La elección del sistema económico adoptado por una sociedad es un caso similar al del automovilista que llega a una bifurcación con dos alternativas posibles, debiendo optar por una de ellas. A la derecha tiene la posibilidad del mercado (economía capitalista); a la izquierda la planificación económica estatal (socialismo), o bien su variante más benigna (intervencionismo estatal). No existen otras alternativas, sino distintas posibilidades conformadas por diversos porcentajes de ambos sistemas, con la condición de que la reducción de capitalismo implica aumento de socialismo, y viceversa, que puede simbolizarse como:
x (Capitalismo) + y (Socialismo) = 1
En donde x e y son números comprendidos entre 0 y 1, cuya suma ha de dar 1. De esta manera, cuando el Estado no interfiere al proceso del mercado, se trata de una economía capitalista pura, o de mercado. Por el contrario, cuando la economía se planifica desde el Estado, y son prohibidos los intercambios fuera de su ámbito, se trata de una economía socialista pura. Por lo general, las economías reales son mixtas, con distintos porcentajes regidos por la igualdad mencionada.
Debe advertirse que, si en un país, las empresas estatales se rigen por las leyes del mercado, puede decirse que se trata de una economía de mercado. Por el contrario, si las empresas estatales son subvencionadas, cubriendo el Estado sus posibles pérdidas, se trata de una economía intervenida. Adviértase que, si en un momento dado, tal Estado expropia diez empresas privadas, la reducción porcentual del sector regido por el mercado es el mismo porcentaje de incremento del sector intervenido. De ahí que quienes claman por la reducción o eliminación de la economía capitalista, o de mercado, aunque no lo mencionen, están clamando también por un aumento de la economía socialista.
Otro ejemplo, si un gobierno decide congelar el precio de los alquileres de viviendas, anulando el libre intercambio entre propietarios e inquilinos, ha reducido parcialmente el libre mercado en la misma medida en que ha incrementado el intervencionismo.
Respecto de la economía de mercado, o capitalista, puede decirse que se basa en el ahorro por el cual el individuo opta por sacrificar parte del consumo del presente previendo una utilización futura. El ahorro, cuando se convierte en inversión productiva (capital), produce crecimiento económico. Por otra parte, cuando dos personas intercambian libremente el producto de su trabajo, ya sean bienes o servicios, a través del dinero, establecen un intercambio que beneficia a ambas partes, de lo contrario una de ellas hubiese optado por no realizarlo.
Este tipo de economía, que apunta al trabajo, al ahorro productivo y al intercambio que beneficia a ambas partes, resulta compatible con la ética cristiana. Sin embargo, cuando la conducta del hombre se desvía bastante de dicha ética, el sistema económico tiende a distorsionarse. Leonardo Boff escribió: “Puebla denuncia el sistema capitalista como sistema de pecado, debido principalmente al cual cuajan en el continente latinoamericano «estructuras de pecado» y «surge así un conflicto estructural grave: la riqueza creciente de unos pocos sigue paralela a la creciente miseria de las masas». Este sistema crea sus coyunturas económicas y políticas conflictivas: represión sindical y política, regimenes de seguridad nacional, crisis sociales, etc. Los acontecimientos políticos que leemos en los diarios son concreciones de semejante trasfondo. Las personas que adoptan como proyecto de vida social este sistema que de suyo es excluyente, acumulador de riqueza y de los beneficios en pocas manos y con escasa responsabilidad social, pasando de tal modo a ser agentes mantenedores del sistema y participando de su iniquidad. Así se establece el circuito del mal” (De “El padrenuestro”-Ediciones Paulinas-Buenos Aires 1986).
Al atribuirse al capitalismo cierta pecaminosidad intrínseca, se apoya tácitamente una economía socialista que anula los libres intercambios y la propiedad privada de los medios de producción, quedando toda actividad productiva supeditada a la planificación estatal. En realidad, cabe la duda acerca de cuáles acciones de la economía de mercado son pecaminosas; si es el trabajo individual, el ahorro productivo o el libre intercambio. El Papa Pablo VI dijo: “¿Quién se atrevería a sostener que el fenómeno sociológico, derivado de la organización moderna del trabajo es un fenómeno de perfección, de equilibrio y de tranquilidad? ¿No es verdad precisamente lo contrario? ¿No lo demuestra nuestra historia de forma evidente? ¿No sois vosotros mismos quienes experimentáis ese decepcionante resultado de vuestro esfuerzo, la aversión, queremos decir, que surge contra vosotros precisamente de parte de aquellos hombres a quienes habéis ofrecido vuestras nuevas formas de trabajo? Vuestras empresas, fruto maravilloso de vuestros esfuerzos, ¿no son acaso para vosotros fuente de disgustos y conflictos? Las estructuras técnicas y administrativas funcionan perfectamente, las estructuras humanas todavía no. La empresa, que es por su propia exigencia constitucional, una colaboración, un acuerdo, una armonía, ¿no es todavía hoy un choque de espíritus y de intereses? ¿No se la considera a veces como base de acusación contra quien la ha constituido, la dirige y la administra? ¿No se dice de vosotros que sois los capitalistas y los únicos culpables? ¿No sois con frecuencia el blanco de la dialéctica social? Ha de tener algún vicio profundo, una radical insuficiencia, este sistema, cuando desde sus comienzos cuenta con semejantes reacciones sociales”.
