Por Jorge Fontevecchia
—Cuando se busca un nombre en Google, aparecen siempre personas relacionadas. En su caso son Javier Milei, Juan Bautista Alberdi y, paradójicamente, Alberto Fernández. ¿Hizo el experimento? ¿Cómo lo explica?
—Me llama poderosamente la atención este tercer nombre. No lo tenía registrado.
—Una definición suya que se tornó clásica es: “El liberalismo es el respeto irrestricto por el proyecto de vida de los otros”. ¿Es más filosófica, más política, que económica?
—La fabriqué en uno de mis primeros libros y tengo la satisfacción que algunos intelectuales que aprecio la repitieron. Da en el eje central o en la columna vertebral de la tradición liberal. La prueba de fuego es cuando no compartimos el proyecto de vida del vecino. Más aún; nos puede resultar repugnante, pero si no hay lesión de derechos, tenemos que respetar el proyecto de vida de otros. De lo contrario, se hace invivible si todos levantamos el dedo e imponemos o intentamos imponer nuestro proyecto. Es una buena definición para la cooperación social. Respeto viene de respectus: la idea de consideración. No quiere decir adherir: implica considerar o respetar.
—¿Cómo analiza la tendencia a la polarización en los medios, regida por los insultos y la intolerancia?
—No me gusta levantar la voz y los insultos; no son conducentes. Pero estoy atento a las argumentaciones. Quiero rendir un sentido homenaje a muchos periodistas independientes. Sé que usted está pensando que periodismo independiente es una redundancia bastante grosera. Pero en el mundo que vivimos vale el adjetivo. Lamentablemente hay muchos fantoches que adhieren incondicionalmente a los abusos del Leviatán. No tienen las características del periodismo: estar permanentemente atento a la protección de los derechos de la gente. Muchos periodistas, a pesar de que algunos de ellos vienen de tradiciones de pensamiento muy distintas a la liberal, hacen una faena extraordinaria para mostrar los abusos del poder y sus peligros para el bienestar de la gente, los más necesitados.
—En su libro “Fundamentos de análisis económico”, usted comienza con una cita de Jorge Luis Borges: “El más urgente de los problemas de nuestra época, ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer, es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo”. Y en “Otras inquisiciones”, donde está la frase es un texto de 1952, en pleno gobierno peronista. ¿Cómo era aquel peronismo comparado con el de hoy?
—En la tradición constitucional del liberalismo desde la Carta Magna inglesa de 1615 en adelante, la idea era y sigue siendo poner límites al poder. Sin embargo, hay un cambio, no solo en la Argentina, si observamos el nacionalismo y la xenofobia en Europa y los desatinos de las dos últimas administraciones en el baluarte del mundo libre, Estados Unidos. Uno de mis libros se llama Estados Unidos contra Estados Unidos, publicado originalmente por el Fondo de Cultura Económica. Allí señalo ese declive fenomenal respecto de los padres fundadores. La idea era poner límites al poder. Las reformas constitucionales en gran medida pretenden cartas blancas al poder para que los megalómanos de turno hagan lo que quieran con la vida y la hacienda ajena. Un ejemplo digno de Woody Allen es lo que ocurrió en la época de Rafael Correa en Ecuador con la Asamblea Constituyente. Sugirieron incluir un artículo que garantice el derecho al orgasmo de las mujeres. No prosperó, pero lo sugirieron. Lo mismo digo para la Constitución de Brasil, no ésta, son tres anteriores: tenía un inciso que establecía cuál debería ser la tasa de interés en términos reales.
—Mario Vargas Llosa y otros pensadores liberales y conservadores sostienen que hay que dar una batalla cultural contra la superioridad moral de las izquierdas. ¿La izquierda se quedó históricamente con la moral y la derecha con la eficacia?
