Puede hacerse un análisis comparativo de las principales posturas políticas y económicas en función de la propiedad, comenzando con el caso ideal en que unas 1.000 familias conforman una sociedad en la cual la propiedad es privada, o individual, careciendo de Estado. Los intercambios comerciales se establecen según el proceso del mercado. Se supone que todos sus integrantes son éticamente cooperativos con niveles normales de egoísmo y de negligencia. Esta sociedad posible, vendría a ser la promovida por algunos sectores anarquistas.
En toda sociedad real, sin embargo, aparecen ladrones y estafadores. De ahí que la sociedad anterior debe contratar policías y establecer un poder judicial para poder mantener las condiciones inicialmente indicadas. Como todavía no existe el Estado benefactor, cada integrante de la sociedad sabe que si alguien no puede trabajar circunstancialmente deberá ayudarlo económicamente. De lo contrario, sentirá el cargo de conciencia de no haberlo ayudado pudiendo hacerlo. Esta sociedad se orienta por principios morales que surgen de la empatía existente en toda persona normal.
Supongamos que, con el tiempo, el egoísmo adquiere mayor importancia. Esta vez el Estado mínimo (que sólo contaba con policías y justicia) debe encargarse también de ayudar a los necesitados. El ciudadano que antes sólo pagaba impuestos por seguridad y justicia, deberá ahora pagar un porcentaje mayor de sus ingresos. A medida que crecen los defectos morales, crece también el Estado y también los impuestos, y es menor la posibilidad de inversión productiva, deteriorándose la economía.
Mientras que algunos interpretan que todos los hombres son buenos, o que tienen una parte buena que es necesario despertar, y que la sociedad deberá volver a intentar un comportamiento cooperativo, reduciendo tanto los defectos morales como el Estado, existen los sectores socialistas que aducen que el hombre es egoísta por naturaleza y que sólo un Estado grande puede encauzarlo por el buen sendero.
Por el camino socialista, el Estado cobra cada vez mayores impuestos, ya que no sólo ayuda al que quedó imposibilitado circunstancialmente de trabajar sino también a quienes tienen poca predisposición o pocas aptitudes para el trabajo. Con ello el Estado llega a cobrar impuestos cercanos al 50% de los ingresos del sector productivo, siendo como un socio pasivo que se lleva la mitad de las ganancias. Las empresas disponen de menor posibilidad de crecimiento y existen menores posibilidades de crear nuevos empleos. Comienza a haber desocupación laboral, mientras que pocos tienen la predisposición a ayudar a los demás por cuanto no disponen de dinero suficiente, además de que el Estado ha tomado bajo su responsabilidad dicha función social.
Si el Estado sigue aumentando los impuestos, recaudará menos que antes por cuanto habrá menos predisposición a pagarlos. De ahí surge la idea socialista de colectivizar (o estatizar) la propiedad individual por lo cual será ahora el Estado el dueño de todo y es el que decidirá el porcentaje de retorno que concederá a los antiguos dueños como pago por la producción realizada. Bajo el lema “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad” establecerá premios morales (no económicos) a quienes más produzcan, ya que no permite la búsqueda de objetivos individuales, sino sólo colectivos.
Aquí existe cierta contradicción, ya que se llegó al socialismo por suponer que el hombre es egoísta por naturaleza y que no es capaz de ayudar al prójimo aun cuando tenga posibilidades de hacerlo. Pero si antes, en la etapa anárquica, no era capaz de ayudar teniendo todas las posibilidades de hacerlo, bajo el socialismo, contando con muchos menos recursos, menor aún será su predisposición, ya sea en forma voluntaria o involuntaria. Como consecuencia de ello desde el Estado se impondrá la coerción, el castigo y el terror.
Las mayoría de las sociedad actuales, aun cuando se las denomine como “capitalistas”, están lejos de serlo, por cuanto existen varias formas de monopolio que impiden establecer verdaderos mercados libres y competitivos, como lo sugiere el liberalismo. Los monopolios naturales aparecen cuando hay pocas empresas y ello impide la competencia posterior con las ventajas correspondientes. Los pocos empresarios eficaces no deberían ser criticados como “monopolistas”, ni tampoco por generar “desigualdad social” por cuanto esa situación depende también de los empresarios ausentes.
También existen grupos de empresas que tienden a formar monopolios de manera de imponerle al mercado los precios que les convengan, por lo que el mecanismo del mercado deja de funcionar como tal. Ello lo consiguen estableciendo una distinta cantidad de votos por cada acción, en las votaciones para la toma de decisiones empresariales, asegurando siempre la tenencia del control. Agustín Edgardo Digier escribió: “Se constituye una SA [Sociedad anónima], que llamaremos Alfa, con un capital de 100 unidades monetarias. Se emiten 100 acciones de una (1) unidad monetaria cada una. De ellas, 20 acciones tienen derecho a cinco (5) votos cada una, y las 80 restantes derecho a (1) un voto por acción (no olvidar que las decisiones más importantes, las de política empresaria, se toman en las asambleas por mayoría de votos). El grupo promotor suscribe el 20% (veinte por ciento) del capital, 20 acciones con derecho a 5 votos cada una. El 80% restante del capital se ofrece a la comunidad por oferta pública o privada, que suscriben y aportan capital por 80 representado por igual número de acciones con derecho a un voto cada una”.
