martes, 9 de octubre de 2018

La educación científica

Cuando se habla acerca de las “ciencias de la educación”, se está aceptando que la educación es parte de las ciencias sociales, por lo que, en cierta forma, existe el compromiso por aceptar las reglas y requisitos exigidos por la ciencia experimental. Es el mismo caso del negocio de comida rápida que, mediante una franquicia, adquiere el derecho de utilizar una marca reconocida y se compromete a respetar los procedimientos que estipula el contrato respectivo.

Sin embargo, cuando desde el ámbito educativo se procede a establecer alguna innovación pedagógica, generalmente se invoca que lo anterior “no sirve porque es viejo”, “se lo utiliza desde el siglo pasado”, “es algo perimido”, o algo semejante, en lugar de aducir que lo reemplazado dio malos resultados. Es por ello que los resultados del proceso educativo son cada vez más deficientes, ya que el criterio empleado es la renovación de lo viejo sin constatar que lo viejo sea efectivamente ineficaz. En el ámbito de la ciencia experimental, por el contrario, nunca se deja de lado un conocimiento o una práctica experimental aduciendo que está “pasada de moda”, sino porque se advierte que se ha encontrado algo mejor.

Con un criterio similar, se rechaza la antigua moral de la cooperación e igualdad entre seres humanos, propuesta por el cristianismo, sólo por provenir de una religión, sin apenas tener en cuenta si esa propuesta produce, o no, buenos resultados. Desde el punto de vista científico, se acepta lo que funciona bien sin tener en cuenta quién lo propone o qué atributos personales o profesionales tiene su autor. Richard P. Feynman escribió: “En la Edad Media se pensaba que la gente hace sencillamente muchas observaciones y que las propias observaciones sugieren las leyes. Pero las cosas no funcionan así. Se necesita mucha más imaginación. Por eso tenemos que hablar de dónde proceden las nuevas ideas. En realidad, da igual de dónde procedan con tal de que lleguen. Tenemos una forma de comprobar si una idea es correcta o no, que no tiene nada que ver con su procedencia. Simplemente la ponemos a prueba frente a la observación. Por eso en la ciencia no estamos interesados en la procedencia de una idea”.

“No hay ninguna autoridad que decida qué idea es buena. Nos hemos librado de la necesidad de acudir a una autoridad para descubrir si una idea es verdadera o no. Podemos leer a una autoridad y dejar que nos sugiera algo; podemos probarlo y descubrir si es cierto o no. Si no es cierto, tanto peor, y así es cómo las «autoridades» pierden algo de su «autoridad»”.

“La mayoría de la gente encuentra sorprendente que en ciencia no haya interés por la formación previa del autor de una idea o por sus motivos al exponerla. Usted le escucha, y si la cosa suena digna de ser probada, que podría ensayarse, que es diferente y no es claramente contraria a lo ya observado, entonces resulta excitante y vale la pena intentarlo. Usted no tiene que preocuparse por cuánto haya estudiado él o por qué quiere que usted le escuche. En ese sentido no importa de dónde precedan las ideas. El origen real es desconocido; lo llamamos imaginación del cerebro humano, la imaginación creativa; es simplemente uno de aquellos «impulsos»” (De “Qué significa todo eso”-Crítica-Barcelona 1999).

Mientras que las ciencias exactas logran sus asombrosos resultados debido a la aceptación generalizada de sus reglas, por parte de sus actores, en el ámbito de las ciencias sociales no ocurre otro tanto. Ello se debe esencialmente a que las sociedades actuales son acientíficas o incluso anticientíficas, ya que valoran la ciencia tan sólo por las aplicaciones tecnológicas posteriores. Feynman escribió al respecto: “Alguna vez, cuando la historia se vuelva hacia esta época se verá que fue una época muy sensacional y notable, la transformación que va desde no saber mucho sobre el mundo hasta saber mucho más de lo que se sabía antes. Pero si al decir que esta es una era de ciencia se quiere decir que la ciencia desempeña un papel destacado en el arte, en la literatura y en las actitudes y los conocimientos de la gente, no pienso que esta sea una era científica en absoluto”.

“Si ustedes toman, por ejemplo, la edad heroica de los griegos, había entonces poemas sobre los héroes militares. En el periodo religioso de la Edad Media, el arte estaba relacionado directamente con la religión, y las actitudes vitales de la gente estaban muy estrechamente ligadas a los puntos de vista religiosos. Era una edad religiosa. Desde ese punto de vista, esta no es una era científica”.