—En este asunto semántico hay gustos para todos. No me gusta esto de hablar de izquierda, derecha, arriba, abajo, al costado o al frente. Son términos confusos. La expresión “derecha” me suena conservadora y fascista. Conservador en el peor sentido de la expresión, no como el que quiere conservar la vida, la libertad y la propiedad. Conservador como quien no puede salir de las telarañas mentales del statu quo y concebir algo nuevo. Si hubiéramos seguido así, nuestros ancestros no hubieran pasado del garrote y nunca hubiéramos aceptado el arco y la flecha porque era algo novedoso y nadie lo había aplicado antes. Las izquierdas en alguna medida traicionaron. En la Revolución Francesa los que se sentaban a la izquierda del rey, lo hacían para mostrar su oposición al poder. Pero con el transcurso del tiempo, las izquierdas adhirieron a las botas, al uso del monopolio de la fuerza para dirigir los rincones más preciados de la vida del ser humano. En la Argentina y en otras partes estamos todavía con el tema de los controles de precios. Hace 4 mil años, de la época de Hammurabi, ya fracasó. Todavía los ensayamos como si fuera una cosa nueva. Hay debates muy interesantes en otras direcciones a los que no les podemos prestar atención porque estamos como absorbidos por la misma calesita y repetición de errores.
—¿Cómo definiría entonces al pensamiento liberal?
—Una pregunta muy interesante. Entiendo ideología en el sentido más generalizado de la expresión, no en el sentido inocente del diccionario sobre conjunto de ideas, ni siquiera en el sentido marxista de “falsa conciencia de clase”, sino como algo cerrado a lo que es imposible de penetrar. Debajo de mi computadora, tengo un letrero muy grande que es el lema de la Royal Society de Londres que dice nullius in verba, esto es “no hay palabras finales”. No es un puerto, es una navegación. Es lo gratificante y estimulante del proceso de aprendizaje. Una vez más, cabe volver a Popper, reducir la ignorancia fenomenal en este mar de ignorancia para tratar de pescar pequeños trozos o de tierra fértil en qué apoyarnos.
—En esta misma serie de reportajes, el intelectual europeo Loris Zanatta dijo que gran parte del populismo latinoamericano se sostiene en las ideas jesuíticas que representa el papa Francisco. Y, un poco en broma, otro de los entrevistados de esta misma serie de reportajes, Gianni Vattimo, el filósofo italiano, señaló que de existir hoy una internacional comunista vigente la debería liderar el papa Francisco. ¿Cuál es el vínculo entre el catolicismo y antiliberalismo en Sudamérica?
—Muy jugosa esa pregunta. Soy amigo de Loris Zanatta y le tengo un gran aprecio. Desde que asumió el papa Francisco hay un permanente ataque al concepto de la propiedad. En Evangelii Gaudium habla de “un sabio de la Antigüedad” y se refiere a San Juan Crisóstomo, quien decía que a los necesitados, a los pobres, hay que entregarle los recursos porque no nos pertenecen, les pertenecen a ellos. San Juan Crisóstomo fue un rabioso antisemita. Decía que las sinagogas eran el domicilio del demonio y que no habría que perdonarlos. Francisco dice que el mercado mata sin percatarse que en el Vaticano cotidianamente están en el proceso de mercado para comprar todo lo que necesita. Subrayo, el mercado es un proceso, no un lugar ni una cosa. Todos somos el mercado. El Papa dice que el dinero es el estiércol del diablo, sin percatarse que existe el Banco del Vaticano. Hay una serie de contradicciones con su redistribucionismo, por supuesto de otros. Lamentablemente no presta atención a los Mandamientos de no robar y ni codiciar los bienes ajenos. Descuento que el Papa tiene la mejor de las intenciones. Pero lo que importa son los resultados. Hace un gran daño con sus consejos. Acaba de publicar un tuit diciendo que las empresas alimenticias deben abstenerse de hacer ciertas cosas porque la gente se muere de hambre, sin percatarse que la forma de ayudar a la gente es liberar la energía creativa para una mayor producción. El Papa con toda razón se preocupa por los náufragos y quienes salen desesperados de distintos países, pero no hace zoom en que en los países donde la gente huye son esos que siguen la receta de sus consejos.
