Por lo general, las culpas por los males que afectan a la sociedad recaen en los que algo producen ya que lo que producen no alcanza para todos, mientras que el que nada produce, ya sea por comodidad o por vagancia, queda libre de toda culpa, siendo que consume mucho más de lo poco o nada que produce. Es casi unánime la opinión de que el empresario necesariamente ha de ser una persona egoísta mientras que al pobre se lo considera lleno de virtudes y que, por lo tanto, no se lo debe criticar por cuanto no debe cambiar en lo más mínimo. Eva Perón expresó en un discurso (dirigiéndose a Perón): “Los humildes han venido hasta acá, mi general, para probar, como siempre lo han hecho, que aquel milagro que ocurrió hace dos mil años nuevamente está ocurriendo. Los ricos, los sabios, los hombres de poder nunca comprendieron a Cristo. Fueron los pobres y los humildes los que le entendieron, porque sus almas, a diferencia de las almas de los ricos, no están selladas con la avaricia y el egoísmo” (Citado en “Eva Perón” de John Barnes-Ultramar Editores Argentina SA-Buenos Aires 1987).
Por lo general, al menos en los países desarrollados, el sector empresarial hace aportes al Estado al igual que el resto del sector laboral. Una parte de esos ingresos se utiliza para mantener a quienes no tienen posibilidad de sustentarse por sus propios medios. Se busca que la mayor parte de la población viva de su trabajo tratando en lo posible de evitar el usufructo del trabajo ajeno. En los países subdesarrollados, por el contrario, una parte del grupo empresarial como el grupo de quienes poco o nada producen, tratan de vivir a costa de los demás a través del Estado. De ahí que muchos empresarios establezcan vínculos con los políticos de turno, a través de sobornos, para beneficio de ambas partes, perjudicando al resto de la sociedad. Así, si una obra pública cuesta 100 pesos, los políticos a cargo del Estado hacen lo necesario para que la obra “cueste” 150 pesos, repartiendo el costo adicional entre ellos y los empresarios.
Las palabras “liberalismo” y “mercado” son malas palabras para muchos empresarios que buscan ganancias seguras sin tener la necesidad de competir con otras empresas. También son malas palabras para los políticos que buscan redistribuir gran parte de lo que producen las empresas, ya que de esa forma tienen acceso directo al dinero que irá parcialmente a sus propios bolsillos. Por el contrario, en un mercado competitivo, se establece una distribución de las riquezas a través del intercambio entre productos y trabajo, como contraprestación.
El proceso económico y político que nos ha llevado al subdesarrollo forma parte de la idiosincrasia de los argentinos, ya que la diferencia esencial entre los distintos gobiernos consiste en estimular, en mayor o en menor grado, la búsqueda, por parte de casi todos los sectores, de vivir a costa del resto por vía del Estado. Incluso parece existir un consenso tácito de que podemos solucionar nuestros males sin abandonar tal sistema redistribuidor.
A continuación se menciona un escrito posterior a la grave crisis del 2002, aunque podrá apreciarse que sigue teniendo plena vigencia en la actualidad. Roberto H. Cachanosky escribió: “La Argentina está padeciendo una de las crisis económicas, políticas e institucionales más graves de su historia. Esta crisis tiene como elemento clave la lucha de todos contra todos, fruto de una cultura que tomó cuerpo y se hizo carne a partir del primer gobierno de Perón. Me estoy refiriendo a que todos se sienten con derecho a reclamarle al Estado una transferencia de ingresos y patrimonios que legítimamente no les corresponde”.
“Hoy podemos ver a sectores empresariales que le reclaman subsidios, protección y todo tipo de prebendas al Estado. Dirigentes sindicales que parecen no tener límites en sus exigencias que perjudican a los trabajadores que dicen defender y se perpetúan en el poder administrando miles de millones de pesos en beneficio propio. Dirigentes políticos que han tomado por asalto el Estado (en sus tres niveles) también para beneficio propio y para el financiamiento de sus cuasi mafiosas estructuras políticas. Piqueteros que se sienten con derecho a cortar rutas y calles violando el derecho de tránsito de los demás y, encima, reclaman fondos para distribuir como si ese dinero no saliera del bolsillo del contribuyente. En síntesis, muchos sectores pretenden vivir sin producir y ser mantenidos por un sector privado cada vez más exhausto y reducido”.
