Entre los errores incurridos por el catolicismo, y el cristianismo en general, puede mencionarse la calificación de “pueblo deicida” (que mata a Dios) al pueblo judío. Resulta un tanto absurdo culpar a todas las generaciones posteriores por decisiones que otros individuos adoptaron en el pasado. Además, asociar ciertos atributos a toda una comunidad lleva implícita la habitual actitud discriminatoria que tanto sufrimiento produjo a lo largo de la historia. Julián Schvindlerman escribió: “La relación entre cristianos y judíos tuvo un mal comienzo y un desarrollo mucho peor. Durante siglos, los Padres de la Iglesia han demonizado a los judíos de una manera tan feroz y tan consistente que, para cuando seis millones de ellos fueron exterminados por los nazis durante la primera mitad del siglo XX, muchos vieron en ese genocidio el desenlace lógico de un camino plagado de odio y prejuicio que había sido trazado por la Iglesia a lo largo de los tiempos”.
“A partir de entonces, el Papado revisó su actitud hacia el pueblo judío, encontrándose en el documento «Nostra Aetate» del Concilio Vaticano II (1962-1965) la manifestación más acabada de esta nueva visión. Antes de ese cambio fundamental, no obstante, la posición de los judíos en el imaginario cristiano había sido –para expresarlo suavemente- precaria. Y tal precariedad era el resultado de las políticas vaticanas hacia los judíos, adoptadas con convicción y aplicadas con rigor, por los siglos de los siglos”.
“El relato de la crucifixión se convirtió en la más poderosa acusación teológica cristiana contra los judíos. El Nuevo Testamento presentó al pueblo judío no como mero opositor a Jesús, sino como su asesino. Asesino era todo el pueblo y para siempre. Se atribuyó a los judíos presentes en la crucifixión decir: «Carga su sangre sobre nuestras cabezas y las cabezas de nuestros hijos» (Mateo 27:25). Esta calumnia antijudía fue esgrimida por primera vez durante el segundo siglo de la era cristiana por el obispo de Sardis, Melito, al decir: «Dios ha sido asesinado, el rey de Israel fue muerto por una mano israelita»”.
“En tiempos de Jesús, en Palestina, eran los romanos los crucificadores y los judíos los crucificados. Miles de judíos murieron agonizando en las cruces romanas. La crucifixión era un habitual castigo romano, y sobre la cruz en la que murió Jesús grabaron los ejecutores el crimen imputado al nazareno: INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeroum). Los romanos vieron en Jesús un agitador político contra Roma y, como en el caso de tantos otros sospechosos de diversos delitos, lo ajusticiaron” (De “Roma y Jerusalem”-Debate-Buenos Aires 2010).
Si alguien rechaza la verdad revelada, se supone que quien se ha de perjudicar primeramente ha de ser quien la rechaza. De ahí que resulta absurdo adoptar actitudes antagónicas en lugar de tratar de mejorar las formas de predicación para que, luego, esa verdad no sea rechazada. Julio Meinvielle, sacerdote católico, escribió: “Al examinar la razón del problema judío –que es un problema tan fundamental como la historia misma- hemos tratado sobre todo de determinar su raíz. Y ella no está en la economía, ni en la política, ni en la sociología, ni en la antropología, sino únicamente en la teología. El pueblo judío es un pueblo sagrado, elegido por Dios de entre todos los pueblos para cumplir la misión salvífica de la humanidad, cual es la de traernos en su carne al Redentor. Y este pueblo se ha hecho, en parte, infiel a su vocación, y por ello cumple en la humanidad la misión sagrada y diabólica de corromper y dominar a todos los pueblos”.
“Pueblo que un día nos trajo a Cristo, pueblo que le rechazó, pueblo que se infiltra en medio de otros pueblos, no para convivir con ellos, sino para devorar insensiblemente su substancia; pueblo siempre dominado, pero pueblo lleno siempre de un deseo insolente de dominación”.
“Son ellos quienes siembran y fomentan las ideas disolventes contra nuestra Religión, contra nuestra Patria y contra nuestros Hogares; son ellos quienes fomentan el odio entre patrones y obreros cristianos, entre burgueses y proletarios; son ellos los más apasionados agentes del socialismo y comunismo; son ellos los más poderosos capitalistas de cuanto dancing y cabaret infecta la ciudad. Diríase que todo el dinero que nos arrebatan los judíos de la fertilidad de nuestro suelo y del trabajo de nuestros brazos será luego invertido en envenenar nuestras inteligencias y corromper nuestros corazones” (De “El judío en el misterio de la historia”-Ediciones Teoría-Buenos Aires 1959).
Quienes conocemos a muchos judíos, o nos vinculamos con ellos, encontramos la descripción anterior bastante poco verídica, ya que observamos en ellos un grupo de personas con virtudes y defectos, como ocurre en los demás sectores de la población. La descripción de Meinvielle apunta, al igual que la descripción nazi, a considerar un solo causante de los problemas sociales y mundiales. Recordemos que uno de los motivos de los nazis para eliminar judíos fue el de una venganza por la activa participación judía en la inserción del comunismo en Rusia y el posterior exterminio de millones de rusos. Sin embargo, el principal ideólogo opositor al marxismo fue el judío Ludwig von Mises, mientras que el máximo opositor francés al stalinismo fue el judío Raymond Aron.