“Ahora bien, el hecho de que existan cosas acientíficas no me apesadumbra. Esta es una bonita palabra. Quiero decir que no es eso lo que me preocupa, que existan cosas acientíficas. Que algo sea acientífico no es malo; no es esta la cuestión. Y el calificativo de científico está reservado, por supuesto, a aquello que podemos conocer por ensayo y error”.

“En las ciencias tenemos la ventaja de que en última instancia podemos someter la idea al experimento, lo que quizás no sea posible en otros campos. Pero, en cualquier caso, algunas de las maneras de juzgar las cosas, algunas de las experiencias son indudablemente útiles en otros ámbitos”.

Si bien la educación forma parte de las ciencias sociales, o al menos puede llegar a formar parte en el futuro, ya que sus contenidos están asociados a las diversas ramas de la ciencia experimental, no debe olvidarse que también la educación es un arte, ya que la transmisión de conocimientos desde el docente al alumno resulta de la libre elección metodológica del docente, por lo cual las orientaciones pedagógicas generales sólo han de tener un alcance orientador y limitado.

La influencia pedagógica, que proviene de la ciencia, implica principalmente la utilización del método axiomático, con su doble sentido inductivo-deductivo. Mediante un ejemplo podemos vislumbrar su esencia; antes del descubrimiento de la evolución biológica por selección natural, el conocimiento biológico consistía en una gran cantidad de datos y clasificaciones carentes de sentido. Una vez que se propone la idea de la evolución, toda esa acumulación de información adquiere todo su sentido. En este caso, a partir de los hechos observados se llegó a un principio unificador (inducción o generalización), mientras que, luego, desde el principio unificador puede llegarse a cada uno de los fenómenos particulares (deducción). Theodosius Dobzhansky escribió: “La idea de evolución da sentido a lo que de otro modo sería una tediosa descripción de hechos áridos que deberían memorizarse y que pronto se olvidarían una vez finalizados los cursos. Esos mismos hechos y descripciones de seres que alguna vez o nunca hemos visto, a la luz de la evolución se transforman en fascinantes. Conocerlos se convierte en una aventura intelectual” (De “La evolución, la genética y el hombre”-EUDEBA-Buenos Aires 1966).

Junto a este método se puede utilizar la descripción histórica, teniendo ambos la ventaja de poder brindar una visión de conjunto, más fácil de asimilar por parte del alumno. Alfred N. Whitehead escribió: “El pensamiento invocado por la ciencia es el pensamiento lógico. Ahora bien; la lógica es de dos clases: la lógica del descubrimiento y la lógica de lo descubierto”.

“La lógica del descubrimiento consiste en pesar las probabilidades, descartar los detalles que no se juzgan pertinentes, vaticinar las reglas generales que rigen el desarrollo de los acontecimientos, y someter a prueba las hipótesis mediante experimentos adecuados. Ésta es la lógica inductiva”.

“La lógica de lo descubierto es la deducción de los especiales sucesos que, en determinadas circunstancias, deben acaecer de acuerdo con las presuntas leyes naturales. Así, una vez descubiertas o supuestas las leyes, su utilización depende enteramente de la lógica deductiva. Sin la lógica deductiva, la ciencia sería completamente inútil”.

“Ascender de lo particular a lo general no sería más que un juego estéril, si no pudiéramos luego invertir el proceso y descender de lo general a lo particular, ascendiendo y descendiendo como los ángeles en la escala de Jacob”.

“Cuando Newton hubo conjeturado la ley de gravedad, procedió de inmediato a calcular la fuerza de atracción de la Tierra sobre una manzana que está en su superficie y sobre la Luna. Notemos de paso que la lógica inductiva sería imposible sin la lógica deductiva. Por eso los cálculos de Newton fueron una etapa esencial en su verificación inductiva de la gran ley” (De “Los fines de la educación”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1965).

El método inductivo-deductivo se asemeja a una fotografía en tiempo actual en la que, detenido el tiempo, ascendemos y descendemos desde los principios a los hechos particulares, y viceversa. El método histórico se asemeja a una película en la que observamos los distintos periodos hasta llegar a las teorías vigentes en la actualidad.

El gran secreto de la eficacia del proceso educativo implica que, mientras más cosas sabemos, menor cantidad de información hemos de llevar grabada en la memoria. Ello se debe a que, al sintetizar un conjunto de fenómenos en unos pocos principios básicos, observamos de inmediato una real “economía del pensamiento”. Así, mientras que los biólogos anteriores a Darwin y a Wallace almacenaban una gran cantidad de datos inconexos, los biólogos posteriores sólo necesitan razonar en base a la teoría de la evolución y así disponer de un orden mental compatible con el orden asociado a los procesos biológicos descriptos.

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