Lo esencial del método científico radica en la actitud del investigador quien debe estar predispuesto a reconocer sus errores tratando de solucionarlos e, incluso, predispuesto a dejar de lado una teoría equivocada aun cuando le haya demandado varios años de intenso trabajo. Richard Feynman escribió: “No importa lo bella que sea tu teoría ni lo listos que seas; si no explica el experimento, está mal”.
La esencia del método es la hipótesis y la verificación posterior (prueba y error). El matemático Andrew Wiles, quien pudo demostrar el último teorema de Fermat, resultado que le demandó a los matemáticos unos 350 años de investigaciones, lo describía haciendo una analogía en la cual alguien ingresa a una pieza a oscuras, tantea, se lleva por delante algunos muebles, hasta que encuentra el interruptor de la luz; para ingresar luego a otra pieza oscura…
Es frecuente advertir que eminentes científicos han debido renunciar a teorías muy elaboradas al advertir su incompatibilidad con el mundo real, como fueron los intentos de Albert Einstein, por una parte, y de Erwin Schrödinger, de establecer una teoría que vinculara los campos electromagnéticos con los gravitacionales. Cuando alguien le preguntó a Einstein por el tiempo perdido, contestó diciendo que, en realidad, no había sido tiempo perdido “por cuanto he descubierto varios caminos que no conducen a ninguna parte”. Tal respuesta implicaba que, cuando otros científicos le consultaran por ciertas hipótesis, Einstein habría de advertirles cuáles fallas podrían encontrar en el camino, haciéndoles ahorrar esta vez tiempo valioso de investigación.
Es importante distinguir entre el científico serio que establece una teoría errónea y acepta las fallas advertidas por él mismo o por otros científicos, del que desconoce los errores cometidos y trata de engañar a la sociedad haciéndole creer que se trata en realidad de una teoría comprobada; actitud que podría denominarse “anticientífica”.
No toda descripción no verificable experimentalmente ha de ser necesariamente errónea, ya que sólo podrá decirse que no es científica, sino filosófica o religiosa, y que en el futuro, posiblemente, podrá ingresar en el campo de la ciencia experimental. En el caso del marxismo, puede advertirse que, por ser una descripción que prioriza la acción humana, es verificable en su mayor parte, aunque la mayor parte resulta errónea. Sus seguidores no admiten que pueda serlo y siguen engañados; engañando a la vez a la sociedad, haciéndole creer que la aplicación del método científico asegura su veracidad.
Existe un principio acatado por la mayoría de los científicos, no escrito en ninguna parte, el cual indica que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes y que la labor del científico consiste en describir dichas leyes. De ahí que el proceso de prueba y error requiere de una referencia, ya que todo error es una diferencia entre la descripción realizada y la realidad a describir. El marxismo, por el contrario, considera que toda descripción verdadera (o científica) es aquella compatible con el “materialismo histórico”.
La Iglesia de antaño rechazaba el modelo heliocéntrico de Copérnico, no por ser incompatible con la realidad, sino por ser incompatible con las descripciones bíblicas, mientras que la biología del soviético Trofim Lysenko era aceptada en la URSS por ser compatible con el materialismo histórico. Los biólogos cuyas investigaciones resultaban compatibles con la realidad, eran desprestigiados. Roger Caillois escribió: “Como sucedió antes con la Iglesia católica durante todo el curso de su historia, es la Iglesia la que definió la ortodoxia [afín al dogma] y no la ortodoxia la Iglesia. Es decir que, llegado el caso, sólo el partido comunista tiene derecho a definir el marxismo verdadero, más exactamente, el marxismo actualmente verdadero. El imprudente quien intenta juzgarlo fuera del partido, por principio sólo llegará al error, aun cuando por casualidad llegara a las conclusiones de los exegetas acreditados, porque justamente se trata de no llegar a ellas por casualidad. En ningún caso la Iglesia podría remitirse a las luces del fiel aislado, ni, con mayor razón, al juicio del laico que ni siquiera acepta su disciplina”.
“Cada vez se apela menos a las ciencias para resolver el fundamento del marxismo; a la inversa es el marxismo el que decide sobre el fundamento de tal o cual hipótesis biológica, sobre la oportunidad de tal o cual investigación física o de psicología. Tal concepción es denunciada como culpable y burguesa, a tal otra por el contrario se le declara útil a los intereses de la revolución, en consecuencia conforme a la verdad. En cuanto a la economía política posterior a Marx, se la condena hasta aniquilarla pura y simplemente, un poco como hacen los matemáticos cuando arrojan al canasto sin leerlas las memorias que reciben sobre la cuadratura del círculo”.
“La gravedad del triunfo de Lysenko en modo alguno procede del contenido de su tesis; procede de la naturaleza de sus argumentos. No dice a sus adversarios: «Las experiencias de ustedes no son válidas, las mías lo son y prueban lo contrario a las suyas. Repitamos unas y otras en las más rigurosas condiciones de vigilancia. Los hechos decidirán». Les grita: «Las conclusiones de ustedes no concuerdan con el materialismo histórico. En consecuencia son burguesas, reaccionarias, metafísicas y formalistas». Y obtiene contra ellos una condena política que concluye en la destitución, a veces la deportación”.
