Por Thorsten Polleit
La diferencia básica entre globalismo y globalización económica: Uno es lo opuesto del otro
Defender lo segundo no implica defender lo primero
Con el ascenso del populismo en los países desarrollados, la globalización económica cayó en descrédito. Cada vez más personas están rechazando la globalización con el argumento de que ella no solo es injusta sino también representa la fuente de los males –siendo inclusive la fuente de crisis económicas e inmigraciones en masa-.
Este tipo de condena ampliamente generalizada de la globalización, sin embargo, presenta dos graves errores: Ella no solo es empíricamente errada –la globalización económica comprobadamente aumentó el estándar de vida de la población mundial– sino, igualmente es teóricamente errada.
Existe el globalismo y existe la globalización. El globalismo es un concepto político. La globalización es un concepto económico.
Globalización económica
La globalización económica significa “división del trabajo a nivel mundial”.
La población de cada país se especializa en aquello en que es buena, adquiriendo así una ventaja comparativa en relación a las otras: hago aquello en lo que soy mejor que los otros y les vendo; y compro de los otros aquello que ellos hacen mejor que yo. Todas esas transacciones económicas deben ser hechas lo más libremente posible, sin la intervención de gobiernos en forma de tarifas proteccionistas y demás barreras arancelarias.
La consecuencia de esta disposición fue, es y siempre será un aumento en el nivel de vida de todos los involucrados.
Hoy en día, ningún país es capaz de vivir en autarquía, produciendo absolutamente todo lo que la población necesita para vivir decentemente. En el caso de que un país intentase realmente producir todo lo que consume, eso no solo sería un monumental desperdicio de recursos escasos, sino también elevaría los costos de producción y, consecuentemente, precios exorbitantes, afectando drásticamente el estándar de vida de la población.
Piense en una simple camisa. Fabricada en Malasia utilizando máquinas hechas en Alemania, algodón proveniente de la India, forros de cuello de Brasil, y tejido de Portugal, en seguida siendo vendida al por menor en Sidney, en Montreal y en varias ciudades de los países en desarrollo (al menos en aquellos que son más abiertos al comercio exterior), la camisa popular de actualidad es el producto de esfuerzos de diversas personas alrededor del mundo. Y, sorprendentemente, el costo de una camisa popular es equivalente a los rendimientos de apenas unas pocas horas de trabajo de un ciudadano común del mundo industrializado.
Obviamente, lo que es verdadero para una camisa vale también para incontables productos disponibles a la venta en los países capitalistas modernos.
¿Cómo es posible que, actualmente, un trabajador común sea capaz de adquirir fácilmente una amplia variedad de bienes y servicios, cuya producción requiere los esfuerzos coordinadores de millones de trabajadores? La respuesta es que cada uno de esos trabajadores hace parte de un mercado tan vasto y amplio, con lo que hace que sea ventajoso para muchos emprendedores e inversores alrededor del mundo organizar operaciones de producción altamente especializadas, las cuales son rentables solamente porque el mercado para sus productos es de escala global.
Esta especialización tanto de trabajo como de producción, a lo largo de diferentes sectores industriales en todo el mundo, es exactamente el fenómeno de la globalización económica.
(Recientemente un hombre decidió fabricar, desde cero, un simple sándwich. Él plantó el trigo para hacer el pan, sacó la sal del agua de mar, ordeño una vaca para hacer el queso y la mantequilla, mató un pollo para retirar el filete de pollo, cultivo sus propios pepinillos y tuvo que extraer la miel de un panal. Seis meses y $1500 dólares después, el sándwich estaba listo. Y, a juzgar por su propia reacción, la calidad del producto final fue mediocre).
El hecho es que, hoy en día, ningún país produce solo para satisfacer su propia necesidad, sino también para cumplir a productores y consumidores de otros países. Y cada país se especializa en aquello que sabe hacer mejor.
La globalización económica, con el libre comercio siendo su componente natural, aumenta la productividad de todos los involucrados. Y, consecuentemente, aumenta también el estándar de vida de todos. Sin la globalización económica, la pobreza en este planeta no habría sido reducida con la intensidad en que fue en las últimas décadas.
Por último, vale resaltar que todos y cualquier individuo es, en sí mismo, un defensor arduo de la globalización económica, aunque él no lo sepa. Las personas se despiertan temprano y van a trabajar solamente para ganar dinero y, con eso, poder consumir lo que quieren. Las personas trabajan y producen para poder consumir productos buenos y baratos, independientemente de su procedencia. Pueden ser de cualquier parte del mundo; lo que interesa es que sean buenos y baratos. Eso es la globalización económica.
Globalismo
Desde el inicio, es fácil ver que el globalismo –que también puede ser llamado globalización política– no tiene absolutamente nada que ver con la globalización económica.
Globalización económica significa libre comercio y libre mercado. Se trata de un arreglo que no solo no necesita de la intervención de los gobiernos y burócratas, funciona mucho mejor sin ellos. Yendo más lejos, se trata de un arreglo que surge naturalmente cuando no hay políticos y burócratas imponiendo obstáculos a las transacciones humanas.
El globalismo es exactamente lo contrario: Se trata de un arreglo que solo existe por causa de políticos y burócratas. Sería impensable realizar el globalismo si no hubiese políticos y burócratas.
El globalismo es una política internacionalista, implantada por burócratas, que ven el mundo entero como una esfera propicia para su influencia política. El objetivo del globalismo es determinar, dirigir y controlar todas las relaciones entre los ciudadanos de varios continentes por medio de intervenciones y decretos autoritarios.
Ese es el argumento central del globalismo: Lidiar con los problemas cada vez más complejos de este mundo –que van desde crisis económicas hasta la protección del ambiente– requiere un proceso centralizado de toma de decisiones, a nivel mundial. Consecuentemente, las leyes sociales, laborales y reglamentaciones económicas deben ser “armonizadas” alrededor del mundo por un cuerpo burocrático supranacional, con la imposición de legislaciones sociales uniformes y políticas específicas para cada sector de la económica de cada país.
El Estado –Nación– en la condición de representante soberano del pueblo, se tornó obsoleto y debe ser sustituido por un poder político transnacional, globalmente activo e inmune a los deseos del pueblo.
Obviamente, la filosofía detrás de esa mentalidad es puramente socialista-colectivista.
Representa también el pilar de la Unión Europea (UE). En última instancia, el objetivo de la UE es crear un súper-Estado europeo, en el cual las naciones-Estado de Europa se irían disolviendo como cubos de azúcar en una cuchara caliente de té. Fue principalmente de eso que los británicos querían huir.
Al menos para el futuro próximo, este sueño burocrático llegó a su fin. El deseo de imponer una uniformidad se hundió en medio de una dura y difícil realidad política y económica. La UE está pasando por cambios radicales –culminando con una decisión de los británicos de salir de ella– y puede incluso entrar en colapso dependiendo de los resultados electorales en algunos importantes países europeos (Francia, Holanda, Alemania y posiblemente Italia).
Con Donald Trump en la presidencia americana no hay ningún apoyo intelectual de los EUA al proyecto de unificación europea. El cambio de poder y de dirección en Washington disminuyó el poder de influencia de los globalistas –lo que permite alguna esperanza de que una futura política exterior americana sea menos agresiva en términos militares. Trump –al contrario de sus predecesores– al menos no parece querer imponer un nuevo orden mundial. (Escrito en 2017)
Por otro lado, los defensores de la globalización económica tienen motivos para estar preocupados. El gobierno de Trump viene amenazando con medidas proteccionistas -mayormente en la forma de tarifas de importación– para supuestamente estimular el empleo y la producción en los EUA, igualmente con toda la teoría y realidad económica demostrando que el efecto será el opuesto.
Tamaña interferencia en la globalización económica, lo que representaría un retroceso en el tiempo, no solo sería un ataque a la prosperidad, sino también puede degenerar en conflictos políticos, reencarnando antiguas riñas y contiendas. No es necesario ser así.
Para atacar e incluso aniquilar el globalismo no es necesario atacar y hacer retroceder la globalización económica.
La globalización es Steve Jobs, Jeff Bezos y Michael Dell; el globalismo es George Soros, el CFR, la Comisión Trilateral, los Rockefeller, los Rothschilds y la ONU.
Conclusión
Al paso que el globalismo representa el autoritarismo y la centralización del poder político en escala mundial, la globalización económica –que no es más que la división del trabajo y el libre comercio– representa la descentralización y la libertad, promoviendo una productiva y, aún más importante, pacifica cooperación más allá de las fronteras.
La restricción a la globalización económica –es decir, el proteccionismo– no es más que el miedo de los incapaces ante la inteligencia y las habilidades ajenas. Tal postura, además de moralmente condenable, por ser cobarde, es también extremadamente peligrosa. Como ya advertía Bastiat, si, en vez de permitirnos los beneficios de la libre competencia y del libre comercio, comenzamos a actuar incisivamente para impedir el progreso de otras naciones, no deberíamos sorprendernos cuando buena parte de esa inteligencia y habilidades que combatimos por medio de tarifas y restricciones de importaciones acabe volviéndose contra nosotros en el futuro, produciendo armas para guerras en vez de más y mejores bienes de consumo que ellos quieren y pueden producir, los cuales nosotros queremos voluntariamente consumir.
Como también dijo Bastiat, cuando los bienes dejan de cruzar las fronteras, los ejércitos lo hacen.
Por eso es de extrema importancia salvaguardar la globalización económica.
(De www.mises.org.es)
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2 comentarios:
Me parece una verdadera utopía defender que una globalización económica, por muy racional que sea desde un punto de vista teórico, sería beneficiosa para todos o ni siquiera para la mayoría.
¿Cuál fuera el resultado si realmente quedaran libres y sin interferencia a nivel global –en todo el mundo- las fuerzas económicas existentes en la actualidad? Ya se ha dicho con anterioridad que la globalización tiene ganadores y perdedores. Y parece claro que tal concepción unilateral obvia muchas limitaciones existentes en los países y sectores más atrasados y no tiene en cuenta las lógicas reacciones de quienes se ven perdedores con ella.
Por supuesto que la limitación y control de la globalización económica no debiera significar la opción por lo que en este hilo se identifica con el globalismo o gobierno global de una burocracia trasnacional igualmente inmune a las carencias y necesidades de la diversidad de pueblos y estratos sociales existentes. Ni antropológica ni políticamente podemos perder a los Estados nacionales como constructos imprescindibles para compaginar a fuerzas distintas y distantes tanto a nivel internacional como en el interior de cada país.
La existencia de los Estados resulta conveniente desde el punto de vista de la división del poder, además de algún otro aspecto.
La globalización, como toda innovación, requiere el esfuerzo de la adaptación individual, que para muchos es una exigencia casi inalcanzable debido a estados emocionales de apatía. De ahí que, al igual que la libertad plena, no resulta demasiado atractiva para muchos....
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