Una actitud frecuente es la de quienes defienden sistemas sociales erróneos atribuyendo los fracasos a una “mala aplicación” de la doctrina respectiva, suponiendo que, de aplicarse correctamente, se verificaría su adecuación a la sociedad. Tal es el caso del socialismo, puesto a prueba en distintos pueblos y en distintas épocas, aunque siempre con resultados negativos.
Una variante ha sido la de efectuarle algunos cambios, aunque basándose en los mismos principios y apuntando hacia los mismos objetivos, como es el caso de la socialdemocracia que reemplaza la nacionalización de los medios privados de producción por la más benévola confiscación parcial de las ganancias producidas por tales medios, siendo los resultados bastante menos negativos que los ocasionados por el socialismo pleno. La socialdemocracia, con su Estado de bienestar, es quizás la tendencia política y económica más aceptada en la actualidad por los diversos países.
Resulta conveniente conocer la opinión de quienes creyeron y apoyaron el sistema, por cuanto confirman mejor los errores que las opiniones de sus detractores, que pueden adoptar cierto subjetivismo. Mijail Gorbachov, quien pretendió subsanar las fallas del sistema socialista, escribió: “Un serio obstáculo en el camino de las transformaciones fue el inmenso estrato intermedio de la administración, los funcionarios políticos y estatales para los que el régimen creado bajo Stalin era algo «propio», el medio natural, una fuente de privilegios y de poder prácticamente incontrolable sobre los individuos” (De “Memorias de los años decisivos: 1985-1992”-Globus Comunicación-Madrid 1994).
El primer problema que se advierte es que la “sociedad sin clases” (al menos en teoría), genera una clase privilegiada que explota laboralmente al resto. Como tal clase es la “dueña efectiva” del Estado, el ciudadano común tiene pocas esperanzas y posibilidades de revertir la situación. Andrei Amarik, uno de los disidentes más conocidos, escribió: “La sociedad contemporánea soviética puede ser comparada con un sándwich triple cuya parte superior es la burocracia gobernante, la parte central está integrada por la «clase media» o «clase de especialistas»; mientras la parte inferior, la más numerosa, está compuesta por obreros, campesinos, empleados menores, etcétera. La cuestión de que la sociedad soviética pueda reorganizarse a sí misma de una manera pacífica y sin dolor alguno, y supere el futuro cataclismo con bajas mínimas, dependerá de la rapidez con que la parte central del sándwich se agrande en perjuicio de las dos restantes así como de la rapidez con que la «clase media» y su organización crezcan: si este proceso resultara más veloz o más lento que la desintegración del sistema”.
“Es de observar, no obstante, que existe otro factor potente que se opone a la probabilidad de cualquier clase de reconstrucción pacífica, e igualmente negativo para toda categoría de la sociedad: es éste el aislamiento extremo en que el régimen ha puesto tanto a la sociedad como a sí mismo. Tal aislamiento no solamente ha separado al régimen de la sociedad, y a cada uno de los sectores sociales de los restantes, sino que, a raíz del mismo, también el propio país se encuentra completamente aislado del resto del mundo. Dicho aislamiento ha creado para todos –desde la elite burocrática hasta las capas sociales más bajas- una imagen casi surrealista acerca del mundo, y acerca de su ubicación dentro del mismo. Pero cuanto más tiempo tal estado de cosas permita que se perpetúe el status quo, será más rápido y decisivo su colapso una vez que la confrontación con la realidad haya resultado inevitable” (De “La voz de los valientes” de Mario Ferzetti-Editorial Intercontinental-Buenos Aires 1971).
Mientras que, en un sistema democrático, todo está permitido excepto lo que la ley prohíbe, en los sistemas totalitarios, todo está prohibido excepto lo que el Estado permita. Amarik agrega: “Los obreros, por ejemplo, están amargados por no tener derechos frente a la dirección de la fábrica. Los campesinos están resentidos a causa de su dependencia absoluta del presidente del kolkhoz (granja colectiva), el que, a su vez, depende completamente de la administración del distrito. Todo el mundo está enfadado a raíz de las grandes desigualdades en los bienes, los salarios ínfimos, las graves condiciones de viviendas, la falta de los bienes de consumo más elementales, el registro obligatorio en su lugar de residencia y de trabajo, etcétera”.
Gorbachov confirma tal situación: “Un serio defecto del sistema político fue la estatización de la vida social. La regulación estatal se había extendido prácticamente a todas las actividades de la sociedad. La tendencia a la minuciosa planificación y al control centralizado de todos los aspectos de la vida encorsetó literalmente al país, frenó la iniciativa de las personas, de las organizaciones, de las colectividades. Eso dio origen, entre otras cosas, a una economía «paralela» que se aprovechaba de la incapacidad de los órganos estatales para satisfacer las necesidades de la población”. “La esencia de los cambios efectuados, tal como los entiendo hoy, es liberar a la sociedad de la sumisión, garantizar las condiciones que permitan a la gente tomar libremente sus decisiones en función de sus propios intereses y sobre la base del sentido común sin la presión de la ideología oficial. Y eso referido a todos los ámbitos de la realidad, es decir, a la economía, la política, la satisfacción de las necesidades culturales, etc.”.
El peor defecto que tiene el socialismo es la delegación total y absoluta de poder en una sola persona. Al estatizar los medios de producción, y todo lo demás, cuando tal persona padece de alguna anormalidad psíquica, se producen las grandes catástrofes sociales, como las ocurridas bajo los mandatos de Lenin y Stalin, o con Hitler en el caso del nacional-socialismo, sistema que compartía el mismo defecto señalado. Gorbachov agrega: “La amarga experiencia me ha convencido decididamente del anti-humanismo y de la ausencia de futuro del modelo de «socialismo» impuesto por Stalin y que, en realidad, no tenía nada de socialismo”.
