domingo, 15 de septiembre de 2024

La Iglesia Católica y la transición desde la ética a la economía

Desde las religiones bíblicas se acepta que toda mejora social e individual provendrá de una previa mejora ética individual. De ahí la expresión de Cristo: "Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura". Con el paso de los años, a partir del siglo XX principalmente, desde sectores de la Iglesia Católica se comienza a cuestionar la prioridad ética para sostener que en realidad es la economía la que debe considerarse en primer lugar, llegándose al actual extremo que gran parte del clero apoya al socialismo marxista.

A mediados del siglo XX aparecen los primeros síntomas de la transición de la ética cristiana, como fundamento del cristianismo, hacia la economía, acercándose al terreno marxista. Julio Ycaza Tigerino escribía al respecto:

Peligros del doctrinarismo: la desviación cristiano-marxista

Las formas de doctrinarismo europeo: liberalismo, nacionalismo, marxismo, etc., girando siempre en torno a la existencia del Estado nacional, no se han sucedido históricamente, sino que han subsistido interfiriéndose y confundiéndose entre sí. El liberalismo y la democracia se han teñido de nacionalismo, y el marxismo acude a fórmulas democráticas, mientras por otra parte convierte sus principios internacionalistas en instrumento de un imperio nacionalista. Pero el más grave y peligroso contubernio doctrinario es el aparecido en los últimos tiempos en forma de una epidemia contagiosa: el cristiano-marxista, llamado comúnmente social-cristianismo, o social cristiano, o movimiento social cristiano. Diré brevemente en qué consiste y cuáles son sus causas y consecuencias.

El marxismo es una doctrina de revolución política que, partiendo de una concepción económica de la Historia, trata de subvertir el orden social entregando el poder político a la clase mayoritaria, que es la clase trabajadora. El marxismo ha suscitado en las masas trabajadoras modernas el hambre de poder. Por eso todo intento de aplacar la revolución social mediante concesiones de tipo económico a los trabajadores es un intento inútil y que ha fallado en todos los casos.

Las concesiones de tipo económico sólo sirven para aumentar el poder político de las masas. Los sindicatos no son ya instituciones de lucha económica, sino instituciones de lucha política. Aceptar el planteamiento económico de un problema que es fundamentalmente político es aceptar la tesis marxista, es darle al marxismo la base y el instrumento para su lucha política. Y esto es lo que hace el social-cristianismo.

Todos los movimientos sociales cristianos, que dicen repudiar las doctrinas del materialismo marxista e inspirarse en las Encíclicas papales, aunque desde un punto de vista puramente filosófico mantengan una pureza doctrinaria, desde el punto de vista político han aceptado el planteamiento económico del marxismo y le sirven en cierto modo a sus fines revolucionarios, por cuanto a las masas trabajadoras no se les puede detener en su camino político con un sutil distingo escolástico entre derechos económicos y derechos políticos., entre revolución económica y revolución política, entre Justicia Social y Justicia Política.

El cristianismo salido de su terreno espiritual para dar la batalla al marxismo en el terreno de éste, que es el económico, tiene perdida la batalla. El esfuerzo de este cristianismo social para atraerse a las masas, cuyo alejamiento de la Iglesia es el escándalo de la Edad Moderna, según frase de un Pontífice, ha resultado por eso prácticamente fallido. El sindicalismo católico es una mala imitación del sindicalismo marxista y ha tenido siempre para los trabajadores un carácter de organización amarillista en la lucha revolucionaria.

La cuestión social exige, pues, un replanteamiento fundamental desde el punto de vista de una política cristiana, que tienda a la supresión del proletariado como fuerza política, a una desintegración de la masa democrática por la integración del individuo en unidades sociales naturales dentro de una jerarquía funcional de fuerzas económicas y políticas informada por un espíritu cívico-religioso que le preste su carácter sacro.

Mas, aparte de la consideración general del error político de este contubernio cristiano-marxista, en lo que respecta a los países hispanoamericanos y singularmente a mi patria, Nicaragua, hay que señalar el absurdo esencial que implica el transplantar a ellos instituciones, soluciones y doctrinas cristiano-marxistas, como el sindicalismo, aplicada en los países industriales a los problemas creados por las grandes masas proletarias.