—En un artículo suyo reciente, en este caso de “El País” de Uruguay, usted rescata la performance electoral de Javier Milei de la siguiente manera: “Más allá del recuento de los votos, lo relevante es no solo haber pasado el mensaje vigoroso y sin concesiones en el terreno político, sumamente debilitado en el plano político desde hacía décadas y décadas. Un campo absorbido por el estatismo de diversos colores en el interregno liderado por los meritorios esfuerzos de Álvaro Alsogaray, sino por haber sido responsable de haber corrido el eje del debate en un mundillo de la política y modificarlo”. ¿Cómo compararía las figuras de Álvaro Alsogaray y Javier Milei?
—Le agradezco esa referencia. Milei puso sobre el tapete un discurso y un lenguaje que hacía tiempo no se escuchaba. Por Alsogaray tuve gran respeto y consideración. Recuerdo que después de una sesión en la Academia Nacional de Ciencias Económicas tuvimos una conversación larga, la última que tuve con él. Fue muy afectuoso. Hizo de punta de lanza para estas ideas en el medio argentino. Las comparaciones no son simpáticas ni pertinentes. Son dos épocas distintas. En el lenguaje de hoy, en temas monetarios, fiscales, laborales, de comercio exterior, institucionales, incluso de aspectos fundamentales como el homicidio en el seno materno mal llamado aborto, el tratamiento de Javier Milei es de una profundidad mucho mayor. En ese artículo hablo de una reunión que tuvimos con Javier Milei en la Universidad de Belgrano. Uno de mis hijos que estaba me comentó que estaba impresionado por lo que escuchaba del debate en el baño de los chicos respecto de Friedrich Hayek o Ludwig von Mises. El aula magna estaba llena, había aulas paralelas con pantallas; pero más que el grosor de la audiencia, me llamó mucho la atención el contenido de las preguntas porque revelaban que atrás había mucha biblioteca.
—Usted mencionaba el agradecimiento de los liberales a Milei, pero dijo: “Pero no estoy para nada de acuerdo con alguno de sus modos. Creo que nunca se justifica. Pueden denunciarse con énfasis maniobras y zancadillas y refutarse con vigor argumentos estatistas, pero no recurrir al lenguaje soez, puesto que estamos hablando de una batalla cultural. Y una manifestación cultural comienza por los modales”. ¿Ese estilo de Milei también le suma adherentes?
—Creo que no, pero es una conjetura. El eje central de la batalla cultural es transmitir valores de respeto recíproco. Por tanto, no es apropiado el uso de improperios. Esto no es para cargar tintas con Javier Milei. Como es de público conocimiento, el insulto está bastante generalizado, lamentablemente. No uso improperios públicamente, no porque no tenga imaginación; de hecho, muchas veces se me ocurren cosas muy creativas en esa línea. No lo hago porque no quiero contribuir a que nuestro medio se convierta en una cloaca. Si todos utilizamos el lenguaje soez, no tenemos argumentos para hablar de batalla cultural. Hay que subir la vara y una forma son los modales. Desde luego que lo importante es el contenido y no las formas, pero las formas hacen al fondo. Es algo que comenté con Javier publica y privadamente.
—¿Si la ex Unión Soviética hubiera tenido computadoras como las del futuro, un sistema de economía planificada hubiera podido tener el mismo nivel de eficiencia en la información que brinda el mercado como sistema de comunicación?
