad en la pobreza, genera también en su camino bastante desigualdad, es decir, en una sociedad capitalista se habla de individuos desigualmente ricos, mientras que en el socialismo se habla de individuos desigualmente pobres. En estos casos se hace referencia a las ideas prevalecientes tanto en el sector liberal como en el sector socialista.
En épocas de Mao-Tse-Tung, predominaba en China la “pobreza igualitaria”, mientras que, bajo la actual conducción, y como resultado de la adopción de la economía de mercado, se ha logrado liberar de la pobreza a cientos de millones de chinos, a la vez que otro tanto todavía no logra salir del todo de esa situación. Desde el punto de vista liberal, se ha logrado un progreso por cuanto son menos los que padecen la incomodidad o el sufrimiento de la pobreza, mientras que desde el punto de vista socialista, se ha producido un retroceso, por cuanto ha aumentado la “desigualdad social”.
La postura liberal promueve el progreso social a partir de una educación orientada, no sólo al logro de metas culturales, sino también asociada a una capacitación favorable a la formación de capital humano, la mentalidad socialista está orientada más a buscar la redistribución de lo que ya se ha producido. En el primer caso se apunta a una desigualdad momentánea e insalvable en el nivel de riqueza, mientras que en el segundo caso se apunta a una igualdad esencial en la pobreza.
Al menos este último criterio es el que ha prevalecido en la Cuba de los Castro, en donde sólo disfrutan de cierta tranquilidad económica quienes tienen “fe” (familiares en el exterior). La desigualdad favorecida por tales ayudas es mal vista por las autoridades a pesar de que ingresan a Cuba desde el exterior, enviados por familiares de cubanos, unos 2.000 millones de dólares anuales (menos de la mitad de los 5.000 millones de dólares que enviaba la ex-Unión Soviética como pago al Gobierno cubano por la labor de expandir el Imperio Soviético en el resto de Latinoamérica). En un informe establecido por Consejeros Europeos, se expresa lo siguiente: “Para el Gobierno cubano, las remesas familiares son tanto una bendición como una maldición. Los ingresos que traen apoyan en gran medida las finanzas públicas. Sin embargo, las remesas constituyen uno de los problemas de raíz que enfrenta el Gobierno porque, junto al autoempleo, crean dos diferentes clases de cubanos: los que tienen acceso a moneda dura o altos ingresos, y los que no lo tienen”.
“Para un sistema donde la igualdad es un dogma central de su ideología, las remesas representan un gran problema. Como prohibir las remesas sin ser capaz de ofrecer una alternativa por medios o salarios más altos sería impopular, e igualmente es algo difícil de impedir [por las «mulas» o correos que viajan a la isla como si fueran turistas], la política más probable será la continua y gradual erosión del poder adquisitivo de la moneda extranjera en manos de los cubanos, particularmente los dólares estadounidenses, a favor del peso cubano” (De “Los funerales de Castro” de Vicente Botín-Editorial Ariel SA-Barcelona 2009).
Para impedir la desigualdad mencionada, el Gobierno desalienta el envío de dólares mediante impuestos que llegan al 20% del valor enviado. Además, confisca gran parte de los salarios de los cubanos que el Estado alquila a empresas privadas residentes en Cuba o a otros Estados. Vicente Botín escribe al respecto: “La erosión no sólo afectó a los que tienen fe (familiares en el extranjero), sino a todos los que ocasionalmente reciben un salario en moneda extranjera, como los médicos, maestros y otros profesionales enviados por el Gobierno a «misiones» en el exterior. A todos ellos se les aplica un «impuesto revolucionario», como a los trabajadores que se desempeñan en empresas foráneas radicadas en Cuba. Durante el tiempo que dura su trabajo fuera del país, cada profesional sigue cobrando íntegro su salario en pesos cubanos, pero sólo recibe una parte de los dólares que el Gobierno cubano ha pactado por el «alquiler» de sus servicios; el resto va a parar a las arcas del Estado”.
“Los miles de médicos desplazados a Venezuela para trabajar en la Operación Barrio Adentro perciben tan sólo el equivalente en bolívares a 200 dólares mensuales cada uno. El resto del salario, unos 2.000 dólares al mes, lo cobra el Gobierno cubano en especie, es decir, en petróleo”.
“Los más de 2.500 médicos enviados a Pakistán después del terremoto de octubre de 2005, recibieron a su regreso a Cuba 150 dólares cada uno como recompensa, después de realizar durante meses su trabajo en condiciones de extrema dureza”.
Mientras que el socialista justifica su misión en este mundo como combatiente contra la explotación capitalista, a la vez considera que la explotación laboral realizada por el Estado implica una justa tarea ennoblecedora del ciudadano de la sociedad colectivista. “La cantidad que recibieron fue muy pequeña, pero grande fue el honor que les dispensó Francisco Soberón Valdés, ministro presidente del Banco Central de Cuba, gran aficionado a las metáforas, como toda la nomenclatura cubana: «Para ser dignos de este pueblo, al que la Revolución ha llevado tan alto como el pico del Everest, no sólo en términos metafóricos sino con la presencia de nuestros excelentes y abnegados médicos en la cordillera del Himalaya, todos los que tenemos responsabilidades en la conducción de la economía del país debemos lograr el objetivo que se ha convertido en la piedra angular de la lucha que libra sin descansar un instante el compañero Fidel: la fórmula de distribución socialista con arreglo al trabajo»”.