El citado autor parece ignorar que Stalin fue un continuador de la obra de Lenin y que “socialismo” implica “estatización de los medios de producción”. En los casos de Lenin y Stalin se dio la peor alternativa; que el Estado soviético cayera en manos de líderes nefastos, mientras que en una situación en que el líder es una persona normal, en el sentido de que no implanta el terror (como fue el caso del propio Gorbachov), el sistema cayó rápidamente. La vigencia actual del socialismo en Cuba, es un indicio del nivel de terror implantado por los Castro, sistema que seguramente caerá en cuanto suba al poder una persona normal. Andrei Sajarov escribió: “El nazismo duró 12 años en Alemania. El stalinismo duró 24 en la Unión Soviética. Ambos periodos tienen muchas cosas en común y algunas diferencias. El stalinismo exhibió una hipocresía mucho más sutil y demagógica sin mostrar un programa caníbal como el de Hitler sino que se fundamentó en una ideología progresista, científica, socialista y popular”. “Esto le sirvió como pantalla eficaz para engañar a los trabajadores, para hacer bajar la guardia a los intelectuales y a otros rivales en la lucha por el poder, con el traidor y fulminante uso de su maquinaria de ejecución y torturas, sus informantes, intimidando y engañando a millones de personas, la mayoría de las cuales no eran ni cobardes ni tontas. Como consecuencia de este «tópico específico» del stalinismo, el pueblo soviético, en la carne de sus representantes más activos, talentosos y honestos, sufrió los peores golpes”.
“Entre 10 y 15 millones de personas murieron en las cámaras torturadoras de la NKVD (policía secreta), víctimas de torturas y ejecución, en los campos para kulaks exiliados (campesinos ricos) y los llamados «semi-kulaks» y los miembros de sus familias encerrados en campos «sin derecho a recibir correspondencia» que, en realidad, fueron el prototipo de los campos de concentración nazis y donde, por ejemplo, se asesinaron decenas de miles de prisioneros por razones de «congelamiento» o simplemente a causa de órdenes especiales” (De “La voz de los valientes”).
Para Gorvachov, socialista al fin, las millones de víctimas del stalinismo fueron un “detalle” que no impidió el progreso del país: “Lo paradójico de la situación consistía en que, pese a los increíbles abusos de la confianza del pueblo, del desprecio de sus intereses y de sus más elementales necesidades que llevó a la miseria y a la hambruna, pese al escarnio y al exterminio físico de una cantidad ingente de seres del todo inocentes, el país avanzaba. ¡Tan grande era el impulso de la Revolución de Octubre, tan grande la fe en el socialismo! Del socialismo se hacían depender todas las esperanzas y el futuro de un gran país, lo que demostraba cuán acertada había sido la elección histórica hecha en 1917”.
Esto suena parecido al caso de que alguien se admirara hoy de las carreteras alemanas y de otras obras de envergadura realizadas en la época nazi sin tener en cuenta el costo de vidas asociadas a su construcción; generalmente prisioneros que terminaban siendo asesinados. El valor de la vida humana, para marxistas y nazis, vale muy poco si se trata de alguien que se opone a sus planes y proyectos. Los ideales colectivos, materializados en obras concretas, les resultan bastante más valiosos.
La excesiva militarización de la economía, junto a la ambición soviética de expandir mundialmente el imperio, impidió que gran parte de los recursos se utilizaran para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Gorbachov agrega: “Los primeros pasos por los caminos de la perestroika nos convencieron, a mí y a mis compañeros, de que no lograríamos nuestro objetivo sin liberar al país del peso de la super-militarización, que se había vuelto insoportable y destructiva, del dominio sobre la economía del complejo militar industrial, así como de los gastos exorbitantes para mantener nuestra posición de superpotencia fuera del país: en los Estados aliados y en el tercer mundo. Esa interpretación nos llevó enseguida a la necesidad de cambiar radicalmente la política exterior, orientándola hacia el cese urgente de la «guerra fría», de la confrontación global con los EEUU y con Occidente en su conjunto”.
El socialismo sueco difiere de los socialismos impuestos por la fuerza o por el engaño, ya que se trata de una elección voluntaria. Sin embargo, se observaron inconvenientes similares. Roger Pasquier escribió: “El «modelo sueco» ha seducido al mundo no comunista, que ve en él uno de los mayores éxitos de organización social. Existe la fácil inclinación a creer que los suecos han resuelto los grandes problemas de la sociedad industrial moderna y que su ejemplo puede ser útil para inspirar a otros pueblos grandes y pequeños, europeos o no. Incluso los mismos suecos tienen la evidente tendencia a auto-otorgarse el premio a la excelencia y, según una fórmula que los corifeos de la socialdemocracia proclaman de buen grado en sus discursos, Sverige visar vägen, «Suecia muestra el camino»”. “Pero se han puesto de manifiesto también los aspectos menos luminosos, a veces incluso muy inquietantes, que tal modelo presenta, y problemas como el alcoholismo, la droga, la delincuencia juvenil o el suicidio han llamado frecuentemente la atención, mientras que su reputación de extrema libertad sexual causaba perplejidad en la opinión extranjera. Estos fenómenos evidencian que todos los «progresos» suecos están acompañados de una crisis moral” (Del Prólogo de “La semilla y la cizaña” de Tage Lindbom-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).
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