—Dividiría ese interrogante en dos capítulos. El primero elaborado por Thomas Sowell, un economista, profesor en Stanford, que acaba de cumplir 90 años. Dice que el tema no es que las computadoras tengan mayor memoria o mejor tecnología. El tema es que antes de actuar no está disponible la información. Solo la información se revela ex post y, al revelarse ex post, si se hace en libertad, hay esta información que decíamos antes a través del sistema de precios. Hay un periodista estadounidense de Fox News, que dice que imaginemos un trozo de carne envuelto en celofán en una góndola en un supermercado. Ahora, los invito a que cerremos los ojos y vamos en regresión para atrás. Nos imaginamos el agrimensor que está haciendo cálculos en los distintos espacios y terrenos, los alambrados, los postes. Tengamos en cuenta que solo los postes a veces tardan 10, 20 y 30 años entre la siembra y la tala. Imaginemos las cartas de crédito en los transportes, las empresas para hacer esos transportes. Luego nos imaginemos los tractores, los pesticidas, las cosechadoras, los caballos, las riendas, las monturas, los peones, el ganado.
Cientos de miles de personas cada uno ex post ocupándose de su misión específica sin entender ni saber qué está ocurriendo en otros lados y a través del sistema de precios aparece el trozo de carne en la góndola envuelto en celofán en el supermercado. Llegan los dictadorzuelos de nuestra época y dicen que no se puede dejar a la anarquía del mercado. Tenemos que controlar, y en lugar de información dispersa y fraccionada a través del sistema de precios, concentran ignorancia. No hay carne, celofán, no hay góndola y eventualmente no hay supermercado, como en el caso venezolano. No es un tema de tecnología. Además, hablamos de memoria de la computadora, está mal dicho.
La computadora no tiene memoria. La memoria es un atributo del ser humano. Nuestros abuelos o bi-sabuelos, según la edad que tengamos, hacían un nudo en el pañuelo para recordar algo. Nadie en su sano juicio hablará de la memoria fenomenal del pañuelo. El ser humano es quien computa, la computadora no. Son impulsos eléctricos consecuencia de un programa. El segundo capítulo vuelve a Mises. En el año 1920, Mises demostró la imposibilidad del socialismo desde el punto de vista económico. Cuando se elimina la propiedad, los precios, que son una manifestación de transacciones de propiedad, no se sabe literalmente si conviene construir los caminos con asfalto o con oro. Si dijera que con oro es un derroche, es porque recordó los precios relativos antes de eliminar la propiedad.
Pero eliminada la propiedad, no hay forma de asignar recursos, de economizar. Entonces importa un bledo la tecnología, que ha hecho, sigue haciendo y hará mucho más maravillas. Como decía Sowell, no está disponible la información, de manera que no importa la tecnología, ni la velocidad, ni la mal llamada memoria. Entonces, sin necesidad de llegar al extremo de lo que aconsejaban Carl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto Comunista que toda su filosofía “puede resumirse en un punto; la abolición de la propiedad privada”. Sin llegar a eso, en la medida en que se afecten los precios, se está afectando la propiedad, se están afectando esos indicadores, ese sistema de comunicación y de conocimiento fraccionado y disperso, y por lo tanto, en la medida de la intervención se despilfarra capital. Y el capital es el único, subrayo, el único elemento que permite aumentos de ingresos y salarios en términos reales. Esto es entonces un atentado abierto, potente, al bienestar de la gente, especialmente de los más vulnerables.
—¿Se podría decir que en el socialismo hay una forma de ingeniería social?
—La condición humana nos permite comprender que no somos solo kilos de protoplasma, psique o mente. Un libro me llamó poderosamente la atención, otra vez de Karl Popper en coautoría con John Eccles, premio Nobel en Neurofisiología. Lleva el título muy ilustrativo que es El yo y su cerebro, para mostrar que una cosa es el cerebro y otra cosa el yo, la mente, los estados de conciencia o la psique. Y hoy hay un avance muy grande de lo que podríamos llamar materialismo filosófico, que Popper bautizó como determinismo físico. Si somos kilos de protoplasma; por lo tanto, no habría posibilidad de revisar nuestras ideas, no había posibilidad de distinguir entre proposiciones falsas y verdaderas, no habría ideas autogeneradas, no tendría sentido, la palabra moral, responsabilidad individual y menos, la libertad. No quiero hacer cosas ad hominem. Pero voy a hacer una excepción y mencionar a Eugenio Zaffaroni, el ex miembro de la Corte Suprema. Lamentablemente, creo yo, tuvo mucho peso en la Universidad de Buenos Aires en la rama del derecho penal. Es partidario del determinismo, del materialismo filosófico. Por eso dice, con razón porque es un silogismo acertado, decir que no hay que detener a los delincuentes porque no son responsables de sus actos. Ahora, el problema es la premisa.
