Las acciones humanas no dependen sólo de las decisiones voluntarias de cada individuo, ya que también inciden los estímulos provenientes del medio familiar y social que buscan favorecer o impedir tales decisiones, constituyendo una influencia a través de premios y castigos. Es necesario distinguir entre quienes utilizan este sistema aduciendo, o creyendo, estar “bien intencionados” (ya que no siempre se llega a buenos resultados) de quienes ejercen una influencia mal intencionada, como la observada frecuentemente en política, por la cual se premia la obediencia incondicional y se castiga tanto la desobediencia como la neutralidad.
Los estímulos positivos se simbolizan mediante un burro que lleva sobre su lomo una larga varilla que permite que de su extremo cuelgue una zanahoria, frente al animal, de manera que éste, al intentar alcanzarla, se desplaza hacia delante repitiendo el proceso en forma indefinida. Cuando se trata de impedir una acción determinada, se simboliza la situación mostrando a alguien con un garrote atemorizador que advierte el riesgo que corren quienes no acaten un mandato o una sugerencia suya.
El sistema de premios y castigos imita, en cierta forma, lo que sucede en el mundo natural ya que los desvíos a las conductas apropiadas generan alguna forma de sufrimiento. Así, quien come o bebe en exceso, tarde o temprano será “castigado” por la naturaleza advirtiéndole que no ha respetado alguna de sus reglas básicas. También quienes adoptan actitudes egoístas o agresivas tienden a generar sufrimientos adicionales, de ahí las prohibiciones (y los castigos correspondientes) que se establecen para encauzar al individuo por la senda correcta.
La principal fuente de premios y sanciones proviene, sin embargo, de la propia conciencia individual, ya que es la más cercana, inmediata y permanente. El mayor premio proviene de la actitud cooperativa, que permite compartir las penas y las alegrías ajenas. El mayor castigo proviene de la envidia, por cuanto implica entristecerse por la alegría ajena, siendo casi siempre acompañada por la burla (manifestación de alegría por las penas de otros). Este sería el proceso de la justicia natural, que actúa en lugar de una supuesta justicia divina, entendida como la que surge de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos distribuyendo premios y castigos según el comportamiento cotidiano. De ahí que no haría falta una justicia divina considerada como una distribución adicional de premios y castigos eternos decididos por un Dios, justo y vengador al mismo tiempo, que “anota” y evalúa nuestras acciones para determinar el lugar que habremos de ocupar durante el resto de la eternidad. Si habremos de ir a otra vida, será por una ley natural que lo permite.
Existen dos formas extremas de promover la acción; mediante el amor y mediante el temor. En el primer caso, se busca que el individuo actúe con libertad y pueda realizar todas sus potencialidades. En el segundo caso, el individuo realiza sus acciones bajo la perturbadora idea de una posible sanción. Como ejemplo del primer caso, podemos considerar al nuevo empleado que es recibido de una forma como la siguiente: “Sabemos que usted es muy eficaz en su tarea y esperamos que se sienta cómodo en este trabajo”. Como ejemplo del segundo caso, podemos suponer que es recibido de la siguiente forma: “La tarea que le encomendamos es tal; en caso de no cumplirla con eficacia, será despedido de inmediato”.
En el primer caso, el nuevo empleado estará presionado por cierta obligación moral que lo induce interiormente a no defraudar a quienes confiaron en él. En el segundo caso, el nuevo empleado se verá obligado a adoptar una actitud defensiva, no pensando tanto en hacer las cosas bien como en conservar su puesto de trabajo. Como no todos los hombres sienten obligaciones morales, no deben uniformarse los estímulos.
Este proceso se repite en los diversos ámbitos sociales, como pueden ser la familia, la escuela, el trabajo, la empresa o el Estado, produciéndose situaciones semejantes en todos ellos. Como ejemplo de lo que acontece en el ámbito familiar, cuando predomina el mandato por temor, puede mencionarse el caso del trío Mussolini, Hitler y Stalin, cuyos padres intentaban “educarlos” mediante el terror, sistema que luego, en forma consciente o inconsciente, emplearon con las poblaciones de sus respectivos países.
Se habla a veces de la educación siciliana por la cual se le induce a los niños a confiar tan sólo en su familia. Aunque existe también un relato representativo de esa zona italiana cuando un padre le dice a su hijo, subido a una pared, que se arroje con confianza, que lo va a detener con sus brazos. El niño obedece, pero termina golpeándose contra el suelo. Entonces el padre finaliza la lección advirtiéndole: “No debes confiar ni en tus propios familiares”.
El sistema legal, a cargo del Estado, es también un sistema de premios y castigos, ya que otorga derechos y deberes, penalizando de alguna forma a quienes no cumplen éstos últimos. En nuestra época, sin embargo, se ha vuelto bastante permisivo ya que los jueces, mayoritariamente, consideran que la culpa por los males sociales depende esencialmente del “sistema económico injusto” que prevalece, por lo cual son culpables, hasta que demuestren lo contrario, quienes lo favorecen, e inocentes el resto, aun cuando ese resto cometa infracciones y delitos.
