Luego de los resultados negativos que produjeron los diversos totalitarismos políticos surgidos en el siglo XX, se pensaba que tales sistemas habrían de ser desterrados para siempre. Sin embargo, existe una “tentación totalitaria” que surge en forma natural en la mente de muchos hombres. Jean-François Revel expresó: “No me asombra el fracaso del socialismo. Lo que sí me sorprendió siempre es lo siguiente: ¿Por qué, si es tan evidente que el comunismo es un fracaso, hay tantos individuos de los países democráticos occidentales que quieren el totalitarismo? ¿Por qué el terrorismo que hubo en la Argentina, en Uruguay y en Perú, para imponer un tipo de régimen que cualquiera sabe que es más bárbaro que cualquier democracia por imperfecta que sea? Para resumirlo, mi pregunta de fondo es siempre la misma: ¿Por qué existe la tentación totalitaria?”.
“En realidad, lo que sucede es que en el hombre coexisten, a la vez, la inclinación a la democracia como la inclinación al totalitarismo. ¿Qué es, por lo tanto, la democracia? Un sistema capaz de crear instituciones que tornan imposible la manifestación de la tentación totalitaria. Se ha tenido éxito en desarrollar esas instituciones que establecen contrapesos de poder en las principales democracias occidentales que conocemos. Falta aún desarrollarlas en otros sectores del planeta que están sometidos al totalitarismo o que sufren su amenaza” (Entrevista en “Testimonios de nuestra época” de Germán Sopeña-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
Puede decirse que el hombre necesita tanto de libertad como de seguridad. Los casos extremos son los del hombre que depende sólo de su trabajo personal para subsistir, como le ocurre a la mayoría, sin disponer de reservas monetarias ni a veces de parientes o amistades que puedan ayudarlo en caso de quedar imposibilitado circunstancialmente de poder realizar su trabajo. El otro caso extremo es el de quien está detenido en una cárcel disponiendo de vivienda y comida segura, aunque careciendo de libertad. De ahí que, quienes tienen suficiente confianza en sus aptitudes laborales, prefieran la libertad aún cuando tengan poca seguridad, mientras que quienes desconfían de sus aptitudes laborales prefieran resignar la libertad con tal de disponer de seguridad.
Estas dos necesidades básicas del hombre están vinculadas también a las preferencias religiosas. Así, el hombre que prioriza la libertad preferiría vivir en un mundo regido por leyes invariantes para poder prever con certeza los efectos de sus decisiones. Por el contrario, quien prioriza la seguridad se complace en pensar que existe un Dios que interviene en los acontecimientos cotidianos protegiéndonos incluso de los efectos de nuestras desafortunadas decisiones.
El mundo real funciona en forma independiente de nuestros deseos y de nuestras hipótesis descriptivas. Sin embargo, tales deseos e hipótesis tienden a transformarse en casi certezas ya que actuamos en función de la visión que tenemos de la realidad, antes que por la realidad misma. El hombre que prefiere la libertad y busca la seguridad en las posibilidades que esa libertad le otorga, puede llegar a admitir la existencia de un orden natural en el cual no existen intervenciones de Dios en los acontecimientos cotidianos. Por el contrario, quienes poco confían en sus capacidades individuales, encuentran cierta tranquilidad pensando que existe un Dios que interviene en cada instante y en cada acto de su vida.
La creencia que supone un Dios que interviene en nuestra vida cotidiana, que podríamos llamar “todo en Dios”, o totalitarismo teológico, resulta similar a la que genera el deseo de disponer de un Estado que interviene en todos los acontecimientos de nuestra vida; de donde surge el totalitarismo político (“todo en el Estado”). Como la tendencia hacia el ateísmo siempre ha sido importante, el totalitarismo político ha reemplazado paulatinamente al totalitarismo teológico. Luigi Sturzo escribió: “La definición del totalitarismo fue dada por Mussolini en el año 1926: «Nada fuera o sobre el Estado, nada contra el Estado, todo dentro del Estado, todo para el Estado». La misma palabra ‘totalitarismo’ nació entonces, y se deriva del concepto fascista del Estado y la vida” (De “¿Subsistirá la democracia?”-Editorial Difusión SA-Buenos Aires 1947).
Los sistemas totalitarios, con partido único, finalmente dependen de las decisiones de una sola persona. Si esa persona padece de alguna deficiencia psicológica, los padecimientos se trasladarán a toda la población, como ocurrió en los casos de Mao, Stalin e Hitler (los mayores asesinos colectivos mencionados en orden descendente). De ahí que los sistemas totalitarios, que hacen ilusionar a la gente sobre cierta seguridad futura, son en realidad los más inseguros.
Los intercambios de ruegos por concesiones, que se establecían con los dioses paganos, en la actualidad se transforman en homenajes y pedidos al líder totalitario. De ahí que algunos autores califican a los totalitarismos como neopaganismos. La religión moral, por el contrario, sostiene que lo que nos ha de suceder dependerá esencialmente de nuestra conducta, sugiriendo (u ordenando) el cumplimiento de los mandamientos, quedando los acontecimientos fortuitos fuera de los merecimientos morales. Como decía Jorge Luis Borges: “Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”.