La premisa está mal. Por eso recomiendo muy enfáticamente El yo y su cerebro del que ya hablé, y varios otros libros en la misma línea de dos autores y de muchos otros que dan la explicación que el centro de la condición humana es el libre albedrío. Y donde hay determinismo físico, hay materialismo filosófico, no hay libre albedrío y se anuló la condición humana, la más preciada de todos los seres conocidos, subrayo conocido porque no sabemos de extraterrestres. Tenemos esa bendición y esa capacidad de elegir y de preferir. Hayek sostiene que la libertad en el contexto de las relaciones sociales se refiere sola y exclusivamente a la ausencia de coacción de otros hombres. No tiene sentido la extrapolación a la física y la biología al decir “yo no soy libre de bajarme de un avión en pleno vuelo” o “no soy libre de ingerir arsénico sin sufrir las consecuencias”. No tiene que ver con la libertad en las relaciones sociales, que es la ausencia de coacción de otros hombres.
—¿Qué diferencia hay entre la libertad positiva y la negativa?
—La libertad negativa es a la que quiero suscribir, porque la mal llamada libertad positiva es en realidad la oportunidad. Todos venimos de las cuevas y de las miserias más espantosas. La forma de pasar de una situación de mayor pobreza a menor, es otra vez el respeto recíproco y el clima de libertad. Nuestros ancestros no tenían la oportunidad de hacer una serie de cosas que nosotros podemos hacer. Pero no quiere decir que ellos eran esclavos y nosotros libres, porque deberíamos concebir que solo es libre el multimillonario, que incluso no es del todo libre porque no puede comprar la luna. Eso es un disparate. Me parece terminológicamente que Murray Rothbard en La ética de la libertad, muy bien traducido al castellano dicho sea de paso, tiene esta elaboración sobre la llamada libertad positiva.
—¿Es reducible la economía exclusivamente a la mera maximización u optimización del cálculo matemático utilitarista?
—El sentido de las palabras puede confundir. Cuando se habla de utilitarismo hay cierto tufillo a lo material. Y las cosas más importantes de la vida no están vinculadas a cuestiones matematizables ni materiales; son fruto de satisfacciones espirituales. Esto va completamente a contramano de la visión neoclásica y también marxista. Si uno ve ese tratado de economía fenomenal, La Acción Humana abarca todos los aspectos. Otra vez: la cuestión praxeológica, que no es la parte cataláctica de lo referido a unidades monetarias. Tal vez lo más importante del ser humano no está referido a unidades, a unidades monetarias. Hay algunos colegas que al abusar del instrumento matemático desvían la audiencia de lo que queremos decir de la cooperación social, la división de trabajo y el fin de la vida, que es la felicidad y poder actualizar las propias potencialidades en busca del bien.
—Gottfried Leibniz decía que una cosa es calcular y otra cosa es ponderar: la primera es sobre iguales; la segunda es sobre diferentes. ¿Fue el error que cometió Macri con su célebres planillas de Excel?
—Me parece muy acertada la división entre calcular y ponderar. Hay una diferencia de naturaleza filosófica. Respecto del gobierno anterior, se decía que era gradualista. Desde mi perspectiva no fue gradualista, fue en la dirección equivocada. Ese bailecito pornográfico con la banda presidencial en la Casa Rosada me parece absolutamente antitético con el sistema republicano. También su intención de nombrar a dos ministros de la Corte por decreto, otorgar planes sociales a piqueteros; el aumento del gasto y de los impuestos. Debe tomarse en cuenta la inflación monetaria que terminó en un 50%. Ahora estamos en un guarismo parecido, aunque subrayo, pongo en bastardilla y en letra grande: ese 50% es una inflación reprimida. Cuando se destape la olla y termine con el control en las tarifas y en los precios, la inflación será muchísimo mayor. Como sucede con el Papa. Las intenciones de Macri quizás fueron las mejores, pero lamentablemente su gestión fue deplorable.
—¿Javier Milei escucha su crítica acerca de las formas?
—Recuerdo como si fuera hoy, cuando me invitó a almorzar por primera vez a La Biela en Buenos Aires. Le hice ese comentario, a pesar de que no estaba tan difundida su persona y sus ideas en aquel momento. Me contestó que tenía razón y que lo mismo le decía Ricardo López Murphy. Varias veces hablamos nuevamente del tema y, como digo en este artículo que usted citó de El País, creo que la indignación respecto de zancadillas y respecto a encerronas y trampas y la necesidad de ser muy enérgico para combatir el estatismo, no justifica para nada la introducción de esos modales. Pero subrayo el aprecio y el deseo que pueda tener éxito.
—Usted dijo: “La palabra tolerancia no me agrada mucho porque los derechos se respetan”. ¿Cuál es el rol de la sociedad y del Gobierno para hacer respetar esos derechos?
—La palabra “tolerancia” siempre me pareció que tiene cierto tufillo inquisitorial. Como si nos colocáramos en un nivel más alto y miramos para abajo a gente equivocada. Usted es un estudioso de Karl Popper, quien dice que el conocimiento tiene la característica de su provisionalidad sujeta a refutaciones. Debemos estar en la punta de la silla abiertos a refutaciones. Cuando hay una refutación, hay un salto cuántico, una mejora en el conocimiento. Tuve un intercambio epistolar muy corto con Popper. Cuando era rector de Eseade, lo invité a una colación de grado. No pudo asistir porque tenía un problema de salud. Le discutí algo en lo que sigo sin estar de acuerdo con él. Tal vez sea lo único. Popper dice que hay que ser tolerante con todos, menos con los intolerantes. Hago una salvedad en esto. Es un efecto bumerán muy peligroso no ser tolerante con los intolerantes.
En un país civilizado, debe haber una Constitución, un Código Civil, un Código Penal. Se proscribe el asesinato, la violación, el robo. Platón, por ejemplo, en la República adhería, sostenía, estimulaba, propugnaba, el comunismo. Mi pregunta es: ¿dónde habría que prohibir esto? ¿En el aula? ¿En la plaza pública? ¿Cuando se introduce total o parcialmente en una plataforma política? No hay forma de hacerlo. La única defensa que tenemos es la batalla de las ideas. Es la argumentación. La mayor parte de la gente, y los que tenemos experiencia en la cátedra lo confirmamos, la mayor parte de la gente es hospitalaria a nuevas ideas, pero necesita que se le argumente. Cuando tenemos la oportunidad de estar frente a alumnos y alumnas un semestre o un año, vemos el efecto notable que se produce, sobre todo cuando en las clases en que se interactúa, se pide, se reclama, casi se mendiga, a los alumnos que interrumpan y que discutan. Es la forma de aclarar temas. El primer día de clases digo: “si algo no resulta claro, interrúmpanme. Si no están de acuerdo, discutan. Si ustedes creen que lo que estoy diciendo es claro y están de acuerdo, hagan de abogado del diablo, porque ese ejercicio ayuda a clarificar”. Muchas veces, prima facie, puede aparecer algo como claro. Pero cuando empieza el debate hay que pulir determinados ángulos.
—Usted es tolerante incluso con los intolerantes.
—Sí, haciendo la salvedad del Código Civil y Penal. Por más que sean ideas repugnantes como las nazis o comunistas, repugnantes desde mi perspectiva, porque ponen en peligro las autonomías individuales y los derechos de las personas, hay que refutarlas con ideas. Que no se acepte intelectualmente una cosa es algo, pero que no se acepte por la fuerza es muy diferente.