“Hay dos modelos básicos de organización social. Uno de ellos consiste en obtener ingresos ganándose el favor de los burócratas. El otro modelo consiste en obtener ingresos ganándose el favor del consumidor. En el primer caso se desvirtúa el monopolio de la fuerza que los ciudadanos le delegaron al Estado. En efecto, el Estado tiene el monopolio de la fuerza para hacer respetar el derecho a la vida, la propiedad y la libertad de la gente. Cuando el Estado, por la presión de los diferentes sectores, utiliza ese monopolio de la fuerza para quitarles sus ingresos y patrimonios a quienes legítimamente se los ganaron, para transferírselos a los que mayor presión hacen, entonces entramos en una situación de conflicto social permanente. El avance de un sector depende del perjuicio que logre generarle, vía el Estado, a otro sector de la sociedad”.
“Con este esquema aumenta el riesgo de producir e invertir en el país porque en cualquier momento el Estado se apropia del ingreso o del patrimonio de la gente para transferirlo compulsivamente a quien no le corresponde. Cuando el riesgo aumenta, la inversión disminuye, la productividad de la economía baja y la desocupación crece. La pobreza y la miseria que hoy padece la Argentina son frutos de esa cultura establecida hace cincuenta años por la cual el Estado se ha transformado en el principal expoliador de los ciudadanos”.
“La dirigencia política disfruta de ese latrocinio generalizado por dos razones. La primera razón consiste en que se beneficia personalmente del robo «legalizado» mejorando su posición patrimonial y, además, obtiene un ingreso que en el sector privado debería conseguirlo trabajando. La segunda razón se basa en que el poder arbitrario de redistribución le permite ganar votos. Buena parte de la dirigencia política utiliza los ingresos de los contribuyentes para redistribuirlos, apareciendo ellos como los benefactores de la gente, cuando en realidad quien paga la cuenta es el contribuyente”.
“Con un esquema de redistribución compulsiva de los ingresos como el que tenemos, ¿qué sentido tiene invertir para ganarse el favor del consumidor, produciendo riqueza y generando puestos de trabajo? Es mucho más «eficiente» ganarse el favor del burócrata de turno que, en forma arbitraria, decide sobre la vida y la fortuna de los habitantes”.
“Esta arbitrariedad con que hoy se manejan los políticos no es otra cosa que la ausencia del estado de derecho. Así, el sistema jurídico, es decir, las reglas de juego que deben ser generales y parejas para todos, queda subordinado a las arbitrarias decisiones del político de turno. Por lo tanto, la Argentina se ha transformado en un país imprevisible. No sólo por la confiscación de depósitos de fines de 2001 y principios de 2002, sino por la ausencia de normas estables en el tiempo que premien al que asume riesgos para producir”.
“Por otro lado, la arbitrariedad con que pueden moverse los políticos en el cambio de las reglas de juego, beneficiando a unos y perjudicando a otros, determina que esas transferencias compulsivas de ingresos y patrimonios generen «rentas» tan altas para los beneficiarios que se crean bolsones de corrupción. No se puede ser tan naif [ingenuo] de creer que las redistribuciones compulsivas de ingresos que hacen los políticos responden solamente a criterios filosóficos o a que simplemente se equivocaron. El reemplazo del estado de derecho por la arbitrariedad de las «decisiones» políticas constituye un fenomenal negocio para buena parte de la dirigencia política”.
“La crisis argentina puede sintetizarse en que la política reemplazó al estado de derecho y, por lo tanto, producir ha dejado de ser negocio y robar a través del Estado es el principio de «organización» social. Con un esquema así no debe sorprender que la Argentina haya pasado de ser un país desarrollado a ser un país en vías de desarrollo” (De “Política y orden jurídico” en “Reinventar la Argentina” de Daniel A. Dessein-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2003).
El mayor problema que presenta la actual sociedad argentina se advierte en el casi unánime rechazo de las posturas liberales y de la figura del empresario. De ahí que exista poca predisposición en la población para establecer nuevas empresas, además de los inconvenientes generados por los casi insalvables escollos puestos en el camino por la burocracia estatal para su puesta en marcha. No puede haber mercado competitivo con pocos empresarios, tampoco puede haber mercado sin empresarios. El subdesarrollo económico puede considerarse como un subdesarrollo de los mercados, o bien por la inexistencia de los mismos.
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