Por Giovanni Papini
Karl Marx floreció en la edad de oro de la adoración por la ciencia y su mayor ambición fue la de fundar un socialismo verdaderamente “científico”, así como su inmensa reputación entre el vulgo, aun en nuestros tiempos, se debió a que lo creyeran un verdadero y cabal hombre de ciencia.
Ahora bien, uno de los caracteres esenciales de la ciencia es el que permite prever con exactitud y seguridad lo que ha de acontecer en determinados casos y momentos; y, en efecto, Marx, para demostrar el fundamento científico de sus teorías, formuló diversas previsiones acerca de lo que ocurriría en el mundo de la economía y de la política en épocas próximas y en otras más lejanas. Previsiones, interceptaciones, y no ya profecías que podrían ser fruto de la imaginación visionaria, de la intuición poética o del cálculo cabalístico. Entre las previsiones”científicas” que hicieron famoso el nombre de Marx y que contribuyeron a la propagación de su doctrina, recordaremos solamente tres, que no son accesorias o secundarias, sino que se derivan de las leyes que Marx creyó descubrir y son básicas en su “Capital”.
La primera de tales previsiones se refiere a los países en que necesariamente se produciría la transformación de la sociedad capitalista, dando paso a la dictadura del proletariado. Según Marx, esta revolución habría por fuerza de acontecer en los países donde la industria estuviera más desarrollada y el sistema capitalista fuera más poderoso, encarnado en una burguesía florida y bien provista. Los cuales países, en tiempos de Marx, no podían ser sino Inglaterra y Alemania, cuando más, en segunda fila, América del Norte y Francia. Sin embargo, cualquiera sabe lo que ocurrió en 1917; la revolución proletaria estalló, se afirmó y se organizó en uno de los países más atrasados de Europa, donde la industria era rudimentaria y la burguesía capitalista había desaparecido, subordinada a las castas del régimen zarista, es decir, el ejército y la burocracia. Era ello tan evidente que el propio Marx despreciaba profundamente a los socialistas rusos, considerándolos ilusos utopistas, sin imaginarse ni por asomo que en ese país pudiera comenzar y mucho menos establecerse un régimen comunista.
La segunda de las previsiones de Marx concierne a los autores y creadores de esa transformación de la sociedad: sostuvo siempre que la revolución sería obra de los propios trabajadores, educados por las necesidades mismas de su vida en el conocimiento de sus deberes. Acaeció, en cambio, como todos nosotros lo vimos, que esta revolución se debió a las directivas de algunos intelectuales burgueses, que supieron aprovechar del desastre militar del Estado zarista y del desesperado anhelo que movía a los aldeanos-soldados a poner fin a la guerra y retornar a sus casas para convertirse en otros tantos pequeños propietarios de la tierra. De modo que no fueron los obreros más preparados de la industria los que suscitaron, aprontaron y dirigieron aquella inmensa revolución, sino que ésta triunfó merced a los enormes errores de la casta militar, a las ambiciones de los intelectuales burgueses y, sobre todo, al hambre antigua de tierras que azuzaba al mujik.
La tercera de las previsiones de Marx, y una de las más populares en tiempos de su mayor fortuna, fue aquella según la cual la propiedad y las industrias se irían concentrando progresivamente en pocas manos de colosos capitalistas, de manera que la expropiación resultaría muchísimo más fácil cuando llegara el día del desquite proletario. Tampoco esta previsión se hizo verdadera, por más que ya cuente casi un siglo de antigüedad, puesto que en los países capitalistas más adelantados, el sistema de las sociedades por acciones dio por consecuencia, como vemos en los Estados Unidos y en muchas naciones europeas, que la propiedad se divida y se reparta entre un infinito número de ahorradores, en los cuales no faltan los llamados proletarios. Y la misma propiedad de la tierra, como se advierte en Gran Bretaña y en Italia, está condenada a subdividirse poco a poco en trozos modestos o mínimos, tan ciertamente como que ya el latifundio resulta más un recuerdo que una realidad presente.
Pero los hombres son más papagayos que libres pájaros voladores, más topos que linces, más carneros de Panurgo que galgos arriesgados en persecución de la verdad, y por eso existen inmensas multitudes que siguen jurando por Marx, quien representa para ellas una de las encarnaciones más gloriosas de la ciencia positiva.
Y pese a las patentes y constantes desmentidas que la historia contemporánea ha dado y sigue dando a las previsiones pseudo-científicas de Karl Marx, el autor del “Capital” continúa gozando fama de ser uno de los gigantes del pensamiento moderno y el más auténtico profeta de la sociedad futura.
(De “Espía del mundo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1959).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario