Así como existen varias actitudes religiosas diferentes, existen también varias formas de ateísmo. Para analizar este caso, deben tenerse presentes dos aspectos esenciales: la postura filosófica adoptada y la correspondiente respuesta ética, ya que la religión moral ha de conducir a una acción concreta, mientras que las actitudes puramente contemplativas poco se distinguen de las filosofías sin sentido práctico.
Entre las principales causantes de ateísmo puede mencionarse la frecuente “soberbia del creyente”, que muestra su superioridad personal mientras mira en forma casi despectiva a los “pobres seres naturales” que no comparten su creencia. Mientras que las mentes más destacadas de la sociedad trabajan arduamente por alcanzar la verdad sobre algún aspecto del hombre o de la sociedad, el creyente supone conocerla ampliamente, por lo que puede llegar a preguntarse porqué no lo consultaron antes.
Este sería el inicio del ateismo generado por quienes descartan la posibilidad de que otras personas, con distintas creencias, puedan acatar principios morales adecuados aun cuando no manifiesten adhesión religiosa alguna. Ignace Lepp escribió: “Muchos creyentes son humildes en lo que concierne personalmente; no bien está en juego su religión y su Iglesia, resultan para los no cristianos de un orgullo insoportable. Un escritor incrédulo que no es sectario ni anticristiano, se quejaba amargamente delante de mí de que los cristianos se creen superiores a todos por el solo hecho de ser cristianos. No envidiarían a nadie y sólo sentirían por los demás una piedad condescendiente. Por este motivo, con ellos sería imposible un verdadero diálogo, en el plano espiritual” (De “Psicoanálisis del ateísmo moderno”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).
Los “creyentes” soberbios y despectivos, son los que dejan de lado los mandamientos de Cristo, muy exigentes de por sí, por cuanto tales mandamientos exigen adoptar una actitud que permita compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Tal actitud igualitaria dista bastante de ser accesible al que mira en menos a los demás. Mientras tanto, se consideran virtuosos en extremo por cuanto cumplen con los mandamientos de Moisés, mucho menos exigentes, ya que nos exigen no hacer el mal, y no tanto hacer el bien. Si uno se encierra en su casa puede muy bien cumplir con el “no mentir, no robar, no matar”, etc., sin que con ello haya favorecido a la sociedad en algún aspecto.
La creencia desvinculada de la acción concreta es, en cierta forma, una variante de ateísmo, coincidiendo esencialmente con el criterio por el cual se considera analfabeto a quien sabe leer, pero nunca lee nada, ya que el efecto resulta idéntico al de no sabe leer. Colocarse el rótulo de cristiano cuando ni siquiera intenta cumplir con los mandamientos de Cristo, resulta ser una forma de ateísmo práctico, o ateísmo encubierto, que no sólo se aleja del verdadero cristianismo, sino que sirve para ahuyentar a quienes podrían integrarse en el futuro.
Además de la destrucción del cristianismo desde sus propias filas, aparece el ateísmo combativo de quienes se proponen destruirlo desde sus fundamentos, como es el caso de Friedrich Nietzsche. Entre sus argumentos, sostiene que el cristianismo propone un abandono a la vida real y cotidiana para pensar sólo en una vida de ultratumba de la cual no se tiene certeza alguna. Sin embargo, si se tiene en cuenta que el “amarás al prójimo como a ti mismo”, que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, produce un elevado nivel de felicidad en esta vida, queda descartada la crítica mencionada.
El camino de la felicidad resulta ser el mismo que el de la inmortalidad, si es que ella existe. No existen mandamientos cristianos diferentes para cada tipo de vida, sino que es el mismo para ambas. El citado autor escribió: “El psicólogo, al enfrentar un odio tan desmesurado por el cristianismo como el de Nietzsche, deduce inmediatamente, aunque ignorara todo sobre la vida de este hombre, un gran amor defraudado. Efectivamente, biógrafos del filósofos, entre los que figura su hermana, reconocen que Nietzsche, en su juventud, había esperado del cristianismo mucho, quizás humanamente demasiado. Al no encontrar lo que buscaba, se resiente terriblemente con quien lo ha decepcionado”.
“Reprocha al cristianismo su «democracia», su ambición de ser juntamente la religión de la chusma y la de los verdaderos hombres. A los primeros, prometía las delicias de las beatitudes celestiales, a los segundos les exigía el heroísmo de los santos; el resultado sería mediocridad general”.
José Ortega y Gasset criticaba a quienes no saben qué hacer con su vida y encima pretenden continuarla eternamente. Algo similar pensaba Nietzsche. Ignace Lepp escribe al respecto: “Basta recordar que Nietzsche no cree encontrar la salvación del hombre en el puerto sino en la tempestad. En lugar de un paraíso de felicidad perpetua, que le parece de tal insipidez que un hombre superior sólo podría allí aburrirse, él preconiza el eterno retorno de la tragedia humana. El destino del hombre sólo le parece grandioso a condición de que todos sus problemas esenciales sigan siendo insolubles”.
Otra forma de ateismo es la propuesta por el marxismo, quien le otorga al cristianismo un lugar secundario ya que lo considera parte de una ideología que pretende favorecer a las clases sociales dominantes. En el esquema mental de Marx aparece en primer lugar la Infraestructura, que consiste en la forma de producción adoptada por una sociedad. Según sean las relaciones de producción, así serán las ideas que orientarán a la sociedad. Tales ideas, u ideología, constituyen la Superestructura, que involucra a la religión, ética, derecho, política, etc., es decir, en lugar de ser las ideas las que orientan las actitudes de las personas, las actitudes vendrían determinadas por la forma de producir y distribuir los diversos bienes o productos.
