La afirmación de la militante chavista Delcy Rodríguez, quien expresaba que “Los venezolanos podrán morirse de hambre, pero el gobierno seguirá en pie”, ejemplifica el pensamiento totalitario que tantas víctimas inocentes produjo durante el siglo XX. Recordemos que los regímenes colectivistas apuntan hacia el logro de objetivos sociales, ignorando las metas individuales, por lo que también desprecian totalmente las vidas particulares, lo que impide alcanzar los fines mencionados.
El socialismo del siglo XXI es el mismo socialismo de siempre, ya que el hombre no ha cambiado esencialmente en unas pocas decenas de años. De ahí que iguales causas producen iguales efectos. La concentración del poder político, económico, militar, cultural, etc., en manos de un reducido grupo de gobernantes, o en un solo individuo, puede generar catástrofes sociales como las producidas por Mao, Stalin o Hitler, mientras que si esa concentración de poder recae ocasionalmente en una persona normal, como Gorbachov, el totalitarismo cae.
Mientras que las penurias padecidas por ciudadanos comunes, durante la instauración del nazismo y del comunismo, sólo se fueron conociendo a lo largo de los años, debido a las limitaciones tecnológicas de los medios de comunicación, es posible en la actualidad advertir padecimientos similares en el pueblo venezolano, en forma casi inmediata. De ahí que pueda afirmarse que se trata del socialismo de siempre.
En forma cotidiana recibimos información de lamentables pérdidas de vidas humanas, jóvenes en su mayoría, víctimas de la represión totalitaria. Sería oportuno que la oposición a la tiranía tuviese en cuenta las luchas establecidas por el Mahatma Gandhi en su momento, o bien las tácticas empleadas por Nelson Mandela, que resultaron exitosas al no responder con violencia a la violencia recibida. Si bien habrían tenido enfrente a personas con cierta dignidad, las cosas se complican cuando el poder es ejercido por individuos con una ilimitada capacidad para odiar.
Todo indica que los venezolanos deberán intentar convencer a algunos aliados al chavismo para quitarle el apoyo moral que todavía persiste y que, seguramente, persistirá aun cuando las cosas empeoren. Por ejemplo, deberían dirigirse al Papa Francisco haciéndole ver que fue un cómplice ideológico, o coautor intelectual de la violencia, al legitimar las acciones de Maduro cuando lo bendijo y le sugirió “seguir dialogando”, sabiendo que el diálogo entre un marxista-leninista y una persona normal resulta imposible, por cuanto el primero se siente representante del pueblo, de la democracia y de la paz, mientras que simultáneamente sostiene que la persona decente es la que falla.
De ahí que habría que convencer al Papa de que, debido a su complicidad, voluntaria o no, sólo podrá aliviar su responsabilidad y su conciencia emitiendo una condena pública hacia el marxismo-leninismo imperante en Venezuela, sugiriendo la renuncia de Maduro y un posterior llamado a elecciones.
Con bastante indignación observamos el cinismo de los sectores socialistas que aducen la legitimidad del acceso al poder que tiene el tirano. Sin embargo, debe respetarse también la legitimidad de la gestión de gobierno, que resulta más importante que aquella otra legitimidad. Incluso los derechos a la vida, a la libertad y a la dignidad personal, deben considerarse “derechos humanos” que disponemos por nuestra condición humana, y que nunca deben ser puestos en riesgo ante el resultado de un comicio electoral o por las arbitrarias decisiones de un gobernante. Las leyes naturales, o leyes de Dios, deben ser nuestra referencia mientras que las leyes y las decisiones humanas tienen validez sólo cuando son compatibles con aquellas.
De la misma forma en que debe convencerse al Papa acerca de su arrepentimiento y posterior colaboración con el pueblo venezolano, se debe tratar de convencer a muchos socialistas, no sólo de Venezuela, sino también de otros países, acerca de los resultados que el socialismo produjo en el pasado, incluida una cantidad de asesinatos masivos que supera ampliamente a aquellos efectuados por los nazis. Estudios realizados por historiadores competentes, que aparecen en “El libro negro del comunismo” de S. Courtois y otros (Ediciones B SA-Barcelona 2010), confirman con datos y estimaciones que la cantidad de victimas del comunismo fue de cuatro a cinco veces mayor que la cantidad de víctimas ocasionada por los nazis.
Muchos intelectuales de izquierda abandonaron el socialismo y se desafiliaron de los partidos comunistas de sus respectivos países, luego de conocer las catástrofes ocasionadas por Stalin y la invasión soviética a Hungría, por lo que resulta posible que, al conocerse la destrucción chavista de Venezuela, se conmuevan los ánimos de quienes en silencio, o en breves insinuaciones, todavía apoyan tan macabro sistema.
Los venezolanos fueron engañados masivamente por un personaje nefasto como Hugo Chávez de la misma forma en que los argentinos fueron engañados masivamente por Perón algunas décadas atrás. No resultando extraño que Chávez haya sido un admirador, e incluso seguidor, de Perón. Ello se debió a que Perón, aliado ideológicamente a Mussolini y a Hitler, ambicionaba constituirse en el líder latinoamericano del nazi-fascismo en caso de que Alemania y sus aliados hubiesen triunfado en la Segunda Guerra Mundial. En forma semejante, Chávez intentó constituirse en un líder latinoamericano, sucesor de Fidel Castro, a cargo de un “renovado” socialismo, que resultó ser el mismo de siempre.
Además de las justas propuestas y reclamos ejercidos por un pueblo oprimido, es necesario establecer, de una vez por todas, una campaña ideológica en contra del socialismo. Téngase en cuenta que países destruidos por los efectos de la Segunda Guerra Mundial, como Alemania, Italia y Japón, en unos pocos años pudieron convertirse en potencias económicas gracias a la economía de mercado. Incluso la ex Unión Soviética y la antigua China maoísta, países que conocieron mejor que nadie el socialismo, optaron por la economía de mercado. Aplicándola en forma eficiente, China pudo sacar de la pobreza a unos 400 millones de sus habitantes. Mientras el socialismo apunta, en el mejor de los casos, a una “igualdad en la pobreza”, el capitalismo apunta a una “desigualdad en la riqueza”.
Venezuela debe aspirar a la democracia política y a la democracia económica (mercado), orientándose por economistas como Ludwig von Mises. Por el contrario, si la oposición al chavismo insiste en establecer un socialismo de “buenos modales”, hará muy lenta la recuperación, en el caso deseado de que al perverso Nicolás Maduro, y a sus secuaces, les surja un poco de dignidad humana y dejen el gobierno en manos de quienes tengan intenciones de mejorar las cosas.
A muchos latinoamericanos se los ha convencido que el capitalismo es el que fracasó en el mundo, y no el socialismo, por lo cual deben preguntarse por qué lo han abandonado la mayoría de los países, y cuál ha sido el país socialista que tuvo éxito alguna vez pudiéndose convertir en un país desarrollado.
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