viernes, 19 de octubre de 2018

Perón como economista

Los líderes totalitarios, por lo general, tienen asesores en aquellos temas que poco dominan, excepto aquellos que están convencidos de no necesitar de la ayuda de nadie, ni siquiera de los especialistas en economía. Este parece haber sido el caso de Perón, cuyas decisiones negativas en esa materia produjeron un estancamiento del cual todavía no nos recuperamos, si bien los gobiernos posteriores tampoco hicieron mucho por revertir la situación.

Los líderes populistas son esencialmente grandes embaucadores de masas, que son conscientes de ello demasiado tarde, y a veces ni siquiera se hacen conscientes de ese engaño. José Hipólito Lencinas escribe sobre Perón: “En su gobierno lo imitó a Mussolini en su funesta dictadura y hasta en su precipitada fuga, con la diferencia de que él salvó su vida de las iras del pueblo argentino huyendo como un prófugo, en la cañonera paraguaya, cosa que Mussolini no pudo conseguir. El pueblo italiano se vengó en el último instante de su huida, en el momento que descubría al charlatán que lo había tenido engañado tantos años; al charlatán que el azar de la vida, en vez de llevarlo a una esquina, mercado o feria a vender baratijas, lo exaltó al poder para que hiciera el estadista, el hombre de gobierno, para mal y daño de su patria y también del mundo”.

“Engañar al hombre en multitud es cosa fácil y sencilla. Engañarlo individualmente es más difícil. El hombre en multitud, vale decir, lo que llamamos pueblo, tiene el alma y la inocencia de un niño. Cualquiera lo engaña. Un político deshonesto lo embauca y lo fanatiza hasta el delirio, sobre todo, si halaga y explota sus bajos sentimientos y oscuras pasiones” (De “Desde el Aconcagua”-Mendoza 1969).

El militar Perón jamás se había interesado por el bienestar del pueblo hasta el mismo momento en que intentó ser elegido para presidir la nación. Lencinas escribió al respecto: “Perón, que no había sentido nunca inquietudes de política social; que no las había sentido a los 20 años, a los 30 ni a los 40, esto es, en la edad romántica de la juventud del hombre, que jamás dijo esta boca es mía con respecto a esas ideas, ni tampoco escribió nada que lo revelara como un simpatizante, como un ideólogo o apóstol o como un simple partidario de esas inquietudes, recién, cuando por el azar llega al poder, a los 52 años de edad, recién se le despiertan esas ideas o inquietudes de política o justicia social. ¿Fue esto la obra de un milagro, de un acto de magia o de una revelación divina? No. Se le despertaron por cálculo y especulación de política barata. Tenía que conquistar la masa popular argentina para ganar las elecciones, las elecciones libres que estaba obligado a dar por imperio y mandato irrefrenable de la revolución”.

“Como ignoraba, en absoluto, la forma y modo con que debía proceder en materia de política social y lo que él sólo buscaba era la catequización de los trabajadores y de la clase media, lo que hizo fue una demagogia social sin precedentes, que embarulló las cosas y no resolvió nada, pues los obreros que debían haber mejorado de «status» hoy están peor que nunca”.

“Sus decantadas conquistas y ventajas sociales sólo configuran un halago literario. No pueden alimentar a sus hijos. Tampoco se pueden comprar un lote y construir una humilde casa. Comprar ciertos alimentos como la leche o la fruta, ni pensarlo…Comer pan negro, ese pan inferior de mijo que la gente pudiente ni lo probaba, sí. Tomar vino aguado, ese brebaje que autorizó el gobierno, que tampoco la gente pudiente lo quiso consumir, sí. Realmente, los obreros con este barullo de justicia social parcializada han quedado convertidos en una especie de parias, obligados, muchos de ellos, a vivir en barrios miserables y a criar a sus hijos en la mayor desnutrición, esperando, como la única solución de sus angustiosos problemas, la ayuda de la caridad pública o del Estado leviatán que todo lo puede y nada resuelve en su totalidad”.

La idea económica esencial para Perón fue la industrialización del país, pero a costa de desatender la ganadería y el agro. Ello provocó un masivo éxodo del campo a las ciudades, apareciendo las primeras villas de emergencia. El otrora campo floreciente llegó a bajar notoriamente su producción, mientras que la industria nunca dejó de mostrar cierta mediocridad respecto de la calidad exigida por los mercados mundiales. El citado autor agrega: “El Sr. Perón, dándoselas de innovador, de reformador y hasta de redentor, con su política social mal hecha, descuidó al todo social, desorganizó al país, desbarató y malversó sus rentas, liquidó sus mejores divisas, el pan y la carne, con su famoso y malhadado IAPI. A este respecto conviene recordar que con este Instituto de falsa promoción, para expoliar el hambre de los pueblos que acababan de salir de la Segunda Guerra Mundial, el Estado monopolizó la compra de nuestros cereales, para cuyo efecto destruyó la organización que los años habían establecido para ello”.

