CAYETANO ALBERTO SILVA
Por Marcos de Estrada
Este moreno inolvidable y olvidado, músico de patriota inspiración, ha sido el autor de una marcha militar imperecedera, no sólo para los argentinos sino para el mundo europeo. Excepcional como melodía, al punto de merecer la distinción de haber sido ejecutada, en la última guerra europea, para inflamar el espíritu de los soldados germanos, y en Inglaterra, con solemne gallardía, durante la Coronación del monarca Jorge V.
Cayetano Alberto Silva, uruguayo por nacimiento, hijo y nieto de esclavos, nació en la ciudad de San Carlos de Maldonado, el 7 de agosto de 1868, pero, a pesar de esa contingencia, debemos considerarlo como un hijo de la República Argentina, pues en ella vivió, a ella dedicó sus afanes y en ella constituyó su hogar.
San Carlos es una población situada en la confluencia de los arroyos de Maldonado y San Carlos, a 15 kilómetros de Maldonado y 165 de Montevideo. Fue fundada por algunas familias llevadas por Cevallos en 1763, con el nombre de Maldonado Chico; en 1768 trocó su nombre por el de San Carlos.
Cayetano Alberto Silva mostró poseer, desde niño, una vocación tan profunda por la música que sus padres resolvieron hacerle estudiar con el maestro Filindo Reinaldo, director de la banda municipal de esa ciudad y profesor de piano. Pronto ingresaría en ese conjunto como ejecutante de pistón. Tuvo que interrumpir sus estudios primarios porque su pasión era la música y debía al mismo tiempo ayudar a su madre en los quehaceres del hogar. En 1878, cuando contaba diez años de edad, sus padres se trasladaron a Buenos Aires en donde se radicaron definitivamente.
Aprendió entonces a tocar el violín. Con unas cuantas lecciones, impartidas por su propio padre –cumplía entonces quince años de edad-, como sus condiciones para la música eran tan excepcionales, fue enviado al Conservatorio Castelli, en el cual pudo perfeccionar sus estudios y convertirse en un consumado pianista.
A los 17 años de edad, informado de que era necesario un ejecutante de corno en la banda del Regimiento N° 7 de Infantería, se dedicó a estudiar afanosamente dicho instrumento y finamente logró el cargo. Pero lo más extraordinario no terminó ahí. Unos años más tarde se le designaba director de dicha orquesta en la que permaneció hasta 1898. A continuación, desempeñó la dirección de otras bandas militares como la de los Regimientos 9, 3, 6 y 15 de Infantería con sede en Buenos Aires, Campo de Mayo, San Juan, Río Cuarto y Mendoza.
Su cultura musical llegó a ser tal que, mientras se hallaba instalado en Venado Tuerto, implantó allí un Centro Lírico de Obreros y al mismo tiempo ejerció el cargo de maestro de primeras letras y de música en la Sociedad Italiana.
Tenía una auténtica devoción por la música y una incansable ambición de instruir al prójimo. Se consagró a congregar jóvenes ociosos para infundirles conocimientos musicales y llegó a organizar pequeñas orquestas de aficionados. Establecido en la ciudad de Mendoza, fundó allí la banda de la Corporación de Bomberos y también desempeñó una cátedra como profesor de música en la escuela José Federico Moreno a la que consagró un himno.
Durante esos años compuso distintas obras que dedicó a instituciones de la provincia cuyana. Pero no compuso exclusivamente obras militares, sino que aprovechó su inspiración para plasmar obras musicales de variada índole: llegó a musicalizar piezas de teatro; una de las más aplaudidas fue Canillita de Florencio Sánchez.
