Quince años han bastado para que las generaciones argentinas que no sobrellevaron o que por obra de su corta edad sólo sobrellevaron de un modo vago el tedio y el horror de la dictadura, tengan ahora una imagen falsa de lo que fue aquella época. Nacido en 1899 puedo ofrecer a los lectores jóvenes un testimonio personal y preciso.
Dijo Croce: “No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas”. La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama “viveza criolla”.
El dictador traía a Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos. El 17 de octubre los almaceneros recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos.
Las masas gritaban “la vida por Perón”, decisión retórica que olvidaron como el propio Perón, en cierta mañana lluviosa de septiembre de 1955. Diríase que el triste destino de Buenos Aires –conste que soy porteño- es enmendar cada cien años un tirano cobarde del cual nos tienen que salvar las provincias.
(Del Diario Los Andes)
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1 comentario:
Para él los peronistas no eran ni buenos ni malos, eran incorregibles.
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