Esta realidad social hace que muchas veces los premios sean dirigidos al delincuente y los castigos hacia sus víctimas. Como ejemplo puede considerarse el caso en que, tanto el asesino como su víctima inocente carecen de vivienda y de medios de vida suficientes. Quienes hacen las leyes y las ejecutan, sugieren que la pobreza y la marginación social favorecen la delincuencia. Luego, para que no siga habiendo asesinatos, aducen que el Estado debería construirle una vivienda digna al asesino, dándole también medios de vida suficientes. Mientras tanto, la víctima (o sus familiares), por ser decentes, deberán seguir viviendo como antes. De ahí que, bajo la mentalidad predominante, al delincuente le conviene seguir por el camino de la ilegalidad ya que de esa forma ha de lograr ventajas sociales concretas desde el Estado.
Esta postura, promovida por legalistas con mentalidad socialista, admiradores de Fidel Castro, desconoce que su ídolo político encarcelaba a quien cometiese algún delito, osara discutir su liderazgo o desobedecer sus órdenes. De ahí que apoyan tanto a una “justicia pre-socialista” aplicada a las sociedades capitalistas (o pseudo-capitalistas) como a una “justicia revolucionaria”, completamente diferente.
En el ámbito educativo ocurre otro tanto. Así, el alumno agresivo no es separado de un establecimiento educativo por cuanto se aduce que carece de afectos familiares, por ejemplo, y que se lo debe tolerar hasta que comience a socializarse adecuadamente. Mientras tanto, las víctimas del alumno “en proceso de socialización” deben asegurar su integridad personal trasladándose a otra escuela.
Quienes, ejecutando la “justicia pre-socialista” eximen de todo tipo de sanción a los infractores, aducen que “con las sanciones no se logra resocializar” al indisciplinado, o al delincuente. Habría que agregar que con el estímulo a la indisciplina y a la delincuencia tampoco se logra ese objetivo; por el contrario, lo agrava seriamente, porque incluso actúa como tentación para el alumno disciplinado quien puede anhelar lograr los premios que reciben los infractores.
En algunos procesos históricos se ha usado tanto la zanahoria como el garrote, como en el caso de la colonización americana; si bien sus detractores o sus partidarios generalizan alguna de esas posibilidades según sean sus visiones de la realidad. Enrique de Gandía escribió: “El descubridor de América tiene en su vida dos aspectos: el de marino genial, constante y heroico, y el de colonizador improvisado. El primer aspecto trae sobre Colón la admiración de los siglos; el segundo lo hace digno de lástima. Colón introdujo en la colonización del Nuevo Mundo todos los sistemas que, por un instante y en un solo lugar de América, convirtieron la conquista en un infierno: las matanzas de indios, la esclavitud y los tributos”.
“No fueron los españoles quienes inventaron esos horrores, ni fueron tampoco los tiempos que los llevaron a América: fue la obra de un hombre que en un día se halló frente a un mundo, con el más grande poder en las manos, como en un sueño oriental, sin saber como administrar millones de seres y de leguas”. “Colón vivía obsesionado por una idea fija; la de hallar oro, inmensas cantidades de oro, para deslumbrar a los reyes y a los escépticos que habían quedado en España”.
“Es por estos motivos que la conquista de las islas y tierras donde mandó el almirante o donde alcanzó su sistema, tiene un carácter tan diferente al de los lugares donde los españoles obraron según sus leyes y tradiciones. Cuando se habla de crueldades y se citan los episodios que generaliza el Padre Las Casas, no hay que olvidarse de señalar las zonas geográficas y los años en que sucedieron. En esta forma se descubrirá la mano y el espíritu de Colón. Y también podrá comprobarse que fuera de esos años y de esas zonas la conquista es otra, como si en la pacificación del Nuevo Mundo hubiesen intervenido dos clases de hombres: unos sanguinarios, diabólicos, y otros bondadosos, angelicales, empeñados en abrir caminos y fundar ciudades”.
“Isabel y Fernando –los Reyes Católicos- no aprobaron en ningún momento los desastres que el delirio y la falta de experiencia de Colón producían en América. Son conocidas sus órdenes y hasta el propio testamento de Isabel, en que prohíben, bajo penas severísimas, la esclavitud y el mal trato de los indios” (De “Orígenes de la democracia en América”-Sociedad Impresora Americana-Buenos Aires 1943).
En cuanto a los estímulos y prohibiciones existentes en los sistemas económicos, puede hacerse la siguiente síntesis:
Socialismo = Incentivos espirituales + Prohibiciones materiales
Capitalismo = Incentivos espirituales + Incentivos materiales
En el caso del socialismo, no existen los incentivos materiales por cuanto el sistema anula previamente todo objetivo individual admitiendo sólo los colectivos. Tal es así que se prohíben las actividades productivas realizadas en forma individual.
En el caso del capitalismo, además de los estímulos materiales, existen también los estímulos espirituales, tales como los de los constructores de automóviles que desde niños se apasionan por ellos y que incluso participan en competencias deportivas, como fue el caso de Enzo Ferrari o de los hermanos Renault. La tergiversación marxista aduce que todo productor capitalista busca tan sólo el dinero como único y exclusivo objetivo, sin tener en cuenta que el éxito empresarial es una consecuencia de una vocación productiva previamente existente.
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