Así como muchas otras mujeres, Argentina no tuvo suerte con el marido que le tocó, o que eligió, ya que fue una mujer golpeada, y lo sigue siendo por parte de algunos de sus hijos, mientras que los otros la protegen de ese maltrato enfrentando a los primeros, por lo que se trata de una familia desunida.
Los que la maltratan heredaron los genes maltratadores del padre, y son los peronistas; los que la protegen son los que heredaron los genes protectores de la madre, los argentinos, quien a su vez los heredó de los antiguos conformadores de la patria, como San Martín y Belgrano.
Las amigas de Argentina le advirtieron que su marido era admirador de otros individuos violentos, como Mussolini, que golpeaba a la Italia y Hitler, que lo hacía con la Alemania. Ambas familias europeas pudieron recomponerse por cuanto se divorciaron y así pudieron alejarse de los maridos golpeadores. Tampoco los hijos que heredaron los genes paternos malignos las siguen dominando, porque tanto Italia y Alemania, con dignidad suficiente, optaron por escuchar a sus hijos con genes pacíficos.
La Argentina, por el contrario, sigue indecisa y siente todavía el asedio de sus hijos peronistas, mientras que sus otros vástagos, los argentinos, la siguen defendiendo de las ofensas proferidas por aquellos. No hay nada peor para una madre que ver a sus hijos pelear de esa manera.
El marido golpeador, cuando fue alejado por la fuerza, no se resignó a perderla, e hizo todo lo que pudo para perturbarle la vida. Incluso se alió con los hijos del mayor golpeador de toda la historia (después de Mao), Stalin, a quien algunos llaman Satalin, para que invadieran y destruyeran a su familia, ya que los argentinos parecían alcanzar el dominio familiar en forma definitiva. Al considerar a algunos de sus propios hijos, los aliados a su mujer, como verdaderos enemigos, seguramente se dijo: “Prefiero verla muerta que en los brazos de extraños”. Una vez que vuelve a dominarla, se decide a alejar a los cómplices stalinianos de la perturbación familiar para pasar sus últimos días en paz bajo un aparente arrepentimiento (del que muchos desconfían).
También fingió arrepentimiento cuando fue excomulgado por la Iglesia Católica por haber promovido la quema de varios templos católicos, o por no haberse opuesto a ello. También tuvo alguna denuncia por abuso de menores. Para colmo de males, uno de los hijos que lo siguen, ha sido elegido para dirigir la Iglesia de Cristo, aunque ya se advierte una fractura eclesiástica que no puede estar lejos por cuanto está dominada por alguien que se identifica, no con Cristo, sino con su padre golpeador.
Cuando vivía, convenció a los peronistas de que la justicia social se lograba quitándole parte del fruto del trabajo honesto a los argentinos para redistribuirlos entre aquellos. Los argentinos piensan distinto porque, según dicen los que saben, el nivel de los salarios, y el logro de conquistas sociales, en todas partes del mundo, dependen del capital productivo invertido per capita, y no de otra cosa.
Pero el líder convenció a sus hijos que el mundo, y los economistas, están equivocados, y que ellos deben agradecerle, junto a Eva, por ser los gestores de la justicia social. Ninguno de sus hijos fue capaz de realizar estadísticas comparativas entre los distintos países para verificar la eficacia del peronismo y la ineficacia del capitalismo (se perdieron un Nobel de Economía). Mientras tanto, como lo indica la marcha partidaria, la familia sigue “combatiendo al capital” mientras alegremente descendemos para instalarnos a vivir cómodamente en el barrio de los subdesarrollados y los hambrientos.
“A los amigos todo; a los enemigos ni justicia”, era el lema “fraternal” que el marido golpeador utilizaba para diferenciar la actitud hacia sus seguidores de la mostrada ante los demás. Cuando una de las argentinas pretendió promover la cultura masivamente, a través del intercambio entre escritores nacionales y extranjeros, y de la divulgación de la literatura, terminó “hospedada” por veintiséis días en una cárcel peronista para mujeres. Se trataba de Victoria Ocampo, quien lo califica como “El hombre del látigo”.
Mientras Argentina no recupere su dignidad y abandone de una vez por todas la adhesión y el respeto por su marido maltratador y violento, y mientras no deje de lado a sus hijos que llevan los genes paternos perversos, no podrá, al menos, ver a su familia unida y en paz.
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