Durante la mayor parte del siglo XIX, los argentinos gastaron sus mejores energías combatiéndose unos a otros en una prolongada guerra civil y sólo al finalizar dicho siglo, al predominar la unión nacional sobre los vestigios de desunión, el país pudo encaminarse hacia el progreso. Durante la mayor parte del siglo XX, esta vez bajo la iniciativa de Juan D. Perón, comienza una nueva etapa de divisiones que termina dejando al país en pleno subdesarrollo. Cuando parecía que la división quedaba sepultada por el tiempo y el cambio generacional, surge el kirchnerismo para abrir las viejas heridas y prolongar la desunión y la discordia.
Los promotores de la división tergiversan la realidad histórica siendo apoyados involuntariamente por quienes sugieren “olvidar el pasado y mirar al futuro” y también por periodistas e intelectuales que, por ignorancia o por cinismo, optan por encubrir el totalitarismo peronista que tanto daño le hizo a la nación.
Se dice que, cuando dos bandos políticos están en conflicto, expresan frases similares, pero uno dice la verdad mientras que el otro miente. Si se toma como referencia las frases expresadas por Perón, se supone que se trata de un político normal (al menos en muchos casos), sin advertir que estaba mintiendo, por cuanto existió un enorme divorcio enorme entre sus palabras y sus actos. Francisco Domínguez escribió: “El hombre que más ha hecho en nuestro país, desde la organización de su vida institucional, por desunir a los argentinos y envenenar el alma de las multitudes, para dividir y reinar con el beneplácito de masas engañadas hábilmente, comenzó a predicar sobre la unidad nacional de la siguiente manera: «Para saldar la gran deuda que todavía tenemos con las masas sufridas y virtuosas, hemos de apelar a la unión de todos los argentinos…para que en reuniones de hermanos consigamos que en nuestra tierra no haya nadie que tenga que quejarse con fundamento de la avaricia ajena (2/12/1943). La unión de todos los argentinos es una de las bases que hemos sentado…como profesión de fe y como bandera (20/12/1943); la unión de todos los argentinos en un solo noble y levantado ideal de grandeza, es un hecho en marcha (31/12/1943)»”.
“Pero, también aquí, como en todos los demás aspectos de su vida de demagogo público, los acontecimientos invierten en la práctica la teoría enunciada arteramente con el fin de crear una hermosa ilusión colectiva. Sobraron fundamentos para quejarse y lamentarse de la avaricia ajena, jamás tan intensa y devastadora. Las ambiciones ilimitadas del Apóstol y sus secuaces, provocaron fundadas quejas en todos los sectores del trabajo honesto, merecedor de la mayor consideración y respeto por ser el que promueve el progreso del país y el bienestar de su pueblo”.
“Intentando ocultar su acción destructora de los valores morales, dijo: «Al hombre correcto hay que tratarlo con suma corrección; al delincuente hay que llevarlo a la cárcel (4/2/1947)», pero el Apóstol sabía que la consigna se invertía en la realidad de los hechos. Los delincuentes eran, repetidamente, elevados a los cargos de mayor gravitación dentro de los organismos del Estado, Partido y Agremiaciones del peronismo y los moralmente íntegros y patriotas encerrados en las cárceles del país por oponerse valerosamente a los designios de la tiranía. Así recrudeció la delincuencia y se multiplicaron los negociados, las exacciones, las estafas y las contribuciones «voluntarias»” (De “El Apóstol de la Mentira: Juan Perón”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1956).
Se dice que “los pueblos que olvidan su pasado, están condenados a repetirlo”. El kirchnerismo, justamente, revivió algunas situaciones que se produjeron durante los gobiernos peronistas. Si bien sus líderes se dedicaron más a robar que a dividir, posiblemente se hubiese evitado esta etapa de la política si la mayoría de los ciudadanos hubiese conocido mejor la historia argentina del siglo XX. El citado autor agrega: “Para alcanzar la unión de todos los argentinos, el peronismo, por obra y gracia del Apóstol, en su representación de ‘Divino Conductor Político y Estatal’, declaró enemigo de la Nación Argentina y, por lo tanto, traidor a la patria, a todo ciudadano que no comulgase con la doctrina peronista, convertida en doctrina nacional obligatoria”.
“Para «unir a todos los argentinos», el «líder» destinó a los opositores insultos y vejámenes de todo calibre, profusamente difundidos por intermedio del monopolio estatal de la radio y la prensa y corregidos y aumentados por su «dignísima» esposa y sus obsecuentes lacayos sinecuristas”.
“«Carroña, antipatria, traidores, vende patria, matones de ferretería, envilecedores y envilecidos; tarados», etc., etc., fueron calificativos comunes, cientos de veces repetidos, en la verbalista siembra de odios y venenos. Y lo más penoso reside en el mal ejemplo que viene desde arriba. Es el Presidente de la Nación quien incita a la violencia”.
El pueblo argentino, en general, cree que Perón fue un presidente “democrático” en lugar de un tirano totalitario, ya que la única ley respetada por Perón y sus seguidores fue la ley electoral, olvidando que la legitimidad de un gobierno implica acatar otro tipo de leyes, como las derivadas de la moral elemental. Domínguez agrega: “Seguiré intercalando otras transcripciones elocuentes y significativas: «Tenemos delante nuestro una oposición enconada, formada por todos los restos de aquella antigua carroña política que se ha agrupado en lo que se llama Unidad democrática…Allí se agrupan los radicales envenenados, los socialistas olvidados por el pueblo, los comunistas que quieren armar escándalo todos los días y ya nadie les lleva el apunte; los conservadores, que están desesperados porque…sin el queso no pueden vivir, los demócratas progresistas, que no son demócratas ni progresistas: que no son demócratas porque son totalitarios en sus ideas…(20/6/1951)». Aquí, desde la cumbre del poder dictatorial, está reiterando expresiones insultantes para todos los adversarios políticos”.