—Hay un libro muy reciente que es también muy exitoso de un historiador, Pablo Stefanoni, cuyo título es "¿Por qué la rebeldía se tornó de derecha?". Más allá de sus previsiones sobre taxonomías políticas, ¿se da ese fenómeno vinculado a Javier Milei? ¿La derecha está de moda?
—Ocurre esto en Argentina. Hay muchas Fundaciones en Tucumán, Santa Fe, Mendoza, Córdoba, en Corrientes, en Buenos Aires, que trabajan denodadamente. Tienen clubes de lectura, estimulan seminarios. Hay tesis doctorales de jóvenes brillantes. Empuja el eje del debate y las agendas. Hace que el discurso político se torne más hospitalario hacia el liberalismo. No necesito decir que no es ni remotamente suficiente para lo que hoy ocurre en la Argentina. También existen fundamentos en otros lugares como Estados Unidos, por ejemplo. Tienen financiamiento privado y generan una producción de libros muy continua. Pero tenemos este problema de la declinación en Estados Unidos, lo del Papa peronista, lo de la xenofobia y el nacionalismo en Europa, para no decir nada de lo que ocurre en algunos países latinoamericanos, especialmente Cuba, Nicaragua, Venezuela, con este personaje que habla con los pajaritos en el Orinoco. A uno le puede hacer gracia, pero los pobres venezolanos viven en una situación donde no hay medicamentos ni alimentos. Tal vez es una exageración decir que se puso de moda el liberalismo.
Pero quizás una anécdota puede graficar la situación. El primer artículo que escribí fue a los 18 años en la revista Programa del Movimiento Universitario de Centro de la Universidad de Buenos Aires, y 10 años después, en 1968, cuando llegué de mi beca en Estados Unidos, ocupé una cátedra. El entonces presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires me designó asesor económico de esa institución y me invitó a dar un curso nada menos que en el recinto principal de la Bolsa. Mi mujer fue, estaba orgullosa. Cuando empezaron las primeras parrafadas mías sobre la necesidad de privatizar, la gente se levantaba. Se referían a mi madre en forma muy poco cortés y con epítetos increíbles. Mi mujer se asustó. La palabra liberal era un improperio. Ahora eso cambió, no lo suficiente. Tenemos que seguir haciendo esfuerzos. Los liberales debemos hacernos permanente autocrítica. Si una persona honesta intelectualmente, bien inspirada, no acepta el ideario liberal, el problema está en nosotros. Afirmar por qué diablos la gente no entiende lo que digo, es mucho mejor que preguntarme por qué soy tan inepto para pasar el mensaje y pulirlo y preparar mejor una próxima conferencia, entrevista o clase y mejorar el mensaje.
—Milei coloca en agenda dos términos que utiliza Von Mises en “La Acción Humana”, que resultan para el gran público crípticos. Uno es “praxeología”, la ciencia que estudia la manera de resolver problemas de manera práctica, y otra es “cataléptico” o catalepsia del orden espontáneo que se produce en la acción humana. ¿Podría usted explicarlas a los legos?
—Mi padre invitó en 1959 a Ludwing Von Mises a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Gracias a la hospitalidad del entonces decano William Chapman, dio seis conferencias en esa aula magna. Tuve el privilegio que la Unión Editorial de Madrid me pidiera el prólogo para esas seis conferencias. Varios años después, tuve también el privilegio de asistir al último período lectivo de clases en la Universidad de New York de Mises. Mises publicó en el año 1949 La Acción Humana. Como dijo este Premio Nobel en Economía, la economía es contraintuitiva. Lo primero que nos imaginamos está mal. Tenemos que tomar aliento, retirarnos, mirar el largo plazo, profundizar en los argumentos para darnos cuenta. Así, Mises tiene esas dos palabras, praxeología y cataláctica. Praxeología como la teoría de la acción humana. Abarca todos nuestros aspectos, dado que elegimos, preferimos y optamos. Esa es la acción humana, fuera de los actos reflejos. A partir de ahí, Mises elabora y luego circunscribe su análisis en eso que ha dado en llamar cataláctica, la parte de nuestras acciones que se transmiten, traducen o expresan en precios monetarios. Hay una diferencia de naturaleza entre la cataláctica y la praxeología. Son dos procesos paralelos. Si se quiere ilustrar con un pizarrón, son dos círculos concéntricos.