Tanto las religiones paganas como los totalitarismos pueden definirse como intentos del hombre por establecer órdenes sociales que ignoran las leyes naturales que rigen el orden natural, incluidos los seres humanos. Por ello son conducentes a establecer gobiernos humanos incompatibles con el orden natural. Thomas F. Woodlock escribió: “Hace más de un siglo, Joseph de Maistre pintó al hombre en actitud de rebeldía, enfrentándose a Dios para decirle que el mundo era suyo, y que se proponía conducirlo a su antojo; a lo que respondió Dios: «¡Sea!». El poeta inglés Swinburne, a mediados del siglo XIX cantó este himno de su época. «Gloria al hombre en las alturas», y el hombre creyendo haber realizado su intento, estableció su reino en la Ciudad del Hombre” (De “¿Subsistirá la democracia?”).
Adviértase que la pregunta: ¿subsistirá la democracia?, se formulaba con insistencia en los primeros decenios del siglo XX cuando predominaba la idea de que los totalitarismos (fascismo, nazismo, socialismo) habrían de suplantarla. La “experimentación” necesaria para mostrar esa imposibilidad tuvo un costo para la humanidad de algunos centenares de millones de vidas y las mayores catástrofes sociales de toda la historia.
Las democracias son relativamente recientes, ya que lo habitual implicaba alguna forma de gobierno autoritario. Aunque había diferencias por cuanto los totalitarismos del siglo XX avasallaron no sólo las libertades para la acción individual sino que incluso limitaron las libertades asociadas al pensamiento. Revel expresó: “En el magnífico libro de Octavio Paz sobre Sor Juana Inés de la Cruz hay una descripción del México colonial del siglo XVII donde se explica muy bien que el virrey español de aquel entonces tenía mucho menos poder que un presidente actual de México. Es cierto que aquél no era un sistema de elección democrática; pero también es cierto que los cabildos o las cortes judiciales eran verdaderos contrapesos al poder central. E incluso Francia de antes de la Revolución, la monarquía no era el poder absoluto que se ha caricaturizado después. Las cortes judiciales –denominadas Parlamentos- disponían de una autonomía muy grande. Fue justamente la independencia del Parlamento de Burdeos la que originó en Montesquieu su idea de la necesaria división de poderes. De allí tomó también Jefferson, el notable defensor norteamericano de la división de poderes, que era un gran lector de Montesquieu”.
“El totalitarismo del siglo XX no es una derivación de otros absolutismos conocidos en la Edad Media o la Edad Antigua. Por el contrario, es un sistema que abolió totalmente la sociedad civil, que quiere determinar hasta los mínimos detalles de la educación o la vida familiar y que, por lo tanto, retira toda autonomía a la sociedad y al individuo, algo que nunca llegó a producirse en siglos anteriores en tal magnitud”.
A pesar de los desastres y fracasos del socialismo, existe en muchos países una intensa labor intelectual orientada a reestablecerlo utilizando medios democráticos. El caso de Venezuela es representativo de esa tendencia. Revel agrega: “Las posibilidades del totalitarismo son muy vastas, porque el hombre es un genio para fabricar sistemas falsos. Una vez que ha ideado un sistema, el hombre lo quiere aplicar a cualquier costo, y una vez que ha logrado la aplicación, aun si no marcha, el hombre rechaza la evidencia de que no marcha. En una escala más limitada y más al alcance de su país, ¿no es lo que ha pasado con el peronismo, que nunca funcionó y que sin embargo hasta hoy pretende ser aplicado por quienes se dicen peronistas?”.
Cuando nos enteramos de los atentados terroristas islámicos, surgen de la memoria los atentados terroristas de los años 70 impulsados en Latinoamérica por Fidel Castro, con el apoyo de la URSS. En ambos casos motivados por las ambiciones de una futura expansión universal. Tanto el totalitarismo político como el teocrático, basan su legitimidad en creencias sectoriales que apuntan a la destrucción de la civilización tal como la conocemos. De ahí surge cierta simpatía de los sectores socialistas hacia los islámicos manifestada con festejos por atentados como el de las torres de Nueva York.
Mientras algunos pueblos, como el venezolano, padecen situaciones angustiantes debido a gobiernos totalitarios, la continuidad de tal situación de vulnerabilidad es defendida por quienes se oponen a intervenciones militares de otros países. A la vez, aceptan intervenciones militares extranjeras, como la de Cuba, por cuanto permite la continuidad de la opresión. Esta asimetría se vislumbra también en la actitud de los totalitarismos teocráticos, ya que en los países musulmanes, al menos en la mayoría de ellos, está prohibida toda religión que no sea la de Mahoma, mientras que en los países cristianos exigen poder desarrollar sus actividades religiosas aduciendo sus derechos civiles amparados por el multiculturalismo reinante. Así como el totalitarismo político se ampara en la democracia, para destruirla posteriormente, el totalitarismo teocrático se ampara en la libertad democrática para destruirla posteriormente. Revel agrega: “Las tendencias al totalitarismo existirán siempre. Si queremos extirparlo por completo del planeta deberíamos llegar a una noción aún bastante utópica que es la de una democracia mundial, es decir la aceptación de una posibilidad de intervención internacional a favor de las democracias y en contra de los totalitarismos. Por mi parte, considero totalmente inaceptable que si el dictador Mengistu masacra a miles de sus compatriotas etíopes, no existe un procedimiento internacional que nos autorice a intervenir con la fuerza contra esa manifestación evidente de totalitarismo. No creo yo que sea inmoral suprimir a un Ceausescu, que no tiene ningún derecho, ninguna legitimidad para asesinar a sus conciudadanos en nombre de la autodeterminación de los pueblos”.
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