“Como método se jacta de constituir una disciplina superior a la ciencia misma, da a la investigación su fecundidad, inspira al sabio y lo preserva del error. En último término, se considera que todo descubrimiento es debido a la aplicación anticipada o subsiguiente, inconsciente o deliberada del método marxista. Éste se reconoce en el empleo de la dialéctica, cuya definición no existe como no la hay de la gracia, y por las mismas razones. Sin duda se habla a veces de tesis, antítesis y síntesis, o bien de acción o de reacción, o aun de pasaje de la cantidad a la cualidad, pero estas fórmulas sólo son susceptibles de un uso totalmente escolástico; su alcance práctico es rigurosamente nulo, por la simple razón de que no puede existir más que un solo método de investigación científica, del cual se sirven todos los sabios, sean marxistas o no, católicos o no, profesen o no, en el secreto de su corazón, las creencias más excéntricas” (De la Revista “Sur” Nº 207-208-Buenos Aires 1952).
En algunas religiones se acepta la posibilidad del fatalismo, proceso por el cual el Dios imaginado determina desde un comienzo lo que le ha de suceder en la vida a cada uno de los seres humanos. Si ese futuro está previamente determinado, hagamos lo que hagamos, poco sentido tiene preocuparse por el futuro o intentar un mejoramiento personal. De ahí que en una sociedad fatalista predomine la negligencia y la despreocupación.
Marx es partidario de un determinismo similar, el determinismo histórico, que no afecta a cada individuo en particular, sino a toda la humanidad, previendo que el comunismo (el Reino de Marx) será la sociedad final a la que nos ha de llevar ese determinismo, quedando a cada uno la posibilidad de adelantar o de retrasar ese acontecimiento. Como consecuencia de esta creencia, la verdad, el bien y otros valores humanos dependen esencialmente de su adaptación a dicho fatalismo histórico. Roger Caillois escribe al respecto: “Aquí aparece la verdadera función de la doctrina. Garantiza la justeza y la legitimidad de cada decisión de la jerarquía. Más aún: asegura a los fieles que luchan por una causa cuya victoria final es inevitable y está como inscrita en la naturaleza de las cosas, no con la precisión de los eclipses y las mareas, por cierto, pero casi con el mismo derecho; como todo depende del esfuerzo de cada partidario, les basta querer para que el destino se cumpla; su celo marcha en el mismo sentido que la historia”.
“En otro lenguaje, se hubiera dicho que era conforme a la voluntad divina: «Ayúdate y Dios te ayudará». Tal es el consejo constante al que se reduce para cada militante una teoría difícil y casi inabordable para un espíritu poco preparado. Las tropas sacan de esta doctrina lejana, que sólo conocen de oídas, la certeza de triunfar y la convicción de que obran de acuerdo con el orden mismo del mundo. De este modo su energía se multiplica. No obstante, su ardor no debe adormecerse en la esperanza perezosa de un feliz desenlace que sobrevendrá a su hora, sin que sea necesario hacer nada para apresurarlo. La victoria es fatal únicamente si los comunistas no ahorran esfuerzo. Por eso desde el principio los jefes del partido reaccionaron firmemente contra una desviación quietista, según la cual bastaba que la clase obrera aguardara el veredicto de la historia, que no podía dejar de venir ni podía dejar de serle favorable”.
Existe un paralelismo entre las profecías bíblicas y el marxismo; en una se espera la aparición del Mesías, el otro considera al proletariado con conciencia de clase en ese papel. “Se ve cuán útil es la fórmula; parece preverlo todo. No hay que asombrarse de que los comunistas la hayan preferido también. Una doctrina promete al hombre una suerte mejor y en cierto modo el Reino de Dios. Lo sitúa en la Tierra o en otro mundo. Una iglesia o un partido pretenden después sacar de esta doctrina mandamientos y reglas de conducta. Los caminos abiertos no son numerosos. Pueden contarse muchos matices, me imagino, pero lo único posible son dos teologías bien distintas: la que afirma que las obras del hombre son vanas y que es menester dejar hacer a Dios o a la Historia; la que pide al hombre que emplee todas sus fuerzas para realizar la voluntad de Dios o la de la Historia”.
En realidad, el Reino de Dios previsto en la Biblia ha de ser de “validez terrestre”, ya que implica el cumplimiento colectivo del mandamiento del amor al prójimo, y no sólo un reino de ultratumba. Esta última interpretación ha hecho que muchos adhieran al “paraíso terrestre” prometido por Marx, sin advertir que la construcción del Reino de Marx se ha de establecer odiando al prójimo y destruyendo las sociedades actuales, sin intentar un mejoramiento ético individual.
El marxismo-leninismo tiene la pretensión de dirigir a la humanidad sin tener como base una teoría adecuada del hombre, ya que parte de razonamientos filosóficos de dudosa validez pretendiendo incluso la creación del “hombre nuevo soviético”, el que, siguiendo las creencias de Lysenko, habría de predominar en el futuro gracias a la (errónea) teoría de la herencia de los caracteres adquiridos. Resulta ser “una gran idea”, porque (como afirmó un escritor español), “llena todo un cerebro”. Henry de Lesquen escribió: “La visión global que de la sociedad propone el marxismo, de su evolución necesaria (el sentido de la Historia) y de su estado ideal (la sociedad comunista sin clases) reposa sobre dos pilares: un a priori filosófico, la dialéctica, cuyas recientes investigaciones, sobre todo en el campo de la biología molecular, han demostrado que decididamente no puede aplicarse a la realidad, y cierta cantidad de nociones económicas, acerca de las cuales lo menos que se puede decir es que casi no han sido confirmadas por los hechos. La ideología marxista en ningún momento se refiere a un conocimiento real del hombre. El desprecio original del factor humano explica buena parte el carácter propiamente inhumano de los regímenes que han intentado llevarla a la práctica” (De “La política de lo viviente”-EUDEBA-Buenos Aires 1981).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario