Por Mayo Von Höltz
La teoría garantista (o abolicionista* como debiera llamársela) se puede aplicar a cualquier campo, no sólo al derecho; su idea es la misma que la del socialismo aplicado a la economía: destruir el orden que merecidamente divide las aguas entre los mejores y los peores hombres. Tal fin tiene una fórmula universal: los victimarios son las víctimas y las víctimas son sus victimarios. Si hay crisis económica, la culpa no la tienen los que no producen nada, la culpa la tiene el que produce mucho.
Si alguien muere de un tiro en ocasión de robo, la culpa no la tiene el ladrón que tiró a matar por propia voluntad, la culpa la tiene el robado que recibió un tiro en el ojo. Si terroristas fanáticos tiran una bomba en la calle, la culpa no la tiene el grupo que tiró la bomba, la culpa la tienen los que volaron destrozados por el aire. Para los progresistas** los malos son siempre los buenos y los buenos son siempre los malos. Cuando miran un partido de tenis entre el top one y el número mil del ranking, ellos siempre festejan los puntos que hace el número mil, como si el triunfo del peor fuera una vindicación ante la opresión que imponen los mejores sólo por el hecho de serlo.
Todo socialista odia el progreso y el éxito de la sociedad capitalista, todo socialista odia al hombre que, por pensar mejor y trabajar más, triunfa y se enriquece, merecidamente. Es a esa sociedad y a ese hombre lo que más anhelan destruir. No quieren estudiar las estrategias que te permiten triunfar en el ajedrez, quieren patear el tablero para que nadie note que pierden todas las partidas.
Los progresistas están siempre a favor de los bárbaros, a favor de los delincuentes, a favor de los terroristas, a favor de los ladrones, a favor de los asesinos, a favor de los inútiles. Si ven una película donde pelean indios y colonos, están a favor de los indios, sin considerar jamás que ellos están disfrutando de una película y de un televisor porque se impuso el orden de los colonos y no la barbarie de los indios.
Encumbrando a lo peor de la raza humana con un discurso que repiten como si la frecuencia disminuyera su irrealidad, intentan vanamente destruir lo que más odian: a los mejores hombres de su tiempo. El hombre a destruir entonces es el heterosexual atractivo, inteligente y culto que con esfuerzo y coraje triunfa en el mercado amasando una fortuna sin robarle un peso a nadie, conquistando luego a una hermosa mujer y formando una familia ejemplar con hijos sanos, alegres y hermosos como sus progenitores. El odio y la envidia a Charles Ingalls y a su familia se esconde solapadamente tras la impostada admiración a la familia de Florencia de la Ve, que íntimamente les repugna.
Para los socialistas, todas las cosas objetivamente malas que hagan los delincuentes y los fracasados no son responsabilidad de ellos mismos, son responsabilidad del exitoso que los conminó a una situación de exclusión. El odio que sienten al mercado estriba en el hecho de que el mercado a través de patrones objetivos y justos divide a la sociedad entre fracasados y exitosos. El fracasado entonces tiene dos opciones: indagar dónde están sus propios errores para tratar de solucionarlos, con lo cual la mejor ayuda que tendrá será observar qué hacen los exitosos que lo derrotaron en la competencia; o hacerse progresista: decir que el mercado es una mierda y los exitosos unos estafadores, invocando su pobreza y su fracaso como si éstos en lugar de ser el natural reflejo de su propia mediocridad y haraganería, fueran un blasón que marca la integridad moral de quien no sucumbe a la tentación de hacer trampa para triunfar.
Los marxistas odian a todas las personas sanas que son felices como consecuencia de su disciplina, su inteligencia, su esfuerzo y su irreprochabilidad ética. Como bien apuntara Milton Friedman, más que el individuo, la célula de la sociedad es la familia convencional, ya que para potenciar sus cualidades intelectuales, el hombre que produce necesita de una integridad psicológica que sólo se la da una familia bien constituida (o mejor dicho: que nadie se la da mejor), con un padre, una madre y sus hijos. No es casual que los grandes empresarios de la historia, pudiendo llevar una vida lujuriosa plagada de placeres sexuales, con hijos criados por institutrices y nodrizas que no le ocasionen el más mínimo problema, hayan todos elegido formar una familia convencional. Todo ese sano orden que dada su insuperable eficiencia, existe desde el hombre de las cavernas hasta la actualidad, todo ese sano orden que de algún modo determina el progreso de la humanidad, es lo que se propone destruir el marxismo internacional.
* En rigor de verdad tampoco es abolicionista tal teoría, no pretente abolir las leyes, pretende que sigan existiendo pero que castigen al hombre honesto y premien al delincuente. Debierar llamársela teoría inversionista o teoría del resentimiento.
** Uso las palabras progresista y socialista como sinónimos.
La defensa de la ideología socialista no se basa en la razón (con la razón sólo se puede destruirla), se basa en la envidia de los mediocres hacia los mejores hombres, recurriendo a una teoría supuestamente racional como excusa para canalizar esa envidia.
Así, lo que inconscientemente tiene el objeto de tratar de demostrar que los mejores hombres no son los mejores sino que en realidad obtienen sus beneficios aprovechándose injustamente de los más débiles, es mostrado bajo la forma de una objetiva y racional teoría económica. La teoría económica es el velo supuestamente científico que se le pone al deseo de tratar de demostrar que el mejor no es el mejor.
Deslealtad filosófica es colocar la conclusión de antemano para recién luego buscar razones para arribar a ella, cuando el proceso lícito es justamente el inverso. Siempre que se apela a tal recurso es la motivación psicológica el motor impulsor de todo lo que viene después, recurriendo a la razón sólo como un instrumento para ocultar la motivación primigenia. Lo que Marx buscaba desde el principio, era tratar de demostrar que los que eran más ricos por ser más inteligentes, más valientes, más estudiosos y más tenaces, eran en realidad ladrones que les robaban sus riquezas a quienes serían ricos si no fuera por ese robo. Luego la teoría socialista fue la elucubración de las mejores razones que encontró para arribar a esa conclusión puesta de antemano. Con mayor o menor inteligencia todos los socialistas del mundo son como Marx: envidiosos.
Como ningún envidioso admite que lo es, lo que hace y dice motivado por su envidia, necesita de un velo que esconda las verdaderas motivaciones: la gorda dice que la linda es tonta, el tonto dice que el inteligente es feo, el ignorante dice que el culto es aburrido y el pobre dice que el rico es ladrón; y cuando esta última postura se vuelve más compleja y elaborada, pues bien, tenemos la teoría socialista.
En "Seis sombreros para pensar" Eduard De Bono dice que cuando alguien emite un juicio hay que saber qué es lo que lo impulsa: si lo impulsa la razón y el juicio está equivocado, pues con la razón se lo persuade de su error; si lo impulsa un resentimiento ninguna razón en el mundo lo hará cambiar de parecer.
Siendo que el problema del socialismo tiene una raíz psicológica, ningún socialista jamás dejará de serlo por más que venga un Aristóteles y le explique con razones y datos las miles de falacias y errores sobre los cuales tal teoría se sustenta; para que el socialista se cure del mal que lo afecta (mi teoría es que es un mal incurable si el que lo padece es un adulto), más que razones fundadas en estadísticas, se necesitaría la aplicación de una terapia psicológica que cure la envidia. El día que alguien descubra tal cosa Jung, Freud y Lacan quedarán reducidos a tres porotos.
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