Cuando en una sociedad existe una muy limitada cantidad de empresas, no puede decirse que constituya una economía de mercado por cuanto no existe competencia alguna. Esta ausencia crea las condiciones favorables para la explotación laboral. Por el contrario, cuando existen muchas empresas, cada una debe cuidar su capital humano para no perderlo, reduciéndose las posibilidades de tal explotación. En el caso del socialismo, al haber una sola empresa, el Estado, y al no haber posibilidad de competencia, se crean las condiciones favorables para la explotación laboral, tal como necesariamente sucede. Arnaldo Pedrosa D’Horta escribió: “No nos contentaría una solución que, eliminando al capitalismo privado, fuese a resultar una forma superior de explotación del trabajador: el capitalismo de Estado. No queremos derrumbar las bastillas de mil propietarios, comerciantes, banqueros e industriales para con sus despojos construir una superbastilla en la que un Estado autocrático sea el nuevo esclavizador del hombre” (De “Examen del comunismo”-Editorial Antloy-Buenos Aires 1957).
En la “sociedad sin clases” cubana, existe una división notable (“apartheid económico”) por cuanto existen dos tipos de moneda; los pesos cubanos, que no son convertibles, y los pesos convertibles. Los trabajadores de menores ingresos reciben los pesos cubanos mientras que los dirigentes y empleados especializados reciben los pesos convertibles, Este sistema nos retrotrae a épocas en que los monopolios empresariales pagaban el salario de sus trabajadores con bonos emitidos por la misma empresa para obligar a gastarlos en los comercios pertenecientes a las propias empresas. Botín escribe al respecto: “El problema es que los cubanos no se sienten en absoluto dueños de las riquezas del país y protestan, a su modo, por los bajos salarios que reciben del Estado-patrón, al aplicar al pie de la letra este dicho popular: «El Gobierno hace como que nos paga y nosotros hacemos como que trabajamos»”.
“Los productos de la ‘libreta’ son una limosna que el Estado, único empleador, ofrece a sus trabajadores, a los que paradójicamente brinda también la oportunidad de comprar todo tipo de alimentos y otros bienes de consumo importados, pero sólo si pueden pagarlos en pesos convertibles, una moneda que vale 24 veces más que el peso cubano con el que se pagan los salarios. Esta vergonzosa asimetría divide hoy a la población en dos categorías, los que tienen y los que no tienen pesos convertibles, una barrera que hace añicos el axioma de Fidel Castro repetido tantas veces de que «lo que se hace es darle más al pueblo y repartirlo mejor»”.
“Eso no es cierto. En Cuba hay una clara división de clases, de acuerdo con la capacidad económica de cada individuo, cuyo nivel de confort depende del dinero que posea. La Revolución ha abandonado su proyecto, si es que alguna vez lo tuvo, de construir una sociedad más justa, y ha condenado a los cubanos a una feroz lucha por la vida desde su fase más primitiva, la alimentación”.
Al igual que en toda Latinoamérica, todas las deficiencias y todos los errores cometidos, se atribuyen a la maldad del imperialismo yanqui, que en el caso cubano se materializa con el bloqueo económico, si bien existe intercambios comerciales con los EEUU. La ineficiencia socialista produjo retrocesos por cuanto, en épocas previas a la Revolución, Cuba exportaba alimentos, mientras que ahora los debe importar. “No es extraño que la mayoría de los productos que se consumen en la isla, especialmente los de la ‘libreta’, sean importados. Cuba importa el 84% de los alimentos que consume…Hace 50 años, la isla exportaba ganado vacuno en pié, vegetales, frutas, café y otros productos que hoy tiene que importar. La paradoja es que, a pesar del bloqueo y sus apéndices…el «imperio» se ha convertido en el quinto socio comercial de Cuba y el primer suministrador de alimentos y productos agrícolas a la isla”.
Luego del fracaso cubano, encubierto y transformado en éxito gracias a las mentiras que la intelectualidad internacional se encargó de difundir, se está llegando a una situación similar en Venezuela, que sigue los pasos que Cuba. Como el marxismo-leninismo se apoya en el odio contra la burguesía y contra todo lo que proviene de la civilización occidental, resulta difícil rebatir sus ideas por cuanto el odio les impide aceptar la más mínima evidencia en contra de sus creencias. Otros países podrán caer en el futuro si pocos se atreven a difundir la verdad sobre el socialismo.
De la misma manera en que un problema, en electrónica digital, puede resolverse de dos maneras (mediante el hardware, o circuiterío, o mediante el software, o programación) la envidia puede “solucionarse” mediante el trastorno masivo que implica el socialismo, o bien mediante la menos traumática solución propuesta por el cristianismo; la mejora ética individual.
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