El éxito del proceso educativo depende, posiblemente, entre un 70 al 90%, de la motivación, o interés, de alumnos y profesores, por los temas que se tratan. Por ello deben acentuarse, en toda sugerencia educativa, los aspectos profundos e interesantes de los distintos contenidos, en lugar de preocuparnos demasiado en metodologías y planificaciones. Éstas, muchas veces, sólo restringen la libertad del pensamiento y de la acción. Albert Einstein definía a la inteligencia como “la capacidad para formularse problemas”, priorizando el interés y la necesidad de conocimientos como base de todo aprendizaje.
El ambiente propicio para el desarrollo cultural de una sociedad ha de ser similar al ambiente propicio para el desarrollo de la ciencia. De ahí que poco se ganará a través de “leyes transformadoras de la educación”, mientras persista un generalizado desinterés por el conocimiento y por la ciencia. Las transformaciones educativas deben surgir desde los propios educadores, y no de los políticos, que muchas veces ven en la educación pública un medio para el simple adiestramiento laboral, o bien un medio para adoctrinar con ideologías poco compatibles con la realidad. Las auténticas revoluciones no son las de la violencia ni las de la demagogia, sino las de la inteligencia.
Los libros de historia de la ciencia, y los de divulgación científica, tienen gran importancia por cuanto despiertan el entusiasmo y la pasión por una rama determinada del conocimiento. Así, muchos médicos aseguran haber leído en su juventud al libro “Cazadores de microbios” de Paul de Kruif. También Einstein se sintió favorecido por tales libros, por lo que escribió: “Entre los 12 y 16 años me familiaricé con los rudimentos de la matemática al tiempo que con los principios básicos de los cálculos diferencial e integral. Tuve la inmensa fortuna de topar con libros no especialmente notables en cuanto a su rigor lógico, deficiencia que compensaban sobradamente al presentar los aspectos fundamentales del tema clara y sinópticamente…También tuve la suerte de empezar a conocer los resultados y métodos esenciales de las ciencias de la naturaleza en excelentes exposiciones popularizadoras que recogían casi exclusivamente los aspectos cualitativos…un trabajo que leí con atención expectante” (Citado en “El cerebro de Broca” de Carl Sagan-Grijalbo-Buenos Aires 1975).
El conocimiento debería brindarse y recibirse pensando en el bienestar que produce su tenencia, por lo que no resulta conveniente competir con los demás ni tampoco con uno mismo imponiéndose metas difíciles de alcanzar. El físico Richard Feynman cierta vez dijo: “A esta edad ya no podré realizar grandes cosas, por ello, desde ahora me divertiré con la física”. Posteriormente sus trabajos fueron reconocidos con el Premio Nobel de su especialidad. Albert Einstein escribió: “La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura en base a la utilidad inmediata matan el espíritu en que se basa toda vida cultural, incluido el conocimiento especializado. Es también vital para la educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente, desarrollo que corre graves riesgos si se le sobrecarga con muchas y variadas disciplinas. Este exceso conduce inevitablemente a la superficialidad” (De “Contribuciones a la ciencia”-Orbis-Buenos Aires 1986).
Los contenidos educativos, respecto de su cantidad, oscilan entre dos extremos: el enciclopédico y el especializado. Es atractiva la idea de impartir amplios y variados conocimientos, pero ello sólo es posible tan sólo en el caso de las ideas básicas. Para lograr este objetivo, la enseñanza debe estar dirigida a la “memoria natural” del alumno. También existe una “memoria artificial” (biblioteca, Internet, etc.), que complementará a la memoria natural. Alfred N. Whitehead sugería: “No enseñar demasiadas materias y, lo que se enseñe, enseñarlo a fondo” (De “Los fines de la educación”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1965). Por lo general, los científicos más destacados se acercan al ideal enciclopedista, antes que a la estricta especialización. Sheldon L. Glashow escribió: “Murray Gell-Mann sabe casi todo de casi todo” (ambos Premios Nobel de Física).
José Ortega y Gasset habla de la “barbarie del especialismo”, del que “sabe todo de nada”, como uno de los peligros de la excesiva especialización. El matemático Joseph L. Lagrange advertía al padre del futuro matemático Augustín Cauchy: “No le dejéis abrir un libro de Matemática hasta que tenga 17 años”. “Si no os apresuráis a dar a Augustín una sólida educación literaria, sus gustos le alejarán de ella, y será un gran matemático, pero no sabrá cómo escribir su propio idioma” (Citado en “Los grandes matemáticos” de E.T. Bell–Fondo de Cultura Económica-México 1970).
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1 comentario:
Lo cierto es que tiene poco sentido hacerse con una gran cantidad de conocimiento en diversas materias si más adelante se trata de especializarse en sólo una muy concreta. En la enseñanza media sería mejor junto al buen dominio del lenguaje y la matemática una menor cantidad de materia en el resto de asignaturas, pero desde una visión de la misma que comportara una mayor capacidad para entender su significado e importancia, algo que sí desarrolla la capacidad de razonar, interrelacionar y el espíritu crítico.
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