Puede decirse que la antiquísima lucha entre el bien y el mal, relatada en la Biblia, ha sido reeditada en los últimos tiempos, en el plano económico y político, por la lucha entre la democracia (el bien) y el totalitarismo (el mal). Ello se debe a que detrás de cada postura política personal existe una actitud moral que puede identificarse con alguno de los dos extremos mencionados, con una transición gradual entre los mismos.
Mientras que las actitudes democráticas pueden degradarse llegando a la hipocresía, por la cual se reconocen los valores morales objetivos, pero se finge respetarlos infringiéndoselos para lograr alguna ventaja personal o sectorial, las actitudes totalitarias se caracterizan por adoptar al cinismo, por el cual se rechazan los valores morales elementales para ubicarlos en un lugar secundario ante el predominio de las nefastas ideologías adoptadas.
La gravedad de la situación se refleja en la gran cantidad de adeptos y admiradores de aquellos personajes que se han destacado por sus mentiras y sus crímenes, por haber encarcelado de por vida a pueblos enteros o por haberlos envenenado psicológicamente induciéndoles un intenso odio hacia enemigos reales o imaginarios. El resto, mientras tanto, con posturas tolerantes y permisivas, poco hizo para contrarrestar el “culto a las personalidad” destinado a quienes destruyen, o destruyeron, el orden social.
La etapa intermedia entre la democracia y el totalitarismo es el populismo, que por lo general tiende a convertirse en totalitarismo. A diferencia de los totalitarismos impuestos por las armas, es decir, por revoluciones violentas, los futuros líderes totalitarios se inician respetando las reglas de la democracia para ser electos por medio de comicios normales. Luego se transforman en populistas hasta llegar a ejercer el poder total (Todo en el Estado).
En algunos casos, incluso quienes se dedicaron por muchos años a actividades terroristas, pueden llegar a ser elegidos por el voto popular, como es el caso de los integrantes de Montoneros, con amplia participación durante el kirchnerismo. Todo indica que un pasado criminal, poco o nada significa para el votante que fue convencido con promesas y sobornos, o bien porque tales terroristas se instalaron como candidatos de su partido político preferido al que sigue incondicionalmente.
En la actualidad llegan noticias de Colombia indicando que el grupo narco-terrorista FARC competirá democráticamente en las próximas elecciones. Debido al enorme caudal de dinero que posee, es posible que efectúe una masiva “compra de votos” sobornando a varios sectores de la población para llegar al poder por ese medio. Todo parece indicar que sus ambiciones totalitarias siguen vigentes.
Cuando las ideologías totalitarias se apoderan de las mentes de amplios sectores de la población, cuesta mucho trabajo y mucho tiempo reemplazarlas por ideas democráticas, como ha sido el caso del peronismo en la Argentina, renovado recientemente por el kirchnerismo bajo el lema “vamos por todo”.
Si bien muchos aconsejan dejar atrás el pasado, algo sumamente positivo si se trata de un pasado de divisiones y discordias, debería tal olvido estar sujeto a condiciones, como que se diga toda la verdad sobre el pasado, de manera que la gente advierta que un peronista auténtico es alguien que admira a quien impuso un feroz totalitarismo entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Si alguien carece de moral social suficiente al aceptar e idolatrar a personajes nefastos como Perón, Eva, Fidel Castro, Hugo Chávez o el Che Guevara, debe ser consciente de su propio nivel moral y social, de la misma manera en que deberían reconocerlo los demás. Luego, si la mayoría decide reeditar algún totalitarismo, las protestas y los lamentos deberían dejarse de lado por cuanto se obró con plena conciencia de lo que se elegía.
Cuando en Venezuela aparece un “admirador de Perón”, como Hugo Chávez, seguramente pocos habrán dado la voz de alarma por cuanto, quizás, desconocían lo que fue el peronismo. El caso venezolano es un ejemplo elocuente de la peligrosidad inherente a políticos que admiran a líderes totalitarios del pasado, y de la inexistencia de un periodismo o de una intelectualidad capaz de decir la verdad sobre aquellos.
La actitud típica del gobernante totalitario es tener bajo su mando y decisiones a todas las actividades y a todos los integrantes de la sociedad. Los primeros pasos que ha de dar será controlar la prensa buscando establecer un monopolio estatal. E. F. Sánchez Zinny escribió acerca de la tiranía peronista: “Como fuera 1840 el año del terror en la tiranía rosista, se ha dicho que 1946 fue el año del miedo. Queda comprobado por el incremento de la oposición oficial a la libertad de prensa. Lo revelan los atentados y tenaz persecución a los periodistas; las clausuras y pedreas a los diarios y los procesos por desacato. Todo concurre a una única finalidad: terminar con la prensa independiente”.
“Para hacer más efectivo el propósito, en ese mismo año de 1946 iníciase el «bloqueo económico» de diarios y publicaciones. Era otra parte del programa de apoderamiento coercitivo. Claramente se descubre el designio del dictador de adueñarse de las empresas periodísticas del país…El procedimiento comienza a entrar en acción en 1946, practicando el método de presionar permanentemente en la parte económica a los propietarios o directores de los diarios y periódicos en circulación, hasta obligarlos a enajenar sus derechos patrimoniales sobre los mismos. A más se usó de la fuerza y del terror a los reacios en entregarse sin condiciones”.