De ahí surgen dos acciones concretas para el cambio social; mediante la revolución se busca estatizar los medios de producción, para cambiar luego la religión, la ética, el derecho y la política (Lenin), o bien se trata de cambiar esta Superestructura sin revolución, sino por infiltración ideológica (Gramsci), de manera que se adopte finalmente una economía de tipo socialista. Es por ello que la religión ha sido ubicada como un objetivo a destruir, o a controlar. La intromisión del marxismo en la Iglesia Católica, a través de la Teología de la Liberación, resulta ser el mayor triunfo ideológico que logra el ateísmo, no sin contar con la complicidad de aquellos “creyentes” que adhieren a los sistemas totalitarios.
Si todo lo existente, incluido el hombre, está regido por leyes naturales invariantes, implica que existe cierto orden natural al que nos debemos adaptar. Luego, la postura compatible con esa visión de la realidad es la del Dios personal que responde de igual manera en iguales circunstancias, o bien, la que considera al propio orden natural como un Dios impersonal al que se le puede asociar cierto “espíritu de la ley natural”, que coincide con la voluntad del Creador admitida en la versión del Dios personal.
En cuanto a Jean Paul Sartre, puede decirse que su influencia no fue de la mejor y que el ateísmo que trasciende una postura personal, puede perjudicar a la sociedad. De la misma manera es que los sectores no religiosos sugieren que la religión no debería trascender el ámbito personal, con igual razón deberían sugerir que el ateismo tampoco debiera trascenderlo.
Ignace Lepp comenta el caso de una joven francesa, proveniente de una familia de buena posición económica, educada en un colegio católico: “Al promediar su año de filosofía, los padres y las maestras advirtieron un profundo cambio en Lisa. Ya no mostraba ningún interés en los estudios ni en los buenos autores. No iba jamás a misa y en clase se sentía evidentemente a disgusto. Se sabe que por la tarde se viste con blue-jeans y va a divertirse en los cafés llamados «existencialistas» del barrio Saint-Germain, en París. Incluso en este ambiente «libre», adquiere pronto celebridad por sus excesos y sus excentricidades. Como su medio originario distaba mucho de estar exento de prejuicios raciales, ella procuraba flirtear ostensiblemente con africanos, luego prefirió los pequeños granujas que se mezclaban con jóvenes snobs de la burguesía parisiense. Tomó parte en varias expediciones de vandalismo y de robos de domicilios, luego metió mano en la cartera y en las alhajas de su madre y partió a «recorrer Francia» en compañía de dos bribones con quienes fue detenida por asesinato”.
“A los psiquiatras que la examinan, Lisa les dice que había perdido la fe porque, gracias a la filosofía existencialista, había comprendido que «todo eso era una patraña». Había descubierto que la vida es terriblemente «fea», de una absoluta absurdidad. No veía ningún motivo para prohibirse un placer o un capricho hacia el que se sentía atraída en ese momento. Ni su propia dignidad, ni la de sus padres le parecían dignas de interés. Familia, patria, Iglesia, todo formaba para ella parte de una campaña de mistificación. Con visible complacencia, Lisa se refería a Kafka, a L’Étranger de Camus, pero sobre todo a J. P. Sartre. Los psiquíatras, impresionados por ese fárrago seudofilosófico, se inclinaban a considerar a Lisa como una representante-tipo de la «perversión intelectual». Por otra parte, así la describía la prensa seria, que encontraba allí una excelente ocasión de denunciar los estragos del existencialismo ateo”.
Existe también un “ateísmo suave”, no combativo, y es el que surge en quienes preferirían ser creyentes, pero, al no poder razonar sobre la creencia, terminan alejándose, como es el caso del que no puede entender cómo un “Dios bondadoso”, que interviene en los acontecimientos humanos, permite la muerte accidental de alguna persona pudiendo evitarlo. Incluso tampoco puede entender la opinión generalizada de que Dios permite tales cosas “para poner a prueba” la incondicionalidad de los familiares del desaparecido. En este caso, poco cuesta imaginar a un Hitler o a un Stalin, matando al hijo de un seguidor, explicando que lo hizo para “poner a prueba” la continuidad de la adhesión del desafortunado seguidor. O Dios no es bueno, o si lo es, no interviene en los acontecimientos humanos. Y si se insiste en la afirmación de esos dos atributos juntos, el razonador debe alejarse por cuanto no entiende nada.
Dennis Diderot, a pesar de ser considerado un ateo, recomendaba la educación cristiana para los niños. Por su parte, Ignace Lepp escribió: “La concepción del mundo de André Malraux es tan profundamente atea como la de Sartre, o de Marx, quizás más. Sin embargo, a diferencia de Nietzsche, de Sartre, de los marxistas y de los demás protagonistas del ateísmo, no hay en Malraux ningún altivo desprecio de la religión, ningún complejo de superioridad frente a los que creen. Incluso llega a envidiarlos alguna vez y siempre describe en sus novelas con simpatía a los creyentes sinceros que participan en los combates revolucionarios de los pueblos”.
“El problema –o el misterio- del sentido de la vida lo obsede, y reconoce francamente que su nihilismo metafísico no tiene ninguna probabilidad de liberarlo de sus obsesiones. Las evidencias presuntamente irrefutables de la razón y de la ciencia no logran acallar en él la protesta desesperada de la vida”.
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