Puede decirse que el hombre no es un ser pensante que tiene también sentimientos, sino un ser con sentimientos que razona posteriormente para justificar sus acciones y decisiones cotidianas. La razón es la principal guía que orienta nuestros pensamientos, mientras que éstos, a su vez, condicionarán nuestros sentimientos en la dirección adecuada. Cuando razonamos sobre nuestras acciones y sobre los efectos que producen, trataremos de favorecer las que producen buenos efectos y evitar las que los producen malos. Marco Tulio Cicerón escribió: “La recta razón consonante con la naturaleza, presente en todos, constante, eterna, cuyos mandamientos invitan al bien obrar, cuyas prohibiciones apartan del vicio….”.
“Podemos distinguir la ley buena de la mala recurriendo al simple criterio de la naturaleza, el cual vale no sólo para separar lo justo de lo injusto, sino también en general lo honesto de lo deshonesto, pues una inteligencia que nos es común a todos nos trae el conocimiento de las cosas haciéndolas surgir en nuestras mentes y nos condice a conectar lo honesto con la virtud y lo deshonesto con el vicio. Sólo un loco podría sostener que estos juicios descansan en la opinión y no en la naturaleza”.
“No hay nada superior a la razón y como ésta existe tanto en el hombre como en Dios es obvio que por medio de la razón el hombre comunica ante todo con Dios; pero quien dice razón común dice recta razón común, y siendo la ley una recta razón debemos creer que los hombres tienen la ley en común con los dioses” (Citas en “Introducción a la filosofía política” de Roger Labrousse-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1953).
Cuando las pasiones, consideradas como sentimientos no orientados por la razón, o no conducidos por ella, tienden a dominar a los hombres, comienza su decadencia. Este proceso era ya señalado por los estoicos en el siglo I A.C. Roger Labrousse escribió: “Desgraciadamente su racionalidad se deja alterar por los estragos de las pasiones y hoy su «corrupción» es tan profunda que vemos «apagarse las chispas del fuego primordial que les dio la naturaleza». De ahí la tendencia de varios estoicos a imaginar dos leyes naturales, una para la naturaleza íntegra (edad de oro) y otra para la naturaleza corrupta (edad actual); los cristianos recordarán esta distinción”.
La idea inmediata que surge luego de considerar la existencia de las leyes naturales que rigen a todos los hombres, es la idea de igualdad, ya que estamos regidos por las mismas leyes y estamos presionados por ellas hacia una finalidad implícita y común a todos. Cicerón escribió: “Debemos proponernos un solo fin: hacer que nuestro interés propio coincida con el interés general. Quien lo toma todo para sí es enemigo de la asociación humana. Dado que la naturaleza nos prescribe asistir a nuestro semejante, cualquiera sea, por el sólo hecho de ser hombre, es obvio que según esta misma naturaleza el interés de todos ha de ser común a todos”. “Descuidar los sentimientos que despertamos en nuestros semejantes es propio no sólo de un ser arrogante, sino aun de un ser totalmente anárquico”.
El vínculo entre razón y naturaleza ha sido fundamental en el proceso de adaptación del hombre al orden natural, ya que le permite lograr su supervivencia. Este vínculo entre razón y ley natural, advertido por Cicerón, no difiere esencialmente del vínculo propuesto por el cristianismo entre Dios (autor de la ley) y la fe, por lo que llegan a conclusiones similares. Baruch de Spinoza define con mayor exactitud los atributos de ese vínculo: “El orden y conexión de la ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”.
La razón no es otra cosa que una reproducción mental del orden existente en el universo. El proceso del razonamiento individual no es muy diferente del método de prueba y error de la ciencia experimental. Planteamos una hipótesis y la ponemos a prueba comparándola con la realidad a describir. Si el error, o diferencia, es grande, modificamos la hipótesis o bien buscamos otra mejor. El irracionalismo, por su parte, consiste en descartar la ley natural como referencia en todo razonamiento, por lo que se aleja de la ciencia y de la realidad para consistir solamente en un pensamiento subjetivo que sólo tiene como utilidad la diversión intelectual, o permitir un medio de vida para sus cultores o bien una estrategia destructiva de la sociedad.
La filosofía y la ciencia experimental tienen en cuenta este vínculo orientador de la humanidad, si bien la ciencia tiene la posibilidad de verificar cada una de sus propuestas, mientras que la filosofía sólo puede conformarse con observar la coherencia lógica de sus resultados. Guido de Ruggiero escribió: “Todas las doctrinas irracionalistas contemporáneas tuvieron la tendencia común a considerar predominantes ciertos aspectos elementales y primitivos de nuestra naturaleza, despreciando todos los demás o, peor aún, esclavizando éstos a aquéllos. De tal suerte antepúsose la infalibilidad de la intuición –tomada en su significado más inmediato, colindante con el instinto animal-, a la obra de la razón, sujeta a incertidumbres y errores. Así, la ciega creencia, por ser guía más rápida y segura, se consideró superior a la razonada persuasión. Y el ‘mito’, en cuanto imagen compendiosa y fantástica, susceptible de estimular la actividad, logró un fácil primado sobre lo ‘ideal’, apartado de la realidad y de los sentidos, sujeto a la incertidumbre de la realización y a las desmentidas de la experiencia”.
“El asiduo trabajo de erosión y de deformación cumplido por esas doctrinas en desmedro de los instrumentos intelectuales de que se servían, y cuyo efecto fue sumir en el descrédito las fuerzas y los ideales que habían nutrido la ascensión humana, de la barbarie a la civilización”.
