jueves, 19 de septiembre de 2024

Ideologías

Los seres humanos de nuestra época, como también lo hicieron los de épocas pasadas, nos cuestionamos nuestro presente y nuestro futuro, tanto individual como colectivo. Disponemos de una gran cantidad de información, que excede ampliamente nuestras necesidades intelectuales y nuestra curiosidad, pero aún así, persiste cierta desorientación.

Nuestra personalidad depende de nuestras características heredadas como también de la influencia recibida del ambiente en donde se desarrolla nuestra vida. Podemos hacer una analogía con una computadora digital: la computadora tiene un “hardware” (circuitos) y un “software” (programación). Los hombres traemos un “hardware” de nacimiento y adquirimos un “software” mediante la influencia recibida.

Si intentamos escalar una montaña muy alta, deberemos adquirir un buen entrenamiento previo y, además, deberemos seleccionar un equipaje mínimo que nos permita lograr nuestro objetivo. Un equipaje excesivo o insuficiente impedirá ese logro. También para el tránsito por este mundo necesitamos un repertorio mínimo de ideas que, al llevarlas depositadas en nuestra memoria, nos permitirán hacer de nuestra vida una experiencia agradable e importante. Pero el hombre es un ser social y esas ideas básicas deberán ser comunes y útiles a todos los hombres; ello constituirá una “ideología”. Una ideología adquirida permite transformar a un hombre de la misma manera en que un nuevo programa de computadora cambia la utilidad y el comportamiento de la misma.

Al menos hemos encontrado el principio del camino que nos llevará a la solución de los conflictos individuales y colectivos. Pero el problema es mucho más complejo por cuanto no resulta fácil establecer una “ideología mínima” ya que deberá tener una generalidad tal que sea aceptada y comprendida por la mayoría de los seres humanos y, además, deberá tener validez para todas las épocas. Las ideologías de validez individual o sectorial generalmente producen divisiones y antagonismos, por lo que tendrán una relativa importancia. Además, el proceso educativo no sólo requiere de la buena predisposición del que enseña, sino también del que aprende, ya que varios destacados educadores del pasado murieron por decisión o presión de aquellos a quienes pretendían educar, tales los casos de Sócrates, Cicerón, Séneca, Cristo y Gandhi.

Cristo advierte: “No se echa el vino nuevo en odres viejos, porque entonces se rompen los cueros, y se pierden el vino y los cueros; sino que el vino nuevo se echa en cueros recientes, y se conservan ambas cosas”. El “vino nuevo” es la ideología mínima implícita en sus enseñanzas y que, para que pueda ser aceptada, requiere seguramente del abandono de otras ideologías menos eficaces. Cuando se aceptan dichas ideas en toda su amplitud, se tiene la sensación de que es lo más valioso que hayamos podido adquirir, e inmediatamente sentiremos la necesidad de compartirlas con los demás.

Debido a la influencia cotidiana que recibimos de los demás, ya sea en forma directa o bien a través de los medios masivos de comunicación, comienza a formarse en cada grupo social una especie de mentalidad generalizada del grupo. En una sociedad, esta mentalidad gobierna las vidas de las personas más influenciables uniformando actitudes y comportamientos, y pasa a ser una “ideología implícita” que no viene escrita en ninguna parte, pero cuyos efectos pueden llegar a ser negativos para el individuo.

Mediante las armas y el dinero, el hombre puede restringir la libertad de sus semejantes, pero mediante las ideologías es posible lograr un dominio mucho más efectivo, que es el dominio de la mente. Uno de los caminos más utilizados es el de las ideologías religiosas que no admiten razonamientos, ni confrontaciones con las leyes naturales; otro de los caminos es el establecido por las sociologías pseudocientíficas que tampoco las tienen en cuenta. Estas ideologías se caracterizan por dividir pueblos y crear conflictos.

