Los escritos atribuidos a Baruch de Spinoza constituyen una postura religiosa que se identifica parcialmente con la religión natural. Sin embargo, al desconocerse en el siglo XVII tanto la evolución biológica como la cultural, la visión spinoziana no atribuye un sentido al universo y de ahí que no sugiera explícitamente un sentido de la vida para todo individuo, por lo que, como religión natural, su postura resulta ser incompleta; lo que en nada reduce el mérito de sus aportes destinados a la crítica y al esclarecimiento de la religión. Diego Tatián escribió respecto del mundo de Spinoza: “Es un mundo sin origen, sin fin y sin fundamento. Un mundo en el que se trata de vivir, en el que hay otros. Los seres humanos nos damos fines, nos son útiles algunas cosas y no otras, y nos mancomunamos para el logro de ciertos objetivos comunes. Pero el Dios de Spinoza, la Naturaleza en su conjunto, no va a ninguna parte. No hay un plan divino ni una redención ni una salvación ni un fin de los tiempos ni un autoconocimiento absoluto ni nada de todo eso. ¡Un completo hereje!” (De “Spinoza; una introducción”-Editorial Quadrata-Buenos Aires 2012).
En realidad, si se considera la existencia de leyes naturales que rigen todas y cada una de las partes del universo, incluido nosotros mismos, puede hablarse también de un orden natural. Luego, al igual que un juego que tiene reglas definidas y que hemos de describirlo, podemos asociarle un sentido implícito, aunque no esté escrito en ninguna parte. Por ello la visión de Spinoza resulta compatible con la religión natural. Por el contrario, si existiendo reglas y un orden emergente, no encontramos una finalidad implícita, podemos suponer una limitación de nuestra capacidad cognitiva, ya que resulta bastante dificultoso imaginar un organismo regido por leyes naturales invariantes que no tenga finalidad u objetivo alguno.
Las cosas comienzan a aclararse luego del descubrimiento, en el siglo XIX, de la evolución biológica de las especies, lo que da lugar a una idea similar con la evolución cultural, apareciendo como finalidad objetiva la adaptación del hombre al orden natural. Luego, la propia religión resulta ser el más antiguo de los adaptadores, si bien desde varios sectores se tiende a negar un proceso tan evidente. El principio de complejidad-conciencia, formulado por Pierre Teilhard de Chardin, puede asociarse a la finalidad aparente que el orden natural ha impuesto a la vida inteligente.
Tal principio resulta compatible con la visión de Spinoza en la que se supone que todo lo existente está realizado con una sustancia única. De donde resulta la evolución de la materia, que va desde las partículas fundamentales a los átomos, moléculas, células, organismos, etc., continuando con la evolución biológica que genera las distintas especies prosiguiendo luego con la evolución cultural. De ahí que podamos juntar los aportes de ambos autores para encontrar una propuesta de religión natural:
Religión natural = Spinoza + Teilhard
Por lo general, existe la pesimista predisposición a denigrar tales intentos por cuanto se supone que sus autores pretenden “reemplazar” a la religión tradicional. En realidad, estos intentos deberían considerarse como propuestas establecidas para confirmar y fortalecer la religión de la fe mediante el camino paralelo del razonamiento y de la observación.
Spinoza busca una religión desprovista de toda intermediación posible. Así, considera que la felicidad se adquiere junto a la virtud sin necesidad de ser recibida como un premio adicional. Diego Tatián escribió: “En la última proposición de la Ética, Spinoza escribe que: «La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella». Así termina la Ética”. “Este pasaje, la última proposición de la Ética, es un texto muy importante. Porque ¿qué dicen todas las morales clásicas?: pues bien, atraviese virtuosamente este Valle de Lágrimas, y como premio a la virtud (es decir, a la represión, al hecho de contenerse, al ascetismo, a no permitirse inmediatamente ciertas cosas) tendrá la felicidad en otra vida”.
“Lo que Spinoza dice es que debemos actuar sin temor a ningún castigo. Los que se reprimen por temor a un castigo, los que si no tuvieran ese temor, es decir, si no creyeran que hay un Dios que es capaz de castigar, dejarían libres sus pasiones, son tan ridículos, tan absurdos, como lo sería un pez que por enterarse de que no hay Dios saltara del agua a la tierra. El pez tiene que vivir en el agua de la mejor manera, porque está en su naturaleza vivir en el agua, y no porque haya un Dios que lo va a castigar si no lo hace. Y si se entera de que no hay Dios, no tiene sentido que salte a la tierra, que haga otra cosa que la que hace por naturaleza. Eso es lo que dice Spinoza: hay que dejar de pensar bajo la lógica de la trascendencia y empezar a pensar –en todos los órdenes: en la vida individual, en la política, en la metafísica- con una lógica de la inmanencia”.
