La actitud adoptada por un individuo, en su ámbito familiar, tiende a repetirse en el ámbito social e incluso en el de los pueblos y naciones. Este es el caso del egoísta, que puede acentuar su egoísmo a medida que se aleja del ámbito familiar. Por ejemplo, una persona que se interesa exclusivamente por su persona y, a lo sumo, por sus familiares directos, seguramente que se identificará con las tendencias nacionalistas. De ahí que el nacionalismo implique un egoísmo colectivo, mientras que las actitudes cooperativas conducirán al patriotismo. Así como el egoísmo difiere del amor, el nacionalismo diferirá del patriotismo. Jean Lacroix escribió: “En su propia esencia, la función de la patria consiste en transportar a la categoría de lo «público» los sentimientos nacidos en la de lo «privado»”.
El patriota ama a su patria sin adoptar una actitud negativa hacia otros países. De ahí que el patriota se identifique con el internacionalista, siendo su principal atributo el hecho de sentirse ciudadano del mundo. Es un caso similar al de quien ama a muchas personas como síntoma de su actitud hacia sus familiares, ya que tal respuesta no se debilita ni se gasta por la extensión. Por el contrario, el nacionalista, que valora a su país con exclusividad y muy poco, o nada, a los demás países, da lugar a dudas respecto del afecto auténtico destinado a sus propios allegados. Enrique de Gandía escribió: “El problema de la nacionalidad, en la Argentina, ha sido encarado de muy distintas maneras. Unos autores lo han creído esencialmente racial; otros, económico, y otros, militar. En forma inconsciente, desde la colonia y, sobre todo, después de 1810, se ha basado en la concepción de la tierra como Patria y de la idea, inevitable, del odio al extranjero. El desprecio a los españoles, italianos y europeos en general ha sido casi unánime en otros tiempos” (Del Prólogo de “La nacionalidad argentina” de L. J. Paez Allende-Sociedad Impresora Americana-Buenos Aires 1945).
El futbolista Alfredo Distéfano comentaba, con cierto orgullo, que tenía dos patrias: Argentina y España, siendo un típico caso de patriotismo. También los inmigrantes llegados a nuestro país adoptaban, en su mayor parte, una actitud de agradecimiento hacia la tierra que les permitió realizar sus proyectos y sus vidas. Luego, los hijos de inmigrantes también sentían como propia la tierra de sus padres. Esta tendencia, que resulta positiva por cuanto es la consecuencia de la actitud cooperativa predominante, es vista en forma negativa por los nacionalistas, quienes niegan en cierta forma el doble patriotismo aduciendo haber traicionado a la única patria (la de nacimiento) que deberían valorar con exclusividad.
Por tener una abuela inglesa, Jorge Luis Borges tuvo una predisposición favorable a Inglaterra, algo mal visto por los sectores nacionalistas. Si a los detractores de Borges se les preguntara si les parece bien que los hijos o nietos de argentinos radicados en el extranjero sientan también como suya la patria de sus ancestros, posiblemente responderán afirmativamente. Martín Hadis escribió: “Hablando de su vocación de escritor, Borges afirmó una vez: «Mi destino es literario. Recibí esto como una herencia…En mi casa siempre se entendió que yo debía ser el escritor, que yo tenía que realizar el destino literario negado a mis mayores»”. “¿A qué mayores se refiere Borges? ¿De dónde proviene esta herencia? En numerosas ocasiones el mismo Borges explica que su vocación literaria tiene origen en el lado inglés de su familia. Los responsables de transmitir esta formación intelectual al futuro escritor fueron su padre, Jorge Guillermo, y la madre de este último, Frances Haslam”.
“Pero, a su vez, ¿de quién la heredaron ellos? Ni el mismo Borges ni ninguno de sus críticos o biógrafos sabían hasta ahora que esta herencia es mucho más antigua de lo que se supone. Jorge Luis Borges desciende, por su rama paterna, de un verdadero clan, hasta hoy desconocido, de pastores, escritores, maestros, científicos, editores y libreros ingleses”. “Traída a nuestro país por «una trama de azarosas circunstancias», la abuela inglesa de Borges, Frances Haslam, se encargó de refundar esa dinastía intelectual en suelo argentino. Su nieto, Jorge Luis Borges, creció para convertirse, sin saberlo, en el sucesor y más destacado representante de ese linaje erudito” (De “Literatos y excéntricos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).
Los sectores nacionalistas, anti-británicos especialmente, nunca “le perdonaron” a Borges haber tenido una abuela inglesa y haber seguido una tradición intelectual. Si por ellos fuera, Borges no debería haber trascendido las fronteras de su país, por lo que hubieran preferido quitarle a la Argentina la posibilidad de hacer un aporte importante a la literatura universal.
Mientras que el nacionalista estima que todo escritor debe referirse casi exclusivamente a lo nacional, al gaucho por ejemplo, se sostiene, desde el punto de vista internacionalista, que los diversos países deben destacarse de los demás por hacer mejores y más cantidad de aportes a la cultura universal. Uno de sus acérrimos detractores, Jorge Abelardo Ramos, escribió: “Todo el irrealismo militante de Borges es el seudónimo estético que utiliza para insistir en que no pertenece a la literatura argentina, sino a una forma sutil de penetración dialectal de la cultura imperialista europea en nuestro país”. “No se trata de que Borges no sea patriota. De lo que se trata es que es un patriota inglés, francés, alemán”. “A partir de 1930 fue voluntariamente y decididamente un escritor extranjero” (De “Antiborges” de Martín Lafforgue-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 1999).