Respecto del ser humano y de su complejidad, parece más fácil “describir” al ser humano ideal que a los millones de seres humanos reales. En realidad una ideología ha de orientarnos hacia esa idealización. No importa que sea inalcanzable, ya que lo que más nos interesa es lograr una orientación concreta, antes que alcanzar un punto concreto de llegada. Un educador no debe tratar de convertirse en un ejemplo para los demás, sino en llegar a ser un orientador hacia ese ser humano ideal.

Ya que existe una mentalidad generalizada de la sociedad, formada por sus integrantes, y que a su vez forma a sus integrantes, el mejoramiento de la sociedad se producirá a través del mejoramiento del individuo, siempre que sea posible encontrar y transmitir una ideología que defina claramente a ese ser humano ideal.

Quienes tenemos la esperanza de solucionar, en parte, el viejo problema del sufrimiento humano, no poseemos virtudes fuera de lo común, ya que el sufrimiento proviene de nuestros defectos, y quien mejor los conoce es quien los lleva encima, aunque con la intención de disminuirlos. Por el contrario, cuando un hombre dedica su vida a la obtención de pequeños placeres egoístas, y se desentiende de los demás, pierde su dimensión social, que es una de las características inherentes al ser humano.

Cuando, mediante el razonamiento y la imaginación, se llega a vislumbrar lo que deberá ser un ser humano auténtico, con cierta dimensión social, dejaremos de quedarnos de brazos cruzados observando cómo predominan ideologías que impiden el crecimiento de los seres humanos, ya sean formuladas en forma explícita o se den en una forma implícita en cada sociedad real. John Stuart Mill escribió: “Únicamente son felices aquellos (creo) que tienen sus mentes fijas en un objeto que no sea su propia felicidad; en la felicidad de los demás, en el perfeccionamiento de la humanidad, incluso en algún arte o tarea, acometido no como medio, sino como fin ideal en sí mismo. Apuntando hacia otra cosa, encuentran la felicidad de esa manera” (De “Autobiografía”–Editorial Espasa-Calpe SA-Buenos Aires 1947).

La verdadera y auténtica felicidad se transmite a los demás, porque su naturaleza es tal que incluye a las demás personas, mientras que el egoísmo tan sólo promueve cierta indiferencia en quienes conocen muy bien al mundo en que vivimos, y también produce envidia en quienes muy poco lo conocen.

El razonamiento guía nuestras vidas, ya que muchas veces nuestros sentimientos y nuestra conducta quedan retrasados respecto de nuestros pensamientos. La existencia de ideales y de proyectos para realizar en el futuro caracterizan al espíritu de cada ser humano, siendo jóvenes quienes se proyectan hacia el futuro y viejos quienes viven mirando el pasado. Estas actitudes pueden no responder a la edad cronológica de cada individuo. También la existencia de ideales está relacionada con el sentido que hemos de dar a nuestra vida, ya que la desorientación en la vida equivale precisamente a no encontrar un “sentido” o una finalidad que trascienda lo meramente superficial y cotidiano.

Ser idealista no significa adoptar una actitud de escape del mundo real, sino, al contrario, significa luchar sin descanso por una sociedad posible que ha de ser accesible a nuestras decisiones. El idealista no desespera ante la poca trascendencia de su lucha, por cuanto encuentra tranquilidad al saber que hizo todo lo que estaba a su alcance para lograr los fines propuestos.

La mentalidad generalizada de la sociedad actúa como una “inercia mental” que se opone a cualquier cambio, ya sea favorable, o no, por lo que lleva cierto tiempo el efecto de una acción ideológica. En el camino aparecerán reacciones del que se opone a todo cambio, por cuanto su vida, a nivel individual, le resulta placentera. Esto nos recuerda la frase de Andrei Sajarov: “Atrincheradas en su bienestar las minorías satisfechas…”.

1 comentario:

agente t dijo...

Un claro objetivo colateral a lograr por todo esfuerzo ideológico sería rebajar en lo posible el número de personas fácilmente influenciables. Un programa humanizador no tiene que apoyarse en almas gregarias.