De manera similar en que nuestras neuronas se conectan estableciendo circuitos, o ensambles neuronales, que se van reforzando con el razonamiento especializado, que hace las veces de un entrenamiento mental, los distintos cerebros se vinculan reforzando las ideas comunes que permiten establecer una mentalidad generalizada favorable al surgimiento de una comunidad. Este proceso resulta similar al de la interconexión de varias computadoras que permite la realización de Internet. Tal conjunto de ideas no se ha de conformar con cualesquiera posibles, sino con aquellas adecuadas, o verdaderas, es decir, compatibles con las leyes naturales que rigen el orden natural, y que constituyen los vínculos invariantes entre causas y efectos que rigen la conducta de los seres humanos. Baruch de Spinoza ha sido uno de los pensadores que ha descrito con detalles tal proceso.
Tanto la determinación de la mejor forma de gobierno como de la mejor religión implica intuir el tipo de comunidad que se ha de derivar de las ideas adecuadas, en el sentido indicado, de tal manera que ese gobierno, o esa religión, favorezcan, y no se opongan, a su espontánea aparición. Para ello debemos considerar previamente la existencia del proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural por el cual tiende a lograr mayores niveles de adaptación dejando de lado la posibilidad de ideas como la del “eterno retorno”, que descartan la existencia de un sentido de la evolución y de la propia humanidad. Jacob Taubes escribió: “Para que la historia, la historia del individuo así como la colectiva, signifiquen algo, debe tener un principio y un fin. Si los hechos de nuestra vida no están orientados por un principio y un fin, nuestra historia se convierte en mero catálogo de datos. En el orden cíclico de la eterna repetición, «no hay nada nuevo bajo el sol». Volverá el hombre a vivir su vida actual, y así mil veces, sin nada nuevo en ella. Todos los acontecimientos se repetirán por el mismo orden y en serie”.
“La repetición eterna debería sustituir el Juicio Final. Así, cada momento de la vida humana iba cargado con el peso de la eternidad”. “El ciclo es símbolo de la existencia humana sin futuro y no impone imperativo ético que transforma el orden natural del hombre”. “A lo largo de la historia de los últimos ochocientos años, el paradigma de una ética escatológica de amor fraterno se tradujo repetidas veces en diversas configuraciones institucionales. El hombre no se contenta con que la ciudad celeste permanezca en las nubes, sino que de cuando en cuando anhela que ponga su morada en la Tierra” (De “La comunidad”-Compilado por Carl J. Friedrich-Editorial Roble-México 1969).
En la visión de Spinoza aparece la idea de inmanencia, con un Dios impersonal dentro del mundo y no con un Dios personal fuera de él. Si nuestro mundo funcionara de esta última forma, no podríamos dejar de padecer los conflictos interreligiosos por los cuales los seguidores de los distintos enviados se disputan la legitimidad en su condición de tales. Gustavo Santiago escribió: “La concepción de un Dios trascendente ha sido fruto de una doble operación. Quienes ejercían el poder de un modo verticalista, basándolo en la fuerza, el miedo y la subordinación, proyectaron hacia otra dimensión la propia estructura de poder de la que gozaban, Una vez hecho esto, colocaron como fundamento de su propia práctica la autoridad divina que habían moldeado según sus intereses. Pero, si resulta que el ser de Dios es inmanente a la naturaleza, la justificación de esas jerarquías de poder desaparece y la arbitrariedad no encuentra dónde ocultarse. ¿En qué se convierte un Dios que pierde la trascendencia? En el todo inmanente. O, dicho de otro modo, en la naturaleza”.
Para Spinoza, los hombres se diferencian en lo que pueden hacer, es decir, por sus capacidades o potencias. De ahí resulta que su unión en comunidad deba establecerse reforzando esas potencias en lugar de disminuirlas. Santiago agrega: “El mundo de Spinoza es un mundo en el que cada cosa está abierta a las demás. La ética no es más que una mirada sobre los encuentros y desencuentros que se producen entre los diversos seres”. “Hay encuentros que redundan en un aumento de potencia del conjunto por sobre cada ser singular. Son los casos en los que dos cuerpos afines componen un cuerpo mayor. Cuanto mayor sea la afinidad entre esos cuerpos, mayor será la potencia resultante: «si dos individuos que tienen una naturaleza enteramente igual se unen entre sí, componen un individuo doblemente potente que cada uno de ellos por separado»” (De “Intensidades filosóficas”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2008).
En el cristianismo, la cooperación entre individuos se da como consecuencia de haber previamente establecido un vínculo afectivo basado en el amor al prójimo. También en la postura spinoziana se propone una unión desde los aspectos afectivos, pero, mientras que en el cristianismo se llega a tal actitud por medio de la fe, en la religión natural se llega mediante la razón. Para ser gobernados por la razón, ésta debe predominar sobre las pasiones. Ello no implica que se deba priorizarse la razón sobre las emociones en cada ocasión, sino que debe adoptarse la razón como una guía para las emociones cuyos resultados se lograrán en el largo plazo. Gustavo Santiago escribió: “Pero, además de tener ideas inadecuadas y de ser pasivo, el hombre sujeto a las pasiones adolece de estrechez de horizonte. Incapaz de comprender las cadenas de causas y efectos que rigen la naturaleza, incapaz de comprender que el bien de su entorno es también su propio bien, centra su mirada en él mismo y actúa de modo completamente egoísta. Tiende a utilizar a los demás en beneficio propio, a entrar en pleitos continuos, a entregarse desenfrenadamente a placeres que luego terminan trocándose en dolor sin que él pueda comprender cómo fue que sucedió eso. Siendo incapaz de componer con otros hombres, tiende a aislarse y a provocar descomposición en su contacto con los demás”.