“Todo argentino peronista tiene la «santa» obligación de ver un enemigo en cada conciudadano antiperonista. (Una de las «verdades» de la doctrina peronista, la constituye la premisa absurda: «Para un peronista no debe haber nada mejor que otro peronista»; aun cuando el supuesto correligionario esté representado por un ser depravado, hundido en la mayor miseria moral). El obrero argentino debe ver un enemigo en su patrono o en cada uno de los connacionales que no pertenecen a su «clase social». El peón debe odiar al capataz; el empleado a sus jefes, el desheredado al adinerado. Todos deben ver enemigos en todas partes. El comerciante es un enemigo del consumidor, es un ladrón que siempre le está robando. El intelectual es un enemigo del trabajador manual, la inteligencia siempre está explotando de mala fe a la ignorancia…y así sucesivamente, la doctrina del odio siembra venenos sociales, divide para reinar”.
El peronismo negó la ciudadanía a la gente decente. Domínguez agrega: “Para «unir a los argentinos», la doctrina «peronista» (a través de los cuerpos legislativos, obedientes y sumisos al amo dictatorial) dicta leyes de rigurosa condenación de los ciudadanos argentinos que, obligados a expatriarse, luchan desde el exterior por la restauración de las instituciones democráticas dentro del territorio patrio. Leyes que llegan hasta la privación de la nacionalidad, porque no puede ser argentino quien no sea peronista. La doctrina peronista es doctrina nacional obligatoria y quien no se someta a sus dictados y a sus «leyes», atenta contra la nacionalidad, contra la seguridad del Estado Argentino y es un traidor a la Patria y a su pueblo”.
Cada totalitarismo designaba un enemigo al cual culpar por los males de la sociedad y al cual destinar la producción diaria de veneno. Así, los nazis eligen a la “razas inferiores”, los marxistas-leninistas a la “clase social” perversa, mientras el totalitarismo peronista elige como enemigo cotidiano al antiperonista y al no peronista. Mientras que nazis y comunistas no podían penetrar, en principio, en la familia, por cuanto cada una pertenecía a una misma etnia o a una misma clase social, en las familias argentinas podían coexistir tanto adherentes como opositores a Perón. Juan José Sebreli escribió: “La tradición política familiar no fue, pues, demasiado intensa, hasta la aparición del peronismo que no dejaba ningún espacio sin invadir, incluso las familias. Dividió a la mía, como a tantas otras, llegando al extremo de irrumpir hasta en un matrimonio: la tía Amelia y sus hijos eran antiperonistas y su marido, peronista” (De “El tiempo de una vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Ante esa posibilidad, el gobierno peronista optó por la peronización de la educación pública, por medio de la cual se inducía a los niños a aceptar como próceres a Perón y a Eva, a quienes se los ubicaba en un lugar tan importante, o mayor aún, que a San Martín y a Belgrano. La división entre amigo y enemigo podía muy bien llegar a establecerse entre padres e hijos si estos llegaban a ser peronizados en forma efectiva y pertenecían a un hogar no peronista. Francisco Domínguez escribió: “Había que hacer de la niñez un campo fértil y apropiado para recibir la semilla totalitaria y utilizar, de todas maneras, a los padres y a los maestros en la preparación del terreno. La escuela y el hogar debían ser invadidos por la propaganda absolutista. Era necesario emplear sistemáticamente todos los medios y todos los poderes, espirituales y materiales, para alcanzar la cima del totalitarismo egocéntrico y perpetuarse en ella a través de nuevas generaciones fanatizadas, dentro de la «doctrina peronista». El sistema de penetración totalitaria en las mentes infantiles, fue adaptado a las experiencias del fascismo y el nazismo y con tal finalidad se asimilaron al Estado Peronista técnicos especializados en aquellos ambientes”.
“Lo mismo que en la escuela primaria, introdujo su técnica doctrinaria en la enseñanza secundaria, especial y universitaria. Utilizó todos los medios: la intimidación, la violencia, la fuerza bruta, el ataque despiadado, el espionaje, la delación y la genuflexión, las dádivas, las prebendas y las sinecuras. Reemplazó a los capaces y honestos con incapaces, inútiles y envilecidos. Asaltó a los institutos de enseñanza con sicarios políticos y policiales, golpeando a mansalva, cobardemente, a profesores y estudiantes, al grito oscurantista y lapidario de «¡Alpargatas, sí; libros, no!»”.
“En los claustros universitarios se entonaron cánticos laudatorios y encomiásticos de la «pareja real» que detenta el supremo poder terrenal en la República Argentina. «Evita capitana» y «Los muchachos peronistas» (marchas políticas del más crudo y envilecedor genuflexismo: en una de ellas –la mencionada en último término- dice la letra: «Perón, Perón…qué grande sos…¡Mi general…cuánto valés!») fueron «himnos» obligatorios para profesores, maestros y alumnos, entonados en los salones o en los patios, en actos solemnes, conjuntamente con el Himno Nacional de todos los argentinos”.
De todo esto puede estimarse el nivel moral de los peronistas y el nivel cultural de una sociedad que los elige frecuentemente para gobernar al país.
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