Por lo general, se sostiene la conveniencia de que la humanidad llegue un día a disponer de una religión común a todos los hombres, ya que la religión ha de ser universal o no será religión, en el sentido de “unir a los adeptos”. Sin embargo, encontramos personas que afirman de su propia religión que “debe aceptarse totalmente o rechazarse totalmente”, por lo que cierran todos los caminos hacia una posible unificación. Si el católico supone que alguna vez un musulmán va a aceptar “totalmente” su religión, o si el musulmán cree que algún día un católico va a aceptar “totalmente” la suya, podemos esperar tranquilos en que ello no va a suceder. De ahí las ventajas que presenta la religión natural al no sostener la existencia de un Dios con forma humana sino que parte directamente de lo concreto, de las leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente. El citado autor agrega: “¿Qué hace Cristo? A un núcleo de verdad, que está en la base de la religión judía y de otras religiones, lo despoja de todas las formas y las configuraciones históricas bajo las cuales se había manifestado hasta entonces: ceremonias, ritos, mitos, cultos, castigos, premios, etc. Es como si Cristo despojara de esa «cáscara» histórica al núcleo de verdad de todas las religiones, que en sí mismo es ahistórico. ¿Y cuál es ese núcleo de verdad, para Cristo, según Spinoza?: el amor al prójimo, o –en una palabra- la fraternidad”.
Justamente, el carácter no histórico de la religión está asociado a la ley natural invariante asociada a todo lo existente, de donde proviene la sugerencia de contemplar al mundo “bajo una perspectiva de eternidad”. “El núcleo de verdad de todas las religiones es la fraternidad humana. Y Cristo viene a decir que esa fraternidad se instituye como una comunidad universal; no nacional, no particular, no local, no racial, sino absolutamente de todos los hombres. Este núcleo, esta idea, este mensaje de fraternidad tan antiguo como las religiones mismas, es presentado por Cristo en su forma pura –lo que Spinoza dice es que, inmediatamente, con la institución del cristianismo como religión, se adultera y se pierde, y vuelve a cobrar la forma histórica que Cristo lo había despojado. Entonces, de nuevo: ritos, ceremonias, sacramentos, castigos y premios: eso es el cristianismo histórico”.
Los Evangelios constituyen el cristianismo no histórico: lo que Cristo dijo a los hombres, mientras que la Iglesia constituye el cristianismo histórico: lo que los hombres dicen sobre Cristo. Este último “cristianismo” ha ido suplantando al primero hasta llegar al extremo de tergiversarlo totalmente con la aceptación por parte de la Iglesia de la Teología de la Liberación, que no es otra cosa que el vulgar marxismo-leninismo que tanto daño ha hecho a la humanidad. “En el Nuevo Testamento, el Apocalipsis de los tres sinópticos es el discurso del Señor a sus discípulos que le interrogan: «Dinos cuándo será esto y cuál la señal de tu advenimiento y del fin del mundo» (Mat. 24,3); pero poco o nada se dice allí acerca del Anticristo, salvo que se tenga por tal el versículo 15: «Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo»; lo cual puede entenderse quizá del Anticristo como «el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios» según San Pablo (II Tes., 2,4)” (De “El hombre y la historia”-Alberto Caturelli-Editorial Guadalupe-Córdoba 1956).
Si a Spinoza y a Teilhard le agregamos la fundamentación de la Psicología Social, podremos disponer de una religión natural completa. Spinoza define con precisión tanto al amor como al odio; luego, con el concepto de actitud característica se vislumbra la existencia del egoísmo y la negligencia, que cubren todas las posibles respuestas afectivas básicas del ser humano, de donde se extrae una ética natural con tales actitudes materializando el Bien y el Mal. También se incluyen las componentes cognitivas dejando las cosas de tal manera que es posible una posterior fundamentación desde el ámbito de las neurociencias.
Religión natural = Spinoza + Teilhard + Psicología Social + Neurociencia
El juicio final, desde este punto de vista, puede interpretarse como el logro de una teoría que permite unificar gran parte del conocimiento aportado por las ciencias sociales. De la misma manera en que Newton, con la síntesis de la mecánica, o Maxwell, con la síntesis electromagnética, marcan una etapa en la que se establece un conocimiento organizado que permite incluir la totalidad de los fenómenos descriptos en tales ramas del conocimiento, así, a partir de la síntesis establecida en las ciencias sociales, se establece un conocimiento umbral que seguramente podrá constituir una etapa de reunificación tanto de ciencia y religión como de las distintas religiones entre sí. Esta es una propuesta más, entre otras que podrán presentarse y que con el tiempo se aceptará, o bien pasará a ser un nuevo intento que ayudará a establecer la descripción definitiva en un futuro algo más lejano.
En religión, varias veces se han producido conflictos entre los “aristócratas espirituales”, supuestamente elegidos por Dios y que tienen acceso por la fe a lo sobrenatural, por una parte, y los “plebeyos espirituales”, para quienes lo sobrenatural no es accesible, por lo que sólo les queda acceder a lo natural por medio del razonamiento, por otra parte. Como la preponderancia de los “aristócratas” ha tenido muy poco éxito, quizá sea la hora de probar con lo que proponen los “plebeyos”.
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