El mencionado Ramos, de orientación política izquierdista, apoyó al gobierno de Héctor Cámpora en 1973; un gobierno integrado por terroristas que intentaban que la Argentina cayera en la órbita soviética. Tales personajes no deberían ser considerados “argentinos” por cuanto avalaban la destrucción material, social y humana de su país de nacimiento, aunque también tuviesen “dos patrias” (Cuba y la URSS).
La idea de superioridad propia e inferioridad ajena, ya sea en cuestiones de nacionalidad, raza, religión o clase social, hacen que a veces el “inferior” no sea como el “superior” lo imagina, debiendo éste aceptar incluso la superioridad del “inferior”, creando la típica reacción de quien descubre diferencias esenciales entre teoría (o creencia) y realidad. Para los fanáticos constituye un enigma sin solución. Este es el caso del ideólogo racial nazi Alfred Rosenberg, partidario de la supremacía aria. Irvin D. Yalom escribió: “A los dieciséis años, Alfred Rosenberg recibe un castigo escolar por sus comentarios antisemitas: memorizar pasajes de Spinoza tomados de la autobiografía de Goethe. Rosenberg se sorprende al descubrir que Goethe, su ídolo, admiraba al filósofo judío. Mucho después de su graduación, sigue obsesionado con este enigma. ¿Por qué el gran poeta alemán pudo haberse sentido inspirado por un miembro de la raza que él desprecia hasta el punto de querer destruirla?”.
“Con el tiempo, Rosenberg se transformó en un servidor leal de Hitler y el principal autor de la política racista del Tercer Reich. Sin embargo, no conseguía olvidar a Spinoza” (De “El enigma Spinoza”-Emecé-Buenos Aires 2012).
Los diversos sistemas políticos tienden a desvirtuarse en otros menos eficaces, como es el caso de la aristocracia que degenera en oligarquía o la democracia que se convierte en demagogia. También las ideologías dominantes, como el nacionalismo extremo, pueden conducir al totalitarismo. El totalitarismo se establece en un país como un imperialismo interno, que puede llegar a convertirse en un imperialismo agresor en contra de otros países. Esta degeneración resulta ser consecuencia del egoísmo colectivo extremo. Cuando aparece el imperialismo interno, se establece la división abrupta de la sociedad que ha de quedar constituida por amigos y enemigos.
Hay países que veneran a quienes mostraron ausencia de patriotismo al promover el odio colectivo, como es el caso de Eva Perón, a quien muchos autores califican como “la mujer más amada y más odiada de la Argentina”. La mayor parte de quienes la amaban, se caracterizaban precisamente por odiar intensamente al sector que la odiaba. Es oportuno mencionar que quien ama a los pobres, no tiene ninguna necesidad de inculcarles el odio hacia otros sectores de la sociedad.
Juan D. Perón, por otra parte, alguna vez ordenó quemar una bandera argentina para culpar de esa acción a un grupo de estudiantes católicos opositores. La patria, para Perón, poco y nada significaba, de ahí que ese sentimiento ausente se manifestó de esa forma. Tal suceso es tan sólo una muestra casi insignificante comparada con el daño que le hizo al país sembrando el odio a nivel colectivo. Puede decirse que el “prócer máximo” de muchos argentinos, no fue patriota ni tampoco nacionalista, ya que sólo fue peronista.
Los nacionalismos se manifiestan en algunos pueblos más que en otros; incluso se aparecen aun bajo distintas formas de gobierno. Así, la expansión imperialista de la Unión Soviética tuvo sus antecedentes en ideas establecidas por algunos intelectuales del siglo XIX. “Para realizar su misión, Rusia debe concentrarse en el desarrollo de sus propios recursos espirituales. Pero esa tarea no la realizará por sí sola. Así lo afirma Danilevsky: «Pues para todo eslavo, ruso, checo, serbio, croata, esloveno, eslovaco, búlgaro según Dios y su Santa Iglesia, la idea del eslavismo debe ser la más excelsa, más aun que cualquier bien terreno pues no podrá alcanzar ninguno de ellos si carece de esa idea, si no existe una tierra eslava intelectual, nacional y políticamente independiente»”.
“En Dostoyevski también se agrega una particular visión de la expansión rusa en Asia, la cual le sirve como alivio para su complejo de inferioridad respecto de Europa. Con el orgullo herido pero desafiante, el que fue tanto genial escritor como nefasto ideólogo constata que en Europa «nos recibieron por pura lástima», mientras que «en Asia iremos como señores»”.
“La ambición expansiva…no se detiene en los umbrales del mundo eslavo, sino que se proyecta hacia lo universal. Así dice Dostoyevski en el mes de enero de 1877: «con el auge de la idea rusa o eslava tenemos algo universal y terminante que si bien no soluciona todos los destinos humanos, trae en sí el principio del fin de toda la historia anterior de la humanidad europea»” (De “El miedo y la esperanza” de Cristian Buchrucker y otros-EDIUNC-Mendoza 1999).
La idea perseguida por muchas generaciones humanas, la de establecer una paz universal duradera, nunca tuvo éxito por cuanto siempre se trató de establecer bajo el mando de algún pueblo o de algún líder que pretendía imponer al resto de la humanidad su propio criterio y sus propias creencias. De ahí que esa paz universal y duradera sólo se podrá lograr luego de que se establezca una verdadera unión entre los hombres, quienes contemplarán y acatarán las leyes eternas de Dios; la ley natural que rige sobre todos y cada uno de nosotros.
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