De la misma forma en que los biólogos reconstruyen la secuencia seguida desde los primeros organismos hasta llegar a las actuales especies vivientes, la historia de la ciencia permite seguir la secuencia de ensayos y errores que llevó a una determinada rama de la misma hasta su estado actual. De ahí que la epistemología evolucionista permita establecer una analogía cercana al proceso de la evolución por selección natural. En ese caso, los investigadores proponen diversas hipótesis que luego serán aceptadas si se adaptan a la realidad o desechadas en caso contrario. Karl R. Popper escribió: “Puede decirse que el origen y la evolución del conocimiento coinciden con los de la vida, y que están íntimamente ligados a los de nuestro planeta Tierra. La teoría evolutiva vincula el conocimiento, y con él a nosotros mismos, con el cosmos; y de este modo el problema del conocimiento pasa a ser un problema de cosmología” (De “Un mundo de propensiones”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1992).
Mientras que los científicos especializados en ciencias exactas son conscientes de este proceso, gran parte de los “científicos” sociales permanece en una etapa pre-científica. Ello se debe a que el científico acepta la objetividad de los fenómenos y de las leyes naturales a describir, mientras que tales “científicos” sociales suponen que su misión consiste en diseñar sistemas políticos y económicos surgidos de sus mentes sin tener presente el proceso evolutivo del que surgieron las ideas previas en determinada rama del conocimiento.
Mientras Aristóteles trata de describir comportamientos observables, Platón busca diseñar sociedades utópicas. El nuestra época, el cientificismo liberal se opone al utopismo socialista. Daniel Villey escribió: “Mientras que Platón no presenta más que problemas de moral pública, Aristóteles se inquieta por la moral privada: esto es lo que lo inclina a librar sus ideas económicas del cuadro de la política –aunque el libro en donde las veremos expuestas tenga precisamente por título «La política»-. En fin la moral de Aristóteles no es tan racional como la de Platón, sino ‘natural’. Para conocer el deber interroga la naturaleza y pasa insensiblemente de las preocupaciones de orden normativo a las consideraciones de orden especulativo, es decir, científico”.
“En un pasaje célebre de su «Política», Aristóteles critica el comunismo de Platón con argumentos psicológicos. La comunidad de bienes haría desaparecer el principal estimulante del trabajo. La idea de propiedad es ‘deliciosa’ a los hombres, para los cuales es ‘natural’ amarse a sí mismos, querer la posesión de dinero, querer dar”.
La propiedad privada viene implícita en el Antiguo Testamento por cuanto los mandamientos bíblicos prohíben robar y codiciar los bienes ajenos, advirtiendo, seguramente, los mismos inconvenientes que Aristóteles observa en el sistema propuesto por Platón. Con la propiedad colectiva, se piensa que ya no existirá el robo ni la envidia. Sin embargo, en los regímenes socialistas el robo al Estado resulta ser la fuente de la economía paralela mientras que la envidia sigue existiendo. Si bien la propiedad privada genera conflictos, existe la posibilidad de ampliarla para la mayoría de las personas, mientras que la propiedad colectiva genera mayores conflictos aún, sin que quepa la posibilidad de liberarse de la dependencia material que le impone a todo individuo.
La propiedad individual de los hebreos resulta limitada, ya que se trataba de evitar la concentración excesiva de riquezas. El citado autor escribe: “No se trata de la propiedad romana. La propiedad en Israel no es ni perpetua ni absoluta. Se afirma el dominio eminente de Dios sobre las tierras. Cada cincuenta años hay un año de jubileo: todas las ventas son anuladas y la tierra vuelve a su propietario anterior. Cada siete años el ‘año sabático’ borra el conjunto de las deudas”.
Mientras que los hebreos se inspiran en ideales religiosos y los griegos en la sabiduría de los filósofos, los romanos buscan orientación en la naturaleza. “Séneca, Marco Aurelio, Epicteto y todos los estoicos enseñaron que hay que someterse a la naturaleza y no ensayar locamente vencerla. Para ser feliz hay que moderar los deseos, y no buscar de extender sus satisfacciones. Tal es la solución antigua al problema que presenta la tensión entre las necesidades de los hombres y la parsimonia de la naturaleza, es decir el problema económico”.
La Edad Media recibe la influencia de los antiguos y bajo los ideales de la caridad cristiana y la justicia, le impone restricciones y algunos cambios. Villey agrega: “La tradición individualista del derecho romano, la tradición ‘socialista’ de los socráticos, los análisis de Aristóteles sobre la moneda, el intercambio, la crematística [comercio] y el préstamo a interés: he aquí lo que la Antigüedad deja hecho en ideas económicas. Con la Biblia hebraica y alejandrina, prolongada con el Nuevo Testamento y los comentarios patrísticos: éstas serán las fuentes de las ideas económicas medievales. Fervientes del método de autoridad, los pensadores de la Edad Media invocarán sin cesar sus fuentes, y tratarán de hacer una síntesis de todos estos legados heterogéneos que ellos han recogido confusamente. A veces les costará mucho. Quizás el choque de las tradiciones opuestas hará brillar la luz; aunque a menudo promoverán confusiones inextricables, que harán difícilmente inteligibles las ideas económicas de esa época” (De “Historia de las grandes doctrinas económicas”-Editorial Nova-Buenos Aires 1960).