“Los intelectuales incurrieron en el error de no alarmarse ante tales modificaciones de aberración que creían circunscriptas al estrecho círculo de unos pocos pensadores aislados de la gran masa del público. Casi sin darse cuenta volvieron a encontrarlas aumentadas en el terreno de la vida política, social, económica y religiosa, el cual ofrecía muchos otros peligros” (Citado por Gino Germani en el Prólogo de “Razón y naturaleza” de Morris R. Cohen-Editorial Paidós-Buenos Aires 1956).
El reemplazo de la razón por los mitos, fue algo típico de los movimientos totalitarios. El surgimiento de tales movimientos fue una consecuencia directa de esa sustitución. Mientras que la razón orienta al pensamiento individual, los mitos orientan a las masas. Así se llegó en Europa a la barbarie de los nacionalismos, del nazismo y del comunismo. Nación, raza y clase ocuparon el lugar de conceptos tales como ley natural u orden natural.
Otra de las consecuencias del abandono de la razón fue el surgimiento de los diversos relativismos, como el moral, el cognitivo y el cultural. Al abandonarse el vínculo del hombre con la ley natural, dejó de tener sentido la existencia del bien, ya que la actitud cooperativa está ligada a la empatía, como fenómeno psicológico y atributo personal que nos ha provisto el proceso evolutivo. El bien y el mal dejaron de tener un sentido objetivo quedando el propio hombre como árbitro y juez de sus propias acciones.
Algo similar ocurrió con la verdad. En este caso, a pesar de que la ciencia experimental ha logrado descripciones de elevada precisión, todavía hay quienes la desconocen y la descalifican. De ahí que debe intentarse la divulgación del conocimiento para aumentar el nivel intelectual de las personas, mientras tiene poco sentido preocuparse por convencer con evidencias a quienes se aferran a alguna forma de irracionalismo.
También el relativismo cultural surge de la abolición de la razón. Mediante tal principio se afirma que no existe cultura superior a otra, y que son todas válidas, tanto las que promueven suprimir a los infieles mediante la guerra santa, como aquellas que inducen a “amar al prójimo”. Como el acatamiento de ambas directivas produce efectos opuestos, se observa claramente que son distintas, y desde el punto de vista de la supervivencia y la adaptación al orden natural, una es mejor que otra.
Los diversos relativismos, como se advierte, no tienen en cuenta la existencia de una ley natural exterior e independiente de los hombres. Al ignorarse tal instancia superior, el hombre queda como la “medida de todas las cosas”. De ahí que el abandono del orden natural como referencia, sea el origen de los diversos relativismos. Morris R. Cohen escribió: “Pese a la frecuente afirmación de que es la nuestra la época de la ciencia, somos testigos hoy día de una notoria y difundida declinación del prestigio del intelecto y de la razón. Aunque la más fructífera de las ciencias modernas, las diversas ramas de la matemática, la física y la biología experimental se han edificado reconocidamente sobre la base de métodos intelectuales y racionales, los términos «intelectualista» y «racionalista» poseen una innegable connotación despectiva”.
“Aun entre los filósofos profesionales, los altos sacerdotes del santuario de la razón, la fe en la ciencia racional o demostrativa es objeto de un sistemático menosprecio a favor del idealismo «práctico», del vitalismo, del humanismo, del intuicionismo y otras formas de un confesado anti-intelectualismo. Un sorprendente ejemplo de lo que decimos lo constituye el ataque de William James, en su Universo Pluralista, contra toda la obra de la lógica intelectual, brindando su favor al intuicionismo bergsoniano y a las especulaciones mitológicas de Fechner relativas al espíritu terreno”.
“Resulta casi indudable que este descrédito de la razón tiene sus raíces muy hondo dentro del carácter dominante de nuestro tiempo, tiempo cuya febril inquietud lo coloca en impaciente desarmonía con el lento ritmo del orden deliberado. El arte, la literatura y la política en Europa y en nuestro país muestran cada vez más un creciente desprecio por las ideas y las formas. Las doctrinas filosóficas populares en la actualidad, a saber, las emanadas de James, Bergson, Croce, Nietzsche, N. S. Chamberlain, Spengler y otros, coinciden, ciertamente, con la novela, el drama, la música, la pintura y la escultura de los últimos tiempos, al concederle mayor valor a las impresiones nuevas y a la expresión vehemente que a la coherencia y al orden”.
“El romántico o «dionisíaco» desprecio por la prudencia y la moralidad deliberativa (denominada burguesa) constituye una cruda expresión de la misma reacción contra el procedimiento intelectual científico o riguroso, reacción que trae como consecuencia que nuestras luminarias modernas, tales como Bergson o Croce, dejen de lado a la física por considerarla carente de un conocimiento auténtico, o, en el mejor de los casos, por reputarla un mero instrumento práctico para la manipulación de cosas muertas”.
“Sería exagerar en forma absurda la influencia real de la filosofía el atribuir el desvergonzado desprecio por la verdad manifestado en las diversas formas de la propaganda moderna, al desdén sistemático acumulado por los sistemas filosóficos modernos sobre el viejo ideal de la persecución de la verdad por sí misma, «a despecho de las consecuencias». Sin embargo, esta declinación del respeto hacia la verdad en los asuntos públicos o nacionales, no se halla desprovista, ciertamente, de toda vinculación significativa con su decadencia en la filosofía y en el arte”.
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