“Es verdad que quien hoy habla, como tantos hacen, del capitalismo, con los conceptos que lo han definido en el siglo pasado, da pruebas de estar retrasado con respecto a la realidad de las cosas; pero es un hecho que el sistema económico-social nacido del liberalismo manchesteriano y que todavía perdura en la unilateralidad de la propiedad de los medios de producción, y de la economía orientada al prevalerte beneficio privado, no es la perfección, no es la paz, no es la justicia, puesto que todavía divide a los hombres en clases irreductiblemente opuestas y caracteriza a la sociedad por disensiones profundas y desgarradoras que la atormentan, apenas reprimidas por la legislación y por la tregua momentánea de algún comprimido en la lucha sistemática e implacable que habría de llevarla al dominio de una clase sobre la otra” (Citado en “Comunión y participación”-Centro de Investigación y orientación social-Editorial Guadalupe-Buenos Aires 1982).
Puede decirse que el problema ético no debe ser resuelto por los economistas, sino por la religión, las ciencias sociales o la filosofía. Si la Iglesia fracasó al predicar el cristianismo, no debiera luego culpar al “sistema económico” por el accionar de sus fieles. Además, si en una economía subdesarrollada hay muy pocos empresarios, porque la mayoría prefiere el empleo en relación de dependencia, el empleo en el Estado, o bien ser mantenidos por el resto de la sociedad, inevitablemente se producirá una desigualdad económica y social en la que una minoría dispondrá de mayores recursos que los demás. Pero la culpa por esa situación de subdesarrollo no debe atribuirse a los empresarios existentes, sino a los que renunciaron a serlo. Es un caso similar a culpar a los atletas olímpicos por no traer medallas suficientes en lugar de hacerlo con quienes ni siquiera practican algún deporte, y menos a nivel competitivo.
Bajo sistemas socialistas, en los que al individuo sólo se le permite obedecer al burócrata, la única alternativa que le queda, cuando su situación económica es mala, es refugiarse en el mercado, o economía libre, paralela o “ilegal”, es decir, ilegal según el criterio marxista, pero legal contemplando los derechos humanos naturales como es el voluntario intercambio de bienes realizados bajo la libre elección de lo que se ha de producir. Rubén Zorrilla escribió: “Con todas las coerciones que ejerció siempre el poder sobre el mercado, éste era, sin embargo, el espacio social donde las personas y los grupos marginales podían ser más libres de las cargas y restricciones que existían contra ellos. El mercado –aunque contrarrestado por factores políticos y culturales- tiende irresistiblemente a crear condiciones de igualdad práctica en los intercambios, pero no en las ganancias que originan”.
“Desde la antigüedad clásica…el incremento de los intercambios fuera del endogrupo, las crecientes intermediaciones, la aplicación de la neutralidad afectiva, la prescindencia de la religión, la impersonalidad, y el impulso de la individuación, todos elementos esenciales y dinámicos del mercado ampliado (aquel que excede el endogrupo) provocaron una virulenta reacción de la intelectualidad sacerdotal, los guerreros, la aristocracia y parte de la intelectualidad secular unida a ellos por servicios, intereses, o fuertes emociones, implantadas en el proceso de socialización. Los pobres, los marginales, los excluidos, en cambio, encontraron en el desarrollo del mercado y el vehículo del dinero, prácticamente el único medio, o el principal, para superar o compensar su minusvalía, o la terrible discriminación que sufrían, como lo demuestra la experiencia de los judíos y los extranjeros, entre otros grupos” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).
La incompatibilidad esencial de la postura de algunos sectores de la Iglesia y del nacionalismo católico, radica en que se oponen tanto al socialismo como al mercado, de la misma forma en que se oponen tanto al marxismo como al liberalismo, por lo cual deberían indagar un poco más acerca de los aspectos básicos del mercado. De ahí que el anticapitalismo junto al antisocialismo resulta ser una postura insostenible.
Otros sectores de la Iglesia, por el contrario, adoptan posturas abiertamente socialistas y marxistas, como es el caso de los partidarios de la Teología de la Liberación, que poco o nada tiene de cristiana si se tiene en cuenta tanto al Evangelio como al Manifiesto Comunista. Gustavo Gutiérrez escribió: “El proyecto histórico, la utopía de la liberación como creación de una nueva conciencia social, como apropiación social no sólo de los medios de producción sino también de la gestión política y en definitiva de la libertad, es el lugar propio de la revolución cultural, es decir, el de la creación permanente de un hombre nuevo en una sociedad distinta y solidaria. Por esta razón esa creación es el lugar de encuentro entre la liberación política y la comunión de todos los hombres con Dios”.
Ricardo de la Cierva comenta al respecto: “Apropiarse -¿desde dónde?- no sólo de los medios de producción sino «también de la gestión política y en definitiva de la libertad» no es sólo marxismo; es marxismo-leninismo concentrado y brutal”. “La obra principal de Gustavo Gutiérrez [Teología de la Liberación, perspectivas], promovida teórica y prácticamente por el sector liberacionista y socialista de la Compañía de Jesús en España y en América, no es un tratado de teología nueva sino una adaptación pseudo-teológica del marxismo clásico elemental con un barniz de teología política superado desde el propio marxismo” (De “Oscura rebelión en la Iglesia”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1987).
El apoyo a los sectores liberacionistas, por parte de la actual conducción del Vaticano, entraña un alejamiento de la Iglesia tanto del espíritu como de la letra de las Sagradas Escrituras y un simultáneo acercamiento al totalitarismo marxista.
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