En los últimos tiempos resulta bastante frecuente observar que, ante la imprevisión de los efectos de sus acciones, ya sea por ignorancia o por irresponsabilidad de la gente, se reclaman luego leyes o reglamentos que le permitan limitar o eliminar los efectos indeseados. Son justamente los gobiernos de tipo populista los que avalan tales demandas, concediéndoles lo que desean. Ello implica que, en lugar de ser sancionadas socialmente de alguna manera, la imprevisión y la irresponsabilidad tienden a ser legitimadas y transferidas las culpas respectivas a sectores que poco o nada tienen que ver en el asunto.
Este es el caso de la legalización del aborto, que surge como consecuencia de la necesidad de eliminar el efecto indeseado de acciones que, por ignorancia o irresponsabilidad, lo ocasionaron, aun cuando se trate de una vida en formación. Existe una ley natural que permite la gestación de un niño cuando se dan ciertas condiciones favorables, como es la unión intima de hombre y mujer. Pero el ignorante no lo sabe, o el irresponsable lo sabe pero hace caso omiso a esa ley. Luego, para corregir los efectos de sus acciones, recurren al Estado para que promulgue leyes que les permitan anular tal efecto indeseado.
En el caso de la pobreza ocurre algo similar. Muchos no se preocupan por aprender a ganarse la vida y pasan sus años juveniles dedicados a la vagancia y a la diversión. Luego, incluso con algún hijo de por medio, deben afrontar la realidad cotidiana con la habitual negligencia previa, reclamando al Estado por su situación social y económica, para que el Estado confisque parcialmente las riquezas del sector productivo y así pueda solucionar su situación particular.
Los países que gastan más, o mucho más, de lo que producen, tarde o temprano deben pedir préstamos. Si se sigue por ese camino, los préstamos serán impagables. Luego, se efectuarán a los acreedores pedidos de clemencia, aduciendo que no se podrá pagar la deuda con “el hambre de los pobres”. Nuevamente la imprevisión, la irresponsabilidad y la indecencia hace que la mayoría vea con buenos ojos la postura de “no pagar las deudas”, incluso aplaudiendo tal decisión en plena sesión del Congreso Nacional argentino.
En el mismo sentido se reclama por el “ajuste” que se hace, o se intenta hacer, por parte de los gobiernos que tienen al menos la intención de no seguir derrochando recursos para atenuar la situación en que se gasta más de lo que se produce. Quienes reclaman contra el ajuste, son los que pretenden que el Estado siga gastando más de lo que recibe, situación similar a la de una familia que gana 1.000 unidades monetarias y gasta 1.100, y que tarde o temprano deberá hacer el ajuste, es decir, deberá gastar igual o menos de lo que gana. De lo contrario, terminará en la bancarrota y además perjudicará a los acreedores y a la sociedad en general. Esto, que parece tan simple, es entendido solamente por un sector minoritario de la sociedad, ya que la mayor parte se opone sistemáticamente a cualquier forma de ajuste.
Los populismos surgen generalmente de situaciones como las mencionadas. Ganan elecciones porque la mayoría de la población es imprevisora de los efectos de sus acciones y busca en el Estado una solución para tal irresponsabilidad, que es legitimada y estimulada precisamente por tales tipos de gobierno.
Una vez que la imprevisión ha sido aceptada, se excluye al irresponsable de toda culpa, mientras que el descontento ha de recaer en los demás; en la sociedad, el sistema capitalista o el imperialismo extranjero. De ahí que el poco previsor nunca ha de intentar mejorar, sino que tratará de mejorar al prójimo para que sea más “solidario” o incluso tratará de que mejoren los países lejanos. Bernardo Movsichoff escribió: “En muchos de nosotros hay oculto un protagonista en potencia de hechos y realizaciones trascendentes. Esperamos continuamente el momento para actuar, pero éste no llega nunca porque es tan grande y significativo lo que queremos emprender, que siempre está fuera de nuestro alcance y posibilidades normales. En definitiva, es una forma de adormecernos, mientras que todo bulle y se mueve a nuestro lado”.
“Los más audaces formulan planteamientos en la mesa del café. Día a día los mismos concurrentes comentan, critican, arguyen, con una seguridad extraordinaria, dando remedios infalibles para todas las situaciones. Todos ellos dan su opinión terminante y al verles y escucharles con voz tonante y ojos resueltos, se contagia el entusiasmo y el optimismo. Llegamos a creer que con hombres así, no hay problemas insolubles; todo se resolvería a las mil maravillas si tuvieran en sus manos las riendas del poder” (De “El hombre y sus esperanzas”-Libera Ediciones-Buenos Aires 1970).
La culpabilidad dirigida hacia todo lo externo a la persona misma va siempre asociada a la inacción, ya que tal culpa ajena justifica toda forma de irresponsabilidad y vagancia propia. El citado autor agrega: “Terminada la tertulia, vuelven sumamente satisfechos y orgullosos, regresan a su trabajo u hogar, sin ver nada de lo que sucede a su paso. Caminan por veredas destrozadas, atraviesan calles polvorientas y llenas de baches, se insolan por falta de árboles, se cubren de desperdicios que vuelan por doquier, no hay una fuente o escultura que los detenga en su marcha para la contemplación; pero no importa: han arreglado el universo. Todavía resuenan en sus oídos la aprobación y el aplauso de sus amigos y la vanidad, placer inigualable, ha mecido su ser”.
“En todos esos integrantes de la comunidad existe una hipertrofia del yo. Se imaginan personajes que pueden arreglar situaciones que los más sesudos estadistas no son capaces de solucionar. Sus vistas están a grandes alturas y sus inquietudes están puestas en los problemas internacionales o en las grandes cuestiones sociales”.
“No les preocupa el problema municipal, ni si los candidatos que presentan las distintas agrupaciones cívicas son personas que alguna vez han demostrado interés por lo que sucede en el orden local. No se examinan los antecedentes y la intervención que hayan tenido en las entidades vecinales, cooperadoras, clubes, bibliotecas”.
“Son seres humanos generalmente simpáticos, agradables, que han encontrado, deliberadamente o no, la manera de evadirse de la tarea inmediata que está cerca, en la ciudad o en el pueblo”.
“Existe una tremenda despreocupación por lo que es aparentemente pequeño, por lo que no da ostensibles títulos. Se olvida que la villa, el pueblo, la ciudad, es el hogar grande. Si cuidamos y adornamos nuestra casa, debemos ser también celosos defensores del perímetro de la vivienda común, embelleciéndola y mejorándola”.
En cierta oportunidad, apareció en un diario de Mendoza un artículo en el que se destacaba que un grupo de niños había acondicionado un terreno para realizar allí sus juegos y prácticas deportivas “sin la intervención municipal”. De ahí se extrae que la normalidad implicaría que todo debe hacerlo el Estado, en sus distintos niveles, y que lo excepcional ha de ser la acción individual o sectorial del ámbito privado. Es otra forma de justificar la negligencia presuponiendo que toda responsabilidad recae en el sector estatal. Movsichoff agrega: “Tenemos un grave defecto; todo lo esperamos del poder, todo debe ser dado y concedido por las autoridades. Carece de importancia la iniciativa privada y no se practica la colaboración sistemática como una forma de ayudar a los propios problemas. Las contingencias de una comunidad son inherentes a los habitantes que la forman; sus integrantes deben resolver y procurar el porvenir eligiendo bien, controlando mejor y ofreciendo sus esfuerzos en las mil tareas que tiene cada población”.
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