El círculo de radio más reducido es la cataláctica y el más amplio es la praxeología. Todo es acción humana. Una parte se traduce en precios. Uno de los aspectos medulares de la praxeología y en la cataláctica, y es una idea que está muy combatida actualmente, es la especulación. Pues todos somos especuladores. Ahora especulo con que me salga bien este reportaje. Cuando nos acostamos a la noche, si no somos suicidas, especulamos con que amaneceremos con vida. La Madre Teresa especulaba con que sus leprosos estén bajo su cuidado y en mejores condiciones. La madre que cuida al hijo está especulando con su salud. El que vende caramelos especula con obtener una ganancia. No hay acción humana sin especulación.
—Usted mencionó a Mises y después a Hayek. Algunos seguidores de Mises llegaron a acusar a Hayek de socialdemócrata y hasta de socialista. ¿Podría describir las diferencias entre ambos?
—Diría que hay tres Hayek. El primero es del Constitution Of Liberty, Los fundamentos de la libertad. Allí hay dos partes. Una muy ponderada y otra muy criticada por Mises. En esta segunda parte, el primer Hayek dice que el dinero, la moneda, es algo que el gobierno no puede renunciar a administrar. El segundo Hayek, el del libro que bien traducido al castellano es La privatización del dinero, donde muestra junto con Milton Friedman que la banca central por más que sean los más probos del universo y muy eficientes en su profesión, están embretados en uno de tres caminos: a qué tasa expandir, a qué tasa contraer o dejar igual la masa monetaria. Cualquiera de las tres variantes afectará los precios relativos, que son los únicos indicadores del mercado para operar. De modo que alterar las señales está mal asignando recursos, despilfarrando capital, con la consecuente baja de salarios e ingresos en términos reales. Para ponerlo en una forma un poco pedestre, la banca central no puede dejar de meter la pata. Cualquier cosa que haga se equivocará, aunque sea independiente de normas o de disposiciones de la Presidencia o del Parlamento o del secretario del Tesoro. Si alguien intenta poner un contrafáctico, y dice: “supongamos que el Banco Central tiene la bola de cristal y hace lo mismo que hubiera hecho la gente. ¿Qué me diría usted?”. La respuesta es doble.
Primero, si va a hacer lo mismo que hubiera hecho la gente, ¿para qué diablos se metió? Segundo, la única forma de saber qué hubiera hecho la gente es dejarla actuar. Como dice Hayek, se produce un fetichismo fenomenal con esto de la autoridad monetaria y mucho más, una sandez diría yo, el atar la soberanía al billete. Es lo mismo que hablar de la soberanía de la zanahoria. Es un chiste de mal gusto. Dice Hayek que tardamos 200 años en darnos cuenta del error y horror de atar la religión al poder político. No esperemos otros 200 años para darnos cuenta del error y horror de atar el dinero al aparato estatal.
(De www.perfil.com)
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1 comentario:
Juan Crisóstomo está en los inicios de una concepción igualitarista de la sociedad donde la solidaridad no nace de un sentimiento noble de ayuda al necesitado visto como otro humano que está en dificultades, sino que se convierte en una obligación que se inculca desde la infancia por medio de la familia y la predicación. Más que en una mejora personal, conmovedora y auténtica, apuesta por una colectivización forzada de la riqueza. No es nada de extrañar que entrara en conflicto con las autoridades civiles de su época.
Por otra parte, cabe observar que este doctor de la Iglesia también está en el origen del antisemitismo cristiano, probablemente no por casualidad.
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