Entre las causas de debilitamiento del cristianismo, en cuanto a los efectos que produce en la sociedad, encontramos una tergiversación debida a la variedad de formas en que ha sido interpretado; formas que, por lo general, no respetan la prioridad establecida por su fundador. Incluso se llega al extremo de que algunas tendencias teológicas, religiosas o políticas buscan en los Evangelios un fundamento para su propio sostenimiento, es decir, un fundamento para reemplazarlos y no para buscar cierta compatibilidad, o para fundamentarlos desde un punto de vista científico.
Es por ello que se ha llegado a hablar de “cristianismos”, como si se tratara de una obra de arte abstracto respecto de la cual cada observador tiene la libertad de entenderlo como le venga en ganas. Alfredo Fierro escribió: “El conjunto de hechos agrupados bajo la denominación de «cristianismo», de unidad seguramente indisputable a efectos de identificación y diferencias respecto a conjuntos históricos de parecido corte –verbigracia, hinduismo, budismo o judaísmo, o también marxismo, ciencia o tecnología-, constituye un apiñamiento con bastante heterogeneidad interna como para necesitar de estudio en unidades más pequeñas: los diferentes proyectos cristianos y los diversos cristianismos reales que en la historia han sido. Hablar del cristianismo, de la fe o de la práctica cristiana en singular impide la percepción de sus interiores diferencias y favorece, encima, el prejuicio de alguna singularidad de la fe cristiana, prejuicio que, en cambio, se conjura en cuanto hablamos de los cristianismos y de las prácticas en plural. Es éste, pues, un plural con abiertas intenciones de combate contra el mito y prejuicio de la singularidad cristiana” (De “Teoría de los cristianismos”-Editorial Verbo Divino-Navarra 1982).
Respecto de los mandamientos cristianos; orientados hacia el amor a Dios y al prójimo, Cristo establece la prioridad esencial indicando que en ellos se sintetiza “toda la ley y los profetas”. Ello implica que puede uno creer o no creer en los diversos misterios religiosos, tener o no fe, lo esencial es el cumplimiento de tales mandamientos. Alguien ajeno al cristianismo, que trate de compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, está respondiendo a los mandamientos cristianos de mejor manera que el creyente que carece de tal predisposición.
Para llegar al efectivo cumplimiento de los mandamientos bíblicos, se dispone previamente de un “vehículo” que los pone a disposición del destinatario; en ello consiste la tradición cristiana, los relatos bíblicos, los Evangelios y todo lo demás. Sin embargo, hay gente que se queda en esa etapa, adoptando un sentido de su vida definido, pero sin dar nunca el paso final del amor al prójimo. Tiene la predisposición a interpretar los mandamientos de una manera cómoda y poco eficaz; beben el vaso de agua y olvidan ingerir la píldora.
Muchos seguidores de Cristo encuentran en la inmortalidad la esencia de su religión; incluso llegan a pensar que el premio de la vida eterna se consigue, no a través del cumplimiento de los mandamientos, sino como premio a la creencia en esa vida de ultratumba. Miguel de Unamuno escribió: “Tal descubrimiento, el de la inmortalidad, preparado por los procesos religiosos, judaico y helénico, fue lo específicamente cristiano. Y lo llevó a cabo sobre todo Pablo de Tarso, aquel judío fariseo helenizado. Pablo no había conocido personalmente a Jesús, y por eso le descubrió como Cristo. «Se puede decir que es, en general, la teología del Apóstol la primera teología cristiana. Era para él una necesidad; sustituirle, en cierto modo, la falta de conocimiento personal de Jesús», dice Weizsäcker…No conoció a Jesús, pero le sintió renacer en sí, y pudo decir aquello de «no vivo en mí mismo, sino en Cristo». Y predicó la cruz, que era escándalo para los judíos y necesidad para los griegos, y el dogma central para el Apóstol convertido fue el de la resurrección del Cristo; lo importante para él era que el Cristo se hubiese hecho hombre y hubiese muerto y resucitado, y no lo que hizo en vida; no su obra moral y pedagógica, sino su obra religiosa y eternizadora” (De “El sentimiento trágico de la vida”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).
Ante la visión paulista del cristianismo, no debe asombrarnos encontrar gente llena de soberbia, que se siente ligada a lo sobrenatural, que mira en menos a los ateos y a los seres “naturales” que carecen de su fe en la inmortalidad, despreocupándose por intentar compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, ya que interpretan los mandamientos según su comodidad y conveniencia. Puede decirse que Pablo de Tarso cambia la prioridad establecida por el Cristo de los Evangelios, por cuanto hace predominar la fe en el más allá al cumplimiento de los mandamientos en el más acá; la creencia predomina sobre la acción, la religión contemplativa predomina sobre la religión moral. En la religión bíblica, los objetivos personales se logran en base a la actitud moral y no tanto en base a la actitud teológica o filosófica. Resulta sencillo creer en la inmortalidad, mientras que amar al prójimo como a uno mismo, o al menos intentarlo, resulta mucho más difícil.