Nuestra realidad social de un pueblo campesino y artesano, sin concentraciones industriales de ninguna especie, con una economía agrícola embrionaria, con un territorio enorme lleno de riquezas inexploradas, exige un tratamiento político de tipo completamente diverso, una adecuación legislativa al impulso creador y a la elevación de la mentalidad del individuo, que si es explotado en alguna forma es más bien por su precario estado cultural y falta de iniciativa que por carencia de medios y recursos materiales para hacer su fortuna personal y por competencia de brazos en el mercado de trabajo.

La intervención del Estado a favor de los trabajadores debe existir, pero debe estudiarse la forma en que esa intervención no implique concesión a la masa de un poder económico y político utilizable por los líderes y agitadores de la demagogia social-marxista para sus fines revolucionarios. La acción del Estado sobre nuestras pequeñas masas obreras y campesinas debe ser esencialmente tutelar y tendiente fundamentalmente a elevar su nivel de cultura y a conseguir su independencia económica, no mediante unas política socializante que les dé armas legales para una lucha clasista por la elevación de los salarios y por la ingerencia en la dirección económica del Estado, sino sustituyendo el Estado a los trabajadores en su contrato con el patrón cuando sea necesario; pero, sobre todo, apoyando su libre iniciativa individual para hacerles partícipes propietarios de la riqueza de nuestra tierra, salvándolos de la amargura y del odio vital del proletariado moderno, nivelador y esclavizante.


(De “Originalidad de Hispanoamérica”-Ediciones de Cultura Hispánica-Madrid 1952).

En pleno stalinismo, algunos sacerdotes adoptaban el marxismo-leninismo en forma abierta, como en la actualidad lo hacen los seguidores de la Teología de la Liberación. Al respecto, Czeslaw Milosz escribía en 1953:

He conocido algunos cristianos, muchos de los cuales fueron amigos míos –polacos, franceses o españoles-, que en materia política se adherían estrictamente a la ortodoxia staliniana, haciendo tan sólo algunas reservas interiores que les permitían creer en una intervención rectificadora de Dios después de la ejecución de las sentencias sangrientas por los plenipotenciarios de la Historia.

Llevaban el razonamiento bastante lejos: el desarrollo histórico se cumple según leyes inmutables que existen por la voluntad de Dios: una de esas leyes es la lucha de clases; el siglo XX es el de la lucha victoriosa del proletariado, dirigido en sus combates por el Partido Comunista; como Stalin es el jefe del Partido Comunista, es el ejecutor de la ley histórica, lo que quiere decir que actúa según la voluntad de Dios y que se le debe obediencia.

La renovación de la humanidad sólo es posible según los preceptos aplicados a través de toda Rusia, y por esto un cristiano no puede ponerse en contra de la única idea –cruel, es cierto- que creará en el planeta entero un tipo humano superior. Este razonamiento suelen emplearlo en sus sermones eclesiásticos que son instrumentos dóciles del Partido. «Cristo es el hombre nuevo. El hombre nuevo es el hombre soviético. Por lo tanto, Cristo es el hombre soviético», declaró el patriarca rumano Justiniano Marina.

(Citado en “Dios no es bueno” de Christopher Hitchens-Debate-Buenos Aires 2008)

Respecto de la supuesta “ley básica de la historia” (la lucha de clases sociales), puede hacerse una analogía con un mecánico armador. En este caso, puede decirse que no es tan buen armador cuando, al terminar su tarea, le sobran varias tuercas y varios tornillos. En el caso de las clases sociales, a Marx le sobra la clase media, que queda afuera de su teoría; siendo la clase media la integrada por individuos que no son ni burgueses ni proletarios, que nunca explotaron a nadie ni nunca nadie los explotó laboralmente.

1 comentario:

agente t dijo...

No es cierto que el marxismo clásico suscitara en las masas trabajadoras demasiada hambre de poder por la sencilla razón de que nunca tuvo gran penetración en las mismas. Sin embargo, la socialdemocracia, otra mixtura marxista como el socialcristianismo, pero esta vez entreverada de rasgos liberales en vez de eclesiales, lo que ha conseguido es que dichas masas tengan un hambre indomable de patrimonio y, sobre todo, de consumo.