En los hombres cuyas emociones son guiadas por la razón, desaparece el fanatismo que hace peligrar la existencia misma de la comunidad. De ahí la imperiosa necesidad de que la fe religiosa se oriente por la razón, para evitar los conflictos y antagonismos entre los diversos grupos. Marilena Chaui escribió: “La teología exige obediencia y sumisión intelectual; la filosofía es el ejercicio del libre pensamiento. Pero si la teología reclama una razón obediente y sumisa, si transforma el sentimiento religioso en sumisión a preceptos y dogmas incomprensibles, nada impide que aquel que desea obedecer pueda también desear comprender el sentido de su obediencia. Es en este momento de la comprensión del significado de un saber obediente cuando sale a la luz la contradicción. El deseo de conocer puede, en un primer paso, intentar que el consuelo aportado por la teología se convierta en certeza «matemáticamente demostrada», lo que es imposible”.
“Si la razón es invocada para aseverar las certezas teológicas, éstas quedan bajo el dominio de aquélla y, en este caso, la teología extrae su claridad de la pura luz de la razón, y no ya de los misterios de la revelación, que son su fuente y garantía. Si, al contrario, la razón es invocada sólo para auxiliar a la teología en la tarea de persuadir a los infieles, no merece la menor confianza, pues, o el Espíritu Santo se deja reconocer por sus propias obras, o no hay como convencer a un infiel de que aquello que ve y siente es obra del Espíritu Santo y no de la razón. A menos que sea para satisfacer un insaciable deseo de poder, nada explica el intento de la teología de usar la razón” (De “Política en Spinoza”-Editorial Gorla-Buenos Aires 2004).
Gustavo Santiago indica el planteo que se desprende de la Ética de Spinoza: “Partiendo, entonces, de condiciones reales, según las cuales la mayoría de los hombres no vive bajo la guía de la razón, ¿Cuál será la mejor forma política para el cultivo de comunidades? Por un lado, aquella que favorezca las posibilidades de encuentro de hombres libres, que no ponga obstáculos para la vida en amistad, que no ataque a quienes quieran unir su potencia para un logro común. Por otro lado, la que ponga freno con la menor violencia posible a aquellos que resulten peligrosos para quienes buscan el bien común. Esa forma de gobierno es la democracia”.
Por otra parte, Spinoza escribió: “El fin del Estado no consiste en transformar a los hombres de seres racionales en animales o autómatas, sino más bien en hacer que su espíritu y su cuerpo puedan desarrollar sus fuerzas sin trabas, para que usen libremente de su razón y para que no se combatan con cólera, odio o astucia, ni se sientan enemigos entre sí. El fin del Estado es, en realidad, la libertad” (Del “Tratado Teológico Político”).
Existe un principio implícito en la vida de los hombres que establece que aquello que mucho apreciamos, mucho trabajo requiere para su logro; por lo que Spinoza escribió: “He terminado aquí lo que quería establecer concerniente a la potencia del alma sobre sus afecciones y a la libertad del alma. Si el camino que he demostrado que conduce a la verdadera felicidad parece arduo, no por eso debemos dejar de entrar en él. Ciertamente, tiene que ser arduo lo que se encuentra con tan poca frecuencia. ¿Sería posible, si la salvación estuviera en nuestra mano y se pudiera conseguir sin mucho esfuerzo, que fuese desdeñada por casi todos? Pero todo lo que es hermoso es tan difícil como raro”.
Los recientes atentados terroristas en Francia vuelven a mostrar que la religión que rechaza tanto el razonamiento como las evidencias experimentales que surgen de las ciencias sociales, no debe considerarse como una “religión” por cuanto no une a los adeptos, sino que destruye todo atisbo de comunidad y civilización. Se olvida que toda religión ha de tener una implicancia ética y que si a esa implicancia se llega por caminos simples, no se debe a éstos rechazar, a menos que la formación de una comunidad humana no tenga valor alguno para quienes entonces la “religión” es solamente un medio para crear discordia y beneficiarse de ella de alguna forma.
Desde algunos sectores católicos se observa con cierto desprecio la religión natural, ya que, al carecer ésta de revelación, y al sustentarse en la experiencia y en la razón, se opone aparentemente a la religión tradicional. Sin embargo, resulta ser la única alternativa posible que elimina los justificativos que llevan a los conflictos interreligiosos permitiendo que el hombre se oriente definitivamente en la dirección que el propio orden natural nos impone. La evidencia de tal necesidad puede incluso observarse en la propia Iglesia Católica en donde un influyente sector ha llegado a reemplazar al cristianismo por el marxismo, con la simple jugarreta de ocultar bajo el nombre de Dios una de las ideologías más nefastas que ha padecido la humanidad, como es el marxismo-leninismo; esta vez bajo el engañoso nombre de Teología de la Liberación.
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