El problema que tratan de resolver los pensadores medievales es el del valor, ya que se busca el precio “justo” para los diversos intercambios comerciales. “¿Está permitido vender una cosa por más de su valor? ¿Y cómo responder a tal pregunta sin definir el valor? Economista sin saberlo y sin haberlo querido, santo Tomás se embarca decididamente en la discusión armado de Ulpiano, de Aristóteles y de los Evangelios. El ‘filósofo’ ha dicho que la causa del valor está en la necesidad que nosotros tenemos de las cosas: santo Tomás y todos los escolásticos profesan –como diríamos hoy- una teoría psicológica del valor. Disertan a porfía sobre la utilidad común, objetiva, la utilidad particular para cada individuo, y la rareza…Solamente la necesidad, a fin de cuentas, tiene algo de subjetivo”.
“Si el valor debiera medirse por la necesidad, cada cosa tendría tantos valores diferentes como individuos hay. O hace falta a nuestros teólogos un precio objetivo único, indisputable, que se imponga moralmente a las partes. Y es así que se encuentran llevados a ver el costo de producción –es decir en esa época esencialmente en el trabajo- la norma del ‘precio justo’”.
En cuanto a la legitimidad, o no, de cobrar intereses por un préstamo de dinero, debe tenerse presente el valor del mismo en función del tiempo, ya que el dinero disponible en el presente tiene más valor que el dinero que se dispondrá en el futuro. Émile James escribió: “El dinero no es más que una fachada; lo que verdaderamente se presta es capital y este no es consumible o, al menos, no lo es necesariamente. Santo Tomás añadió un nuevo argumento que no supo desarrollar con lógica: el interés, afirmó, anticipándose en esto a Böhm-Bawerk, es el precio del tiempo; ahora bien, el tiempo pertenece a Dios; por tanto, al propietario no le es lícito percibir ese precio” (De “Historia del pensamiento económico”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1963).
La siguiente etapa de la economía involucra al Estado y no tanto a los individuos, comenzando la época de la macroeconomía y del mercantilismo. Bajo la ambición del oro y del poder, su principal característica implica promover las exportaciones y limitar las importaciones, sin advertir que tal decisión, adoptada por todos los países, impediría el comercio internacional. James escribe al respecto: “En el siglo XVI, el estudio de los problemas económicos, cambió de signo. En vez de analizar las consecuencias de la idea de justicia en las relaciones entre particulares, los grandes autores de la época trataron de averiguar cómo se podía ayudar al enriquecimiento del Estado. Quizá sea acertado decir que todos ellos, en mayor o menor grado, eran discípulos indirectos de Maquiavelo y deseaban hacer, en relación con la organización económica del Estado lo que aquel había hecho en relación con la organización política. Esta evolución se relacionó, sin duda, con algunos sucesos de trascendencia histórica general”.
Los historiadores consideran a la economía anterior a 1750 como el periodo no científico; a partir de ahí surge el periodo clásico con los fisiócratas. Aun con sus limitaciones y errores, abandonan la filosofía y la religión como fuentes de las ideas intentando vincular lo económico a la ley natural. Émile James escribió: “En realidad ya se había hablado de «ley natural» y de «derecho natural» mucho antes del siglo XVIII. Sin embargo, estas expresiones no tenían entonces el mismo sentido que se les atribuye actualmente. A lo largo de los siglos dominados por el pensamiento aristotélico, la noción de ley natural había sido normativa y no analítica. Aristóteles había confundido lo natural y lo justo…Los juristas de la Antigua Roma, cuando hablaban de ius naturale, oponían este al ius civile, derecho positivo”.
“El objetivo del pensamiento fisiócrata no fue tanto el descubrimiento de las leyes naturales (en el sentido de «relaciones necesarias») de la actividad económica, como el de las bases y condiciones del orden natural y esencial de las sociedades. Este punto de vista dio a sus especulaciones una especie de equilibrio inestable entre la pura descripción y el consejo, entre la realidad y el ideal. Así se explica que pasaran tan a menudo de la investigación de lo verdadero a la de lo bueno, o, al revés, sin preocuparse demasiado de advertir al lector el cambio de enfoque”.
La gran innovación presentada por Adam Smith implica el descubrimiento del mercado como sistema autorregulado, que puede funcionar aceptablemente sin la ingerencia estatal, si bien debe previamente existir una adaptación, esencialmente moral, de quienes en él intervienen. Incluso estima que, aun con el inevitable egoísmo existente en los individuos reales, tal proceso puede producir resultados beneficiosos para toda la sociedad.
El próximo paso de importancia aparece con la teoría del valor subjetivo, que corrige las anteriores teorías sobre el valor. Así como existe una escala de valores morales, que orientan a los individuos en sus relaciones sociales, existe también una escala de prioridades subjetivas acerca de las necesidades individuales, que son las que en definitiva orientan la producción y el intercambio posterior. “Para Carl Menger, solo en relación con una necesidad humana se puede hablar de «bienes», desde el punto de vista económico…Se debe considerar como bien a «toda cosa apta para la satisfacción de una necesidad humana y disponible para tal función»”. “El valor de un bien se basa en la importancia que presenta para el hombre. No es una cualidad intrínseca de las cosas; sólo existe en las relaciones entre el hombre y las cosas. Si desaparece la necesidad que puede ser satisfecha por un objeto, el valor de este también desaparece”.
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