A la teología de Friedrich Schleiermacher se la ha denominado como “teología del sentimiento” por cuando prioriza la actitud emotiva que todo individuo debería tener respecto de la religión. Hugh R. Mackintosh escribió: “Los pensadores se habían olvidado del corazón humano y su sed por el Invisible. Schleiermacher pensaba que era necesario guiar de nuevo a la humanidad al descubrimiento elemental pero edificante de ser la religión una experiencia que no ha de analizarse fríamente, sino que ha de ser vivida y gozada. Así, podemos oírle decir: «¿Rechazáis los dogmas y las proposiciones de la religión? Muy bien, rechazadlos. En todo caso, no son ellos la esencia de la religión. La religión no necesita de ellos; sólo la reflexión humana acerca del contenido de nuestros sentimientos religiosos requiere tales dogmas y les da origen. ¿Decís que no podéis contentaros con milagros, revelación e inspiración? Tenéis razón: ya no somos niños; el tiempo de los cuentos de hadas ha pasado. Simplemente abandonad la fe en todas estas cosas y yo os mostraré milagros y revelaciones e inspiraciones de otra y muy distinta clase. Para mí, todo lo que guarda una relación inmediata con el Infinito, con el Universo, es un milagro. Y toda cosa finita guarda tal relación en tanto encuentro en ella una señal de lo Infinito. ¿Qué es la revelación? Toda comunicación nueva y original del Universo al hombre. Y para mí todo sentimiento elemental es inspiración. La religión a que os guiaré no requiere fe ciega alguna, no requiere la negación de la física ni de la psicología; es totalmente natural y sin embargo, como producto inmediato del Universo, es toda gracia»” (De “Corrientes Teológicas Contemporáneas”-Methopress Editorial y Gráfica-Buenos Aires 1964).
Por lo general, la incursión de los filósofos en la religión sólo ha tenido como efecto oscurecer o disfrazar las sugerencias éticas originales ocultándolas del hombre común hasta hacerles perder toda su eficacia. Este no es el caso de Baruch de Spinoza, quien establece aportes originales a la religión cuando define con cierta precisión actitudes básicas como el amor y el odio, haciéndolas comprensibles en lugar de ocultarlas.
Uno de los principales problemas que afectan al cristianismo es el hecho de ser considerado como un conjunto de ideas, descripciones y sugerencias de valor subjetivo, aun cuando el amor al prójimo sea una actitud concreta y definida que puede ser fundamentada en la empatía, fenómeno psicológico observable y accesible al conocimiento inmediato. Mackintosh escribió: “La otra influencia perniciosa de que Albretch Ritschl deseaba deshacerse era la del subjetivismo, con ese fenómeno ya no aceptable que tan a menudo le acompaña y que llamamos misticismo. Schleiermacher había sido el gran subjetivista. En términos generales, Schleiermacher encontraba el punto de partida de la teología en lo que sucede dentro del alma del creyente, y no en los hechos históricos; afirmaba claramente que las doctrinas, en lugar de afirmaciones acerca de lo que es dado de manera objetiva y aprehendido por la fe, son descripciones de nuestros propios estados mentales religiosos. Para una mente pragmática como la de Ritschl, esto resultaba intolerable. Según él, esto no era más que un sentimentalismo romántico, y el único modo de escapar de él era el de apoyarse firmemente en la historia”.
En realidad, todo conocimiento objetivo produce distintos efectos en las distintas personas. Así, si se explica la teoría cuántica a varias personas encontraremos respuestas que van desde la incomprensión, el rechazo, el entusiasmo o la decepción, sin que ello implique que dicha teoría tenga “un valor subjetivo”. William James afirmaba que “Dios es real porque produce efectos reales”.
Cuando Cristo afirma que “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, vislumbra que sus prédicas surgen de la observación directa del comportamiento humano, antes que establecer planteos filosóficos acerca del pensamiento concreto de Dios. Habla de Dios a partir de los efectos observados ante cada una de las diversas actitudes humanas. Es decir, advierte la respuesta del orden natural ante la conducta de los hombres. Como tal respuesta es la misma en iguales circunstancias, existe una semejanza entre el teísmo y el deísmo, o religión natural. Desde un punto de vista estrictamente ético, desprovisto de todo vestigio de paganismo, la religión natural aparece como una solución para los graves problemas que afectan al hombre y a la sociedad.
Un cristianismo simple, práctico y útil es visto por la mayoría de los predicadores como un rebajamiento o una denigración de Cristo. De ahí que, para ellos, lo importante de la religión ha sido precisamente la revelación; el momento histórico en el que se establece el vínculo entre lo sobrenatural y lo natural. En cierta forma, es un acontecimiento tan trascendental, o mucho mayor, que aquel posible contacto que podrá algún día establecerse entre seres extraterrestres y el hombre. Sin embargo, todo parece indicar que la espectacularidad y la utilidad no siempre van juntas, ya que incluso parecen opuestas, ya que a mayor importancia de una, menor importancia de la otra.
Todo indica que el resurgimiento del hombre provendrá de una futura creencia inversa en los milagros. Como dijo Anthony de Mello: “Milagro no significa que Dios cumpla con los deseos del hombre, sino que el hombre cumpla con los deseos de Dios”.
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