“Veamos qué sucede en una asamblea de accionistas, suponiendo que se encuentren presentes todos ellos, el 100% del capital (llamado «asamblea unánime»).
20 acciones presentes por 5 votos por acción, total votos = 100
80 acciones presentes por 1 voto por acción, total votos = 80
Tiene la mayoría e impone «su política» el 20% del capital que dispone de mayoría de votos, ¡decide!”.
“Por este mecanismo se conforman «grupos económicos», constituyendo varias empresas, en cada una de las cuales aportan sólo el 20% del capital. Estas empresas vinculadas por la propiedad de las mayorías de votos concentradas en una o pocas manos conforman el holding, dedicando su actividad a diferentes producciones de bienes y/o servicios o a distintas etapas de una actividad” (De “Economía para no economistas”-Valletta Ediciones SRL-Buenos Aires 1999).
Esta indeseada concentración de poder económico no es del agrado de los sectores liberales ni tampoco de los sectores socialistas. Sin embargo, mientras los liberales abogan por la vigencia de un mercado libre auténtico, los socialistas aspiran a establecer una concentración económica mucho mayor aún, ya que, suponen, el empresario monopolista es malo por naturaleza mientras que el socialista a cargo del Estado es bueno por naturaleza. Carlos Becker escribió: “La propiedad colectiva de los medios de producción es una simple ficción. La «socialización» de los medios de producción es un ideal cuya realización con el desarrollo económico moderno no es posible. El propietario de los medios de producción sería el Estado, vale decir, una institución política. Se reemplazaría el monopolio privado, parcial, por el monopolio total gigantesco y burocrático. A los monopolios particulares siempre se les podría controlar si se quisiera. No sería posible hacer lo mismo con el monopolio universal del Estado”.
“Además, mirando de más cerca, vemos que las dificultades no se pueden atribuir al hecho de la propiedad privada de los medios de producción, sino a su parcial y progresiva «socialización». El productor cartelizado no dispone libremente de sus medios de producción y las más de las veces el productor no cartelizado tampoco. El primero está controlado por el Cartel, el segundo por el Estado. Este hecho nos parece más significativo y determinante que la propiedad privada de los medios de producción en la evolución de la economía de la posguerra. En efecto, no es el productor, ni el intermediario individual el que impide la utilización integral de su capacidad de producción o distribución, son las organizaciones o el Estado. Éste y aquellas son las principales y, casi las únicas causas de la crisis permanente de las salidas y de todos los efectos que de ella se derivan”.
“¿Entregar el derecho de disponer de los medios de producción a la colectividad? Muy bien. Ello sería el verdadero socialismo, pero no es el de los socialistas o comunistas en su gran mayoría, necesariamente. Ellos no saben sino confiar los medios de producción al Estado. Naturalmente, no al Estado que ellos llaman «capitalista», sino al Estado de ellos, al Estado «socialista». Pero ese Estado, una vez propietario de los medios de producción, sería mucho más capitalista que cualquier otro Estado lo hubiera sido jamás”.
“Ese Estado no sería el Estado de ellos, los socialistas, sino que ellos pertenecerán al Estado, como todos aquellos que vivirán bajo la dominación de ese tal Estado. Ese Estado será el peor de los capitalistas, porque será más fuerte y más voraz que todos los capitalistas privados en su conjunto, porque disfrutará de un verdadero monopolio absoluto. Este grado de dominación no puede ser alcanzado nunca por los monopolios privados cuyo poder de destrucción es grande, pero cuyo poder de dominación quedará siempre incompleto y, las más de las veces, pasajero” (De “La economía mundial en tinieblas”-Buenos Aires 1952).
Mientras mayor sea la concentración de poder, mayor será la pérdida de libertad del ciudadano común, y mayor será la situación de servidumbre o esclavitud. Por otra parte, se acentuará netamente la división de clases sociales ya que habrá una minoría que predominará sobre una mayoría; algo totalmente opuesto a lo prometido por el marxismo a través de la colectivización de los medios de producción. Hilaire Belloc escribió: “Si se niega el derecho a la propiedad, si se elige el atajo de orillar sus males presentes transfiriendo la fiscalización de la tierra y de las máquinas de la minoría actualmente poseedora, a los llamados servidores públicos, no se hará otra cosa que poner en manos de éstos la vida y hacienda de todos”.
“Cabe imaginar alguien a quien el despotismo de un hombre perfectamente justo e idealmente bueno y a un tiempo inteligente, no le incomodaría; el tal de muy diferente pasta sería la generalidad de la raza humana. Hay que convenir, con todo, que quien entrega su libertad de acción a un amo tan completo es un caso excepcional, pero algo queda por decir de esa actitud. Es de presumir que sabrá el amo más que el propio interesado lo que es bueno y justo para éste; pero, ¿qué aprovechará, nos preguntamos, ponerse en manos de gente que por definición está a la caza del poder?” (De “La restauración de la propiedad”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1979).
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