Con el transcurso de los años su vida comenzó a ser dificultosa. La extrema pobreza le estrechó dolorosamente, a pesar de sostener un constante duelo con la fatalidad. Una postrer y desagradable circunstancia empeoraría las cosas y haría trizas su ánimo incansable ocasionándole el mal que acabaría con su existencia. Para consolarle, alguien le anunció que lo nombrarían director de la Banda de Rosario –él debió pensar que en realidad era más merecedor que nadie de recibir esa distinción, que además en esos momentos representaba una ayuda indispensable-. Pero mediaron intereses creados y fue designada otra persona. Su desencanto fue tal que decayó aún más, hasta enfermar seriamente. Por último, su maravilloso espíritu desestimado se extinguió en la ciudad de Rosario el 12 de enero de 1920, a la edad de 51 años.
Dieciocho años antes de ese injusto desenlace, este ilustre africano, que consagró su existencia a la Argentina, había escrito la excelsa Marcha de San Lorenzo para el pueblo argentino, dedicada al General Pablo Ricchieri, con letra de Carlos J. Benielli, que cedió a una casa editora porteña por el precio de cincuenta pesos.
Sus composiciones más conocidas permanecen inalterables en la sensibilidad argentina: Río Negro, marcha dedicada al General Julio A. Roca, en homenaje a su campaña al Desierto; Estelita, marcha; Marineritas, vals; Juanita, mazurca; Anglo-Boers, marcha dedicada a la colectividad anglo-argentina de Venado Tuerto; 22 de Julio, marcha, dedicada al General Nicolás Lavalle; Monterrey, marcha; San Jenaro, marcha dedicada a la Sociedad Italiana de San Jenaro, y Curupaytí, marcha dedicada a la oficialidad de los Regimientos 3 y 4 de Infantería, que se canta en las escuelas y colegios y en los actos patrióticos; se le nombra también con el título de Tuyutí.
La Marcha de San Lorenzo, su obra máxima, marcial, rítmica, vigorosa y ardiente, jamás superada en la Argentina –como el Tipperary para los ingleses y Sambre et meuse para los franceses- es la melodía que infunde y exalta el mayor fervor patriótico en los pechos argentinos. Fue ejecutada por primera vez el 30 de octubre de 1902 en la inauguración del monumento al General San Martín en la ciudad de Santa Fe. Asistió el presidente de la República, General Julio A. Roca y su ministro de Guerra, General Pablo Ricchieri.
El historiador Diego A. de Santillán apunta: «Se convirtió, junto con el Himno Nacional, en la canción patriótica más seleccionada para las escuelas, los repertorios militares y actos públicos solemnes».
El 16 de octubre de 1964, la Municipalidad de la ciudad de San Lorenzo, en la provincia de Santa Fe, descubrió una modesta placa de bronce donada al municipio por la Sociedad Evocativa Argentina, de Buenos Aires. Asistieron los hijos del insigne músico, una delegación de esa sociedad, delegaciones del Regimiento de Granaderos a Caballo de San Martín, de escuelas nacionales, provinciales e instituciones culturales, y la Banda Militar del Regimiento 11 de Infantería General Juan Gregorio de Las Heras, de Rosario.
Ese mismo mes y año el ilustre escritor Jorge Luis Borges, acompañado por la señora María Esther Vázquez, llegó al Buckingham Palace en el preciso instante del cambio de guardia de honor. Con asombro y emoción el eminente hombre de letras oyó la ejecución de la Marcha de San Lorenzo en el momento de llevarse a cabo el reemplazo del servicio de custodia real. Vázquez, en sus «Imágenes, Memorias y Diálogos sobre Borges», anota: “«Febo asoma, María Esther, Febo asoma», en un rapto emotivo”.
La nación, toda, está en deuda inexcusable con el ilustre maestro Cayetano Alberto Silva. Construyamos en su memoria, en la capital de la República, un monumento de enaltecimiento y gratitud. Y que ese día resuenen con brío los acordes inmortales y patrióticos de la Marcha de San Lorenzo y los de la Marcha Curupaytí.
(De “Argentinos de origen africano”-EUDEBA-Buenos Aires 1979)
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