La siguiente entrevista ficticia permite vislumbrar el pensamiento que orientó la vida y las acciones del destacado empresario estadounidense.
VISITA A FORD
Por Giovanni Papini
Había ya encontrado tres o cuatro veces al viejo Henry Ford en los tiempos en que me ocupaba de negocios, pero esta vez he querido hacerle una visita personal y “desinteresada”.
Le he encontrado fresco de aspecto y de buen humor, por consiguiente, dispuesto a hablar y expansionarse.
-Usted sabe- me ha dicho- que no se trata de desarrollar una industria, sino de realizar un vasto experimento intelectual y político. Nadie ha comprendido bien los místicos principios de mi actividad. Sin embargo, no pueden ser más sencillos: se reducen al Menos Cuatro y al Más Cuatro y a sus relaciones. El Menos Cuatro son: disminución proporcional de los operarios, disminución del tiempo para la fabricación de cada unidad vendible, disminución de tipos de los objetos fabricados, y, finalmente, disminución progresiva de los precios de venta.
“El Más Cuatro, relacionado íntimamente con el Menos Cuatro, son: aumento de las máquinas y de los aparatos, con objeto de reducir la mano de obra, aumento indefinido de la producción diaria y anual o aumento de la perfección mecánica de los productos, aumento de los jornales y los sueldos”.
“A un espíritu superficial y anticuado estos ocho objetivos pueden aparecer como contradictorios entre sí, pero usted, hombre práctico, podrá comprender seguramente su perfecta armonía”.
“Aumentar la cantidad y el rendimiento de las máquinas significa poder disminuir el número de operarios; reducir el tiempo necesario para la fabricación de un objeto quiere decir producir mucho más durante el día; disminuir el número de los «tipos», obligando a los consumidores a renunciar a sus gustos individuales, tiene como consecuencia un aumento de la producción y una reducción de los precios de costo; y, finalmente, disminuyendo los precios y aumentando los salarios, se aumenta el número de aquellos que tienen posibilidad de comprar y capacidad de adquirir, con lo que se puede aumentar la producción sin peligro”.
“Si los automóviles son caros y mis dependientes ganan poco, muy pocos podrán comprarlos. Pague usted mucho y venda a bajo precio y todos se convertirán en sus clientes. El secreto para enriquecerse es pagar como si se fuese pródigo y vender como si estuviese en vísperas de quiebras. Esta paradoja que asusta a los tímidos, es el secreto de mi fortuna”.
“Volviendo a mis ocho principios, es fácil deducir que el ideal máximo sería el siguiente: Fabricar sin ningún operario un número cada vez mayor de objetos que no cuesten casi nada. Reconozco que serán precisas todavía algunas decenas de años antes de que se consiga este ideal. Soy un utopista, pero no un loco. Me voy, sin embargo, preparando para ese día. Estoy construyendo en Detroit una nueva fábrica que llevará por nombre La Solitaria. Una verdadera alhaja, un sueño, un milagro: la fábrica donde no habrá nunca nadie”.
“Cuando esté terminada y hayan sido montadas las máquinas del más reciente modelo, en parte absolutamente nuevo, que se está preparando, no habrá necesidad de obreros. De cuando en cuando un ingeniero hará una breve visita a La Solitaria, pondrá en movimiento algunos engranajes y se marchará. Las máquinas harán todo por sí solas y trabajarán no únicamente durante el día, como hacen ahora los hombres, sino también toda la noche, y aun los domingos, pues ninguna ley de Michigan prohíbe el trabajo de los motores y de los tornos en día de fiesta”.
“Un tren eléctrico llevará automáticamente a los depósitos los miles de automóviles y los miles de aeroplanos producidos en La Solitaria. Dentro de veinte años todas mis fábricas serán iguales a ésta y podré lanzar al mercado millones de aparatos al mes con sólo la ayuda de algunas decenas de técnicos, de mozos de almacenes y de contables”.
-La idea es genial- manifesté- y el sistema sería excelente, si no hubiese una dificultad. ¿Quién comprará esos millones de automóviles, de tractores y de aeroplanos? Si usted suprime la mano de obra reduce también el número de compradores.
Una sonrisa cordial iluminó el bello rostro de viejo juvenil de Ford.
“Ya he pensado también en esto –respondió-. Produciré tantas máquinas y a precios tan modestos que a ningún otro industrial del mundo le tendrá cuenta fabricar lo que yo fabrique. Mis fábricas surtirán por eso a los cinco continentes. En muchas partes del mundo el automóvil y el aeroplano no son todavía de uso general. Con la potencia de la publicidad y del control bancario obligaremos a todos los pueblos a usarlos. Mis mercados son prácticamente ilimitados”.
-Pero, perdone: si sus métodos anulan, en gran parte, la industria de los otros países. ¿De dónde sacarán éstos el dinero necesario para comprar sus máquinas?
“No hay que tener miedo –repuso Ford-. Los clientes extranjeros pagarán con los objetos producidos por sus padres y que nosotros no podemos fabricar en nuestras fábricas: cuadros, estatuas, joyas, tapices, libros y muebles antiguos, reliquias históricas, manuscritos y autógrafos. Todo cosas únicas que no podemos reproducir con nuestras máquinas. En Asia y en Europa, existen todavía colecciones privadas y públicas llenas hasta rebosar de esos tesoros que no se pueden imitar, acumulados durante setenta siglos de civilización”.
“Entre los europeos y los asiáticos aumenta cada día la manía de poseer aparatos mecánicos más modernos y disminuye al mismo tiempo el amor hacia los restos de la vieja cultura. Llegará pronto el momento en que se verán obligados a ceder sus Rembrandt y Rafael, sus Velásquez y Holbein, las Biblias de Maguncia y los códices de Homero y los joyeles de Cellini y las estatuas de Fidias, para obtener de nosotros algunos millones de coches y de motores. Y de este modo el almacén retrospectivo de la civilización universal deberán venir a buscarlo a los Estados Unidos, con gran ventaja, por otra parte, para las industrias del turismo”.
“Además, mis precios como consecuencia de la reducción del coste, serán de tal modo bajos, que hasta los pueblos más pobres podrán comprar mis aeroplanos de deporte y mis automóviles de familia. Yo no busco, como usted sabe, la riqueza. Solamente los pequeños industriales atrasados se proponen como fin el ganar dinero. ¿Qué quiere usted que yo haga con los millones? Si vienen no es culpa mía, sino el resultado involuntario de mi sistema altruista y filántropo”.
“Personalmente vivo como un asceta: tres dólares al día me bastan para alimentarme y vestirme. Soy el místico desinteresado de la producción y de la venta: las ganancias excesivas me fastidian y no aprovechan más que al fisco. Mi ambición es científica y humanitaria; es la religión del movimiento sin reposo, de la producción sin límites, de la máquina liberadora y dominadora. Cuando todos puedan poseer un aeroplano y trabajar una hora al día, entonces yo figuraré entre los profetas del mundo y los hombres me adorarán como al auténtico redentor. Y ahora, viejo Gog, ¿un drink? ¿Es cierto que pertenece usted secretamente a los «húmedos», o le han calumniado?”.
No había bebido nunca un whisky tan perfecto y no había hablado nunca con un hombre tan profundo. No olvidaré fácilmente esta visita en Detroit.
(De “Gog” de Giovanni Papini-Ediciones Ercilla-Santiago de Chile 1937)
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