“El trigo se adquiría a 14 pesos el quintal y se vendía al extranjero a 60; el lino se compraba a 30 y se vendía a 90. El gobierno se quedaba con las diferencias de precios. En el trigo ganaba 46 pesos por quintal y en el lino 60. y otro tanto sucedía con el maíz y demás cereales. Si el gobierno se hubiera quedado nada más que con 5 pesos de ganancia y el resto se lo hubiera entregado a los chacareros, hoy la República Argentina seguiría siendo la canasta del mundo con una producción, por lo menos, de 100 millones de toneladas de trigo…”.

“El IAPI, endemoniada creación y concepción de un loco, fue la ruina del país. Mató las mejores divisas que teníamos al no estimular a los productores agrarios entregándoles el sobreprecio que obtenía en la venta de cereales. Por otro lado, la sórdida especulación que le facilitaba el monopolio en el mercado vendedor hizo que el país perdiera sus tradicionales clientes. Estados Unidos que nos compraba la totalidad de nuestra producción de lino, dejó de hacerlo y hoy grandes cosechas propias cubren ampliamente su consumo interno”.

Otro de los errores atribuidos a Perón fue el de limitar los vínculos comerciales con varios países compradores de nuestros productos. Lencinas escribió al respecto: “Un garrafal error económico y financiero, que demuestra a las claras que Perón no tenía ninguna visión ni condición de hombre de Estado, vale decir, de estadista, es el que cometió cuando su gobierno, obrando en equipo, con colaboradores de una mediocridad evidente, resuelve en medio de una propaganda chauvinista y con fines demagógicos, repatriar la deuda externa de la Nación, con los cuantiosos recursos que nos había proporcionado la guerra y nos seguía proporcionando la postguerra”.

“Los argentinos, dueños de un país en desarrollo, no nos conformábamos con un interés bajo. Solo por excepción compramos títulos de la deuda pública o cédulas hipotecarias. En cualquier siembra o negocio se le saca más interés al capital. Por eso, el mejor mercado que tenían esos papeles y donde se colocaban con la mayor facilidad, era en los pueblos de Europa que, encantados, los tomaban por el interés, tres veces superior al de los títulos de sus propios Estados”.

“El acreedor indirectamente es una especie de socio que tiene el deudor que, muchas veces, a lo mejor se ve en la necesidad de ayudarlo para asegurar el cobro de su crédito. En tal virtud, la Argentina no debió repatriar su deuda externa, especialmente la que tenía con los pueblos de Europa. Más aún, los debió conservar como acreedores, vale decir, conforme a la tesis que sostenemos, como socios y, todavía mejor, como clientes y tradicionales compradores de nuestros productos básicos y naturales de exportación. Fue, pues, una verdadera necedad cancelar nuestra deuda con ellos. Por no haberlos mantenido como acreedores, hoy no nos compran, relativamente, nada, y cuando nos compran es en base a convenios, trueques o gestiones diplomáticas. Antes de esta pifia del Sr. Perón se veían, en cierto modo, obligados a comprarnos, mejor dicho, a colaborar con nosotros en la lucha por nuestro bienestar a fin de asegurar, como de rebote, el cobro normal de sus rentas”.

Pero la “obra cumbre” de Perón, en materia económica, consistió en la compra de los ferrocarriles a los ingleses en una época en que daban importantes pérdidas e, incluso, cuando por convenios previos, faltaban pocos años para que quedaran para el país. La única explicación lógica que justificara tal decisión era la de recibir un beneficio personal a costa de perjudicar a su país beneficiando a Inglaterra. “Las inversiones públicas de la dictadura de Perón, en relación con el desarrollo general del país, no le fueron en zaga a sus desastrosas concepciones económicas. En su inmensa mayoría fueron verdaderos actos de depredación y piratería de alto bordo. Entre ellos, la compra de los ferrocarriles configuró el «affaire» o negociado más inescrupuloso que se haya realizado en el país desde sus orígenes hasta hoy. Su concreción se hizo con el pretexto o cuento de que eran capitales extranjeros, capitales ingleses, y en base a una hábil propaganda a la que no eran ajenos los propios vendedores. Y no había tal cosa, porque un capital extranjero que se arraiga en este país o en cualquier otro, pierde ipso-facto su nacionalidad de origen, como, en un proceso de veinte o treinta años, la pierde de hecho, también, el capital humano”.

“Para desgracia y mayor desvergüenza de nuestra moral administrativa esta operación se llevó a cabo cuando los ferrocarriles, por la competencia mortal que le hace el automotor en todas las naciones del mundo, empezaban a vivir su vida agónica de hoy, pues se compraron cuando ya daban un millón de pesos por día de pérdida. En este momento están dando más de cien y seguirán dando pérdidas así le pongan música y televisión a sus máquinas y vagones…”.

Ni aún en el exilio dejó Perón de perjudicar al país; incluso llegó a asociar el terrorismo peronista con el marxista para promover un nuevo acceso al poder. Lencinas escribió al respecto: “Perón no era político. Y tan no lo era que, meses después de su derrocamiento, desde su exilio de Panamá, organizó, ordenó y dirigió secretamente, una ola de terror en el país, que hasta que no se descubrió quienes eran los autores verdaderos, todo el mundo creía que eran los comunistas, mientras el Sr. Perón permanecía callado y sus sicarios dejaban correr la bola que los mantenía exentos de responsabilidad criminal”.

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