Los principales filósofos liberales surgen de una Europa que trata de salir del feudalismo y de las monarquías absolutas, mientras que la democracia se establece con pocas dificultades en el nuevo continente, por cuanto en este caso no había necesidad de luchar contra esas formas políticas establecidas. Mientras que en Sudamérica y Centroamérica las ideas liberales tardan mayor tiempo en instalarse, y mucho mayor tiempo en ponerse en práctica, en los Estados Unidos se instalan desde la etapa de la independencia respecto del dominio inglés. Frank Thistlethwaite escribió: “Las primeras colonias norteamericanas eran una especie de arco, proyectado a través del Atlántico, con su centro en Londres. Con el desarrollo de la individualidad, de intereses separados, de conflictos y, a la postre, con el advenimiento de la independencia, los Estados Unidos se convirtieron en continente, en lugar de simple cabeza de puente. Volvieron la espalda a Inglaterra y se enfrentaron a la inmensa labor de poblar el corazón del país y prosperar en esas tierras nuevas. Aunque el arco que partía de la costa se ensanchaba y se internaba, por él seguía afluyendo la corriente de la inmigración europea, que renovaba la pulsación del Viejo Mundo. Ese latir no llegaba, como antes, a una colonia, sino al lado occidental de la cuenca del Atlántico” (De “El gran experimento”-Editorial Letras SA-México 1959).
Puede decirse que con la democracia es el sistema político que invierte la escala de valores en cuanto a la estima e importancia social que se le da al sector productivo. Mientras que, bajo el feudalismo y las monarquías, predominan en la sociedad los nobles, los militares, los sacerdotes y los burócratas estatales, con la aparición de los comerciantes surge la burguesía como nueva clase social. En los EEUU, con el predominio de los pequeños empresarios, se menosprecia al Estado al que se considera como un mal necesario. De ahí que el éxito económico, asociado al trabajo productivo, es el más valorado en el nuevo país.
La búsqueda de un Estado mínimo marca una débil línea divisoria entre liberales y anarquistas, ya que éstos apuntan a una sociedad que carece de la tutela estatal; algo admisible como tendencia, pero no tanto como práctica concreta. Rudolf Rocker escribió: “Una corriente de pensamiento tan poco comprendida y peor interpretada hoy en Estados Unidos como el anarquismo, no fue introducida de ninguna manera del extranjero, sino que se ha desarrollado lógicamente de las condiciones de este país y de sus tradiciones liberales. Sus representantes eran todos «cien por cien» americanos, con más derecho a ese título que la mayoría de sus adversarios actuales en el país. Aquellas ideas tuvieron en América partidarios convencidos cuando en Europa no se podía imaginar todavía un movimiento anarquista. Más aún: las aspiraciones de los primeros anarquistas de Estados Unidos fueron el resultado directo de las corrientes liberales de pensamiento en este país y un desenvolvimiento lógico de esas ideas” (De “El pensamiento liberal en los EEUU” en la Revista Timón-Buenos Aires Noviembre 1939).
Thomas Jefferson, fuertemente influenciado por John Locke, incluye en la “Declaración de la Independencia”, las siguientes palabras: “Consideramos estas verdades enteramente naturales: que todos los hombres han nacido iguales, que han sido dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables; que entre esos derechos están la defensa de la vida, de la libertad y la aspiración a ser felices; que para defender esos derechos han sido instaurados los gobiernos entre los hombres, cuyas legítimas atribuciones están fundadas en la aprobación de los gobernados; que cuando una forma de gobierno se manifiesta destructivamente alguna vez respecto de esos objetivos, el pueblo tiene derecho a cambiarla o a abolirla y a instaurar un gobierno nuevo, sobre la base de tales principios y de las atribuciones que le parezcan convenientes para su seguridad y su felicidad”.
“Es ciertamente un imperativo de la prudencia el no someter a un cambio de formas gubernativas existentes desde hace mucho tiempo en base a causas ínfimas o pasajeras; pues la experiencia nos ha mostrado que los hombres están propensos a adaptarse a ciertos padecimientos soportables más bien que a procurarse justicia por la supresión de las formas a que están habituados. Pero cuando una larga serie de abusos y de pretensiones arbitrarias del poder se propone evidentemente someter a los hombres a un despotismo absoluto, entonces está en su derecho, más aún, es su deber, derribar ese gobierno y establecer nuevas garantías para su seguridad”.
Rocker agrega: “Sobre la base de las concepciones desarrolladas por Locke, surgió poco a poco la interpretación mundial del liberalismo, que quería restringir a un mínimo las atribuciones del Estado. La concepción liberal de la sociedad era la de una cooperación orgánica de los hombres sobre el cimiento de los pactos libres para la satisfacción de sus necesidades. Cuanto menos perturbadas sean sus relaciones por influencias extrañas, tanto más rica, libre y feliz era la vida del individuo, que para el liberalismo representaba la medida de todas las cosas. La sociedad se crea su propio equilibrio. Toda regulación mecánica paraliza la iniciativa personal y la responsabilidad individual y debilita el lazo natural que une la vida social en torno a los seres humanos. Por esta razón el Estado no debía tener más de dos tareas:
1- Proteger la seguridad del ciudadano dentro de la comunidad contra los ataques criminales.
2- Defender al país contra las invasiones enemigas del exterior.”
