viernes, 13 de septiembre de 2024

Hannah Arendt y las semejanzas de los totalitarismos

La gente tiende a escandalizarse cuando existe la posibilidad de que accedan al gobierno sectores de ultraderecha, con afinidades con el fascismo y el nazismo, mientras que no ocurre algo similar cuando los que acceden al poder provienen de la izquierda o ultraizquierda. Sin embargo, históricamente, existen semejanzas cercanas entre nazismo y socialismo, si bien en este último caso sus adeptos tienen gran habilidad para hacerse pasar por personas pacíficas y bien intencionadas.

Entre quienes han profundizado acerca de los totalitarismos se destaca la figura de Hannah Arendt, para quien no existían grandes diferencias entre el nazismo y el socialismo real. Salvador Giner escribió: “En Los orígenes del totalitarismo, logró probar dos cosas, a saber, la radical novedad histórica del sistema de terror político instaurado tanto por el nazismo como por el bolchevismo transformado en stalinismo y, lo que era más grave, la profunda similitud que unía a ambos regímenes. Comprensiblemente se han resistido analistas políticos, historiadores y sociólogos a aceptar esta última afirmación por mucho tiempo. No obstante, nadie ha logrado refutar la nítida argumentación de Arendt, con su énfasis principal sobre el aparato burocrático del terror, más allá de la ideología y de la orientación política o clasista inicial de cada uno de aquellos dos regímenes, en apariencia contrarios y, ciertamente, enemigos” (De “Hannah Arendt. El orgullo de pensar” de Fina Birulés (Compiladora)-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2000).

Los análisis establecidos por Arendt se basan principalmente en el nazismo, por cuanto, por ser alemana y judía, le tocó vivirlo de cerca. Entre los aspectos comunes a ambos sistemas, advierte ciertos nacionalismos que conllevan la tendencia a expandirse y a condenar a quienes se oponen entre los habitantes de las propias naciones, escribiendo al respecto: “El nazismo y el bolchevismo deben más al pangermanismo y al paneslavismo, respectivamente, que a cualquier otra ideología o movimiento político. Y ello es más evidente en política exterior, donde las estrategias de la Alemania nazi y de la Rusia soviética han seguido tan de cerca los bien conocidos programas de conquista trazados por los pan-movimientos, antes de y durante la Primera Guerra Mundial, que los objetivos totalitarios han sido a menudo confundidos con la prosecución de algunos intereses permanentes alemanes o rusos. Aunque ni Hitler ni Stalin reconocieron nunca su deuda con el imperialismo en el desarrollo de sus métodos de dominación, ninguno dudó en admitir lo que debía a la ideología de los pan-movimientos o en imitar sus slogans”.

“Los pan-movimientos predicaban el origen divino del propio pueblo contra la creencia judeo-cristiana en el origen divino del hombre. Según ellos, el hombre, perteneciendo inevitablemente a algún pueblo, recibía su origen divino sólo indirectamente a través de su pertenencia a un pueblo. El individuo, por eso, poseía su valor divino sólo mientras que perteneciera al pueblo que estaba diferenciado por su origen divino. Y quedaba desposeído de semejante valor allí donde decidía cambiar de nacionalidad, en cuyo caso cortaba todos los lazos a través de los cuales está dotado de un origen divino y era como si quedara sumido en un desamparo metafísico”.

“Un «pueblo divino» vive en un mundo en el que es el perseguidor nato de todas las especies más débiles o la víctima nata de todas las especies más fuertes. Sólo las reglas del reino animal pueden aplicarse posiblemente a sus destinos políticos” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Aguilar-Buenos Aires 2010).

Los sistemas totalitarios son propios de las sociedades de masas, donde los gobernantes y la mayoría de sus pobladores responden a las definiciones más aceptadas del hombre-masa. En cuanto a los “deberes de un ciudadano cumplidor de la ley”, Hannah Arendt escribió: “Eichmann tuvo abundantes oportunidades de sentirse como un nuevo Poncio Pilatos y, a medida que pasaban los meses y pasaban los años, Eichmann superó la necesidad de sentir, en general. Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en las órdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, al menos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley. Tal como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no sólo obedecía órdenes, sino también obedecía la ley”.

“Ciertamente, este estado de cosas era verdaderamente fantástico, y se han escrito montones de libros, verdaderas bibliotecas, de muy «ilustrados» comentarios jurídicos demostrando que las palabras del Führer, sus manifestaciones orales, eran el derecho común básico. En este contexto «jurídico», toda orden que en su letra o espíritu contradijera una palabra pronunciada por Hitler era, por definición, ilegal” (De “Eichmann en Jerusalén”-Editorial Lumen SA-Barcelona 2001).

Felicitas Valenzuela Bousquet escribió: “En el nazismo, los individuos se separan los unos de los otros, y sólo se sienten seguros cuando dejan de ser responsables y actúan en grupos o en masas, de modo sincronizado”.

“El término «totalitarismo», con la atmósfera que produce se convierte en símbolo de terror, sed de poder, tiranía, violencia, ignominia, crueldad, persecución, homogenización”.

“El movimiento político del totalitarismo no busca un reino despótico, sino un sistema en que los seres humanos sean superfluos, sobren, y los individuos se conviertan en especímenes de una especie animal primitiva. Al totalitarismo le interesa que afloren los rasgos más primarios de la especie humana, que sean las masas las que primen; pues éstas son más permeables y dominables. Frente a ello Arendt concluye, «En realidad, la experiencia de los campos de concentración muestra que los seres humanos pueden ser transformados en especimenes del animal humano y que la naturaleza del hombre es solamente humana en tanto que abre al hombre la posibilidad de convertirse en algo altamente innatural, es decir, en un hombre»” (De “Hannah Arendt: Amor mundi”-Ediciones Escaparate-Santiago de Chile 2008).

1 comentario:

agente t dijo...

El actual globalismo también deja traslucir ese afán de convertir a los humanos “antiguos” o no modificados genéticamente renuentes a tal propósito, es decir, nosotros, en sobrantes y molestos, algo de lo que es mejor prescindir. Pero como eso no puede hacerse de un día para otro ni de un lustro para otro, en el mientras tanto de ese objetivo se potencia el tipo humano que se corresponde con la masa amorfa y fácilmente manipulable que puede dirigirse hacia su final sin suscitar resistencia de importancia.