La gran cantidad de científicos judíos, galardonados con el Premio Nobel, tiende a desmentir la absurda calificación nazi de “raza inferior”. Tampoco podemos imaginar que cada judío del mundo sea un conspirador contra el resto de la humanidad. Recordemos que existe un nacionalismo judío (sionismo) que propone convertir a todo ese pueblo en “propietario”, en Israel, mientras que otros sectores prefieren seguir siendo “inquilinos” en el resto del mundo.
La actitud de la Iglesia Católica ha cambiado bastante en los últimos tiempos, ya que el cristianismo resulta ser la versión universalista de la religión judía, habiendo muchas coincidencias entre ambas, por no decir que se trata esencialmente de la misma religión. Sin embargo, hace menos de un siglo que desde la cúpula eclesiástica se seguía descalificando a los judíos, e incluso silenciando los crímenes que los nazis cometían contra ese pueblo. Pío IX fue uno de los tantos Papas promotores del alejamiento entre ambos sectores, mientras que Juan XXIII lo fue del acercamiento. Claudio Fantini escribió: “Pío IX fue el Papa rey que ordenaba torturar, ahorcar y decapitar en el nombre de Cristo. El monarca absoluto que hizo secuestrar a un niño judío de seis años, arrancado de los brazos de sus padres, en Bolonia, porque la mucama de la familia, a escondidas, lo había hecho bautizar”.
“Pío IX fue el autor de las ochenta condenas contra la modernidad que resumía el «Syllabus errorum». También fue quien proclamó la «infalibilidad de los Papas», gritó a los cuatro vientos «la tradición soy yo», habló públicamente de «los perros hebreos» y convocó al Concilio Vaticano I para construir una Iglesia a su imagen y semejanza. Pero resultó tan paradójico que haya sido beatificado junto a Juan XXIII”.
En cuanto a Juan XXIII, Fantini escribió: “Como antítesis del Papa rey que firma ejecuciones y habla de los «perros hebreos», se deslizó un discurso lleno de generosidad y respeto por las diferencias religiosas. Al revés de la Iglesia que miraba para otro lado cuando Hitler y Mussolini imponían su política de odio, se perfiló una Iglesia comprometida y osada”.
“En sólo cinco años, Angelo Roncalli reformuló todo lo que Pío IX había edificado durante sus treinta y dos años de reinado. Por eso fueron tantos los que recurrieron a la palabra «contradicción» para explicar la doble beatificación” (De “Infalible & Absoluto”-Editorial Del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2003).
De la misma manera en que los detractores del capitalismo aducen que su éxito se debe a la explotación laboral, o al imperialismo de los países centrales sobre el resto, los detractores de los judíos desconocen sus méritos e incluso los culpan también de las explotaciones capitalistas mencionadas. En realidad, hubo dos factores principales que favorecieron el éxito judío dentro del esquema capitalista:
a- Prohibición expresa de la Iglesia a dedicarse a tareas como la agricultura y la industria, permitiéndoles las finanzas y los préstamos monetarios.
b- Acatamiento a sus normas morales religiosas.
Al respecto, Román Weissmann escribió: “A los judíos les atraía el dinero porque éste les procuraba oportunidades que por la vía normal no podían conseguir, al estar excluidos de los canales normales de acceso al trabajo y a las relaciones comerciales. La existencia de la diáspora (judíos viviendo en muchos países del mundo, en grupos aislados) sirvió incluso de potenciación de las actividades relacionadas con el dinero y las finanzas. La gran red de protección social que formaban muchos judíos de la diáspora necesitaba una red de apoyo financiero que se nutriera y retroalimentara de esas habilidades, ya desarrolladas, de manejo del dinero dentro del capitalismo”.
Friedrich Hayek resume la actitud de aquellos que relegan a otros a realizar trabajos no calificados y luego protestan cuando los relegados los superan económicamente: “Es la vieja historia de la carrera del extranjero al que se le permite trabajar sólo en ocupaciones menos relevantes, y, al poco tiempo, se le odia mucho más por practicarlas”.
En cuanto a las normas morales aceptadas, Weissmann escribió: “Remontándonos en la historia, encontramos bases suficientes para pensar que, al menos, los judíos se habían dotado de principios rectores de funcionamiento del comercio mucho antes de que el capitalismo moderno hubiera surgido”.
“Por lo tanto, lo que deberíamos preguntarnos es si, realmente, el capitalismo no les vino como anillo al dedo a aquellos que, 1700 años antes, ya contaban con un sistema de normas y principios (entre otros, comerciales) que se dio en llamar Deuteronomio, quinto libro del Antiguo Testamento”.
“En dicho libro, Dios les dio a los judíos una serie de preceptos, mandamientos y leyes que tenían que seguir si querían ser el pueblo protegido”. “Pero si, en cambio, el pueblo no quiere escuchar la voz del Señor, ni observar ni practicar sus mandamientos, «entonces caerá sobre el pueblo todo tipo de maldiciones, caerá el hambre sobre la gente, la peste se pegará entre la población y el Señor dará polvo a la tierra en vez de lluvia; el Señor castigará a su pueblo con la locura, la ceguera y el delirio»” (De “Malabares económicos”-Editor Bubok Publishing SL-Barcelona 2011).
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