“El 4 de junio de 1946, las turbas domésticas asaltan La Hora, apedrean La Prensa, La Nación y La Razón, causando daños considerables. El 20 de agosto, atentan contra El Mundo. En setiembre 19 del mismo año 1946 son agredidos los vendedores voluntarios de La Vanguardia. En diciembre vuelven a atacar a La Hora” (De “El culto a la infamia”-Buenos Aires 1958).
En cuanto a Hugo Chávez y el manejo de la prensa, Carlos Blanco escribió: “Un elemento esencial de la estrategia del régimen fue el manejo de los medios de comunicación. No es de dudar que este empleo haya estado influido por la vocación del presidente por hablar públicamente en forma constante, pero la dimensión comunicacional rebasa el apetito discursivo del líder de la revolución y se convirtió en ingrediente insustituible del proceso”.
“La confrontación del régimen con el pluralismo social también se dio hacia dentro de sus filas y este hecho está en la base de su estrategia comunicacional. La discrepancia interna, lejos de ser elemento de enriquecimiento intelectual y político, se convirtió en amenaza, dada la necesidad de centralizar la conducción del proceso”.
“Esta visión llevó a que la voz del gobierno fuese siempre la del presidente. No había otra voz independiente, salvo que fuese para abundar, explicar, interpretar o reconocer lo dicho por él. El resultado fue un gobierno monocorde porque los altos funcionarios se vieron impedidos para liderar con voz propia sus respectivos despachos”.
“La periodista Elizabeth Fuentes en su columna semanal indica lo siguiente: «Estadísticamente hablando, desde 1992, Hugo Chávez ha intervenido públicamente en 4.350 oportunidades. En actos oficiales, ha hablado 1.081 veces. Ha pronunciado [millones] de palabras. Esto significa que ha hablado durante seis meses sin parar. Si lo calculamos en días hábiles, llega al año y medio»” (De “Revolución y desilusión”-Los Libros de la Catarata-Madrid 2002).
Perón consideraba como “pueblo” a sus seguidores, y como enemigos al resto, imitando Chávez esta división cancerígena de la sociedad (o bien innovando con “mérito” propio). El citado autor agrega: “El pueblo era, por definición, quien seguía a Chávez. Los demás ciudadanos que lo criticaban y enfrentaban eran considerados como parte de la oligarquía corrupta, de los privilegiados, de los ligados a los intereses desterrados con la revolución o, en el mejor de los casos, de los engañados por la prédica contrarrevolucionaria”.
“La relación directa del caudillo con «su» pueblo hizo superflua la organización. La plaza pública, las «cadenas» y la omnipresencia presidencial, suplían las carencias organizativas que la revolución parecía no requerir ante esa relación diaria, inmediata y directa. Mientras tanto, los ciudadanos que estaban organizados o que se dispusieron a hacerlo en sindicatos, gremios, partidos y organizaciones no gubernamentales, fueron considerados enemigos del proceso. Estos, que demandaban organización para defender sus derechos y reivindicaciones, eran los más desvalidos ante un régimen que amenazaba con erradicar toda institución que no estuviera a su servicio”.
“Una parte de la sociedad no sólo se convirtió en enemiga sino que perdió su lugar social: los sectores medios y populares que comenzaron a entrar en conflicto con el gobierno dejaron de ser parte del pueblo para, presuntamente, ser parte de la oligarquía o de los privilegiados. El gobierno los desterró de su pertenencia social y de su identidad; ya no eran los seres humanos comunes y corrientes, habituados a protestar o a disentir de los gobiernos, sino el brazo de una poderosa cofradía de corruptos, oligarcas, privilegiados y enemigos del cambio”.
“El efecto-espejo del régimen comenzó a operar: Chávez afirmaba que él no era más que un reflejo del pueblo, pero de tanto reflejarse en él y de asumir su presencia y su voz, el pueblo pasó a ser un reflejo de Chávez. El fenómeno de la «transustanciación» ya considerado: Chávez y el pueblo se convirtieron en una sola y misma entidad mística. Pero esa visión no podía sostenerse sino a través de una versión peculiar del pueblo: la del conjunto constituido por los pobres y miserables, poseedores a su vez de honestidad y bondad infinitas. El pueblo, en esencia, bueno; los demás, en esencia, corruptos, enriquecidos y malignos”.
Los diversos totalitarismos aducen ejercer gobiernos legítimos por cuanto fueron elegidos por el voto popular. Es el mismo justificativo que ofrece el conductor de un automóvil que, teniendo el semáforo en verde, mata a un peatón desprevenido, por cuanto aduce “haber respetado” la ley, ya que “no cree” en la existencia de leyes morales provenientes de leyes naturales. Recordemos que los marxistas-leninistas se guían por la “moral” de Lenín: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo. Inmoral lo contrario”.
Mientras que, en el caso venezolano, los distintos “organismos de derechos humanos” establecen un silencio cómplice, pareciendo haber adoptado la moral de Lenin, sugieren la no intervención de otros países en los problemas internos de Venezuela, exceptuando, por supuesto, a Cuba, es decir, aprueban la ingerencia de otros totalitarismos pero desaprueban la ingerencia de las democracias.
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