“Pero no se le habría de permitir, bajo ninguna circunstancia, inmiscuirse en la vida espiritual, religiosa y social de los hombres. O siguiendo las palabras de un gran representante del liberalismo: «Como el esqueleto es el cuadro en torno al cual se agrupan los tejidos, arterias, nervios y órganos del cuerpo, sin perjudicarse en sus funciones, así habría de ser el Estado el cuadro externo de la sociedad, para protegerla contra el mal». Pero cuando ese cuadro se transforma en camisa de fuerza, destruye el equilibrio interno y trastrueca todas las relaciones sociales”.
Thomas Paine fue quien trajo desde Inglaterra las ideas liberales que fueron aceptadas por los pioneros de la democracia en el nuevo continente. Dicho autor escribió: “Ciertos autores han entremezclado de tal modo los conceptos de gobierno y sociedad que entre ellos apenas existe alguna diferencia o no existe ninguna. Y sin embargo son muy distintos, no sólo por su esencia, sino también por su origen. La sociedad es el resultado de nuestras necesidades, el gobierno es el producto de nuestra corrupción. La primera fomenta nuestra dicha de una manera positiva al asociar nuestras inclinaciones; el último de un modo negativo, al poner dique a nuestros vicios. La una estimula el tráfico social, la otra crea las barreras y las diferencias sociales. La primera es un protector, el último un guardián. La sociedad es, en todo caso, un beneficio; el gobierno es, en el mejor de los casos, un mal necesario, y en el peor de los casos un mal intolerable; pues si por un gobierno somos expuestos a la misma miseria que esperamos en un país sin gobierno, nuestra desdicha es todavía mayor por la conciencia de haber creado nosotros mismos el látigo con que se nos fustiga” (Del “Sentido común”).
“El orden que impera entre los seres humanos, no es, en gran parte, obra del gobierno. Tiene su origen en los principios de la sociedad y en la constitución natural del hombre. Existía antes de la aparición del gobierno en la historia, y continuaría existiendo si desapareciera toda forma de gobierno. La dependencia mutua y los múltiples intereses que unen a los hombres entre sí en una comunidad civilizada, crean aquella gran cadena de relaciones que lo cohesiona todo…Intereses comunes regulan sus asuntos y forman sus leyes; y las leyes que crea el hábito cotidiano y la costumbre social, tienen una influencia mayor que las leyes del gobierno. En una palabra, la sociedad hace por sí misma todo lo que se atribuye al gobierno”.
“Cuanto más perfecta es la civilización, tanto menos necesidad tiene de gobierno, y eso porque, en ese caso, regula por sí misma sus intereses y se gobierna a sí misma. Pero los viejos gobiernos están tan lejos de eso que aumentan los gastos para su sostenimiento en la misma proporción en que habrían de reducirlos. Hay muy pocas leyes generales que se pueden considerar como exigencia de la vida civilizada, y esas son de tal utilidad general que se imponen sin importar en ello que las pongan en vigor o no determinadas formas de gobierno” (De “Los derechos del hombre”).
Mientras que lo primero que hace un gobierno totalitario es la supresión de la libertad de prensa, junto al establecimiento de un monopolio estatal de la información, la postura liberal promueve la libertad de expresión ya que la considera esencial para la vida democrática. Rudolf Rocker escribió: “Jefferson sostenía que una administración sana de la cosa pública depende del interés que le dedique el hombre del pueblo. Cuanto más dispuesto esté el pueblo a velar por sus derechos y libertades, tanto más está forzado el gobierno a tener en cuenta las exigencias de la opinión pública y a convertirlas en regla de su conducta. La indiferencia del pueblo para con los asuntos públicos es el comienzo de toda tiranía. Sólo donde la palabra es libre se puede mantener sana la opinión pública, pues la verdad resulta siempre de la comparación de las cosas. «Una opinión errónea puede ser tolerada mientras la razón tenga libertad de combatirla»”.
“Donde la opinión del pueblo es proscripta, sucumbe el espíritu, y el ciego fanatismo ocupa el puesto del pensamiento propio. Como Paine, así reconoció también Jefferson que «argumentar con un hombre que ha renunciado a la razón es lo mismo que administrar medicinas a un muerto». Por eso veía en una prensa libre, sin influencia extraña, la mayor significación para la educación del pueblo y escribió en ese sentido a Edward Carrigton: «La opinión del pueblo es la base de nuestro gobierno, y nuestra primera misión debería consistir en mantener ese derecho. Si yo tuviese que decidir entre un gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno, no vacilaría un instante en resolverme por lo último. Soy de opinión que la prensa debe ser accesible a todos y todo el mundo habría de poseer la capacidad de leerla. Estoy convencido de que aquellas sociedades (como los indios) viven sin gobierno, en su gran mayoría disfrutan de una dicha incomparablemente mayor que las que están forzadas a vivir bajo el dominio de los gobiernos europeos. En las primeras ocupa la opinión pública el puesto de la ley y ofrece a la moral un cimiento mucho mayor de lo que podrían hacer en cualquier parte las leyes. En las últimas, bajo el pretexto del gobierno, han dividido sus naciones en dos clases: en lobos y en corderos. No exagero. Este es el verdadero retrato de Europa. ¡Alimentad por tanto el espíritu en nuestro pueblo y conservad su vigilancia! ¡No seáis demasiado severos con sus errores, sino mejoradlos más bien por la instrucción! En el momento en que el pueblo ceda en la vigilancia respecto de los asuntos públicos, Ud. y yo, el congreso, la asamblea legislativa, los jueces y jefes de los Estados, todos nosotros nos transformamos en lobos»”.
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